Cada mañana al abrir los ojos trato de recordar si esto fue un momento extraño por el que atravesamos todos como humanidad, si fue un episodio lejano de la historia que le sucedió a otras generaciones y que ahora sólo vemos como un recuerdo, pero no: esto es real. Es abril del 2020 y ha pasado aproximadamente un mes en México desde que se declaró cuarentena para detener el esparcimiento del COVID-19. Las autoridades han manifestado que esta contingencia se extenderá hasta el 30 de mayo. ¿Otro mes? Así es, cuatro semanas más que estaremos confinados en nuestro hogar. La verdad es que estoy agradecida de poder decir que me encuentro en mi refugio, el que construí con mi familia. Agradezco tanto porque puedo, realmente puedo, quedarme en casa sin sofocarme. Este hogar en el que las paredes cuentan memorias alegres, en donde encuentro espacios de paz y tapices que acompaño con melodías diarias. Me siento infinitamente segura aquí, más allá de la inquietud que provoca haber leído durante todo el día noticias de cómo avanza el virus, de que los horarios estén fuera de control o de que el insomnio tenga lugar algún día o dos, sigo agradeciendo por estar en este refugio. Porque entonces nada de esos desajustes toma importancia cuando pienso en que no todas las personas en México cuentan con un refugio durante la cuarentena; niñas y niños que sufren, en su misma casa, de maltrato, de indiferencia o de abandono, porque sus padres tienen que salir todo el día para poder obtener alguna ganancia, ya que tienen un empleo informal y no cuentan con un salario fijo. Mujeres y adolescentes que en su propio hogar fueron violentadas y atacadas, cuando todo lo que hacían era seguir la regla de quedarse en casa. Lunes. Leo las notas de temas que quedaron en segundo lugar de la agenda pública ante el avance de la pandemia en más estados del país. Me doy cuenta de que ese avance también significa que los grupos en situación de vulnerabilidad tienen el doble de riesgo de contraer la enfermedad, y representan el mayor porcentaje que será ignorado por el resto de la población que se encuentra en una situación privilegiada. La indiferencia es la génesis de cualquier problema, por eso no puedo ser indiferente, tengo que escribirlo, contarlo, difundirlo y apoyar, seguir sumándome a causas que velan por los derechos de los grupos más marginados. Este martes me acosté sin mucho ánimo para revisar las redes sociales, pero de repente llegó a mí una imagen que me causó nostalgia. Así que entré a Facebook, tratando de olvidar esa sombra imprecisa, y encontré un artículo de la revista Nexos que aborda la situación de las poblaciones callejeras durante esta cuarentena. La nostalgia se convirtió en tristeza, pero después de unos minutos creció en certeza para escribir estas líneas, al menos mis pensamientos encontrarían una salida a los rincones de mi mente. No sé si tendrá sentido para alguien más, pero no quiero olvidarme de todos aquellos que no cuentan con un refugio durante la pandemia. “Vivo aquí. En la calle”, son los testimonios de las personas entrevistadas en dicho artículo. Ellos tienen al cielo como vigía y al asfalto como cobertor, algunos expresan que si antes no los veían, ahora menos. Incluso, dicen que si encuentran a alguna persona que llega a salir para realizar sus compras, ésta se desvía de su encuentro. Ellas y ellos, que han hecho de las calles su morada, son olvidados por la sociedad, pero el virus no tendrá reparo en su presencia. ¿Nos ha rebasado tanto que, si antes no mirábamos a quienes más lo necesitan, ahora las posibilidades son nulas? “La pandemia ha revelado deficiencias de nuestro sistema económico y de nuestra forma de vivir en sociedad”, escriben los periodistas en Nexos. Sé que no tengo las respuestas, pero sí decido no voltear la mirada. Decido agradecer y crear redes de comunidad para poder ayudar en el entorno inmediato. Es jueves y el cielo está nublado. El pronóstico de tiempo indica probabilidad de lluvia, vuelvo a agradecer, con un velo de tristeza en mi rostro, esa tristeza que no es mía, es por alguien más, por ellos, quienes observan el cielo al dormir. Es por quienes, precisamente, no pueden dormir porque están vigilantes de los monstruos que cruzan su puerta y por quienes no pueden permanecer en su mente porque les aterra. Cada mañana abro los ojos y agradezco por este refugio durante la pandemia. ¿Cuál es el tuyo?
Gema Mateo (Puebla, 1990) es maestra en opinión pública y marketing político. Este año nació su primer libro de ciencia ficción, Camino a Apulia. En 2017 publicó en el libro colectivo Jóvenes Escritores.
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Imagen de portada: Vida en las calles. Fotografía de Carl Campbell, 2014. CC