Hay algo entrañable en todas las historias de educación sentimental. Por lo general, estas parten de la pulsión de un autor primerizo —aunque este no siempre es el caso— por contar sus experiencias juveniles. Y de narrar ese momento, a veces feliz y otras veces amargo, que es fundamental en cualquier existencia: la pérdida de la inocencia. Esta entrada en la adultez resulta muy fértil para la literatura. De hecho, es una larga tradición en la novela moderna que tiene grandes hitos en los siglos XVIII y XIX: Las penas del joven Werther de Goethe, Rojo y negro de Stendhal, Madame Bovary y La educación sentimental de Flaubert (por solo mencionar algunos). Esas obras abrieron el camino para un torrente de narraciones similares que, con el tiempo, empezaron a agotar la fórmula. En las décadas siguientes se publicaron cientos de relatos, más o menos similares, donde un narrador vive los traumas del amor adulto.
En el caso de los autores gay o queer el patrón fue bastante similar. Con la complejidad, claro, de que hasta hace muy poco publicar una novela sobre temas homosexuales o lésbicos podía ser riesgoso. Pienso en el caso emblemático de Oscar Wilde, quien intentó hacer literatura gay en su época y terminó acusado de inmoral. Afortunadamente, las cosas han cambiado y los lectores hemos podido disfrutar de enormes testimonios literarios. Uno de mis favoritos, por ejemplo, es Martin Bauman de David Leavitt, que narra las penurias amorosas de un joven gay aspirante a escritor durante los años ochenta en Nueva York. Esta narración fue fundamental en mi propia educación sentimental y me ayudó durante mi adolescencia a entender que no estaba solo en el mundo.
Hoy el panorama es muy diferente. A nadie —o a muy pocos— le sorprende que alguien cuente el descubrimiento de su homosexualidad. Es más, muchos lectores de las nuevas generaciones ni siquiera conocen el concepto tan anticuado de “salir del closet”. Euphoria (Sam Levinson, 2019), una de las mejores series de televisión de los últimos años, es un ejemplo de cómo los jóvenes viven una sexualidad alejada de las represiones y los estereotipos. En ese sentido, Love in the Big City, de Sang Young Park, es una mirada muy aguda sobre la diversidad de las identidades sexuales.
La segunda novela del narrador coreano —traducida por Anton Hur— cuenta la historia de un joven gay en Seúl. El libro está dividido en cuatro partes —Jaehee, A Bite of Rockfish, Taste the Universe, Love in the Big City y Late Rainy Season Vacation— que pueden leerse como capítulos interconectados o como relatos independientes. Cada una de las partes se ubica en un momento definitivo de la vida del narrador, quien aspira a ser escritor. Young, el protagonista de esta novela —y que comparte apellido con el autor del libro— es un chico desadaptado. En el primer capítulo de la novela, quizás el más entretenido, decide irse de la casa de su familia y compartir un apartamento en el centro de la ciudad con Jaehee, su mejor amiga. Ella es una mujer excéntrica y sin mayores responsabilidades. Los dos se dedican a beber, comer toneladas de comida chatarra, salir todas las noches y conocer hombres. La relación de Jaehee y Young con el sexo es completamente hedonista y no tiene nada que ver con el amor. La mayoría de sus amantes son hombres que conocen durante las fiestas y de los que apenas saben sus nombres. Tras tener relaciones con sus amantes los desechan, los olvidan e incluso se burlan de ellos. Los dos amigos se reúnen después de dormir hasta el mediodía e intercambian impresiones sobre los hombres que conocen y empiezan a pensar en los nuevos que encontrarán ese mismo día. La promiscuidad no les preocupa en lo más mínimo. Young vive ese desenfreno sexual sin ninguna culpa y, aparentemente, sin mayores dramas.
Sin embargo, la vida irresponsable de ambos da un giro oscuro. Jaehee es víctima del abuso de varios hombres y Young se ve enfrentado al suicidio de uno de sus amantes. Los dos se separan y afrontan las responsabilidades del mundo adulto. Young debe regresar a vivir con sus padres y a cuidar a su madre, quien sufre de un cáncer terminal. Ahí el narrador explora la relación difícil con su familia, que nunca ha aceptado su homosexualidad. Young entiende que su adicción al alcohol y el sexo es una consecuencia directa del rechazo de su familia.
En los capítulos finales, Young intenta rehacer su vida amorosa. Primero con alguien mucho mayor que resulta en un nuevo desastre emocional. Y luego con Gyu-ho, quien se convierte en su pareja más estable. En ese punto, Young parece encontrar a su lado la tranquilidad emocional; pero muy pronto se debe enfrentar a los problemas de una relación adulta entre dos hombres: la infidelidad, la pérdida del deseo sexual y, el más aterrador de todos, la enfermedad. Algunos de los momentos más intensos de la novela tienen que ver con esto. Varias veces Young Park ha hablado sobre su relación con el virus del VIH y a través de su personaje hace una reflexión sobre el estigma que conlleva.
Otro de los momentos difíciles que debe afrontar Young es cuando descubre que vive en una sociedad homofóbica. Durante toda su juventud habitó una burbuja donde no existía la discriminación. Sin embargo, cuando entra al mundo laboral y adulto entiende que la realidad es otra. Corea del Sur, a pesar de ser un país tan avanzado en sectores económicos, científicos y tecnológicos, sigue siendo muy conservador. Young se encuentra con otros gays que deben vivir una doble vida o que son despedidos de sus trabajos por ser abiertamente homosexuales. Sin llegar al activismo —que sería discordante con el tono cómico de la novela— Young Park hace una crítica al sistema opresivo coreano. Como dijo el autor en una entrevista para Asymptote Journal:
Quise mostrar diferentes tipos de amor en cada uno de los capítulos. En la primera parte, a través de Jaehee, mostré el amor fraternal al que llamamos amistad; la segunda parte es sobre el amor de la madre, al mismo tiempo que el primer amor; la tercera parte es sobre el amor romántico; y la última parte es sobre lo que queda después de ese amor. [….] Pensé que mostrar las diferentes emociones que el personaje atraviesa durante sus veintes me ayudaría a hacer una reflexión sobre los cambios que se viven en la juventud y observar el amor desde muchas perspectivas diferentes.
Sin duda, ese es el gran acierto de Love in the Big City: su capacidad de mostrar que para todos, sin importar las orientaciones sexuales, el amor es una experiencia trascendental. Y que esas profundas heridas que nos deja el amor son las que nos hacen, en realidad, humanos
Imagen de portada: Andrea De Santis, Seúl, 2021. Unsplash