El 20 de marzo de 2020 la administración de Donald Trump finalmente consiguió lo que quería para la frontera de Estados Unidos con México. En muchos sentidos siguió al pie de la letra la receta de la doctrina del shock, término acuñado por la escritora Naomi Klein, utilizando a su favor la desorientación general del público ante la pandemia por COVID-19. Esto permitió a la administración de Trump impulsar lo que llevaba los últimos cuatro años prometiendo, es decir: clausurar de tajo la frontera para los indocumentados, incluidos quienes huyen de una persecución y buscan asilo. Al tiempo que los estados se cerraban por la epidemia, 4 mil trabajadores de la construcción siguieron levantando un muro de nueve metros de alto a lo largo de la frontera de México con Estados Unidos.1 Ésta también es una clásica “terapia del shock”, como diría Klein, porque un tramo de aproximadamente dos kilómetros pone 106 millones de dólares2 (cortesía de los contribuyentes estadounidenses) en las arcas de la constructora Barnard Construction Company. Y es que con los ciclos noticiosos enfocados permanentemente en el coronavirus, ¿cómo podría alguien enterarse siquiera de que las compañías se están enriqueciendo? Para entender la “doctrina del shock” y su implementación actual en la frontera con Estados Unidos es importante comprender cómo trasciende a Trump y a su tan cacareado muro fronterizo, cómo se puso en marcha mucho antes de que éste llegara al poder y cómo continuará después de que él se vaya, sin importar quién sea el presidente. Por mucho tiempo la frontera ha sido un vertedero rentable para alivianar las crisis políticas.
Más que su creador, Trump es una manifestación de décadas de fortificar y militarizar tanto la frontera como el aparato de inmigración por parte de una plétora de actores públicos y privados de todos los signos políticos. En este contexto, el aparato de la frontera estadounidense ha crecido para ser mucho más que un muro en la línea fronteriza. Es un monolito en expansión compuesto por sofisticadas cámaras de vigilancia, radares, sistemas biométricos, bases de datos, drones y prisiones que se extienden hacia el interior de Estados Unidos y e incluso hacia otros países, como México. De la mano de esta extensión del aparato fronterizo viene la creación de un mercado gigantesco y creciente que se alimenta de preocupaciones inventadas, como las supuestas caravanas “amenazadoras” que provienen de Centroamérica, con gente desposeída por la violencia económica y la guerra (a menudo perpetuadas por Estados Unidos, sus modelos económicos, sus corporaciones, sus intereses políticos y su milicia) y, finalmente, desplazadas por la catástrofe climática global —convertida ya en el principal motor de migración en el mundo—, de la cual las pandemias globales son solamente un aspecto.3 Sí: mientras el emisor de gases de efecto invernadero más grande en la historia del mundo niega el cambio climático, su frontera y su documentación militar dicen otra cosa.4 En Estados Unidos el momento más significativo de la “terapia del shock” fronteriza vino después del 11 de septiembre de 2001. Es verdad que la administración de Bill Clinton (1992-2000) había sentado las bases, con agresivos presupuestos5 y legislaciones6 que le otorgaron a Washington una capacidad inédita para realizar deportaciones. Pero de todos los impactos que el 9/11 tuvo en Estados Unidos no hubo lugar más alterado (al grado de que en algunos tramos se volvió irreconocible) que la frontera de Estados Unidos con México. Por ejemplo, la Ley de Cerca Segura (Secure Fence Act) de 2006 construyó mil kilómetros de muro.7 SBI Net (la sección tecnológica de la Iniciativa de Frontera Segura) liberó miles de millones de dólares (incluyendo megacontratos con Boeing Corporation8 y Elbit Systems) para construir un muro virtual con tecnologías de vigilancia. Se creó el Sistempa de Gestión de Consecuencias (Consequence Delivery System)9 y todo un conjunto de leyes nuevas que castigaban a quienes cruzaban la frontera y los encarcelaban en lucrativas prisiones, un enorme negocio que le ha dado a la compañía CoreCivic, por mencionar sólo un ejemplo, un valor anual de 4 mil millones de dólares.10 Vi los resultados de todo esto en 2012 cuando visité por primera vez la Border Security Expo, un congreso anual fronterizo para empresarios y funcionarios de seguridad interior. Nunca había visto tal concentración de equipos de vigilancia, robots que se arrastraban por el suelo, drones expuestos sobre alfombras rojas y aerostatos con cámaras encendidas que colgaban de los altos techos entre pendones de grandes compañías, como Raytheon. Parecían artefactos para la frontera del futuro vistos en la bola de cristal de un científico loco. Y en muchas formas de eso se trataba exactamente: entre maniquís militarizados, armados, y monitores de reconocimiento facial, comerciantes y funcionarios de la patrulla fronteriza analizaban los contratos y los sistemas de defensa del futuro. Un ejecutivo me dijo que su compañía, StrongWatch, había vendido su tecnología (un sistema de cámaras) al ejército estadounidense en Iraq. Pero como la guerra estaba llegando a su fin, ya buscaban otros mercados, explicó, dándome un ejemplo perfecto de la militarización de la frontera de Estados Unidos a cargo de compañías como la suya: “Estamos llevando el campo de batalla a la frontera.”11
Pero ni siquiera entonces imaginé la pasmosa magnitud de los fondos encauzados hacia la protección de la frontera, ni el grado en que muchas corporaciones se implicaban. Consideremos que Aduanas, Protección Fronteriza y Vigilancia en Inmigración y Aduanas celebraron 99 mil contratos con corporaciones privadas entre 2006 y 2018, hablamos de un total de 45.2 mil millones de dólares. Esta cifra equivale al presupuesto total acumulado para la protección fronteriza y la inmigración durante casi treinta años, entre 1975 y 2002. Aunque estos números muestran un impactante cambio en cuanto a control de fronteras e inmigración antes y después del 9/11, aquel verdadero tour de force de la doctrina del shock, aún no revelan toda la historia. En 2001 Washington emprendió una vigorosa campaña para extender “nuestra zona de seguridad” con el objetivo de ampliar la frontera.12 Las beneficiarias han sido compañías como Raytheon Corporation, que aseguraba haber aplicado “soluciones” fronterizas en más de 24 países en Europa, Medio Oriente, el sureste asiático y el continente americano con “más de 16 mil kilómetros de fronteras terrestres y marítimas y el entrenamiento de más de 9 mil miembros de las fuerzas de seguridad”.13 Para este efecto, la compañía ha recibido casi mil millones de dólares de un programa conocido como la Agencia de Defensa para la Reducción de Amenazas y que depende del Departamento de Defensa. El desarrollo internacional del aparato fronterizo fue lo que el ex comisionado del Servicio de Aduana y Protección de la Fronteras, Alan Bersin, llamó un “cambio masivo de paradigmas”.14 ¿Y México? En 2012 Bersin dijo: “La frontera guatemalteca con Chiapas es ahora nuestra frontera sur.”15 En 2017 un funcionario de este Servicio, Tony Crowder, explicó la lógica de esta declaración, jactándose de haber otorgado a los funcionarios mexicanos “capacidad de vigilancia en sus dominios”: “Coordinamos directamente con ellos entre 600 y 800 respuestas tácticas anuales, compartiendo así nuestra vigilancia”. Y después añadió, con un poco de condescendencia: “Yo lo describiría así: le hemos enseñado a los mexicanos a pescar.” Cuando asistí a la Expo Seguridad en la Ciudad de México ese mismo año (una especie de Border Security Expo que se realiza anualmente en el Centro Citibanamex) me topé con un fervoroso representante del Departamento de Comercio de la Embajada estadounidense que dijo que estaba allí para “promover los intereses de Estados Unidos”. Y lo decía rodeado de los estands de compañías estadounidenses como Stalker Radar, Identicard y Crossmatch Biometric Security. Afirmó que la seguridad de México “es una preocupación para nosotros y vital para nuestra seguridad”. Además, promoverían compañías estadounidenses y “crearíamos empleos”. “Es bueno para todos.” Hoy ese complejo industrial fronterizo que alimenta la doctrina del shock también se beneficia de la pandemia. Como era de esperarse, ahora que las economías se contraen en todo el mundo la industria fronteriza está volteando a ver el negocio de la vigilancia sanitaria. Por ejemplo, existe una creciente demanda de equipo de vigilancia remota como el reconocimiento facial. Esto incluye “plataformas de inteligencia artificial que analizan datos personales, clínicos, sociales y de viajes, incluyendo la historia familiar y los hábitos de estilo de vida tomados de redes sociales, que permiten realizar predicciones más exactas y precisas de perfiles de riesgo individuales para el sistema de salud”.16 El escaneo de personas en las fronteras, dirigido a los pobres y a los indocumentados, seguramente se instalará con pocas fanfarrias mientras el público, desorientado, lidia con la enfermedad y el encierro. Y sin embargo, algo bueno puede salir de esta doctrina del shock en la frontera durante la pandemia. Aunque las fronteras militarizadas en todo el mundo se han vuelto la norma, el coronavirus tiene otro mensaje. A medida que pone de rodillas a los países, uno por uno también demuestra muy claramente la porosidad de las fronteras y cómo éstas son más “membranas vivas que barreras inorgánicas”, como señala el filósofo Michael Marder.17 El virus muestra que este sistema mundial de fronteras militarizadas no sólo es incapaz de responder a problemas globales sino que también tiene el potencial para exacerbarlos. La mitigación de las catástrofes del cambio climático (de las cuales la pandemia es sólo un aspecto), por ejemplo, dependerá de la conectividad humana más que del aislamiento. Así, el virus se convierte en un llamado para crear un nuevo mundo y nos pide que miremos la otra cara de la doctrina del shock en la frontera. Tal vez podamos encontrar ahí un lugar donde la solidaridad humana pueda cruzar fronteras para encontrar soluciones.
Imagen de portada: Frontera México-Estados Unidos, monitoreada por un sistema de vigilancia. Fotografía de Bill Morrow, 2011
Traducción de Pilar Obón.
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Kathleen B. Kunz, “Congressman Raul Grijalva: Halt Border Wall Construction During COVID-19”, Tucson Weekly. Disponible aquí ↩
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Dan Mills y Curtney Bourgoin, “New Court Documents Reveal Border Wall Costs Up to $100M per Mile, New Wall Construction Projects Slated to Begin During Pandemic”, Sierra Club. Disponible aquí ↩
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International Displacement Montoring Center, Global Report on Internal Displacement 2020. Disponible aquí ↩
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Todd Miller, “The Market in Walls Is Growing in a Warming World”, TomDispatch. Disponible aquí ↩
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Bill Clinton talking about immigration in the 1995 State of the Union, C-Span. Disponible aquí ↩
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Dara Lind, “The Disastrous, Forgotten 1996 Law That Created Today’s Immigration Problem”, Vox. Disponible aquí ↩
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Todd Miller, “The Border Wall Already Exists”, Jacobin. Disponible aquí ↩
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Jena McMullin, “The 3,000-mile Assembly Line”, Boeing. Disponible aquí ↩
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Geoffrey Boyce, “Border Patrols ‘Consequence Delivery System’ Casts Doubt on President’s Inmigration Priorities”, Crimmigration. Disponible aquí ↩
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Clyde Haberman, “For Private Prisons, Detaining Immigrants Is Big Business”, The New York Times. Disponible aquí ↩
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Todd Miller, “Fortresss USA”, TomDispatch. Disponible aquí ↩
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Aaron Bady, “How the US Exported Its Border Around the World”, The Nation. Disponible aquí ↩
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Todd Miller, More Than A Wall, Transnational Institute. Disponible aquí ↩
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Alan Bersin, “Lines and Flows: The Beginning and End of Borders”, Brooklyn Journal of International Law. Disponible aquí ↩
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Marisa Treviño, “Our southern border is now with Guatemala”, Latina Lista. Disponible aquí ↩
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Associated Press, “2020 Insights on the Worldwide Homeland Security Management Industry and the Affects of COVID-19. Key Drivers and Challenges“, OA Online. Disponible aquí ↩
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Michael Marder, “The Coronavirus Is Us”, The New York Times. Disponible aquí ↩