Estados Unidos no suele ser amable con sus grandes mentes artísticas, sobre todo con aquellas que se han aproximado a la extrema izquierda. Si bien los acontecimientos recientes en dicho país nos resultan espeluznantes, en realidad este tipo de sucesos forman parte de un largo continuo que se remonta a los orígenes del país norteamericano. Como dice la frase tan a menudo citada, pero rara vez atendida, de George Santayana: “Quienes no recuerden el pasado están condenados a repetirlo”. Los artistas pronuncian verdades, son mentes visionarias que encarnan nuestras más altas aspiraciones. Sus esfuerzos abren una puerta hacia la libertad y amenazan el statu quo del poder, mientras que sus experiencias nos ofrecen lecciones atemporales y suponen incontables desventuras debido al carácter radical de sus planteamientos artísticos y políticos. No existe mejor ejemplo de ello que Conlon Nancarrow, uno de los compositores más singulares e importantes del siglo XX, que huyó del acoso en su país natal y pasó más de medio siglo viviendo y trabajando inadvertido en México, su antiguo vecino al sur. Nancarrow, quien murió en la Ciudad de México en 1997, era un arquetipo de las paradojas endémicas en la vida intelectual estadounidense. Inconformista rebelde y tenaz, dotado de una mente brillante y radical, encarnaba todo aquello que ese país exige de sus luminarias y a la vez aquello que más teme. Alcanzó la madurez en la época modernista, un periodo de grandes cambios sociales y políticos cuyo legado sigue presente en nuestras vidas: persiste silencioso en su arquitectura erosionada, también en nuestra forma de acercarnos a las artes visuales, el sonido, la literatura y el diseño. El modernismo musical se distingue por sus disonancias y estructuras estridentes, pero, más allá de los desafíos que puede suponer para el oído, surgió con el propósito de liberar a la música de la carga del pasado (su elitismo, sus jerarquías, sus vínculos de clase) y ponerla al alcance de todos. Pocos lograron este noble propósito. Sin embargo, en el interior de sus estructuras y sonidos es posible hallar algunos de los intentos más notables en la historia por alcanzar una democracia creativa. El movimiento era la unión de la creatividad con el idealismo de izquierda. En esencia era un arte del pueblo, pero, como la vida de Nancarrow, estaba lleno de paradojas. Nunca fue acogido por el público, que defendía. Si bien Conlon Nancarrow consagró su vida a la música e introdujo con ello cambios notables, fue el mundo de la política el que influyó de manera determinante en su vida. Como muchos de sus contemporáneos intelectuales, Nancarrow se afilió al Partido Comunista a principios de los años 1930; luego se alistó en la Brigada Abraham Lincoln, un grupo de soldados marxistas que se marchó a España para enfrentar a los fascistas de Franco. Tras la vuelta a casa, su música, muy enfocada en el contrapunto y el ritmo y no demasiado pendiente de la práctica armónica tradicional, resultó muy exigente para ejecutantes y escuchas. A lo largo de los años treinta Nancarrow interactuó con varios compositores destacados de la época, pero no fue hasta encontrar el libro New Musical Resources de Henry Cowell cuando descubrió una verdadera resonancia creativa con sus propias ideas, sobre todo por la atención que Cowell dedica a las relaciones rítmicas que se desprenden de distintos intervalos y —éste es el meollo del asunto— a la simultaneidad de velocidades distintas que éstas suponen. El libro hacía un señalamiento crucial: con toda probabilidad, la música que surgiera de estas premisas sería inabordable para los intérpretes humanos. Cowell proponía una realización mecánica, con la pianola como instrumento hipotético. Por desgracia, las circunstancias aplazaron el potencial liberador de este hallazgo y transcurriría casi una década antes de que Nancarrow lograra poner manos a la obra. En 1939 descubrió que otros excombatientes comunistas estaban siendo hostigados por el gobierno estadounidense y veían negadas sus solicitudes de renovación de pasaporte. Nancarrow se dio por aludido y empacó sus maletas en 1940. Durante el resto de su vida sólo volvió a su país natal en un puñado de ocasiones. Hay escasa documentación sobre sus primeros años en la Ciudad de México. Vivió bastante aislado en un departamento junto al Zócalo, mientras componía y daba clases de inglés. Era una situación difícil, sin duda, pero no fue un tiempo desperdiciado. Incluso sin considerarlas a la luz de lo que vendría después, las pocas obras tempranas que sobreviven representan un cuerpo de trabajo sorprendente y radical. A los siete años de su llegada a México murió su padre y, con la herencia recibida, Nancarrow pudo realizar su sueño. Viajó a Estados Unidos y adquirió un piano mecánico, el instrumento que durante las siguientes décadas emitiría un torrente continuo de música, y que terminaría por labrarse su camino en el mundo.
El nombre de Conlon Nancarrow está ligado al piano mecánico. Salvo contadas excepciones, desde que empezó a trabajar con este instrumento en 1948 hasta el día de su muerte en 1997 no compuso para otro medio. Representaba para él una conjugación utópica pero también sonora del progreso, la tecnología y sus propias ideas; no obstante, al igual que el movimiento modernista del cual el compositor formó parte, no estaba exento de paradojas. El piano mecánico liberó a Nancarrow de las condicionantes (técnicas, emocionales e intelectuales) que supone lidiar con el otro, pero componer para este instrumento era una tarea muy laboriosa. Ocupado en materializar una nueva pieza, podía pasar seis meses atado a la máquina perforadora de rollos, incapaz durante este periodo de escuchar la obra en cuestión. Ésta, al cobrar vida, duraría quizá cinco minutos. Entre 1948 y 1992 compuso 51 Estudios para piano mecánico y poco más. El fruto de toda una vida de trabajo puede escucharse en un solo día. Casi 70 años después de que Nancarrow comenzara a componerlos, los Estudios siguen siendo revolucionarios, sorprendentes, frescos y hermosos. Si bien escribió para un instrumento que ya era anacrónico cuando comenzó a ocuparse de él, Nancarrow creó una música tan visionaria que todavía suena a lo que, imaginamos, debe sonar el futuro. No se parece a nada, a nadie: una música mecánica que emana una humanidad, una experiencia y una cercanía extraordinarias. Con precisión quirúrgica, cada Estudio borda un tapiz centelleante de notas. Gracias al ritmo, los Estudios generan relaciones asombrosas de tonos armónicos y disonantes. Aunque es fácil deslumbrarse con su sonido revolucionario, no hay que olvidar de dónde vienen y cuál fue su revolución. [Escuche, por ejemplo, el Estudio nº 21 o el Estudio nº 37.] A partir de su pasión de toda la vida por el jazz y por las distintas músicas del mundo, Nancarrow esculpió una obra inmersa en los códigos de la especificidad cultural, la alta cultura y la cultura popular. Sus motivos no siempre son los que parecen y su música es mucho más accesible de lo que uno pensaría. Las obras son híbridos: espacios donde distintos sonidos del mundo encuentran un lugar de convergencia. Es la tradición clásica reformulada como música del pueblo —algo sólo posible al recurrir a la máquina— y representa uno de los cuerpos sonoros más singulares del siglo XX. Si bien las propuestas de Nancarrow no tardaron en despertar el interés y el respeto de otros compositores, nunca lograron atrapar del todo al público. Resulta trágico que todavía hoy, no obstante su importancia, la música apenas se conozca. Fueron contadas las ocasiones en que escuchó en vida sus obras tocadas frente a un público. Su legado podría haberse perdido con facilidad. Luego de su muerte en 1997, era tan poco conocido en México como en el resto del mundo.
Ha sido práctica común, cuando sí es presentada su música, separarla en dos grupos independientes: por un lado, las obras para piano mecánico; por el otro, aquellas compuestas para intérpretes. Mecánica Nancarrow, la celebración del compositor que presentó la Casa del Lago en el marco del Festival Vértice en noviembre de 2017, abandonó esta dialéctica y ofreció una retrospectiva casi completa de su obra. La importancia del contexto quedó en evidencia mediante la inclusión de charlas, mesas redondas y proyecciones que acompañaron los nueve conciertos; éstos, si bien se concentraron sobre todo en la música de Nancarrow, incorporaron también a ciertos compositores que han trabajado con ideas similares a las suyas o bien que estuvieron cerca de él durante su vida. Celebración de la extraordinaria travesía sonora de Nancarrow, este ciclo conmemorativo fue un entrecruzamiento de arte, historia, política y vida cotidiana. Conlon Nancarrow fue una de las mentes más extraordinarias del siglo XX. La importancia histórica de su música es incuestionable, así como su poder creativo; pero su obra también es un medio valioso para recuperar las nobles aspiraciones del modernismo y de la izquierda radical. Es una herramienta del pasado para enfrentar los problemas de hoy, una manera de conjurar la desmemoria y la repetición sin fin.
Imagen de portada: Rollo de piano mecánico Estudio 49c de Nancarrow.