¡Alerta! Conmemoremos y recordemos al Comandante. Sí. Pero no basta el rito: leámoslo, estudiémoslo, imitémoslo Ministerio para la Cultura
¿Cómo se mide el éxito de una revolución cultural? El proceso se inicia a comienzos de 2001, dos años después de la llegada de Hugo Chávez al poder. Cae la guillotina y ruedan las cabezas de las directivas de treinta instituciones culturales. Despedidas en un mismo instante televisivo. Un año antes el comandante había advertido: “Vamos a hacer un plan para lanzar una ofensiva cultural para rescatar los valores de la identidad propia de los venezolanos, redescubrirnos, reinventarnos”.1 Ha llegado la hora. ¿Reinventarnos o ser reinventados? Habiéndose apropiado ya del apellido del sacrosanto libertador Simón Bolívar —su primera conquista cultural— Chávez, verdugo y redentor, se dispone a emprender una cruzada por la purificación del alma colectiva, por nuestra liberación. Los fieles, los tibios y los impíos seremos hombres y mujeres nuevos. Como tantas otras veces en el pasado de este país-cuartel, han vuelto las charreteras al palacio de gobierno. Entramos en el túnel del tiempo de la mano de un militar nacionalista empeñado en refundar la patria y construir un nuevo universo.
Hugo Chávez advierte que “la cultura se vino elitizando, al ser manejada por élites”. Habla de “príncipes, reyes, herederos, familias, que se adueñaron de instituciones, de instalaciones que le cuestan miles de millones de bolívares al Estado”. Es el mismo exoficial del ejército que dos años antes, la noche del 6 de diciembre de 1998, celebró su triunfo electoral en el Ateneo de Caracas. No deja de ser curioso que su primera tribuna como presidente haya sido precisamente ese espacio cultural donde se codeó con intelectuales de la izquierda local. A partir de entonces, la política tomará los teatros, los museos, las plazas, los medios audiovisuales. A unos pasos del Ateneo se encuentra lo que será el púlpito favorito de Chávez: la sala Ríos Reyna, en el Teatro Teresa Carreño (TTC), uno de los complejos culturales más modernos de Latinoamérica. Ese escenario donde se han presentado grandes artistas estará a su disposición cada vez que truene los dedos. La mitad de la programación del TTC se dedicará en 2007 a actos oficiales, “entre ellos veinticinco presentaciones del presidente Chávez”.2 Desde esas butacas donde solía sentarse la burguesía, burócratas y proletarios uniformados de camiseta roja aclaman a ese animador sin igual —“Uh, ah, Chávez no se va”— que habla incansablemente, canta y declama. En Venezuela la toma de la Bastilla ha sido un mero traspaso de gobierno. La primera batalla se libra en el terreno discursivo. Como sostiene el investigador Manuel Silva-Ferrer en su libro El cuerpo dócil de la cultura: “La narrativa de la revolución prefigura a la propia revolución, e incluso reemplaza las propias transformaciones revolucionarias”.3
La “ofensiva cultural” se desarrolla en dos planos. Uno a nivel del aparato institucional, con la sustitución de funcionarios y empleados por nuevos actores alineados al “proceso” político-ideológico. El otro, y más novedoso, con una operación masiva de acción directa en las comunidades, a través de miles de promotores culturales. Una iniciativa para incluir a los sectores marginados que se verá empañada por su carácter propagandístico. El objetivo declarado es sepultar la hegemonía cultural existente y construir una contrahegemonía, de acuerdo con una interpretación libre de las tesis del filósofo marxista Antonio Gramsci. Se trata de un proceso impuesto desde arriba, en el que la sociedad civil es más receptora que protagonista. “No hay herramienta, en verdad, como la cultura, para lograr esa recuperación de conciencia, resurrección de pueblos, profundización de quienes hemos sido, quienes somos, y quienes podemos ser”, sostiene el presidente. Ésa es la cuestión. ¿Quiénes podemos ser, según el gobierno? Además de la pretensión revolucionaria, la política cultural estará marcada por el mesianismo de Chávez, su percepción particular de la historia y su condición militar. Con excepción del afrancesado caudillo militar Antonio Guzmán Blanco (1829-1899), nunca antes los planes oficiales han estado tan influidos por los gustos personales de un gobernante. El Ministerio para la Cultura señala que el fallecido presidente mencionó la palabra cultura de forma televisada al menos 1,178 veces, como prueba de la importancia que el mandatario dio al sector.4 La sola contabilización da una idea de una de sus principales actividades: mantener vivo el culto a la personalidad. Huelgan las consignas como “la cultura es el pueblo” y “Chávez es el pueblo”. La respuesta obvia a la ecuación es el título de un libro: Chávez es cultura.5
¿Qué hace aquí colgada de un fusil la palabra amor?
Un poema como éste de Rafael Cadenas tal vez le habría dado algún sentido al enorme maniquí de soldado, con uniforme de camuflaje, incrustado entre los kioscos de una Feria Internacional del Libro de Venezuela (FILVEN).6 Ese cuerpo extraño en aquella edición realizada en el Parque del Este, en Caracas, era una metáfora de la militarización del país y de esa violencia pasiva que es la censura. Cadenas, nuestro mayor poeta vivo (Premio FIL de Guadalajara 2007, premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2018) ha sido ostensiblemente ignorado por el poder, como tantos otros autores que no forman parte de la corte. Sus libros no están prohibidos. Simplemente están fuera del circuito de librerías públicas y eventos oficiales, fuera del alcance del pueblo, excluidos de los foros onanistas del poder. Así se conformaron dos mundos paralelos en el campo de las letras. El oficial, con enormes recursos que permitieron ampliar la plataforma estatal, y el privado, donde abundan los ensayos históricos y periodísticos para entender de dónde vinieron estos polvos. Poco queda ya de ese pequeño mundo, arrasado por los controles y por la hiperinflación. Todos los grandes grupos editoriales, con excepción de Planeta, se fueron. Venezuela es un desierto en materia de novedades literarias internacionales. En los últimos años hemos asistido a incesantes funerales de librerías y el mercado electrónico es inaccesible para la gran mayoría. Es cierto que el gobierno ha repartido gratuitamente millones de libros. En especial, títulos recomendados por Chávez o sobre Chávez. El Quijote y Los miserables, El manifiesto comunista y Los cuentos del arañero, una recopilación de anécdotas del mandatario, que casualmente se distribuyó en medio de su última campaña electoral, en 2012. Entre los títulos publicados sobresale la literatura revolucionaria, con textos imprescindibles, pero también abundante material panfletario dirigido a glorificar la obra del máximo líder y satanizar los 40 años de gobiernos civiles (1958-1998). Como señala la académica Gisela Kozak:
Un gobierno que quiso someter a la población al fracasado Plan Revolucionario de Lectura, que incluyó selecciones de discursos del presidente Hugo Chávez y el expresidente Fidel Castro, no está tan interesado en el estudio y el libre debate como en el adoctrinamiento ideológico en términos revolucionarios.7
Con todo, de acuerdo con un estudio del estatal Centro Nacional del Libro (Cenal), la mitad de la población alfabetizada (10.5 millones) leía al menos un libro en 2012, una variación de dos por ciento, según Kozak, quien considera que el esfuerzo editorial realizado por el Estado no se corresponde con los resultados: “A pesar de los tirajes gratuitos o a precios simbólicos a través de la plataforma del libro y la lectura, 80 por ciento de los entrevistados por el Cenal afirma no haber obtenido nunca una publicación del Estado”.8
Chávez fue bastante explícito en relación con el uso de la cultura como herramienta política. Al dar inicio a la Misión Cultura en 2005, enfatizó la necesidad de rescatar “todo lo que realmente hemos sido para traerlo y ponerlo en acción, en la batalla ideológica, ideológica”. Para ello, ya se había reclutado y formado a más de nueve mil activadores, “un ejército de la luz en la batalla cultural”, encargados del “rescate de lo nuestro y el potenciamiento de la identidad nacional y del alma del pueblo venezolano”.9 Tres años más tarde decidió “pasar la Misión Cultura a un nuevo escalón más alto”, y puso al frente del programa a funcionarios cubanos. Así, miles de “misioneros” de la isla han venido al país a enseñarnos nuestras tradiciones —ocho mil en diez años, según cifras de la embajada cubana en 2018— y a participar en la construcción de una nueva identidad revolucionaria. A través de actos “culturales”, la nueva Misión Cultura Corazón Adentro se encargó de la catequización, especialmente en las comunidades más pobres y vulnerables. Disminuida la capacidad del gobierno de pagar a Cuba debido a la crisis económica, el peso del programa recae hoy en empleados locales. Luego de renovar el acuerdo con el Ministerio de Cultura para formar promotores (educadores especializados en desarrollo cultural), la Universidad Simón Rodríguez explicó este año: “¿Qué se quiere lograr con el convenio? Buscamos la irreversibilidad de la Revolución por la vía estructural”.10
El plan de demolición de la gestión cultural anterior transformó el terreno de las artes plásticas en otro campo de batalla, donde la principal baja ha sido la afluencia de visitantes. Centralizados en una fundación nacional y despojados de su identidad, eliminados incluso sus logotipos, los museos son apenas una sombra de lo que fueron. La dirección de las instituciones quedó en manos de camaradas o amigos del “proceso” mientras que artistas y curadores migraron a galerías privadas o se han ido del país. La imposición del canon chavista, con criterios ajenos al arte y exposiciones políticamente orientadas, no ha logrado atraer al “proletariado”. En una ocasión se exhibió una talla de madera con la figura de Chávez en tamaño natural, sosteniendo dos pelotas, y en la base el letrero machista: “Un hombre con bolas”. Del resto, el muralismo oficial es una mezcla del kitsch militar venezolano, caciques indígenas y copias de los elementos de las revoluciones cubana y rusa. Si la revolución bolivariana ha alcanzado alguna identidad gráfica es la del personalismo exacerbado: en carteles, edificios públicos y viviendas de interés social, y también en museos. El intento de impulsar el sector con la creación de la Universidad de las Artes contrasta con la falta de oportunidades y mercado —palabra maldita— para los nuevos artistas locales, ahora sí completamente dependientes del Estado y con escasas posibilidades de proyección internacional en un país apartado de las corrientes artísticas contemporáneas. Lo mismo sucede con la danza y el teatro. ¿Más actividades y mayor acceso? Sí. ¿Menos pluralidad y escasa creatividad? También.
Aunque el gobierno es pródigo en cifras sobre las actividades culturales —las estadísticas incluyen juegos de dominó— no resulta fácil realizar un balance de los resultados de la política cultural en los últimos veinte años. Tampoco abundan las investigaciones independientes. Según un estudio sobre el consumo cultural realizado en 2008 por la Universidad Católica Andrés Bello,
85 por ciento de los entrevistados no visitaba museos ni galerías, 91 por ciento no asistía a conciertos de música clásica y 75 por ciento tampoco a conciertos de música popular, 69 por ciento no entraba nunca a una librería, 74 por ciento no iba a una biblioteca.11
La “Ofensiva Cultural 2019”, el último plan del gobierno de Nicolás Maduro, anunciado en junio pasado ante un grupo de “cultores, artistas, intelectuales y militares”, infaltable eslabón, encargó al ministerio “la consolidación de los valores de la nueva cultura” y la “descolonización cultural”, dos metas que parecen contradecirse. En realidad, el único terreno en el que el chavismo pareciera haber cerrado casi por completo el círculo de la hegemonía es en la esfera de los medios de comunicación masiva, controlados por apropiación, censura y autocensura. En las televisoras estatales se refleja la diversidad de un país mestizo, pero se suele confundir lo popular con la chabacanería y se ha hecho del linchamiento político un subgénero televisivo. En radio, el gobierno tolera unos pocos programas críticos, como ratones a los que el gato deja vivir para seguir tirándoles de la cola. La música no se libró de la catástrofe. Oficialmente se privilegia la “música con conciencia” y el ritmo llanero, favorito de Chávez, aunque se execró a Simón Díaz, su máximo y más querido exponente por no comulgar con el proceso. También se subordinó el famoso Sistema de Orquestas (iniciado en los setenta) a la presidencia y se utilizó como estandarte en actos políticos. Por último, internet es una jungla, repleta de bots y constantes bloqueos a los medios digitales independientes, en la que se navega a velocidad de remo. Más allá de los triunfos en el campo semántico, la hegemonía no garantiza el rating. Y la propaganda se estrella inevitablemente con una de las realidades más duras del continente. ¿Ha tenido éxito la revolución cultural? Si se juzga por la sustitución de los grupos políticos dominantes y por el monopolio de las instituciones, no cabe duda. Pero si se mide por la capacidad de generar un nuevo imaginario, una nueva cultura, podría considerarse un fracaso. Hay control y dominio. Veinte años después, parecemos la misma sociedad, con más heridas y desilusiones nuevas.
Imagen de portada: Horacio Zabala, Combustión I - Arde Venezuela, 2018. Cortesía del artista y Henrique Faria, New York
Aló, Presidente nº 22, Caracas, 28 de noviembre de 1999. ↩
B. Muñoz, “La revolución de la conciencia”. Harvard Review of Latin America, otoño, 2008. https://revista.drclas.harvard.edu/book/la-revolución-de-la-conciencia ↩
Manuel Silva-Ferrer, El cuerpo dócil de la cultura: poder, cultura y comunicación en la Venezuela de Chávez, Vervuert/Iberoamericana, Fráncfort/Madrid, 2014, p.116. ↩
“28 de julio, el nacimiento del Chávez cultural”, albaciudad.org, 28 de julio de 2019. https://albaciudad.org/2019/07/28-de-julio-el-nacimiento-del-chavez-cultural/. 28 de julio de 2019. ↩
Gobierno Bolivariano de Venezuela, Chávez es cultura, Fundación editorial El perro y la rana, Caracas, 2015 http://www.elperroylarana.gob.ve/libros/chavez-es-cultura/ ↩
Rafael Cadenas, “Díaz del falaz relato”, Prodavinci, 27 de julio de 2017, historico.prodavinci.com/blogs/díaz-del-falaz-relato-por-rafael-cadenas ↩
Gisela Kozak Rovero, “Revolución bolivariana: políticas culturales en la Venezuela Socialista de Hugo Chávez (1999-2013)”, Cuadernos de literatura, 2015, vol. 19, núm. 37, p. 48. ↩
Kozak, ibídem, p. 44. ↩
Cuba Hoy, “Venezuela instructores de arte colaboran con la misión Cultura Corazón Adentro”, 18 de febrero de 2005, disponible en YouTube. ↩
“Unesr y Misión Cultura se unen para fortalecer Corazón Adentro”, Alba Ciudad, 1º de julio de 2019, albaciudad.org ↩
Kozak, op. cit. p.45. ↩