Como suele ocurrir entre los vecinos, las relaciones entre México y Estados Unidos han sido siempre de amor y de odio. Nuestra historia común incluye tratados amistosos lo mismo que guerras o conflictos y, por supuesto, un intenso intercambio cultural. Desde las crónicas de Ambrose Bierce o la obra de la Beat Generation hasta las novelas de Francisco Goldman, México ha inspirado a muchos autores estadounidenses. Y viceversa. Últimamente ha crecido la tensión entre nuestros gobiernos y parte de nuestras sociedades. Instigados por su presidente, algunos estadounidenses han decidido creer que los migrantes mexicanos son la causa de todos sus problemas. La odisea de los “sin papeles” es una de las peores tragedias humanitarias de hoy en día. Se trata de una doble desgracia: por un lado la de quienes salen obligados por la miseria y la violencia y sufren todo tipo de vejaciones durante su recorrido hacia una vida mejor, y por otro la de quienes, habiendo sobrevivido al viaje y al periodo de adaptación, están siendo deportados. A pesar de los estragos que está causando en la vida de millones de personas, esta crisis política ha tenido al menos un efecto positivo: intelectuales, artistas y luchadores sociales sienten más curiosidad que nunca respecto a sus vecinos del sur. Muchos de ellos han manifestado su solidaridad con nosotros y la han convertido en una forma de resistencia. Desde el inicio de este conflicto, la UNAM ha fungido como un espacio de reflexión y entendimiento. Hemos organizado coloquios para pensar en el muro como símbolo y como barrera física, en la búsqueda de respeto y dignidad, y en las formas de resistencia que tanto estadounidenses como mexicanos podemos poner en marcha juntos. Estados Unidos y México tenemos mucho en común. Además de tres mil kilómetros de frontera, compartimos ríos, costas, cañones, desiertos, montañas, especies de animales y de plantas. Muchos de los pueblos originarios de Norteamérica vieron truncado su territorio por esa frontera: los apaches, los yoeme (yaquis), tohono o’odham (pápagos) y los kikapu, entre otros. También es similar la manera en que ambos países marginan e ignoran la existencia de estos pueblos ancestrales y sus derechos. El título que hemos elegido para este número no nos convence del todo. América es el nombre de un continente que se extiende desde el Ártico hasta la Patagonia. Sin embargo, el término “Mexamérica”, popularizado por Joel Garreau en 1981 y retomado recientemente en el libro de Fey Berman que lo lleva por título, se ha convertido en el nombre de un espacio cultural en expansión, una sociedad soterrada, una geografía incierta —como la llama Juan Villoro— que con el paso del tiempo ha adquirido más y más protagonismo en las conciencias. Los textos de nuestros autores hablan de la coexistencia de las lenguas, de La Bestia y el infierno de los migrantes indocumentados, de las fricciones que produce la convivencia cotidiana, del rechazo, la atracción, el asombro y el cariño mutuos. A los Dreamers, a quienes se encuentran en proceso de deportación, a las familias y a los pueblos divididos por el muro, a los estadounidenses y mexicanos que lamentan la xenofobia y la intolerancia, a todos ellos está dedicado este número. Mexamérica es un territorio en ebullición, un organismo vigoroso; construir un muro en su interior puede sin duda lastimarlo, pero jamás lo asfixiará.