Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es uno de los autores más destacados de nuestro tiempo y el padre de toda una nueva generación de escritores. Quedamos para charlar con él en la librería Bernat, pero Mercedes Milá está grabando un programa de libros. Nos sentamos en una terraza. El escritor catalán pide una botella de agua. El camarero chino le trae una botella de dos litros.
¿Cuáles son sus temas preferidos para escribir?
El tema para mí es siempre lo de menos. Se le da una importancia absurda al tema, se la dan algunos críticos muy zoquetes que corren por ahí. A veces los temas me llegan por encargo y me abren grandes panoramas, porque en ellos en realidad cabe todo. Ahora mismo, por ejemplo, estoy preparando una conferencia que daré en Suiza sobre la falsificación.1 Ya me invitaron hace cinco años a esa misma universidad, St. Gallen, a un congreso sobre el fracaso. No pude ir, pero de ahí salió la novela Aire de Dylan. Ray Loriga, que también estaba invitado y tampoco pudo ir, escribió a su vez una novela sobre el fracaso. Después me invitaron, también en St. Gallen, a un congreso sobre la ambigüedad, que es otro tema genial que sirve para hablar de todo, incluso de la ambigüedad. Ahora me han invitado a este congreso sobre la falsificación. St. Gallen y la encantadora Yvette Sánchez, directora de esas reuniones, me dan siempre muchas ideas. Por eso ahora estoy escribiendo sobre la falsificación.
Le he escuchado decir que no le interesa analizar sus libros de forma individual, sino la obra en conjunto.
Sí, pero pienso que esto no lo podría haber dicho hace veinte años. Ahora sí, porque realmente hay mucha obra y abarco más que antes.
¿Y en qué momento toma conciencia de eso, es decir, de que toda su obra tiene una línea en común? ¿Después de Impostura o más tarde?
Más tarde. Sería después de Doctor Pasavento, creo que cuando escribo Exploradores del abismo. Éste es un libro que ya recoge cosas que estaban latentes en libros anteriores y, sin darme cuenta, empiezo a enlazar con ideas de libros anteriores. Eso pasa porque ya tengo detrás una obra que me va dictando quién soy yo, aunque en realidad no llegue nunca a saber quién realmente soy, lo que me lleva a seguir escribiendo, pensando que algún día lo sabré. Y así hasta hoy. Todos vamos dando vueltas alrededor de unos pensamientos, de unas cuantas ideas y obsesiones que se van mezclando y cambiando. Es difícil de explicar. Y más aún en un lugar como éste, en un bar chino al aire libre. Ezra Pound se dirigió a todos los escritores para darles el consejo de que lo importante es hacer algo nuevo. Yo creo que eso es una equivocación total. ¿Qué tiene de interesante que algo sea nuevo? Si es muy bueno, perfecto, pero no es bueno por el hecho de ser nuevo. Es como si compras un reloj porque es nuevo. A lo mejor el reloj anterior era mejor. Yo trabajo bastante con todo mi pasado. También con el pasado de la literatura, a pesar de que no recuerdo nada. Y, si casualmente invento algo nuevo, lo hago porque surge de la combinación de lo que he hecho, lo que demuestra que de inventar algo nuevo, nada de nada. Lo ideal quizá sea lo que hacía John Cage, que sintonizaba veinte emisoras de radio al mismo tiempo y con todos los sonidos mezclados componía una nueva música. Él decía que era “radicalmente no original”. Yo he trabajado con citas por mil motivos, pero a la larga ha predominado la conciencia de saber que no hay nadie original, y de alguna manera he combinado textos y fragmentos de otros para encontrar otras posibilidades a los textos. No es que quiera justificar las citas, eso sería absurdo cuando éstas cada vez tienen más peso en mi trabajo. Algún día escribiré una novela sobre un archivero de citas, ya verás. Creo que todo sale de algo, no de la nada. Y si todo sale de algo, lo voy recogiendo, combinando y van saliendo los libros.
De ahí que usted se defina como un parásito.
Sí, prefiero hablar de mí y definirme como parásito. Soy de los que creen que hay que llegar a la edad madura con todas las cimas escaladas y todas las dudas dominadas. A fin de cuentas, de mi parasitismo ha salido nada menos que mi voz propia. Entre citar o no citar prefiero lo primero, porque lo segundo, la actividad de los que creen que no citan, es penoso, pues repiten lo ya dicho por otros sin saberlo, con lo cual lo suyo en realidad viene a ser patético, sólo ocurrencias de barra de bar ibérico, o de tweet.
Fue con Historia abreviada de la literatura portátil cuando en Latinoamérica, y en concreto en México, su obra empezó a tener éxito, pero al principio en España el libro no funcionó bien.
Sí, fue así. Llegaron a México unos cuantos ejemplares del libro y en dos semanas salieron veintisiete críticas. Aquí fue considerado como un libro light. Se usaba mucho la palabra light por la Coca-Cola light. Un libro ligero al lado de la gran narrativa española. El porqué de esta tontería no lo he sabido nunca, porque casi todos los libros de aquel año han desaparecido e Historia abreviada está en todas partes. Creo que influían mucho los grupos de presión. En Madrid había un control de los suplementos culturales. Si vivías en Barcelona no formabas parte de ningún grupo y por lo tanto no colocabas tanto los libros en los suplementos. Estabas un poco apartado. Al final Historia abreviada la reseñó el Babelia de entonces en una columna que decía que yo veraneaba en Cadaqués y por eso hablaba de Marcel Duchamp. Todo esto son cosas que me hacen reír y cuando las cuento parece que estoy loco. A veces lo estoy, pero son cosas que pasan. Tú no puedes esperar que tus paisanos sean todos unas bellísimas personas a las que les guste la gran literatura europea, pero esperarías de ellos al menos una conducta más elegante, y ahí uno también se equivoca.
Bolaño y usted fueron muy amigos.
Cuando nos conocimos cada uno tenía ya su propio mundo, pero me influyó en El viaje vertical algo que fue esencial: el dibujo que trajo de la Atlántida y que incluí en el libro. Era una Atlántida igual que el Ensanche barcelonés. Además, le conté que en la historia que estaba escribiendo no pasaba nada y él me dijo que estaba loco porque pasaba mucho. “Pasa muchísimo”, añadió. Todo lo veía narrable, se nota cuando lo lees. Y, en fin, aquel “pasa muchísimo” me animó increíblemente a seguir trabajando en el libro en un momento en el que estaba desorientado. Después de El viaje vertical vino Bartleby y compañía y estos dos libros fueron los que me hicieron dar un salto respecto a lo que ya había escrito y a tener más lectores. Pero Roberto Bolaño, que llegó a leer Bartleby y compañía, dijo que a él no le sorprendía, porque en realidad este libro ya estaba en Para acabar con los números redondos. Tenía razón, porque ya había hecho con la estructura algo muy parecido. Lo que pasa es que el libro no tuvo suerte alguna. Salió en Pre-Textos, nunca lo reeditaron y quedó un poco suelto. Ahora es posible leerlo en Una vida verdaderamente maravillosa, en la editorial Random DeBolsillo.
Dijo que nunca había encontrado un escritor que se pareciese tanto a usted como Bolaño.
No exactamente. Dije que congeniábamos en cuanto a lecturas e intereses literarios y estábamos muy de acuerdo sobre quiénes no eran escritores. La gente luego se cabreaba mucho porque nos decía que cómo lo sabíamos. Teníamos muy claro quién era un funcionario de la literatura y quién era el escritor que da la vida por lo que hace. Ahora no está muy de moda este romanticismo. Roberto recordaba que los escritores de Madrid lo habían ignorado años y años y estaba bastante resentido, en el buen sentido de la palabra. En mi caso era parecido. El mundo de Bolaño era la poesía y la generación perdida, que son las dos claves de Los detectives salvajes. Yo también pertenezco a una generación perdida y de alguna forma conectaba mucho con él. Me atreví a discutirle levemente Los detectives salvajes. Yo como escritor tenía la impresión de que la estructura de ese libro se podía agrandar por un lado o estrechar y hacerla más breve. Es decir, que era elástica. No creo que esto fuera un reproche. Pero cuando se lo dije me dijo que no de un modo muy radical, que aquello era exactamente lo que quería. Supongo que él pensaba que no faltaba ni sobraba nada. Discutir con él era lo normal. Siempre llevaba la contraria. En su última entrevista la entrevistadora le dijo: “Usted siempre lleva la contraria, ¿verdad?”, “No señora, no llevo la contraria”. La última vez que lo vi hacía tiempo que no nos veíamos y quería que todo fuera bien, así que le dije algo en contra de Bush. Uno dice algo contra Bush y sabe perfectamente que el otro va a estar de acuerdo. Me contestó: “Bueno, no creas…” Bolaño era una persona que tenía ansiedad por discutirlo todo. Las obras que más me gustan son Los detectives salvajes, Estrella distante y finalmente la ambición literaria que hay en 2666.
La ambición de 2666.
Sí, la idea que tanto ha calado en muchos narradores contemporáneos de abarcar el mundo y el caos, ¿no?
¿Y a usted eso no le inquieta la idea o necesidad de escribir un libro total?
Bueno, he terminado uno en el que trato de abarcar la historia de la literatura.
Dice que pretende llegar a la verdad a través de la ficción.
Lo he cambiado: ya no digo “la verdad”, digo “la realidad”; creo que se adecua más a lo que quería en realidad decir y que era “acercarse a lo que es cierto o es verdadero”, que viene a ser lo mismo. [Se interrumpe la entrevista porque se acerca un hombre a pedirle un autógrafo].
¿Esto es algo habitual?
Bueno, no mucho, pero hay un porcentaje alto de posibilidades. La gente cree que es gente comprada previamente por mí para simular que firmo autógrafos.
¿Le incomoda?
No, no. Es toda una experiencia, me dicen de todo. Tengo una amiga que está muy celosa porque hace unos meses me saludó un japonés. ¡Un japonés! Lo siento, pero yo no tengo la culpa.
Dice que lee mucha más poesía que novela. Sin embargo, en las constantes referencias que hace no cita a tantos poetas.
Leo mucha poesía, pero sobre todo leo ensayo. Con las novelas entro poco, por eso la voz es más poética o ensayística. Es que la novela interfiere mucho en lo que hago. Si estoy escribiendo un libro, la otra narración se cuela demasiado. Siempre busco más las ideas que están en el ensayo y, de manera más abstracta, en la poesía.
Pla le dijo en una entrevista a Salvador Pániker que leer novelas con más de 40 años es de cretinos. ¿Está de acuerdo?
Seguramente sea una boutade de Pla. Pero es cierto que un hombre adulto tiene normalmente cosas mejores que hacer que dejar que le embauquen con una historia inventada. Pero eso no significa que no pueda leer novelas. Acabo de leer Cicatriz de Sara Mesa y me ha interesado muchísimo, quizá porque no parece española, parece europea. El libro está muy bien; me he olvidado por completo de si era una invención. He hablado mucho con Juan Marsé de este asunto, el de la verosimilitud. Una novela “o te la crees”, dice Marsé, “o no te la crees”. Si no te la crees, la dejas, y si te la crees, pues como decía Pío Baroja, te crees aquéllo y sigues. Si te parece inverosímil y artificial, es que está mal hecha. Tito Monterroso decía que tú lees la primera frase de La metamorfosis de Kafka, cuando Samsa se ha convertido en escarabajo, y tienes sólo dos opciones: o te lo crees y continúas, o no te la crees y lo cierras. Yo tengo la costumbre de cerrar todos los libros, pero es lógico, no los voy dejando por ahí abiertos.
Una versión extendida de esta entrevista se publicará en www.eloficiodelescritor.com, proyecto con el que un grupo de jóvenes interesados en la creación literaria pretende descubrir y analizar la manera en que diversos escritores hispanohablantes realizan su trabajo.
Imagen de portada: Enrique Vila-Matas
-
La entrevista se realizó en junio de 2016 [N. del E.] ↩