Estado de ánimo, inquietudes, esperanzas. ¿En qué piensa una escritora en cuarentena en Europa del este? Después de cuatro semanas de encierro decidí hacer una evaluación de la presente etapa por medio del sondeo a una muestra representativa de mis pensamientos. Las respuestas traducen una geografía mental disparatada, con islotes de voyerismo animal y vastas planicies de apatía política. En suma, una psiquismo fragmentado que refleja, quizá, el estado del mundo.
La resiliencia está presente
La muerte y la enfermedad nos rodean; sin embargo, mi ánimo se mantiene a la alza, con un promedio de 6.7 en una escala del cero al 10. Vaya que es un cambio en relación a la curva en “dientes de sierra” observada durante el mes de marzo, un periodo marcado por picos de euforia dramática relacionados con la idea de que yupi, estamos viviendo un momento histórico, y por yerros referenciales del tipo auxilio esto es una guerra ah no pésima intuición esto no tiene nada que ver con la guerra. Otra buena noticia es que mi psiquismo, mayoritariamente, no considera que el confinamiento sea perturbador, hasta el momento la explicación es que esto no cambia demasiado mis hábitos (72%) y que siempre he sido un poco depresiva pero nada grave (28%). Además, con un marcador que indica 68% de intenciones de ducha en respuesta a la pregunta estaría usted de acuerdo con bañarse hoy y ninguna marca de dientes sobre el camembert que guardo en mi refrigerador, no hay por qué temer la alienación sociocultural de mi parte. Por último, no hay duda de que la resiliencia está presente: 65% de mis pensamientos afirman haber superado el doloroso trauma que suscitó el cierre brutal de las fronteras europeas, mientras que la tasa de sentimiento de irrealidad se encuentra en drástica disminución. Así que, cuando me pongo un cubrebocas, la exclamación interior puta madre estamos de veras en una película de ciencia ficción ya sólo se produce 2 veces de cada 17.
Una fuerte baja en el índice de confianza en la humanidad
Los números previamente citados no deben ocultar la acometida de mi pesimismo existencial. A la pregunta en la perspectiva de una vida futura usted preferiría reencarnar en un cristal de cuarzo rosa o en un ser humano, 82% de mis pensamientos escogen la opción mineral, es decir: 16 puntos porcentuales más que a principios de marzo. En el mismo tenor, Arthur Schopenhauer llega con una entrada escandalosa al top 3 de los intelectuales que más me inspiran, justo detrás de Mickaël Haneke y Jean Améry. Esa idea de que la naturaleza humana está podrida completa y definitivamente se sustenta en los insultos racistas contra las personas de origen asiático al inicio de la epidemia (14%), el pánico moral experimentado ante el triaje de enfermos (31%), el asco ante el robo y el tráfico de cubrebocas (22%) y la pérdida de referencias identitarias provocada por la imposibilidad de ir a la alberca (10%). Por una misteriosa razón, la guerra en Siria, las peleas entre musulmanes e hindús en Delhi y la vida de las vacas lecheras son citadas también como parte de los factores de desesperanza estructural (13%), y finalmente entra en juego la culpabilidad de ser una privilegiada con un departamento espacioso, y la culpabilidad de culpabilizar puesto que se trata también de un lujo de privilegiados (5%).
Una pasión secreta por el conejo de mis vecinos
Este estudio nos reservaba la gran sorpresa de la puntuación obtenida por el conejo de mis vecinos en la categoría relaciones sociales. El adorable pequeño mamífero que se pasea con regularidad sobre el balcón de enfrente suscitaba hasta hace poco un interés mediano. El efecto del confinamiento ha sido espectacular ya que 64% de mis pensamientos lo consideran ahora como el ser vivo más importante de todo el Universo, de aquí a las estrellas. Esta proporción alcanza picos en mis ideas matutinas, 88% estiman al despertar que es imperativo y urgente esconderse detrás de las cortinas para verificar discretamente si el adorable lepórido se encuentra bien, si sigue en posesión de sus cuatro patas y de sus dos orejas, lo cual me da enseguida la autorización de estallar en risitas alegres. El corolario es que, si aquel que decidí bautizar Ricky en el secreto de mi corazón desencadena una adoración incondicional (62%), ensoñaciones sobre su pelaje que se mira tan suave (26%), e incluso proyectos de secuestro (12%), él mismo también monopoliza el terreno bastante más negro de mis miedos e inquietudes. Así, muy por delante del estado de salud de mi madre (1h/día), de la vida cotidiana del personal en los hospitales (30 min/día) o el destino de las sexoservidoras de pronto privadas de sus fuentes de ingreso (25 min/día), el bienestar de Ricky me mantiene ocupada casi de tiempo de completo (6h40/día), por la angustia de una gripa (24%), una caída desde el balcón (59%) o incluso una intoxicación alimenticia por culpa de una hoja de lechuga averiada (17%). En tal contexto, nadie se sorprenderá si a la pregunta en caso de penuria alimenticia estaría usted dispuesta al ayuno para darle zanahorias al conejito, el 100% de mi población cerebral responde que sí, contra solamente un 32% cuando se trata de sacrificarse para salvar a una enfermera agotada.
Una habituación a los estímulos antidemocráticos
En el frente político, el primer ministro Viktor Orbán ganó el plebiscito para personalidad más ansiogénica de mi mapa mental. En un respetable segundo lugar detrás del conejo de mis vecinos, acapara él solo 33% de mi actividad neuronal cotidiana, con un pico de 72% los días posteriores a la adopción de la “Ley coronavirus” en Hungría. Sin ninguna ambigüedad, dicha reforma es considerada por mí misma como la instauración de una cosa que se aleja seriamente de lo que se puede llamar democracia (81%) aunque bueno hay que ver cómo la van a implementar (19%). Por lo tanto, mi índice de indignación se encuentra en su tasa histórica más baja (7.6%) y pareciera que básicamente me dedico a encogerme de hombros mascullando sí bueno de todas formas era previsible mira que me comería unos m&m’s (19 ocurrencias al día). Hay que decir que a lo largo de estos últimos años, la política húngara ha sido tan prolija en estímulos antidemocráticos que un ataque al estado de derecho es percibido como algo habitual por el 90% de mi psiquismo. Para terminar, se observa que Francia, donde también tengo ciudadanía, no suscita ningún interés fuera del sarcasmo, con un pequeño crecimiento (+ 6 puntos) en la producción de chistes internos sobre el tema n’hombre en este gobierno de veras que son unos payasos.
El horóscopo como un último recurso
En cuanto a la esfera intelectual, advertimos un eclecticismo que conlinda con el desmadre. Si bien las referencias a los trabajos universitarios no están ausentes, con cierto entusiasmo por la historia (6.2% de mi memoria RAM se encuentra comprometida con la controversia a saber si Montaigne tuvo razón de irse de Burdeos durante la peste) y la filosofía moral (89% de mis pensamientos encuestados confían en esta disciplina para elucidar el asunto del triaje de enfermos), parece que la pandemia ha despertado sobre todo mi tendencia a lo irracional. De modo que cerca de una décima parte de mi inconsciente estima plausible que el COVID-19 esté dotado con un sentido ético y/o intenciones, como por ejemplo destruir el capitalismo (2.3%) o fustigar el trasero de las grandes potencias (6.8%). Aún más inquietante, una cuarta parte de mi día de ayer se fue en identificar la fecha de nacimiento del coronavirus y después al estudio de su signo astrológico, todo porque el horóscopo es más divertido que la prensa internacional (72%), porque hay mucha gente que cree en Jesús así que por qué no en los planetas (15%) o también porque si el virus me pide matrimonio sería útil saber si nuestros signos son compatibles o no (13%). En paralelo, la cantidad de novelas leídas durante el encierro es inferior a mi promedio personal y la curva de dudas relacionadas con mis capacidades como escritora se fue al cielo. Sobre este tema, la queja más frecuente es auxilio el mundo ha cambiado tanto que la novela que estaba escribiendo ahora es totalmente anacrónica (60%), seguida por la de puta madre cómo iba a imaginarme que estaba escribiendo una ficción histórica ahora me pregunto si debo empezar con érase una vez (37%). Para terminar, se observa una fuerte correlación estadística entre la ausencia del conejo en el balcón de mis vecinos y las recaídas depresivas en torno al tema soy una escritora fracasada. Al día de hoy, la naturaleza del vínculo de causa a efecto no ha sido del todo esclarecida.
Advertencia: el presente estudio debe ser leído con precaución y distancia crítica. En ausencia de una Nina-muestra de control desarrollándose en un mundo sin coronavirus, no se podrá tener seguridad de nada. Para efectos prácticos, debo al menos precisar que soy Cáncer con ascendente Géminis.
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Imagen de portada: David Rynde, La huída, 2011. CC