Un militar pide perdón después de haber asesinado a un padre y su hijo: “Disculpe, disculpe, fue una equivocación”, dice al acercarse al auto de la familia que acaban de balacear. “¿Por qué con tanta saña?”, se pregunta una sobreviviente al recordar el ataque, si ellos no respondieron a la agresión, simplemente circulaban por una carretera, sin saber que a los soldados su entrenamiento militar les indicaba que eran sospechosos. Después de disculparse, los militares intentaron sembrarles un arma, sólo que la familia lo notó y ellos no pudieron completar su mentira. Éste es un escenario que se volvió común en un país militarizado, en medio de una “guerra contra la delincuencia organizada” que lleva ya más de doce años. Soldados que realizan tareas de seguridad pública, cifras oficiales aterradoras que hablan de más de 200 mil personas asesinadas y 40 mil desaparecidas desde 2006. “Si dividimos los 3,907 muertos por soldados entre 2006 y 2017, nos da un muerto por día en manos del Ejército”, comparten el autor y las autoras de La tropa. Por qué mata un soldado. Éste es el contexto mexicano, donde predominan las ejecuciones extrajudiciales que se esconden en la mentira del “enfrentamiento con agresores”. ¿Por qué la saña y el odio? ¿Cómo se construye al enemigo? ¿Por qué mata un soldado? ¿Quién se ha negado a cumplir estas órdenes? Éstas son algunas preguntas que el equipo de periodistas detrás de esta investigación —Pablo Ferri, la fotoperiodista Mónica González y Daniela Rea— intentó resolver. La narrativa del gobierno se ha encargado de polarizar a la sociedad, convencerla de que en esta guerra es necesario que haya muertos; se ha interiorizado la idea de que hay quienes merecen morir, que no importa si eso implica “daños colaterales”. “El relato oficial nos sugiere con insistencia que el empleo de las fuerzas armadas resulta imprescindible”, comparten. Se abandona por completo a las víctimas y a quienes sufren el daño irreparable en cuerpo propio. A esas familias fragmentadas, niñas y niños que crecerán en medio de ese horror del que nadie se hace cargo. A lo largo de este relato conocemos cuál es la historia de estos soldados y lo que tuvieron que vivir para convertirse en victimarios. Cabos, sargentos, oficiales, reclutas, cadetes, en muchos casos estuvieron atravesados por una necesidad económica que los obligó a sumarse a las filas del Ejército. Una preocupación para el equipo de periodistas fue cómo evitar que la empatía, después de pasar horas y horas escuchando sus historias, se convirtiera en una justificación para sus crímenes. Un consejo que le dio el periodista John Gibler al respecto fue no hablar por el Estado ni validar el discurso de una institución opresora y asesina, sino escuchar a los individuos que forman parte de ésta. La generosidad del ejercicio periodístico se refleja en el modo en que comparten su método de investigación desde el prólogo: de manera muy transparente narran sus inquietudes, sus motivaciones para emprender este trabajo y la forma en que se acercaron a quienes querían escuchar. Después de cubrir la violencia y acompañar a víctimas durante los últimos años en México, pensaron que era tiempo de escuchar a los victimarios. Un mundo que a veces parece muy lejano, el del Ejército, se va dibujando en estas páginas, desde la jerga que utilizan, el modo de entrenar y su organización, hasta qué sienten estos soldados que patrullan por todo el país, cómo se impregnan el poder y la arbitrariedad en sus cuerpos y cuáles son sus delitos. Nos imaginamos cómo son esos territorios a los que únicamente llegamos por medio de la nota roja o del conteo de muertos de todos los días. El detalle con el que en el libro se trazan panoramas, lugares y texturas nos traslada a esos espacios inhóspitos, esos pueblos fantasmas, tomados por completo y gobernados por el horror. Dice Mónica González que no hay fotografías que puedan representar esta barbarie y sufrimiento, y que tenemos que aprender a escuchar. Conmociona conocer la historia de los soldados que atacaron al Ejército Zapatista de Liberación Nacional, saber quiénes eran los que bajo un juramento dispararon contra el pueblo. Para abordar la construcción del enemigo, en el libro se hace un recuento desde la Revolución mexicana, los movimientos guerrilleros (a quienes las Fuerzas Armadas se dedicaron a aniquilar), el EZLN, el último enemigo de carácter ideológico político, hasta llegar al narcotráfico, los malandros, mañosos, sicarios, delincuentes, “los que andan en malos pasos”. Los que merecen morir. El Ejército miente. Para ellos resulta más fácil matar a alguien que dejarlo herido, prefieren evitarse el papeleo burocrático de un sobreviviente. Los testimonios dan cuenta del modo en que la Tropa está acostumbrada a sembrar armas, fabricar culpables, incriminar a personas inocentes y torturar para conseguir información. Esto nos habla del Estado de terror en el que vivimos, de la podredumbre en las instituciones, del peligro que implica tener a un Ejército entrenado para matar patrullando por todo el país, buscando criminales, obedeciendo la orden de “abatir delincuentes en horas de oscuridad”. Este libro carga una serie de testimonios, análisis y preguntas recabadas a lo largo de cuatro años, nos pone frente a frente con los soldados y sus historias de vida, cuenta cómo fue que tomaron la decisión de enlistarse en el Ejército, y relata algunas anécdotas familiares. A lo largo de siete capítulos descubrimos el modo en el que se construye un enemigo y cómo se conforma también la identidad del soldado, de qué manera son entrenados para torturar y cuál es el lenguaje que utilizan para despersonalizar a las víctimas, cuál es la separación que ellos mismos marcan frente a su entorno al sentirse parte de la estructura del Estado. “Por cumplir órdenes”, “por error”, “por su entrenamiento”, “por miedo a morir”, “para salvar su vida”, “por venganza”, “porque los otros no son personas” son algunas de las motivaciones de los soldados para matar que los periodistas encontraron en estos relatos, en las teorías académicas o en las sentencias judiciales. Sin embargo, piensan, ninguna es completamente cierta o completamente falsa. Aún así, por medio de la escucha y la escritura, este equipo intentó crear un lugar donde los soldados pudieran hablar y visibilizar estas historias. En la primera presentación del libro Daniela Rea se preguntó si La Tropa contribuye en algo con las familias, si tiene sentido para ellas y si se puede ser justo al escribirlo; ella piensa que esta tarea nos toca a otras personas, no a quienes viven el dolor, la crueldad y son víctimas de estos crímenes. ¿Para qué sirve un libro así? Entender la barbarie, nombrarla, echar luz a los crímenes ocultos, reconstruir poco a poco la memoria de estos doce años de guerra, desde la más sincera pregunta de por qué llegamos aquí, reconocer y escuchar a todos los actores involucrados nos podrá ayudar a detener la violencia e imaginar cómo cambiar esto. El silencio y la muerte nunca estarán por encima de nuestra memoria, ni de la lucha de las familias que han salido a la calle para darnos lecciones de dignidad, que nos han enseñado el camino hacia la justicia con su lucha contra la violencia, con su grito rebelde. Son las familias que rascan los cerros y resisten a la muerte impuesta, las que nos sostienen. La Tropa nace a partir de la investigación periodística Cadena de mando, y ganó el premio de periodismo Javier Valdez Cárdenas en 2018.
Aguilar, Ciudad de México, 2019
Imagen de portada: Fotograma de Everardo González, La libertad del diablo, 2017