Uno escucha ciertas opiniones de sus conciudadanos y acaba por darse de topes contra la pared. Vaya: no es un secreto que en muchos mexicanos anida una multitud de prejuicios. Todos tenemos parientes, vecinos, conocidos, compañeros de trabajo o escuela (y me resisto a creer que amigos, porque la amistad no se sobrepone a ciertas cosas) que emiten opiniones que rayan (o caen de lleno) en el racismo, el clasismo, el sexismo o las fobias más irracionales. Sabemos eso y lo capoteamos como podemos. Lo que resulta asombroso es que esos sujetos intenten maquillar su vileza como virtud y quieran mostrarse como ciudadanos preocupados. Podría decirse que es su juego favorito, hacer pasar sus aviesas preocupaciones como congojas sinceras y nobles. A los antiabortistas, por ejemplo, que tanto incienso se queman como “defensores de la vida”, no les importan las chicas reales que mueren a consecuencia de los abortos clandestinos sino los bebés hipotéticos que no nacen. Y a los autodenominados nacionalistas, que de pronto brotaron como hongos en el país, no les importa en lo absoluto que miles de migrantes reales sufran experiencias espantosas a su paso por México: les aterran las inconveniencias que algunos imaginarios mexicanos podrían llegar a padecer (porque todo es paranoia, desde luego) por su cercanía. Digo esto porque lo tengo ante los ojos. Cometí el error de debatir en las redes con algunos sujetos que dicen oponerse al paso de la caravana de miles de migrantes centroamericanos que, hoy mismo, cruza nuestro país con rumbo a EU. Recibo, sí, algunas muestras tranquilizadoras de empatía (que, por suerte, en México no falta). Pero también, por decenas, ejemplos de prejuicio y, por qué no decirlo, de imbecilidad. Me argumentan, por ejemplo, cosas como: “Recibe a los migrantes en tu casa, a ver” (y respondo: un fenómeno migratorio no se atiende por una sola persona, es un tema de la sociedad en su conjunto). O “Van a quitarnos los trabajos” (pero la inmensa mayoría de los migrantes lo que quieren es llegar a EU, no quedarse con tu escritorio y tu quincena). O “Tenemos suficientes problemas sin ellos” (que es verdad, sí, pero ellos también son nuestro asunto por la sencilla razón de que son humanos). Y agregan, doctorales: “Ya les ofrecí trabajo y no quisieron” (claro, amigo, salieron de su casa para que les malpagues. ¿O les ibas a dar seguro y prestaciones? Ah). Después de que una señora me arroja la frase “Es cierto que matamos a muchos pero a otros los ayudamos” cierro el navegador y abandono el campo. “Son un problema de seguridad nacional” es lo último que leo. Y quisiera saber por qué. ¿Por qué los migrantes representarían “un problema de seguridad nacional” para México, tal y como aseguran esos repentinos “pensadores”? He allí un buen misterio. Estadísticamente, es más posible que uno de esos migrantes sea objeto de un crimen en nuestro país a que lo cometa. Sí: a los centroamericanos los acusan de robos y “faltas administrativas” en municipios de la frontera sur. En lugares como Tapachula, Chiapas, algunos empresarios han levantado la voz para exigir deportaciones y “mano dura”. Llaman “mareros” a todos los migrantes y confunden, interesada o torpemente, peras con manzanas. Porque no se trata de que todos y cada uno de los migrantes sean ángeles caídos del cielo. Se trata de que son humanos y de que sería de esperar que las autoridades y la gente de a pie en México les deparara ese trato y respetaran sus derechos elementales, entre los que se cuenta ser asistido en caso de necesidad. Y su necesidad es evidente y perentoria (basta salir a la calle para constatarlo). Hay un asunto más. Y muy serio. Un tema que debería quitarles incluso la risita de los labios a los que hacen chistes sobre los migrantes (y nadie menos que yo quiere perseguir la risa, pero a veces, como en ésta, resulta un poco idiota). Este asunto tiene dos patas: la violencia y la muerte. Muchos mexicanos crédulos, tontos o distraídos ignoran el tamaño de la masacre cotidiana de centroamericanos en nuestro país. Esa masacre que deja huellas por todos lados (cuerpos sin identificar, denuncias por miles, pero siempre minimizadas, de secuestros, torturas, violaciones, mutilaciones…) pero a la que, una y otra vez, las autoridades le echan tierra encima. Pero que es real: dolorosamente real. Una masacre por la que, mañana o algún día, estoy seguro, este país y sus habitantes vamos a tener que responder. A México nunca lo debilitó una ola migratoria. Recibimos miles de chinos, libaneses, judíos, españoles, argentinos, chilenos, uruguayos, gringos, italianos… Todos dejaron una impronta en nosotros. Y somos sus hijos y nietos o son, de menos, nuestros amigos y parientes. Abramos los ojos, por favor. Con los centroamericanos nos unen muchas más cosas que con cualquier otro: la historia, la lengua, las tradiciones. A mí me parece que sólo son formalmente extranjeros. Y que despreciarlos es una vergüenza inmensa, porque en el fondo, es despreciarnos también.
Imagen de portada: Fotografía de ProtoplasmaKid, en Wikimedia Commons. Personas migrantes revisando un mapa de México. Campamento temporal de Ciudad Deportiva, Magdalena Mixhuca, Ciudad de México, 2018.