La costumbre de hablarle a las plantas
Mamá y yo, las dos le hablamos a las plantas, ya que
somos cortas de estatura, próximas al suelo,
y el habla es el milagro áureo—;
aprendo a escribir mientras ella le dice miel (bolsas de fuego
en la ie ) a un plátano pecoso
cuya existencia es caldo de energía.
Al crisantemo lánguido le dice Ándale y suelta
una aspirina Bayer en el agua; curvo las letras junto a la [guasábara
después del préstamo de espinas a mi pierna—
No somos buenas para relajarnos, la infancia y yo,
sufrimos una necesidad frondosa mientras Dios es solo
una ausente hipotenusa. No daremos con el temible diente
de león antes de que su voz alcance las violetas.
En verano, cuando las semillas se escapan de un finísimo [pirul,
y hacemos popurrí para el cajón de la lencerí-a,
le hablamos a las hierbas que le ungieron a Cristo,
esas hierbas tristes brillando con la mirada perdida en la [oscuridad…
Y, en cuanto a ustedes, cada cabello de su cabeza está contado, ella [me dijo,
queriendo decir que ella había contado los cabellos…
cuando estemos afuera con nuestra extranjería
en el oeste—ella en su desierto y yo en la montaña
de rodillas junto a Lilium parvum
con la misma cantidad de frágil que nuestra madre siente,
—todo estará en silencio unos minutos pero las sílabas
ya están ahí: dentro de una hoja, una sílaba,
dentro de una sílaba, una puerta—
Día 20
El revestimiento de lo real es infinito y es ahí
donde vivimos, los humanos no se rinden
cuando de momento los sueños son cortados….
como el abrigo de Gógol, como la esperanza,
su tela que transforma todo—
quiero decir el forro de ese sueño…
Esta mañana los juncos negros, sudaderas
negras para el amanecer nervioso….
Ya viene el solsticio y los niños
llegan al borde de otro año, atroz,
se asoman las abuelas a las camas para verlos,
qué alivio, ya no es tan terrible, siguen ahí
al lado del crepúsculo de invierno… luces de un rosa pálido
se alzan en los centros comerciales, los humanos tratan
de ganarse el salario, dentro de su amada
y no tan amada piel: negra o café,
beige, rosa, blanca, tatuada o cacariza,
perforada, compran regalos de unos para otros.
Los niños del desierto desconfían de los festejos invernales.
En mi niñez Cristo vivía al interior de un cactus, magia
líquida brotando de sus manos—el alma como
amor sin precedentes. En las colinas blancas,
en forma de anillos de maleza,
rayos de líquenes comen lingam en la niebla,
un escarabajo, las células de su visión sobrevolando el oro,
su trabajo no es trabajo si no lo piensa como tal,
ni para Xanthoria, cuando co-rrompe todo a su alrededor,
“es común encontrarlo en la corteza”
si llegas a pelar un pedazo de este liquen de la historia
el resto continúa—
Imagen de portada: Franz Marc, Deer in the monastery garden (1912). Dominio público.