Migración: Diez años después y un reconocimiento a la perseverancia

Muerte / panóptico / Octubre de 2023

Claudia Amaro

Hace unas semanas, cuando llegaba a un evento donde recibiría un reconocimiento como emprendedora en mi comunidad de Wichita, Kansas, vi con sorpresa un gran rótulo con mi fotografía y la palabra PERSEVERANCIA. En ese instante me di cuenta de que exactamente diez años atrás me arrestaban en la frontera entre Nogales, México y la ciudad de Nogales en Estados Unidos, por formar parte de una desobediencia civil llamada Bring Them Home. Se trató de una campaña organizada por la NIYA (National Immigrant Youth Alliance), una coalición de grupos activistas que luchan desde hace años por los derechos de los inmigrantes en los Estados Unidos, especialmente por los Dreamers. Esta acción se llevó a cabo para llamar la atención sobre las injustas deportaciones y la separación de las familias.

​ Cada año, cuando llega esa fecha, recuerdo todo el camino que he recorrido. Mi padre fue asesinado en México a finales de la década de 1982 y mi madre, sola y con cuatro hijas, decidió migrar, con el sueño de sacarnos adelante y dejar atrás un doloroso pasado. Fue una etapa difícil para mí. Afortunadamente tenía doce años y no tardé en aprender inglés ni en acostumbrarme a la forma de vivir en ese nuevo país. Sin embargo, había un problema: nuestra visa de turista había vencido y ya no calificábamos para la última amnistía que el gobierno estadounidense otorgó a las personas migrantes. Yo quería ser periodista, pero ninguna institución educativa me aceptaba sin un documento de residencia legal en el país. Con el paso de los años nos mudamos a California, donde pude estudiar un curso de comunicaciones en una escuela privada. Después llegamos al que considero mi hogar, al estado de Kansas. Tenía dieciocho años. Mis hermanas y yo creamos un grupo de jóvenes en una iglesia local y ahí empecé a involucrarme en la comunidad. Nació en mí una devoción por la comunidad latina, que me parecía vulnerable, con necesidad de ayuda y de que se les mostrara cómo funcionan los sistemas en Estados Unidos. Muchos miembros de la comunidad eran víctimas de abuso ya que la información y los recursos legales y jurídicos en español escasean.

Campo, California, 2023. Fotografía de Greg Bulla. UnsplashCampo, California, 2023. Fotografía de Greg Bulla. Unsplash


El sueño americano convertido en pesadilla

A finales de los noventa conocí a mi esposo en Wichita. Nos casamos y en el año 2000 nació nuestro único hijo. Mi esposo tampoco tenía documentos; él llegó a Kansas en 1989, también siendo muy joven. Llevábamos una vida tranquila y feliz, pero la situación cambió para nosotros, los inmigrantes, después del 11 de septiembre de 2001. En Kansas, como en otros estados, endurecieron las leyes para los inmigrantes, entre ellas el acceso a licencias de conducir. Mi esposo fue arrestado a mediados de 2005: lo detuvo la policía mientras conducía a su trabajo. Como no traía licencia fue entregado a las autoridades migratorias. Ambos fuimos detenidos ese mismo día. Mi hijo se quedó esperándonos a la salida del preescolar, hasta que un familiar pasó a recogerlo.

​ Nunca en mi vida me imaginé estar en una celda. Creo que nadie está preparado para eso. Esa primera vez fue escalofriante. Logré salir al día siguiente con una fianza que pagó mi familia, pero el caso de mi esposo parecía más complicado y tardó más tiempo en ser liberado. Estuvimos litigando durante casi un año hasta que fue deportado a México en enero de 2006. Mi hijo y yo lo alcanzamos allá un mes después.


Una sociedad no preparada para la identidad bicultural

En 2006, el gobierno de turno en México no aceptaba nuestras identificaciones estadounidenses como documentos válidos. Los documentos mexicanos con fotografía más recientes que mi esposo y yo teníamos eran apenas los de la secundaria, con nuestras fotos de cuando éramos adolescentes. Así estuvimos casi un año: indocumentados en nuestro propio país. Fue un tiempo muy difícil. En mi experiencia, a México le gusta atender y servir a los extranjeros, pero no perdonan a los mexicanos o sus descendientes que regresan. Mi hijo sufrió mucho acoso escolar por haber nacido en Estados Unidos y nos enfrentamos a un elitismo muy marcado. Además, la violencia derramaba cada día más y más sangre en el país. Nos tocó vivirla en carne propia: una noche de 2012, dos policías secuestraron a mi esposo. Fue una noche muy larga. A cambio de dinero, lo liberaron a las afueras de la ciudad esa misma noche.

​ La experiencia del secuestro de mi esposo y el acoso escolar que sufrió mi hijo, entre otras cosas, me hicieron ansiar volver a lo que considero mi hogar. En ese momento enfrenté una lucha conmigo misma por definir mi identidad, pues amo ser mexicana pero simplemente yo ya no encajaba en la sociedad mexicana. No sé si las sociedades monoculturales de los dos países no estaban preparadas para el surgimiento de una nueva identidad bicultural, o si yo me había convertido en un Frankenstein con partes de aquí y de allá. Sentía que estaba en una isla, que ya no era aceptada por ninguna de las dos culturas que influyeron en mí. Si volteaba hacia atrás no había un pasado y si trataba de ver hacia adelante no veía futuro. Ahí inició mi búsqueda afanosa por volver a casa, para estar cerca de mi mamá, de mis hermanas y por recuperar la vida que había dejado en Kansas.


El camino de regreso a casa

En el verano de 2013 impartía clases en la Universidad Autónoma de La Laguna. Los fines de semana me la pasaba frente a mi computadora, escribiendo y compartiendo mis experiencias y reflexiones con otras personas que buscaban lo mismo que yo: encontrar la manera de regresar de una manera legal.

​ Una tarde, cuando regresaba de la Universidad, recibí la llamada que cambio mi vida y la de mi familia. Uno de los líderes de NIYA me invitó a participar en un acto de desobediencia civil en la frontera. Conocían mi historia por medio de los grupos en las redes sociales donde yo participaba con frecuencia. Un grupo de jóvenes ya estaba en la frontera preparándose para la acción cuando me llamaron, así que solo tuve unas horas para decidir. Irme a la frontera de Nogales sin conocer a nadie parecía una locura, pero también era la única opción que tenía para regresar a casa.

​ Esa noche lo platiqué con mi esposo. Decidimos que iríamos nuestro hijo y yo y él nos alcanzaría después. Al día siguiente salí con una mochila, y acompañada de mi hijo. Las horas del viaje parecían eternas. Yo no sabía muchos detalles sobre la desobediencia civil, solo que estaríamos asesorados por abogados y que era incierto cuánto tiempo permaneceríamos detenidos.

​ No pude pegar el ojo durante la noche previa a la mañana del 22 de julio de 2013. Estábamos listos desde temprano para la conferencia de prensa antes de la acción que me regresaría a casa. Éramos ocho personas, hasta ese entonces desconocidas entre nosotras, que crecimos en Estados Unidos y que por diversas circunstancias habíamos salido del país y ahora buscábamos regresar a casa. Nos tocaba usar nuestras voces para denunciar la injusticia de la separación de familias provocada por las deportaciones.Después de la conferencia de prensa, marchamos por las calles de Nogales, Sonora; ocho personas vestidas con nuestros atuendos de graduación, un símbolo del movimiento de los Dreamers.

​ Decenas de personas marchaban junto a nosotros, gritando y cantando frases de apoyo. Al otro lado de la valla de alambre, dentro de los Estados Unidos, había otro grupo de personas apoyándonos y sosteniendo carteles con nuestros nombres. Fue una sensación indescriptible de amor, de fortaleza, de justicia.

​ Al momento de presentarnos ante las autoridades migratorias en la garita, yo fui la primera del grupo en pasar. Una vez dentro, se unió a nosotros un noveno Dreamer que, al enterarse de nuestra acción por las noticias, acudió a entregarse solo a las autoridades fronterizas. A partir de ese momento la prensa nos llamó The Dream 9. Esa misma noche los nueve fuimos transportados a un centro de detención a 140 millas de la frontera; al día siguiente nos llevaron al Centro de Detención de Eloy, en Arizona, donde permaneceríamos durante el resto del tiempo.

​ Fueron un total de diecisiete días. Las demás personas bajo custodia tenían prohibido hablar con nosotros. Tenían miedo, pero estaban impactados por lo que escuchaban en las noticias. Nos pasaban servilletas por debajo de la mesa durante las comidas con notas de apoyo o pidiendo ayuda. Cuando escucharon por las noticias que nuestro grupo de mujeres se había declarado en huelga de hambre, al menos otras setenta mujeres detenidas se unieron en solidaridad con nuestra acción. La experiencia vivida dentro del centro de detención aún me causa sentimientos encontrados. Fueron días difíciles, llenos de angustia e incertidumbre. Al mismo tiempo, fueron días en los que experimenté los límites del amor y la solidaridad humana al escuchar las historias de otras mujeres retenidas ahí.

Tecate, Baja California, 2021. Fotografía de Greg Bulla. UnsplashTecate, Baja California, 2021. Fotografía de Greg Bulla. Unsplash

​ Una vez que salí, empezó mi lucha por traer a mi esposo a casa. El 22 de septiembre de 2013 mi esposo se entregó a las autoridades fronterizas acompañado de un equipo legal. Al igual que yo, fue transportado a Eloy Arizona, solo que esta vez tuvimos que esperar dos años y tres meses para que recuperara su libertad. En diciembre de 2015, un par de días antes de Nochebuena, él fue nuestro regalo de Navidad. Después de una larga lucha legal, salió bajo fianza y pudo regresar a nuestro hogar en Kansas.

​ Es trillado decir que el sistema migratorio de Estados Unidos está roto, pero sí lo está. Ya son diez años desde Bring Them Home, aquella acción de The Dream 9, y aún no hay señales de una reforma migratoria y ni mi esposo ni yo hemos podido conseguir estabilidad legal en este país. Nos tomó casi diez años recuperar apenas un poco de lo material que perdimos en aquel lejano 2006 con la deportación de mi esposo. Ambos hemos obtenido el prestigio, el respeto y el cariño de una comunidad, pero no hemos podido conquistar al sistema migratorio de este Estados Unidos, que nos sigue negando la oportunidad de vivir con la tranquilidad de no repetir la pesadilla de una deportación. Mientras tanto, seguiremos viviendo en la perseverancia hasta que las legislaciones de este país entiendan que la mayoría de los migrantes venimos a sumar y no a quitarle nada a nadie.

Imagen de portada: Tecate, Baja California, 2021. Fotografía de Greg Bulla. Unsplash