Capitalismo: ¿el principio del fin?

Extinción / dossier / Noviembre de 2017

Wolfgang Streeck

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El neoliberalismo llegó con la globalización, o la globalización con el neoliberalismo; así fue como empezó el gran retroceso.1 En los años setenta el capital de las sociedades industriales reconstruidas empezó a liberarse de la servidumbre nacional en la que se había visto obligado a pasar las décadas posteriores a 1945.2 Llegó la hora de despedirse de los mercados laborales desolados, de la productividad estancada, los beneficios en descenso y las exigencias cada vez mayores de unos sindicatos sometidos a un capitalismo ya maduro administrado por el Estado. El camino hacia el futuro, hacia la nueva expansión que desea todo capital, llevada hacia fuera: al mundo por suerte aún no regulado de una economía global sin fronteras en la que los mercados ya no se enmarcan en Estados, sino los Estados en mercados.

Massun 1 Nadja Massun, Campesina, Szék, Transilvania, 2011

El giro neoliberal nació bajo el signo de una nueva diosa llamada TINA: There Is No Alternative. Entre su larga hilera de sacerdotisas y sacerdotes figuran desde Margaret Thatcher hasta Angela Merkel, pasando por Tony Blair. Quien quisiera servir a TINA, arrullado por los solemnes cánticos de economistas del mundo entero, debía reconocer la llegada del capital al mundo como una necesidad tan inevitable como beneficiosa y contribuir enérgicamente a apartar de su camino todos los obstáculos que le salieran al paso. Había que identificar y eliminar prácticas paganas como los controles de capital, las ayudas estatales y similares; que nadie escapase de la competencia global y buscara amparo en protecciones nacionales, fueran las que fuesen. Los tratados de libre comercio abrirían mercados y los protegerían de la injerencia estatal; los gobiernos nacionales serían sustituidos por una global governance, la defensa de la comodificación sería relevada por la posibilitación de la comodificación, y el Estado social daría paso al Estado competitivo de una nueva era de racionalización capitalista.3 A finales de los años ochenta, el neoliberalismo ya era la pensée unique, tanto en la centroderecha como en la centroizquierda. Las cuestiones políticas pendientes se dieron por zanjadas. Ahora todo giraba en torno a las reformas necesarias para incrementar la competitividad nacional, a decir verdad en todas partes se oía la misma cantinela: mercados laborales más flexibles, mejora de los incentivos (positivo en el extremo superior de la distribución de la riqueza, negativo en el inferior), privatización, marketización como arma para competir en la localización y la reducción de costes y como prueba de resistencia moral. Las luchas por la redistribución fueron sustituidas por la búsqueda tecnocrática de lo necesario económicamente y lo únicamente posible al mismo tiempo; instituciones, políticas y modos de vida tendrían que adaptarse a ello. Todo esto vino acompañado de una involución de los partidos políticos —su retirada como “partidos cártel”4 en el aparato estatal—, en vista del descenso del número de afiliados y de la baja participación electoral, desproporcionada en el extremo inferior de la sociedad. A esta corriente, que dio comienzo en los años ochenta, se vino a sumar la pérdida de importancia de las organizaciones sindicales, además de un descenso dramático de la actividad huelguística a escala mundial: en suma, dicho de otra manera, una desmovilización en el frente más amplio de todo el aparato de participación y redistribución democráticas de la posguerra, situación que de forma lenta, pero tanto más segura, acabó siendo la norma.

Massun 2 Nadja Massun, La familia del músico, Palatca, Transilvania, 2013

La revolución neoliberal como proceso de regresión institucional y política inauguró una nueva era de política postfáctica.5 Esto acabó siendo necesario porque la globalización neoliberal estaba muy lejos de proporcionar a todo el mundo el bienestar prometido.6 A la inflación de los años setenta y el paro resultante a su duro término siguieron el endeudamiento público de los ochenta y el saneamiento de las arcas del Estado mediante reformas sociopolíticas en los noventa. A modo de compensación, después se ofrecieron generosas posibilidades para que los hogares tuvieran acceso a los créditos y se endeudaran. Al mismo tiempo, el crecimiento disminuyó, aunque, o porque, la desigualdad y el endeudamiento no paraban de aumentar: nada de trickle­-down, sino el más vulgar trickle-­up: la creciente desigualdad de los ingresos entre individuos, familias, regiones y, en la Unión Económica y Monetaria Europea, naciones. La prometida sociedad de la economía de servicios y el conocimiento resultó ser mucho más reducida que la sociedad industrial, que desaparecía deprisa, de manera que el número de quienes ya no eran necesarios, de la población sobrante del imparable capitalismo aumentaba sin parar: indefensos y sin comprender nada, expuestos a la transformación del Estado fiscal en un Estado deudor y después en un Estado de consolidación, así como a las crisis económicas y las operaciones de rescate estatales que siguieron y a su resultado, se vieron en una situación cada vez peor.7 La global governance no sirvió de nada, como tampoco lo hizo una estatalidad democrática nacional desacoplada de la economía capitalista por su causa. Para que esto no se convirtiera en una amenaza para el mundo feliz de la globalización hicieron falta métodos mejorados para alcanzar el consenso y desorganizar la resistencia y, en efecto, las técnicas que se desarrollaron para tal fin fueron en un principio de lo más efectivas.

Moralización, desmoralización y el regreso de los reprimidos

Si algo caracteriza la situación intelectual del momento es una nueva división cultural que se ha instalado en las democracias capitalistas sin previo aviso. Estructuralmente hunde sus raíces en un descontento con la globalización que se percibe desde hace tiempo en vista del creciente número de perdedores de la globalización, un proceso que alcanzó su umbral crítico en los años que siguieron a la crisis económica de 2008, en el que la cantidad de consternación se tradujo en la calidad de las protestas abiertas. El hecho de que esto tardara tanto en llegar también se debió a que quienes antes hablaban en favor de los afectados se sumaron al club de fans de la globalización a lo mucho en los años noventa. En un primer momento todo el que vivía la globalización como un problema en lugar de una solución se vio sin nadie que lo defendiera. El boom de la globalización favoreció el establecimiento de una industria de la conciencia de corte cosmopolita, que vio sus posibilidades de crecimiento en dotar al expansionismo de los mercados capitalistas con los valores libertarios de la revolución social de los años sesenta y setenta, así como con su utópica promesa de liberar al ser humano.8 Para ello fusionó la pensée unique tecnocrática del neoliberalismo con el juste milieu moral de una comunidad discursiva internacional. La soberanía aérea sobre las mesas de los seminarios sirve hoy en día de base de operaciones en una lucha cultural muy particular, en la que la moralización de un capitalismo en expansión global va acompañada de la desmoralización de quienes opinan que sus intereses se ven perjudicados por él. Tras décadas de disminución, la participación electoral en las democracias occidentales ha vuelto a aumentar recientemente, sobre todo entre las clases más bajas. Sin embargo, el redescubrimiento de la democracia como correctivo político favorece exclusivamente a partidos y movimientos de nuevo cuño, cuya aparición causa revuelo en los sistemas políticos nacionales. Por ello los partidos tradicionales, hermanados y fundidos desde hace tiempo con el aparato estatal, y sus expertos en relaciones públicas los consideran un peligro mortal para la democracia y los combaten. La noción que se ha introducido en esta lucha, incorporándose en muy poco tiempo al vocabulario postfáctico, es la del populismo, un arma que utilizan corrientes y organizaciones tanto de derecha como de izquierda, que rechazan la lógica TINA de política responsable en un mundo de globalización neoliberal.

Massun 3 Nadja Massun, sin título, Negreni, Transilvania, 2016

La noción de populismo tiene una larga historia, que se remonta a la Progressive Era que vivió Estados Unidos en los años veinte y al Partido Progresista de Robert M. La Follette (1855-1925; candidato a la presidencia en 1924). Más adelante el populismo pasó a ser una denominación más bien neutra de la ideología de todos los movimientos políticos, sobre todo latinoamericanos, que se consideraban el pueblo frente a una élite tan autoproclamada como autoenriquecida.9 Desde hace unos años, los partidos y los medios del internacionalismo liberal del mundo entero emplean el populismo como polémico concepto genérico de la nueva oposición, que exige alternativas nacionales a una internacionalización que ha demostrado carecer de alternativas. La clásica idea del populismo como una nación que en los conflictos políticos se constituye en una fuerza unida para expulsar del poder a una minoría económicamente poderosa y culturalmente arrogante, hostil a la gente corriente tenía connotaciones tanto izquierdistas como derechistas, lo cual ha facilitado la adopción de dicho término por parte de quienes creen en la globalización porque les permite evitar distinciones y meter en el mismo saco a Trump y Sanders, a Farage y Corbyn o, en Alemania, a Petry y Wagen­knecht.10 La brecha que se abre entre quienes denominan a los otros populistas y quienes son denominados así por ellos constituye hoy en día la línea de conflicto político dominante en las sociedades en crisis del capitalismo económico. El tema en torno al que gira es nada menos que la relación existente entre el capitalismo global y el sistema estatal. Nada polariza tanto las sociedades capitalistas actuales como los debates sobre la necesidad y la legitimidad de la política nacional, en los cuales intereses e identidades se funden y dan lugar a declaraciones hostiles mutuas cuya intensidad no se vivía desde el final de la Guerra Fría. En las guerras de religión resultantes, que podrían degenerar en cualquier momento en campañas de destrucción moral, se ven afectados los estratos profundos más sensibles de la identidad social e individual, en los que se toman decisiones sobre respeto y desprecio, inclusión y exclusión, reconocimiento y excomunión.11 La política de la internacionalización se caracteriza por la unidad con la que responden las élites —denominadas así despectivamente por los populistas y favorablemente por ellas mismas— a los nuevos partidos. En el lenguaje internacionalista normal, el populismo se trata sobre todo como un problema cognitivo: sus adeptos son personas que reclaman soluciones fáciles porque no entienden las soluciones complejas, que en realidad son las que hacen falta (como las que ofrecen infatigable y eficazmente las experimentadas fuerzas del internacionalismo), y sus representantes son cínicos que prometen a la gente las ansiadas soluciones fáciles, aunque, como es sabido, no existe una alternativa a las complejas soluciones de los tecnócratas. De este modo, la aparición de los nuevos partidos se puede explicar como una gran regresión entre la gente corriente, manifestada como una falta de formación y respeto por los intelectuales. Esto puede ir acompañado de discursos sobre la conveniencia de suprimir referéndums o la cesión de decisiones políticas a expertos y autoridades no políticos. En el día a día, se deriva una pérdida moral y cultural de los partidos antiglobalización y sus miembros. A la declaración de inmadurez cognitiva sigue la denuncia moral que exige una política nacional renovada que ofrezca protección contra los riesgos y los efectos secundarios de la internacionalización; el correspondiente grito de guerra, que debería despertar recuerdos de violencia y de racismo, se llama etnonacionalismo. Los etnonacionalistas no pueden hacer frente a las exigencias morales de la globalización ni a las económicas —la competencia global—; sus miedos y sus preocupaciones, según la versión oficial, han de ser tomados en serio, pero sólo dentro del marco del trabajo social. La protesta contra la degradación material y moral se halla bajo sospecha de fascismo, especialmente ahora que los que defendían las clases plebeyas se han pasado al grupo de la globalización, y para articular una protesta contra la presión de la modernización capitalista, su antigua clientela sólo dispone de la materia prima lingüística sin tratar de sus experiencias de privación cotidianas previas a la política. Así pues, continuamente se cometen vulneraciones de las normas de un lenguaje público civilizado, que a su vez pueden ser motivo tanto de indignación arriba como de movilización abajo. Al mismo tiempo, los perdedores de la internacionalización y quienes la niegan eluden la censura moral saliéndose de los medios públicos y entrando en los medios sociales. De este modo se pueden servir de las más globalizadas de todas las infraestructuras para construir círculos de comunicación propios, en los que no tengan que temer que otras élites los tilden de retrasados cultural y moralmente.12

Interregno

¿Qué se puede esperar ahora? El desmantelamiento de la maquinaria Clinton por parte de Trump, el Brexit y los descalabros de Hollande y Renzi, todo ello sucedido en el mismo año, marcan el inicio de una nueva fase en la crisis del sistema público capitalista devenido en neoliberal. Para esta fase, Antonio Gramsci propone el término interregno:13 una época de duración indeterminada en la que un antiguo orden se ha desmoronado pero todavía no puede surgir uno nuevo. El antiguo orden era el mundo del capitalismo globalizado, que se desmoronó en 2016 tras la arremetida de los bárbaros populistas, cuyos gobiernos neutralizaron sus democracias nacionales postdemocráticamente para no perder el tren de la expansión global del capitalismo, prometiendo que exigirían intervenciones igualitarias democráticas en mercados capitalistas con vistas a una futura democracia global. Cómo será ese nuevo orden que está por crear es una pregunta abierta, como es inherente a un interregno. Hasta que cobre vida, en opinión de Gramsci, habrá que contar con la aparición de “fenómenos patológicos de muy diversa índole”. Un interregno, en el sentido en que él utiliza la palabra, designa un periodo de incertidumbre extrema en el que las relaciones de causa y efecto habituales no son de aplicación y en cualquier momento puede suceder algo inesperado, peligroso, que se salga de lo corriente para caer en lo grotesco, en parte porque líneas de desarrollo dispares discurren paralelas de manera irreconciliable, de manera que siempre surgen configuraciones inestables y aparecen cadenas de acontecimientos sorprendentes en lugar de estructuras previsibles. Una de las causas de esta nueva imprevisibilidad es que, tras la revolución populista, las clases políticas del capitalismo neoliberal se han visto obligadas a volver a escuchar más a sus ciudadanos. Después de décadas de una sequía institucional favorable a la globalización, la democracia nacional vuelve a utilizarse una vez más como un canal para expresar insatisfacción desde abajo. Los tiempos del desmantelamiento sistemático de las líneas de defensa nacional en vista de la presión racionalizadora de los mercados internacionales han terminado. Tras la victoria de Trump, ha quedado descartado que en el Reino Unido se celebre un segundo referéndum sobre el Brexit, como es habitual en la UE: permitimos que se vote hasta obtener el resultado deseado. Un nuevo electorado no aceptará necesidades económicas inevitables carentes de alternativa, ni tampoco afirmaciones sobre la imposibilidad de aplicar controles aduaneros. Aquellos partidos que hayan apostado por la responsibility tendrán que aprender de nuevo lo que significa responsiveness,14 o se verán obligados a hacer sitio a otros partidos.

Massun 4 Nadja Massun, sin título, Negreni, Transilvania, 2016

La retórica de la one nation de la nueva primera ministra británica demuestra que esto no ha pasado inadvertido a al menos parte de la dirección política. Ya en su primer discurso como líder del partido, el 11 de julio de 2016, se formularon desafíos que no se oían desde los años ochenta, ni siquiera desde el Partido Laborista: luchar contra la desigualdad, un sistema fiscal más justo para las rentas más elevadas, una mejora del sistema educativo, la participación de los trabajadores en las empresas, la protección de los puestos de trabajo británicos para evitar la deslocalización, todo ello junto con un control de la emigración. Que la salida de la UE haya recordado al menos a los políticos británicos que su primera responsabilidad es su electorado es algo que también refleja el discurso que May pronunció ante el congreso anual de la patronal de empresarios Confederación de la Industria Británica, en noviembre de 2016, en el que explicó que el voto favorable al Brexit respondía a la necesidad de “un nuevo enfoque que permita que todo el mundo se beneficie del crecimiento económico”.15 El programa neoproteccionista de May plantea a la izquierda socialdemócrata preguntas incómodas. Si intentara cumplir sus promesas en lo relativo a política industrial y fiscal, Trump también podría ser un problema para la izquierda, y en efecto, el avispado Bernie Sanders ya le ha ofrecido en repetidas ocasiones su respaldo, tanto para sanear antiguas regiones industriales cada vez más deprimidas en los ocho años de gobierno de Obama, como para implantar un programa keynesiano diseñado para reconstruir la infraestructura nacional. El necesario endeudamiento que esto traerá consigo, sobre todo si al mismo tiempo se implantan las prometidas reducciones de impuestos, respondería a los modelos neokeynesianos, que favorecen desde hace tiempo políticos y economistas de la izquierda moderada (el “fin de la austeridad”). Dada la resistencia del resto de la fracción del Tea Party, es posible que estas medidas sólo consigan la aprobación del Congreso con la ayuda de los demócratas. Algo similar se podría decir de la idea de Trump de recurrir al “helicóptero del dinero”, para lo cual tendría que contar con el beneplácito del Banco Central. Sin embargo, una política postglobalista, neoproteccionista como la que tienen en mente Trump y May, y es posible que quizá dentro de poco Le Pen o Hamon, tampoco podrá garantizar un crecimiento estable, más y mejores puestos de trabajo, una reducción de la deuda pública y privada y la confianza en el dinero. El capitalismo en crisis financializado de la actualidad no se puede gestionar desde abajo a escala nacional ni desde arriba a escala internacional: pende de los hilos de seda de una política monetaria poco convencional, que intenta manifiestamente en vano generar algo similar al crecimiento con nuevo efectivo, tipos de interés negativos y una expansión monetaria aventurada, ocasionada por la compra de bonos por parte de los bancos centrales. Las reformas estructurales neoliberales complementarias, que a juicio de los expertos también serían necesarias, se han quedado atascadas en aquellos países en los que quizá pudieran conseguir algo, debido a la resistencia de la población a la globalización del estilo de vida que les han sido impuestas. Al mismo tiempo aumenta la desigualdad económica, en parte porque sindicatos y gobiernos han perdido su poder o lo han cedido a los mercados globales. La destrucción irreversible de instituciones nacionales capaces de llevar a cabo una redistribución económica y la resultante dependencia excesiva de la política monetaria y del Banco Central como política económica de última instancia han hecho que el capitalismo sea ingobernable, ya sea mediante métodos populistas o tecnocráticos. Los conflictos en la política interior también se pueden apreciar en la simbología cultural. ¿Requerirá la revalorización de la población nacional que exigen los populistas una devaluación de la población inmigrante en el más amplio sentido de la palabra? y ¿logrará la izquierda rendir un tributo cultural creíble a quienes han despertado de su apatía? Se han intercambiado demasiadas palabras agrias, eso sin tener en cuenta que una reconciliación podría enojar a los aburguesados partidarios de la clase media cosmopolita. Y en caso de sufrir fracasos económicos, también Trump, May y otros se sentirían tentados a poner en marcha campañas de distracción más o menos sutiles contra minorías étnicas y de otra índole. La consecuencia sería el levantamiento tanto de los decentes como de los no decentes. Por lo pronto, en el terreno internacional la cosa podría ser menos dramática. Los nuevos proteccionistas nacionales, a diferencia de Obama, Blair, Clinton, incluso Sarkozy, Hollande y Cameron, quizás hasta Merkel como “última defensora del mundo libre occiden­tal”,16 en el ámbito internacional no tienen la menor ambición de defender una política sensible a los derechos humanos, ni con respecto a China y Rusia ni, por lo que se puede ver, en África y Oriente Próximo. Es posible que aquel al que le gusten las intervenciones humanitarias en el más amplio sentido de la palabra lo lamente. En cualquier caso, con posterioridad al 11S, la falta de aprecio por parte de Rusia con colectivos como Pussy Riot no despertará ningún impulso misionero en gobiernos volcados en la política interior. En Estados Unidos Victoria Nuland (“Fuck the UE”) no ha acabado siendo ministra de Exteriores, y el grupo que defiende los derechos humanos en el Departamento de Estado ha vuelto a sus puestos universitarios. Con ello, los planes de admitir a Ucrania en la UE y la OTAN y de ese modo privar a Rusia de sus puertos en el Mar Negro también son agua pasada, al igual que proyectos de cambios de regímenes gubernamentales en países como Siria. La tentativa de Estados Unidos de recurrir a la Rusia postsoviética para iniciar una nueva Guerra Fría será agua pasada. Sin embargo, el lugar de Rusia podría ocuparlo China, dado que el presidente electo Trump habrá de convencerla de que renuncie a participaciones de mercado en Estados Unidos y, pese a todo, siga adquiriendo y manteniendo pagarés del Tesoro americano. En el contexto escasamente estructurado de este interregno, con sus instituciones disfuncionales y sus cadenas de causa y efecto caóticas, los populistas, que ganan terreno en los aparatos de poder estatales, constituyen una fuente de incertidumbre adicional. El comienzo del interregno se revela como un momento bonapartista: todo es posible, pero nada tiene consecuencias, menos aún las deseadas, porque en la revolución neoliberal la sociedad es una vez más “un saco de patatas”.17 Los nuevos proteccionistas no acabarán con la crisis del capitalismo, pero volverán a poner en juego la política y la traerán eficazmente a la memoria de las clases media y baja, que son las perdedoras de la globalización. Tampoco la izquierda, o lo que ha sido de ella, sabe cómo podría ser la transición del capitalismo actual, que se ha tornado ingobernable, a un futuro más ordenado, menos amenazado y amenazador: véanse Hollande, Renzi, Clinton. Pero si quiere volver a ser relevante, tendrá que aprender algunas lecciones del fracaso de la global governance y la política identitaria. Como, por ejemplo, que no se puede abandonar a su suerte por motivos estéticos a esos marginados de la autodenominada sociedad del conocimiento y, de ese modo, entregárselos a la derecha; como que el cosmopolitismo a costa de la gente corriente a la larga no se puede imponer ni siquiera con amenazas neoliberales y como que la nación sólo se puede abrir con sus ciudadanos, y no en contra de ellos. En relación con Europa esto significa: todo el que busque demasiada integración cosechará conflicto y acabará con menos integración. El identitarismo cosmopolita de los dirigentes de la era neoliberal, que en parte se deriva del universalismo izquierdista, surge como reacción a un identitarismo nacional, mientras que medidas de reeducación antinacional dictadas desde arriba dan lugar a un nacionalismo antielitista que nace de abajo. Quien somete a una sociedad a la presión de la desintegración económica o moral cosecha resistencia por parte de los tradicionalistas, porque aquel que se ve expuesto a las incertidumbres de mercados internacionales cuyo control le ha sido prometido desde hace demasiado tiempo y no le ha sido dado prefiere el pájaro en mano de una democracia nacional a los cientos volando de una sociedad global democrática.

Fragmentos de “El regreso de los reprimidos como principio del fin del capitalismo neoliberal”, incluido en El gran retro­ceso, Seix Barral, Barcelona, 2017, pp. 287-308. © del texto, Wolfgang Streeck, 2017. © por la traducción, María José Díez Pérez, 2017.
Imagen de portada: Nadja Massun, Conversación, Negreni, Transilvania, 2016.

  1. Como se verá aún con más claridad más adelante, utilizo conceptos como éste, que en un breve espacio de tiempo han pasado a formar parte del repertorio habitual de la retórica política, a contrapelo. 

  2. Wolfgang Streeck, Comprando tiempo. La crisis pospuesta del capitalismo democrático, Katz Editores, Madrid, 2016. 

  3. Wolfgang Streeck, “Industrielle Beziehungen in einer internationalisierten Wirtschaft”, Politik der Globalisierung, Ulrich Beck, Suhrkamp, Frankfurt, 1998. 

  4. Peter Mair y Richard S. Katz, “Changing Models of Party Organization and Party Democracy. The Emergence of the Cartel Party”, Party Politics, 1, 1 (1995). 

  5. Como se verá aún con más claridad más adelante, utilizo conceptos como éste, que en un breve espacio de tiempo han pasado a formar parte del repertorio habitual de la retórica política, a contrapelo. 

  6. Streeck, Comprando tiempo

  7. Oliver Nachtwey, Die Abstiegsgesellschaft. Über das Aufbegehren in der regressiven Moderne, Suhrkamp, Berlín, 2016. 

  8. Una faceta de la cooptación del movimiento de 1968 por parte de un capitalismo que se adapta a una sociedad transformada que describen Ève Chiapello y Luk Boltanski en El nuevo espíritu del capitalismo, Akal, Madrid, 2002. 

  9. Ernesto Laclau, La razón populista, Fondo de Cultura Económica, México, 2005; Chantal Mouffe, Política agonística en un mundo multipolar, CIDOB, Barcelona, 2010. 

  10. Los populistas pagan con la misma moneda y califican a todos los representantes de la doctrina TINA, sean cuales fueren sus orígenes, de élite de la globalización unitaria indistinguible. 

  11. Resulta interesante la dimensión internacional del conflicto. La Internacional de los internacionalistas advierte de una Internacional de los nacionalistas, que considera necesario luchar conjuntamente en nombre de la democracia, y viceversa. De cuando en cuando, también se habla de una Internacional autoritaria, que la Internacional (neo)liberal ha de combatir tanto en política interior como exterior. (De este modo, nacionalismo y autoritarismo se equiparan.) En realidad, se pronuncian con frecuencia sobre Rusia los dirigentes de partidos populistas europeos, pero también Trump y el futuro dictador de Turquía. 

  12. En Alemania, la AfD, Alternativa para Alemania, tiene más seguidores en Facebook que cualquier otro partido. 

  13. Wolfgang Streeck, How Will Capitalism End?, Verso, Londres, 2016. 

  14. Peter Mair, “Representative versus Responsible Government”, MPIfG Working Paper, 09/8 (septiembre de 2009), www.mpi fg.de/pu/workpap/wp09-8.pdf 

  15. N. N., “May will niedrigste Unternehmenssteuern der G20”, Frankfurter Allgemeine Zeitung, 21 de noviembre de 2016, www.faz.net/aktuell/wirtschaft/wirtschaftspolitik/theresa-may-will-niedrigs te-unternehmenssteuern-der-g20-14537468.html 

  16. Alison Smale/Steven Erlanger, “As Obama Exits World Stage, Angela Merkel May Be the Liberal West’s Last Defender”, The New York Times, 12 de noviembre de 2016, www.nytimes.com/2016/11/13/ world/europe/germany-merkel-trump-election.html 

  17. Karl Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte, Fundación Federico Engels, Madrid, 2015.