Juan Tallón (Vilardevós, Galicia, España, 1975) es un escritor inimitable que usa la ironía y el humor como herramientas para aguantar al mundo. Recientemente, Tallón ha publicado Salvaje oeste (Espasa, 2018), una panorámica del auge y caída de las élites durante la época del esplendor de la corrupción en España. Asegura que la historia del libro se puede aplicar a cualquier país, porque mientras el éxito sólo está reservado para unos pocos, todos experimentamos el fracaso cada día.
Usted es un gran lector. ¿Empieza desde pequeño?
Así es. Mi primer recuerdo son unos cómics de Disney, en pequeño formato, a los que se les despegaban las hojas, que mi padre me traía cuando bajaba a la ciudad. Yo vivía en una pequeña aldea de montaña, sin librerías ni quioscos. Después tuve mi época de Tintín, Astérix y, por supuesto, llegaron los días del bachillerato y las primeras lecturas serias, obligatorias, casi aburridas. El momento de eclosión, en el que leer se volvió apasionante, y que desembocó en el sueño de ser escritor, me llegó a los 17 años, cuando de pronto descubrí novelas absolutamente contemporáneas, apegadas al tiempo que me tocaba vivir. Recuerdo como un momento de revolución íntima la lectura de American Psycho, de Bret Easton Ellis, que había comprado durante una excursión a Mallorca. Acababa de leer El libro del buen amor, con el consiguiente aburrimiento, y de pronto descubría una novela en la que se decía Ralph Lauren en lugar de traje, o Coca-Cola Light en lugar de refresco. ¡El nombre de Coca-Cola podía aparecer en una novela! Ese tipo de cosas me dejaron muy desconcertado. A su vez me atraparon para siempre.
¿Cuándo un joven lector llamado Juan Tallón deja de leer para ponerse a escribir? ¿Hay que escribir, aunque uno sepa que aún no está preparado y que está haciendo una mierda?
Sí, naturalmente. Tiene que ponerse a escribir, aunque sea una mierda. Es el paso del tiempo el que le va revelando a uno todos los errores que ha cometido. Llega un punto en el que percibe que esos errores son cada vez más sutiles y que está haciendo algo importante. Para eso no hay una edad. Para empezar a escribir sí, pero para escribir bien no. Hay gente que nunca es capaz de hacerlo notablemente. Otros enseguida. Desde hace tiempo pienso que es un error tener prisa por publicar. Entiendo que haya prisa por escribir. Me parece hasta bello. Uno debe escribir cuando siente la necesidad de escribir, pero creo que ha de haber un intenso proceso de aprendizaje. Ahí es cuando uno no debe obstinarse en publicar. Hay que madurar. Hay que dejar pasar el tiempo entre lo que escribes y lo que publicas. Y en ese proceso es interesante depositar el texto en la nevera. Yo hubo una época en la que lo hice literalmente. Ese enfriamiento deja a la vista los errores, o los horrores, del texto. El tiempo pasa y las páginas se van pudriendo. Todo eso que se pudre es un síntoma de que está bien podrido y que por tanto hay que olvidarlo.
¿Por qué el tema principal de toda su obra es el fracaso?
La persona desde que se levanta hasta que se acuesta va pisando sueños rotos. A veces las cosas no te salen. Y ese no te sale es un fracaso. Pero un fracaso no es a menudo un fracaso, es decir, no constituye una derrota. Quizá sea simplemente un derrotero, que luego has de remontar para intentarlo de nuevo. Hablamos de una puerta cerrada que te obliga a tomar un cambio de dirección, y elegir esta vez un acierto. Los éxitos sólo llegan después de una suma continua de fracasos. El fracaso es uno de los grandes temas de la humanidad, y por tanto uno de los grandes temas de la literatura.
¿Dónde y cómo escribe?
En casa, habitualmente. A veces en la biblioteca, y tal vez porque está bastante cerca de casa. En días muy especiales, en una cafetería. La soledad se verifica en circunstancias muy extrañas, también cuando estás rodeado de gente. Tengo mucha disciplina, pero no un método disciplinado de trabajo. Puedo estar muchas horas trabajando, sin descanso, pero necesito mis interrupciones. Son sagradas. No sé estar veinte minutos seguidos tactactactac. Necesito romper esa dinámica. Si el texto y mis manos y cabeza parecen fluir, me pongo muy nervioso. Corto de raíz, me levanto, voy a la cocina, o al baño, aunque no tenga ganas, o miro el teléfono. A veces agarro el portátil y cambio de lugar de trabajo. De la silla me voy al sofá, o al suelo de la habitación de mi hija, si no está en casa. En verano puedo escribir incluso en la bañera. La comodidad también se verifica en circunstancias inexplicables. En fin, escribo y me detengo, escribo y me detengo. En resumen: escribo con gran disciplina, con intensidad, y con interrupciones constantes. A todas estas rupturas buscadas, por decirlo así, hay que añadir las naturales. El nacimiento de mi hija hace tres años y medio me rompió como escritor, en el sentido de que ella ocupó mis horas más prolíficas, obligándome a reinventar mis horarios de trabajo. Aprendí a escribir de madrugada. Me dio miedo el cambio, porque temí que quizá transformase también el estilo literario. Ahora empieza al fin a normalizarse de nuevo la situación. Lo que quiero decir es que en esta sensación de inestabilidad me siento cómodo, estable. En el fondo tiene sentido. Acabo de recordar aquello que decía Augusto Monterroso. ¿Dónde se encuentra más segura la mosca? Encima del matamoscas. En ese desequilibrio, bajo esa sensación de naufragio, es donde yo me siento a salvo. Así es como trabajo.
¿Y para usted es fácil el proceso creativo?
Fácil es mucho decir. Pero feliz, sí, completamente. Cuando dejo de escribir todo en mi vida va a peor. No digamos cuando acabo una novela, y tengo que dedicarme a promocionarla. Me identifico en estos momentos con aquello que decía Martin Amis de que hacer promoción de un libro es trabajar como empleado de un yo anterior.
¿Cómo podría explicar Salvaje oeste, su última novela, a alguien totalmente ajeno a lo que ha ocurrido en España en los últimos quince años?
Salvaje oeste narra un ciclo completo del poder. En ese sentido, vale para explicar lo que ha pasado en España, lo que pasó en otros países, y lo que pasará en el futuro en otros distintos, o en los mismos. Me refiero al hecho de hacerse con el poder, ampliar y abusar de él y, finalmente, como tercera parte, perderlo, que pasa a otras manos, y la vida comienza de nuevo. Ahora bien, los actores elegidos, las relaciones que entablan entre ellos, cómo disfrutan de su poder y las víctimas que causan, es lo que proporciona esa identidad tan española a la novela.
Durante la novela hace uso de la ironía como herramienta para complejizar los personajes. ¿Qué relación tiene usted con la ironía?
Es una relación familiar, como de padre a hijo, o de nieto a abuelo, o de antepasados muertos a vivos. Y vieja. No recuerdo vivir de otro modo que no sea contemplando el mundo con la distancia del humor, que en cada momento exige un tono. No soporto fácilmente la seriedad. Ni en los entierros. Ni en los entierros de los seres queridos, si me apura. El humor, y con él la ironía, es una cuestión de respiración, de aire puro, aunque eso sí, también de dosis. No se puede respirar todo el tiempo.
Usted ha insistido mucho en las entrevistas posteriores en que Salvaje oeste debe ser leído como el esplendor y el ocaso de algo. Su principal tema sigue siendo el fracaso, pero entendido como la nostalgia de algo pasado, aunque sea de un corrupto. ¿Por qué nos atrae tanto la caída?
La frustración es un material con el que nos vemos a diario. Casi constituye un hábitat. Hay que ir apartándola, como a cortinas o telas de araña. Está ahí, es difícil hacer como si no existiese o no te afectase. En una u otra medida todos sabemos qué significa que algo no resulte como queríamos. El fracaso nos incumbe uno a uno, mientras que el éxito quizá se reserva a muchos menos, a veces sólo unos pocos elegidos, que quizá tienen costumbre desde pequeños. “Cómo las cosas no salieron como pensabas” puede ser la primera frase de las memorias de todos nosotros, o la última. Todo lo que se tuerce diariamente tiene enorme impacto emocional, y lo que tiene impacto emocional lo tiene más tarde literario.
El periodo de esplendor de corrupción en España se caracteriza, muchas veces, por cosas inverosímiles. ¿Cómo se ha enfrentado en esta novela al problema de la verosimilitud?
Piense que Salvaje oeste no da cuenta de hasta qué punto la corrupción en España llegó lejos, sino en qué medida fue natural. O es, no quiero yo arriesgarme a hacer pensar a nadie que es cosa del pasado. Digamos que la novela huye de las complejas tramas corruptas, para centrarse en acciones o diálogos que las presuponen, así que se mantiene a salvo, o a distancia, de la exageración, las piruetas o los milagros, que son los que proyectan siempre la sombra de la inverosimilitud. Al final, sólo se trató de retirar los techos, y ver desde arriba cómo actúa el poder cuando no se sabe observado.
Una versión extendida de esta entrevista se publicará en El oficio del escritor, proyecto con el que un grupo de jóvenes interesados en la creación literaria se propone descubrir y analizar la manera en que diversos escritores hispanohablantes realizan su trabajo.
Imagen de portada: Elena Nuez, 2012