Las proyecciones de la ciencia que indicaban que habría un aumento de temperatura global ya son realidad: la emergencia climática se ha declarado en varios países del mundo tras una serie recurrente de eventos catastróficos con grandes impactos en nuestra sociedad. Cuando estas catástrofes suceden se piensa de inmediato en el calentamiento global, pero ni es el único factor responsable ni se consideran o analizan en forma rigurosa los factores que realmente contribuyen a estos impactos, que en su mayoría se perciben a través del agua, ya sea por su exceso o su carencia. La crisis climática forma parte de una metacrisis ecológica y de un sistema económico, pero muchas personas asocian el cambio climático únicamente con el calentamiento global y, en particular con cierto tipo de emisiones producidas por la industria y los transportes. Los científicos y políticos suelen atribuirle la culpa del cambio climático a los gases de efecto invernadero. Pero hay de gases a gases. El bióxido de carbono y el metano son algunos de los gases que causan el efecto invernadero y contribuyen al aumento inusual de la temperatura. Pero antes de que grandes cantidades de estos gases se acumularan en la atmósfera hubo y sigue habiendo vapor de agua; éste fue el primer causante del efecto invernadero. Al inicio de la vida en este planeta la concentración de vapor de agua permitió que los rayos solares que atraviesan la atmósfera y rebotan en la corteza terrestre no se volvieran a perder en el Universo, y con ello las gotitas de agua que forman el vapor retuvieron los rayos de sol y otorgaron a la Tierra las condiciones de temperatura óptimas para que surgieran los seres vivos. Así, la relación entre el agua y el calentamiento (por efecto invernadero) no es nueva. Lo nuevo son las temperaturas excesivas que se están registrando desde hace algunos años, es decir, la pérdida del equilibrio.
¿Cómo se rompió el equilibrio?
En menos de dos siglos provocamos un aumento de la temperatura global con consecuencias importantes. Este desequilibrio ocurrió por el exceso de gases, resultado de la combustión de energía de origen fósil. Pero muy pocos otorgan la importancia necesaria al impacto de dicho trastorno, que está íntimamente vinculado con el agua. Si se toma en cuenta la relación entre el agua y el calentamiento global, resulta difícil entender que los impactos de este calentamiento en nuestras sociedades se manifiestan fundamentalmente a través del agua. Hace varias décadas que percibimos los efectos del continuo y ya no tan silencioso aumento de temperatura: hemos notado variaciones en los patrones de lluvias, experimentado grandes periodos de sequía y sufriendo violentos eventos hidrometeorológicos como los del año 2013, donde simultáneamente tuvimos los huracanes Ingrid y Manuel en el Pacífico y en el golfo de México, que generaron severos deslaves y sepultaron pueblos enteros en la montaña de Guerrero. Estos cambios e impactos, que describo con detalle más adelante, resultan en extremo preocupantes o al menos así es como deberíamos sentirnos quienes habitamos este planeta.
El papel del agua en la Tierra
El agua es el elemento planetario más importante. No hay nada vivo en esta Tierra que no requiera o esté formado por agua. Toda célula, planta o bicho de la naturaleza, ya sea chico o grande, está compuesto en algún porcentaje por agua. Podemos soportar varias jornadas sin comer, pero sin agua no sobrevivimos ni tres días. Pero este líquido no sólo sostiene la vida celular, sino que atraviesa muchas esferas de nuestra realidad. Es indispensable para cultivar los alimentos, para cualquier proceso de transformación en la industria y es clave para asegurar las condiciones de nutrición e higiene básicas que permiten mantener nuestra salud. Durante la pandemia de COVID-19, sin ir más lejos, se puso en evidencia la importancia de contar con acceso al agua de buena calidad y disponible sin ninguna interrupción. Sin ella resulta imposible cumplir con la primera barrera contra el virus: el lavado de manos regular y con jabón, para evitar su propagación y la de muchos otros virus y enfermedades. Es tan imprescindible que incluso antes de la pandemia las pipas de agua eran a menudo secuestradas en varios de los barrios de la Ciudad de México, donde la carencia es constante. Por otro lado, el agua tiene también un importante papel para garantizar la salud de los ecosistemas que nos proveen de innumerables beneficios. Entre ellos, la vegetación al borde de los ríos, que ayuda a limpiarlos y oxigenarlos; los manglares que, por su concentración de nutrientes, alimentan a múltiples organismos, y finalmente, los bosques y las selvas, que además de otorgarnos oxígeno permiten generar condiciones de humedad y temperatura agradables. En general, la biodiversidad depende del agua para subsistir, gracias a ésta consigue mantener una capa de suelo llena de vida. Las raíces que la atraviesan facilitan la infiltración de agua en la corteza terrestre. Con este viaje subterráneo inicia el ciclo del agua.
Restablecer ciclos de agua para el equilibrio climático
En los últimos años los medios nos han bombardeado con afirmaciones como “México es la siguiente ciudad que se quedará sin agua.” Sin embargo, el volumen del agua que circula en el planeta no ha cambiado: existe la misma cantidad que hace millones de años. Los científicos estiman que en la Tierra hay un volumen de 1 386 millones de km cúbicos de agua. Sin embargo, las alteraciones de su ciclo, así como la forma insostenible e inequitativa en que se usa y distribuye, pueden tener consecuencias muy graves a nivel climático que ya estamos viviendo. Para entender alteraciones como el represamiento o desvío de ríos, la deforestación de selvas, bosques y manglares como zonas de infiltración o afloramiento de agua, —todo en nombre del desarrollo— debe cuestionarse lo más inmediato. Es necesario partir de un análisis local para generar acciones globales de restablecimiento de ciclos y equilibrios climáticos.
La importancia de la adaptación para la sobrevivencia
Sin importar cuántos esfuerzos se hagan por reducir los daños, incluso si se eliminaran por completo las emisiones de los gases producidos por los combustibles fósiles, las consecuencias del desequilibrio actual seguirán percibiéndose durante muchos años. No se trata de maquillar de verde la producción sino de comprender que este planeta tiene recursos finitos y que las formas actuales de producir y consumir han puesto en peligro la vida de todos. Resulta entonces impostergable un cambio en el modelo de desarrollo. También es importante imaginar planes de adaptación para los nuevos contextos que hemos provocado. La pandemia actual de COVID-19 ha sido sólo una probadita, un gran llamado de atención a nuestra forma de vida. Ya no es suficiente hacer ajustes, el problema es más profundo y la solución, sistémica. Una de las posibles soluciones radica en el restablecimiento de los ciclos del agua.
Las fases del ciclo del agua
Si bien desde hace millones de años se conserva el mismo volumen de agua, ésta se encuentra en distintos estados —congelada, en vapor o líquida—, y circula en distintas fases: en la atmósfera se mueve en flujos de vapor de agua; después, una vez condensada en forma de lluvia, cae para transformarse en agua superficial que escurre en la corteza terrestre, y se convierte en agua subterránea al infiltrarse a través de las zonas de recarga, para dar inicio a un recorrido en su fase subterránea de decenas de metros o miles de kilómetros a distintas profundidades, vuelve a aflorar, entonces, en manantiales, manglares o en grandes lagos y ríos. Aunque suele creerse que estos lagos y ríos permanentes sólo se recargan con agua superficial, una gran proporción de su volumen según la época —de lluvia o sequía— proviene de los flujos subterráneos que afloran en distintas secciones de su cauce o lecho, de modo que sigue habiendo agua ahí independientemente de las precipitaciones. El movimiento de miles de flujos de agua, —tanto los microscópicos dentro de nuestras células como los grandes ríos atmosféricos que se conocen popularmente como “ríos voladores”—, pueden llegar a cargar mucha más agua que el río más grande de la Tierra. El río volador de América del Sur inicia con la evaporación del océano Atlántico, en su camino se robustece con el agua evaporada (20 mil millones de litros de agua al día) de los árboles de la cuenca amazónica, y termina su recorrido en los Andes. Se trata de ríos invisibles —aunque no inexistentes— que son extremadamente importantes para la distribución del agua en el planeta, pues en algún momento se condensará y regará la superficie de la Tierra. Y es aquí donde empezamos a hilar flujos y cerrar ciclos.
Agua y clima, un sistema interconectado
En un planeta donde todo está interconectado por el agua es de esperarse que el calentamiento global tenga un impacto en su ciclo y viceversa. Nuestro planeta, lo sabemos ahora, está compuesto por sistemas fantásticos en equilibrios muy finos y fáciles de perturbar. A lo largo de cientos de años hemos tenido patrones de lluvia y clima relativamente estables. Las culturas originarias poseen este conocimiento. Saben cuándo vendrá una época de lluvia para planear la siembra. Durante décadas se ha festejado el 3 de mayo, por ejemplo, fecha en la que se realizan ofrendas de flores a los cerros para pedir la lluvia y tener una buena cosecha. Es el momento en el que se termina la época de secas e inicia la de lluvias. Pero desde hace ya varios años estos patrones están cambiando, poniendo en alto riesgo la sobrevivencia alimentaria de millones de personas. Los grandes fenómenos hidrometeorológicos, mejor conocidos como huracanes y tormentas tropicales, son cada vez más recurrentes, más cargados en agua y más violentos. Inundan ciudades y campos, dejan a su paso muerte y destrozos de impacto multimillonario y, para colmo, dificultan la infiltración del agua en los flujos subterráneos. La alteración de los ciclos del agua en el planeta, no es únicamente responsabilidad del calentamiento global. También tienen un significativo papel la deforestación descontrolada; el cambio de uso de suelo para la urbanización; la tala de bosques para convertirlos en campos agroindustriales o turísticos, y las industrias mineras y de hidrocarburos. En estos procesos desaparecen cerros completos y se contamina a niveles imposibles de remediar.
El aumento de la temperatura en el ciclo del agua y sus impactos
Empecemos por las alteraciones más sencillas de entender: el derretimiento de los casquetes polares y glaciares de las grandes cordilleras montañosas. Tanto el Polo Norte como el Sur pierden superficie al derretirse. Al mismo tiempo que desaparece el hábitat de osos polares, pingüinos y otros animales, sube el nivel del mar e inunda miles de kilómetros de zonas costeras habitadas. Al perder superficie, estos casquetes polares dejan de refractar los rayos del sol en la atmósfera y, por el contrario, absorben la energía calórica del sol en el mar y aumentan su temperatura. El derretimiento de los glaciares priva a millones de personas de su fuente de agua, pues los volúmenes de agua congelada que servían de reservas para poblaciones enteras cambian a estado líquido y escurren; es el caso de la región de los Himalayas, los Andes e incluso de los volcanes de México. El derretimiento polar en el agua marina altera la composición química de los océanos. Al mezclarse el agua dulce y salada se producen otros fenómenos, como variaciones en la salinidad que afecta los flujos oceánicos; éste es el caso de la famosa “corriente del golfo”. Dicha corriente provoca que los inviernos en Europa no sean tan gélidos como los canadienses, aunque estén en las mismas latitudes. Otra alteración ocurre cuando el agua del mar se mezcla con el exceso de CO2 que hay en la atmósfera, produciendo así ácido carbónico. Este mar ácido corroe los corales, ecosistemas que además de ser bellísimos proveen el hábitat para un sinfín de especies que se encuentran al inicio de nuestra cadena de alimentación. El calentamiento global provoca también mayor evaporación de las aguas marinas. Este vapor de agua incrementa la frecuencia de tormentas tropicales y huracanes violentos. Y el último fenómeno, posiblemente el más grave, es la desertificación, pues se vislumbra irreversible y contribuye a su vez al aumento de temperaturas. Conforme la Tierra se va calentando los patrones de lluvias se alteran y los huracanes y tormentas vierten grandes volúmenes de agua en pocos días, mientras generan, en otras regiones del planeta, una escasez de agua y lluvias menos frecuentes. Esto ocasiona la pérdida de humedad en la tierra y aumenta las probabilidades de incendios. La cobertura vegetal, crucial para la infiltración de agua de lluvia, se deseca. Se genera así una espiral negativa: cada vez hay menos agua en la superficie y la tierra pierde su capacidad de infiltrar y dar vida. De este modo inicia el proceso de desertificación. Al caer en este tipo de tierras desecadas, el agua de las fuertes lluvias no tiene la misma oportunidad de infiltrarse y su velocidad en la carrera hacia el mar es mayor a la deseada. Se ha perdido el paseo largo y lento que antes daba a través de los flujos subterráneos durante el cual los recargaba.
Tenemos entonces una Europa helada, ciudades y pueblos de América devastados por huracanes y tormentas tropicales recurrentes, hambrunas causadas por pérdida de cosechas cultivadas con agua de lluvia o con otras fuentes de agua que dependen del derretimiento de los glaciares, zonas costeras completamente inundadas que generan millones de desplazamientos forzados… Aunque estas cosas no parezcan tener relación entre sí, todas están vinculadas con el agua y con el cambio climático. Son tantas las alteraciones que ha sufrido el ciclo del agua, que cuando hablamos de cambio climático y buscamos soluciones no sólo debemos pensar en los gases. Muchos otros factores han contribuido y deben tenerse en cuenta para poder entonces restablecer el ciclo. Cuando se aborda el tema de esta crisis planetaria tenemos que pensar en las distintas causas, directas e indirectas, y entender el problema desde un enfoque sistémico que pueda abordar la complejidad de interconexiones con el fin de restablecer los equilibrios necesarios. Es indispensable entender que estas alteraciones afectan todos los ciclos que nos dan vida, incluidos los que ocurren dentro de nuestro propio cuerpo. ¿En qué pienso yo cuando escucho la expresión “cambio climático”? En la urgencia de restablecer el ciclo del agua, de iniciar acciones para adaptarnos y transformarnos como sociedad. Necesitamos cambiar de narrativas, descolonizar la imaginación pasando por la educación y los medios, pero también pienso en cambios estructurales que posibiliten el camino al decrecimiento, es decir salir de la producción infinita y de la acumulación sin límite, para encontrar el sentido del equilibrio.
Imagen de portada: Antonio Sampayo, Río de niebla frente al volcán Popocatépetl, México, 2016.