Primero quisiera preguntarte algo de ámbito más general y tiene que ver con la idea de pesimismo. Disculpa que empiece con un gesto tan petulante como referirme a Cioran pero me parece relevante. En una entrevista lo escuché decir que él creía que el pesimismo era una noción usada casi siempre de manera errónea para vincularla con una postura denotativa de la realidad, cuando él pensaba que los pesimistas, desde cierta perspectiva, eran individuos que pensaban que la realidad podía ofrecer algo mejor y por ende merecía ser criticada en su desplante de insuficiencia. Me gustaría mucho conocer tu opinión sobre el pesimismo en general y la referida postura de Cioran.
Lo primero que tenemos que preguntarnos es si el pesimismo es una actitud elegida o una forma integral de enfrentar la vida. Lo heroico es no ser pesimista y enfrentar la vida cotidiana con optimismo. Para mí el optimismo, practicar el optimismo, es todo un reto cotidiano porque tengo una tendencia enfermiza a pensar que las cosas pueden salir mal. Y eso me influye de un modo brutal. Por ejemplo, me puedo demorar 20 años pensando en una novela y no atreverme a empezar porque el pesimismo me hace creer que me voy a bloquear. Pesimismo-tristeza-melancolía. Es un reto diario decirme a mí mismo: “Todo va a salir bien, Pedrito, dale, adelante”. Creo que la realidad sí nos puede ofrecer algo mejor cada día y cada minuto. Pero hay que prepararse, sonreír y seguir adelante. Yo soy caribeño y tropical, no como el pobre Cioran.
Me interesa también preguntarte sobre las diferencias en el tono de ambos proyectos, que si bien tienen ciertos temas de coincidencia, presentan una aproximación de temple y temperamento distintos. Podría pensar en un temperamento más salvaje en el primer caso y uno más melancólico, si bien intenso también, en el segundo. ¿Podrías elaborar un poco sobre este aspecto puntual en el tono de la prosa?
En efecto, ya te lo comentaba antes. Si lees sobre todo mi poesía entenderás mejor toda esa melancolía, esa tristeza un poco irremediable que destilan mis poemas. Pero yo uso (quizá) la melancolía, o ella me usa a mí, como un elemento de distanciamiento ante una realidad cruda, vertiginosa, hostil, agresiva y furiosa, que es lo que predomina en este país del que yo me nutro. Para no volverme loco tengo que poner distancia siempre y, te repito, la melancolía es una buena herramienta, al igual que el silencio y la filosofía budista. De ese modo amplío mi perspectiva, extiendo mi horizonte porque lo cierto es que al final No quiero contaminar al lector con una tristeza deprimente que lo incite a pegarse un tiro en la sien, sino darle algo que le sea útil, o bello, algo que lo haga pensar al menos.
¿Cómo altera la situación del narrador el hecho de que haya tanto presente como pasado involucrados en lo que se narra, y una distancia geográfica con respecto a Cuba?
Muy buena pregunta. Pedro Juan funciona completamente distinto en Europa y en Cuba. Son dos claves diferentes, dos contextos distintos. La primera experiencia de este tipo la tuve cuando escribí Animal tropical, en 1999-2000. El capítulo segundo de esa novela se desarrolla en una pequeña ciudad del sur de Suecia, a unos kilómetros de la hermosa isla de Oland. Estuve tres meses allí, sin conocer el idioma, dependía completamente de mi compañera sueca hasta para pedir un café en un restaurante. Me sentía como un inválido, pero al mismo tiempo lo entendía todo. Y lo entendía con suficiente distancia, claridad, objetividad. Cada detalle. Hablaba en inglés con la gente y eso me ayudaba un poco a situarme. Y de ese modo empecé a escribir. Llené dos libretas. Más de 200 páginas. Podría haber escrito una novela sólo con eso, pero no, lo incorporé dentro de la novela que ya estaba escribiendo. Fue una experiencia hermosa. Hay lectores europeos a los que les encanta ese capítulo. Dicen que penetro a fondo en una realidad que supuestamente es sólo aburrimiento. En fin, creo que un escritor tiene que retarse siempre. Buscar nuevos rincones de la realidad y enfrentarlos con un espíritu poético y con ánimo de llegar al fondo. Ésa debe ser la misión de un escritor: descubrir y exponer lo que otros no ven. Donde yo veo poesía otros ven un montón de basura.
El alcohol y la música parecen ser claves constantes. ¿Podrías contarme sobre los motivos que ambos elementos ofrecen, en términos de la comprensión, del narrador? En este aspecto me interesa mucho también la presencia de Vermeer en la novela.
Estoy vivo gracias al alcohol y la escritura. Ambos en grandes cantidades. Durante muchos años esa combinación me salvó cada tarde y me llevó a jugar. A verlo todo como un niño malcriado que está jugando sin pretender nada más. Bebía una botella de ron y escribía. Por las tardes también pintaba y escuchaba música y seguía bebiendo. Ahora comprendo que estaba jugando a la ruleta rusa pero era un juego. No me tomaba nada en serio y de ese modo logré rebasar los peores años de mi vida y los peores años para mi país, es decir, la década de los noventa. Vermeer y su Muchacha leyendo una carta junto a la ventana, así como los cuadros de Brueghel el Viejo: vi reproducciones cuando tenía 12 o 13 años y se me metieron dentro. También Botticelli, pero éste pasó en unos años y ya no me interesa. En 1982 salí de Cuba por primera vez y fui a la República Democrática de Alemania, a Dresde, y ahí estaba en la Galería de los Viejos Maestros esa muchacha leyendo la carta. Y fue como si me encontrara con mi novia. Muy emocionante. ¿Cuántas veces he ido allí de nuevo? ¿Cuántos poemas le he escrito? Adoro a Vermeer, en dos palabras. Lo adoro con todo mi corazón, no hay explicaciones racionales.
Cuando aseveras que “el capitalismo es una mierda y el socialismo es peor”, ¿podrías señalar los aspectos más corrosivos en la formación de las distintas subjetividades que ambos modelos producen en los individuos que viven en uno y otro modelo?
El capitalismo cada día es más salvaje e inhumano, para decirlo de un modo simple y rápido. El socialismo, en cambio, debido a su paternalismo y supercontrol, paraliza y ata de manos a la persona.
Hay una dimensión muy autobiográfica, por supuesto, en tu escritura. Sin embargo veo más elementos de tu vida, digamos, civil, y menos la parte de carácter laboral (pienso en tus años como reportero, por ejemplo) y la relación (o falta de) con el régimen, ¿tienes en algún momento contemplado recoger de ahí algo de material narrativo?
Trabajé 26 años como periodista. Quedó poco interesante de todo ese tiempo. Tuve que hacer mucha rutina intrascendente. Ahora preparé un libro con algunas de las mejores entrevistas que hice en esa época (Günter Grass, Benedetti, etcétera), se titula “Escritores peligrosos”, y debe salir aquí en Cuba el año próximo… Si hay papel, porque ahora las imprentas tienen un grave problema con la carencia de papel. Así que no creo que pueda escribir nada de ficción sobre el tema “Pedro Juan periodista”.
En la forma en la que se abordan las historias tanto de la Trilogía como de esta novela hay una crudeza que puede llegar a ser brutal ¿Vives así tu vida? ¿Hay algún proceso de reconciliación a lo largo de los años?
Me he reconciliado bastante conmigo mismo, que es de lo que se trata. Ha sido un proceso lento y duro. He dejado bastante el alcohol y otras perversiones. Ya tengo 69 años. Y la edad lo obliga a uno a tranquilizarse. Creo que además solté mucha furia cuando tuve que hacerlo y ya estoy más tranquilo, relativamente más tranquilo. Quizás es cierto que la escritura funciona como una terapia, no sé.
Con respecto a la publicación de tus libros en Cuba, la Trilogía aparece 20 años después de su publicación. ¿Crees que esto puede despojar un poco su lectura de la carga subversiva de haber sido escrita en un tiempo y contexto determinados? ¿Te inquieta o preocupa tener lectores en tu país?
Con mucho trabajo se han ido publicando casi todos mis libros en Cuba. Necesito que se publiquen más. Aquí una edición de tres mil ejemplares desaparece en tres días. Los cubanos tienen avidez por leer mis libros, evidentemente. Y es mi público natural. Cada día tengo más apoyo de estudiosos y críticos. Pero eso es lo que menos me interesa. Mi escritura es anticonvencional y antiacadémica, así que es lógico que los estudiosos no sepan qué hacer. En veinte años aquí sólo hay dos o tres estudios serios y profundos de mi obra. Pero tengo miles y miles de lectores. Esto es lo importante.
Quisiera preguntarte acerca de los pequeños cambios que se observan ahora mismo en Cuba: simplemente el acceso que tienen ahora los jóvenes a una conexión a internet en sus celulares. ¿Qué tipo de diferencias esenciales crees que existen entre un chico que vive hoy La Habana que tan profundamente has retratado y la que tú viviste?
Sí, nuestros tiempos son vertiginosos y cambian de un año para otro. Esa Habana de los años noventa sigue existiendo, un poco más atenuada tal vez, pero sigue. Sobre todo en Centro Habana y en barrios marginales. Sigue así de fuerte y violenta. Falta mucho para que se produzcan cambios de fondo.
Me interesa por último preguntarte sobre el título de la novela y esa parte en la que dice “el estoicismo y la frugalidad siempre me salvan”. ¿De qué manera te salvan? He leído también en algún sitio que practicas meditación, ¿por qué es tan importante para ti?
El personaje Pedro Juan siente que el único modo que tiene de salvarse de las situaciones tan difíciles de su vida es siendo estoico, siendo duro, necesitando poco para vivir, casi nada. No se puede poner a querer mucho o aspirar a una vida muelle. El contexto no le permite ablandarse.
Imagen de portada: Pedro Juan Gutiérrez. Fotografía de Núria López Torres (detalle)