Un lobo con orejas de cebra se exhibe en el Museo de Historia Natural de la Ciudad de México. Se trata de una pieza que Norma Jiménez, taxidermista encargada de la colección, trabajó cuando llegó al recinto. El lobo había perdido las cuatro patas y no encontraban por ningún lado las orejas, así que decidieron ponerle unas de cebra estilizadas con su propio pelo.
Otras piezas de esa pequeña colección salieron del taller de la familia López, uno de los negocios de taxidermia más antiguos de la ciudad, fundado en 1925 por el bisabuelo de Severiano López, actual dueño de El Arte Nacional. Casa López Taxidermistas. Dentro de los servicios que ofrece están el curtido de pieles, el disecado de animales, la taxidermia de mascotas, la de aves y la renta de piezas para producciones. En su sitio web hay tres formas de contacto; así que les mando un whatsapp para acordar una entrevista y recibo esta respuesta inmediata: “Ahorita no tenemos tiempo. Le pido una disculpa. Hasta luego”.
Don Severiano es un artista de la taxidermia y toda una celebridad: apenas unos meses antes apareció en la temporada dos del programa “Maestros Olvidados” del Canal Catorce, perteneciente al Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano.
Mientras veo el video, me voy quedando sin crónica. Debí haberle dicho que quería disecar mi canario. El bisabuelo de Severiano López Guzmán, Emilio López Gress, llegó a la capital desde Ciudad Sahagún (Hidalgo) a finales del siglo XIX para trabajar en la tenería de los señores Pardiñas. Su bisnieto cuenta que un día cayó en las manos de don Emilio un manual español de taxidermia. Ese libro, que no tiene claro cómo lo obtuvo, fue la semilla de El Arte Nacional. Tras estudiarlo con entrega, Emilio resolvió dedicarse enteramente al disecado de animales. Contrario a todo pronóstico, el negocio prosperó rápidamente: los trofeos de caza eran la principal entrada de dinero en ese momento. Y aunque don Emilio murió a los 35 años, su legado como taxidermista ya había sido heredado a su hijo, quien continuaría desarrollando la profesión.
La mayoría de los trabajos que Severiano realiza ahora son con mascotas, aunque hay algunos momentos cumbre de su carrera que seguramente nunca olvidará, como cuando le pidieron un montón de gallinas para la película Apocalypto (2006) de Mel Gibson, que pretendía retratar la civilización maya. Cuenta que cuando se las entregó, les informó que en esa época no existían las gallinas. Entonces los de la producción le pidieron que disecara guajolotes. Él, por supuesto, cobró ambos trabajos. El Arte Nacional también colaboró con el artista británico más rico del mundo, Damien Hirst, cuyas obras con animales disecados son un ícono del arte contemporáneo.
“La taxidermia es esperar”, dice Daniela Guzmán, que muestra su trabajo en Instagram. A diferencia de la mayoría de las personas que se dedican a este oficio en México, ella no proviene de un linaje de taxidermistas, sino que llegó a él después de sufrir una crisis vocacional. Su puerta de entrada a ese mundo fue la ilustración científica, pero los dibujos nunca fueron suficientes: “A mí lo que me interesaban eran los órganos, me gustan las tripas”, bromea. Intentó aprender el arte de disecar animales en México, pero se encontró con un gremio muy cerrado, muy familiar: un oficio de hombres que no comparten sus conocimientos. Entonces se fue a Argentina, donde aprendió algunos métodos antiguos que le sirvieron para iniciarse en esta práctica. Aunque, en realidad, Daniela es autodidacta: “lo que hice fue ponerme a estudiar imágenes de Instagram de muchos taxidermistas y buscar los materiales, herramientas y procesos que usaban”. A partir de esta investigación y del ejercicio constante de la taxidermia, fue perfeccionando sus métodos. Sin embargo, tardó en descubrir qué hacer con esos conocimientos.
Hace unos años, algo terrible le cambió vida: un amigo muy querido fue asesinado. “Después de ese evento comprendí la importancia de los ritos funerarios, de la despedida, pero también de tener una reliquia que te ligue a lo que una vez fue, como un hilo que te una con quien ya no está”. Daniela trabajaba solo con animales donados, principalmente de tiendas de mascotas que no consiguieron un hogar en vida. Entonces, antes de prepararlos, armar su esqueleto y curtir la piel, empezó a realizarles homenajes de despedida: así nació el proyecto fotográfico Ars Mortis, que retoma la fotografía post mortem, las imágenes de las monjas coronadas y la tradición funeraria del velorio del angelito. Ahora, Daniela trabaja principalmente con mascotas fallecidas:
La taxidermia de mascotas es lo más delicado y difícil, porque no es un venado que viste diez minutos en el bosque y luego lo cazaste. Las mascotas son tu familia: si el gesto, la postura o alguna otra cosa no está bien, pues ya no es quien era.
Las imágenes de Ars Mortis están llenas de ternura. No intentan recrear animales vivos, sino dar a entender que están muertos, que se les está despidiendo, que esa fotografía es un homenaje. “Hay belleza detrás de la muerte”, dice Daniela, que ayuda a muchas personas a despedirse de sus familiares no humanos.
Primero congela sus cuerpos, los fotografía y les saca una máscara mortuoria. Toma muchas medidas porque son la base para la reconstrucción. Hace una sola incisión, en la espalda o en el vientre, y los desuella completamente. La piel se limpia y se curte.
Mientras la piel está lista, ella hace una escultura para recrear cómo eran en vida, usa moldes de espuma o madera. Después la viste con la piel, “como si le pusiera una piyama”. Acomoda todos los rasgos y la deja secar antes de los retoques finales. El proceso de trabajo con un solo animal dura aproximadamente dos meses. Le pregunto qué sucede con las vísceras y el esqueleto restantes. Todo depende de la familia: a veces quieren incinerar por completo los restos, otras le permiten a Daniela quedarse con los huesos, que usa para su obra artística. En este caso, le da de comer los huesos con músculos a su colonia de larvas de derméstidos, escarabajos carnívoros que limpian los huesos sin dañarlos. El resto de los órganos termina incinerado.
En el número 9 de la calle Mar del Norte, colonia San Álvaro, alcaldía Azcapotzalco, una casa de la primera mitad del siglo XX, de techos altos y ventanas hacia la calle, alberga la amplia colección de animales de Estudio Zootaxidermia. En el negocio me recibe Salvador Medrano, uno de los hijos del fundador del taller. El salón es bastante oscuro y en él hay aproximadamente una veintena de animales entre osos —uno parado en dos patas, con el hocico abierto y en posición de ataque—, varios venados, un antílope, un lobo, un bisonte de la India, un tigre, un león bebé, un cacomixtle y un perro pug que corona la escena.
Llevamos apenas unos minutos de entrevista cuando alguien toca la puerta. Entra un señor que saluda con confianza y se acerca al oso de la derecha, lo acaricia con seguridad, como si fuera un perro que le está dando la bienvenida. “¿Y por este no han venido?”, pregunta. “No, este es de nosotros”, le dice Salvador antes de meterse a la casa. El señor me cuenta que hace más de tres décadas que conoce a los Medrano.
Estudio Zootaxidermia es un negocio familiar cuyos miembros han trabajado para zoológicos, criaderos, museos —como el Museo de Historia Natural—, escuelas y colecciones particulares. Tienen un catálogo con fotos de animales y cada vez que reciben un ejemplar, consultan la imagen para poder reconstruir con precisión la forma y los rasgos.
Tomamos clases de pintura en casas de arte o con maestros particulares; clases de escultura; clases de decoración para ver los colores, las luces, etcétera; aprendemos sobre el manejo de la piel. Digamos que en la taxidermia se juntan diversos saberes artísticos para crear tu pieza, además, es importante que tengas talento, por eso la taxidermia es una forma de arte.
Cada pieza que Salvador trabaja es única, aún así recuerda con especial cariño un encargo para una galería en Guadalajara, que se exhibiría en el marco de las celebraciones del bicentenario de la Independencia: un águila forrada con piel de serpiente, una metamorfosis del escudo nacional. “No existía un molde para esto —nos cuenta— la tuve que hacer desde cero”. Esa pieza fue un momento icónico de su carrera como taxidermista, que inició cuando tenía 13 años e iba al taller a ayudar a su papá.
La taxidermia es un trabajo que lo relaja, pero que también lo ha puesto en peligro. Una vez recibió un ejemplar para mantenimiento que había sido pintado con un barniz desconocido. Salvador removió el barniz y lavó el ejemplar, pero aun así la sustancia previa hizo reacción con los químicos que usa y liberó un gas tóxico que le irritó el sistema respiratorio.
Igual que Daniela, Salvador coincide en que el universo de la taxidermia ha ido cambiando; por ejemplo, ahora la difusión al respecto se centra mucho en su importancia para la cultura y la historia, tal es el caso de algunos programas que Estudio Zootaxidermia realizó en conjunto con National Geographic y Animal Planet.
Los nuevos acercamientos y objetivos de la taxidermia permiten que no sea un oficio en extinción, como se pensaba, sino un trabajo lleno de posibilidades exaltadas por el ingreso de las mujeres, los nuevos ritos funerarios que se perfilan y el boom sobre el tema en las redes sociales, aunque no hay que dejar de lado —en un mundo que está viendo muchas formas de vida extinguirse a pasos agigantados— la importancia de la conservación y la construcción de un archivo de la historia natural del planeta.
Un archivo que puede estar albergado en museos y centros educativos, no solo del primer mundo, sino de todas las regiones que tienen derecho a una historia natural construida éticamente, que deje de lado el sufrimiento y la violencia para elaborar su propio gran catálogo de la vida.
Imagen de portada: ©Daniela Guzmán, Funeral de Ágata, 2022. Cortesía de la artista