Del ojo que no ve y otras cegueras
Un cuento vanguardista elaborado hace casi un siglo por el escritor ecuatoriano Pablo Palacio, “Relato de la muy sensible desgracia acaecida en la persona del joven Z”, es ilustrativo para entender la jerarquía corporal que posibilita que, en los incontables actos sexuales, ciertos órganos del cuerpo tengan más valor que otros.1 El protagonista del relato, el joven Z, es un estudiante de medicina que, al parecer, es hipocondriaco y replica en su propia carne las enfermedades que estudia. Cuento paródico, absurdo, casi gracioso (¿cuál es el colmo de un estudiante de medicina?: ser hipocondriaco) que, de hecho, está construido como si fuese un manual médico en el que se describen patología, síntomas y causas de las enfermedades del personaje. La mayoría de éstas vinculadas a órganos sexuales, así como a prácticas anormales y secretas para la sociedad de entonces. El joven Z muere cuando un médico que busca encontrar su anomalía central lo ausculta. El examen hace que le estalle el corazón: el pánico a que la medicina acierte en el diagnóstico es más letal que cualquier enfermedad. El narrador-testigo del cuento, un compañero de facultad, atribuye estas enfermedades y la muerte misma de Z a “su ojo hecho de tragedia”, y añade que “aunque no era tuerto, digo ‘su ojo’, porque es mejor decir ‘su ojo’ que ‘sus ojos’ ”. Parece ser, pues, que en este cuento lleno de enigmas y símbolos ese fatídico ojo que no ve es el ojete, es decir, el ano. De este modo se revela la subtrama antisodomita en la que el ano es una parte vergonzosa y vergonzante que ni siquiera puede nombrarse y que arrastra dolor y muerte si se usa erróneamente. El joven Z abre su ano (y de paso sus posibilidades) dándole un uso erótico que contraviene la función de ser el túnel de salida del aparato digestivo como indica la ciencia, la misma que en el siglo XIX dictamina, desde su estatuto de verdad, que la homosexualidad es una enfermedad. El ano funcionaba como metáfora del sujeto homosexual; no de su vida homoerótica sino de su merecida muerte, cuestión que en el siglo XX se repetirá con la aparición del VIH/sida en la que el canal rectal fue el símbolo de la tumba homosexual2 debido a los desviados usos del cuerpo homodeseante. El cuento nos enseña, de modo sutil pero efectivo, que la tragedia del joven Z —última letra del abecedario y último cuerpo en el orden jerárquico de las prácticas sexuales humanas— era el placer anal, vinculado en este caso con las prácticas homoeróticas. La crítica literaria especializada en la obra de Palacio no cayó en cuenta de que el ojo que no ve era el ano. De este modo, poder hablar con más apertura de este órgano fue algo ajeno a sus miradas, ojos que no veían (o no podían/querían ver) a aquel ojo ubicado más al sur del cuerpo. Hoy, no obstante, gracias a movimientos activistas, teorías críticas y representaciones artísticas las cosas algo han cambiado en nuestra percepción sobre el ano para devolverle legitimidad como una compleja parte de nuestros cuerpos, lo cual obliga a preguntarnos: ¿Qué peligros tiene el ano? ¿Es posible hoy en día disfrutar de este órgano sin tanta maniobra, silencio o castigo? ¿Quiénes disfrutan más del ano y por qué? ¿Hay peligros con esta liberación anal?
De imperfectas sodomías a placeres perfectos
La antropóloga Mary Douglas ha señalado cómo los orificios corporales son recintos que revelan los miedos de la sociedad pues es por allí por donde, para muchas culturas, ingresan las impurezas y por tanto los peligros, no sólo para ese cuerpo individual sino para el cuerpo social en su conjunto. La sodomía, práctica anal pecaminosa y delictiva, penada con castigos muy severos y vergonzantes por el derecho y las religiones monoteístas del perímetro europeo, era una falta muy grave pues contravenía la reproducción humana y quebrantaba ideales de higiene y pureza. Se hizo una distinción entre sodomía perfecta, realizada entre hombre y mujer, y sodomía imperfecta, llevada a cabo entre personas del mismo sexo, siendo más castigada la segunda que la primera, incluso con la muerte. El calado de estas ideas, que inhabilitaban al ano en el sexo y jerarquizaban las prácticas y las subjetividades anales, es profundo; tan profundo como el ano mismo. No obstante, ya decía Baruch Spinoza hace varios siglos que “nadie ha determinado hasta ahora qué posibilidades tiene el cuerpo”, sentencia aún verdadera pues la corta mirada que impone toda ideología es insuficiente para las potencias de la carne. Pensadoras feministas, como Julia Kristeva, y decoloniales, como María Lugones, abrazaron, respectivamente, conceptos claves vinculados con la potencia de la abyección y la impureza del cuerpo que ayudaron a pensar en otros acercamientos a la carne. Asimismo, parte del feminismo lésbico dejó en claro, contrario a cierta mitología que dice que sólo los hombres disfrutarían del sexo anal, que las mujeres también lo hacen y reinventan las prácticas sexuales y sus imaginarios.3 Otras autorías que cuestionan el binarismo cisgénero como la queer de Paul B. Preciado y la cuir de Kelly Inés Perneth han visto al ano como un lugar en el que se democratiza el deseo y en el que se pueden articular nuevas estéticas. Así, el agujero anal, desde hace unas pocas décadas, se ha repensado como fuente de placer, festividad y estallido. En este sentido, en la literatura latinoamericana ha sido posible encontrar narraciones que dan cuenta de ese boom4 de relatos de liberación anal que encontraron gozo y otras alternativas a la fatalidad en esa tan pequeña pero tan importante parte del cuerpo. El escritor marica cubano Reinaldo Arenas en su autoficcional novela El color del verano cuenta, entre otras muchas, la historia de santa Marica, un pájaro, o maricona, en la jerga caribeña, llamado Aurélico que murió virgen a los 82 años y empezó a ser venerado por otros maricones. Ante los milagros que empiezan a ocurrir en favor de las locas de La Habana, el papa, para desmentir la virginidad y, por tanto, la santidad de santa Marica
arremetió con su cetro el ano de la difunta. Pero aquel ano que nunca había gozado de ningún tipo de penetración se mantuvo cerrado. Entonces el Santo Padre, que de todos modos quería probar que Aurélico Cortés no era virgen, empujó con todas sus fuerzas el cetro en el ano de la loca. Y fue tanto placer que aquella gruesa vara al traspasarle el ano le proporcionó a la loca muerta que al instante resucitó.5
Por su parte, Yolanda Arroyo, escritora lesbiana afrodescendiente, en el cuento “Asian Jelly” presenta a dos mujeres, Paola y Choi, que en el acto sexual usan, a la vez que fabrican, una delicada mermelada.
Paola se voltea, aún ojos cerrados. Se coloca en la pose predilecta, levanta las nalgas, brillosas por el derrame de fluidos que ha dado inicio. Abre el frasco de mermelada y unta su mano. Embadurna los pliegues de sus lugares expuestos. Todo el pubis y la mayor parte de los glúteos. Decora con jalea transparente y aterciopelada su vagina; detecta otras gelatinas, otros jugos que chorrean […] Paola se mueve consternada de placer. Se convierte en semilla, en crema de cacao, en pulpa aceitosa. Siente cómo la extraen de la vaina en donde descansan las legumbres. El círculo de su goloso ano se convierte en un verso de Neruda donde la primavera madura los cerezos. La lengua de Choi la penetra saboreando cada delicado margen. Aquella profundidad achocolatada y nueva es una promesa de futuro.6
Claudia Rodríguez, narradora travesti de Chile, en su libro Cuerpos para odiar comenta cómo incluso en medio del complejo trabajo sexual al que muchas mujeres travestis son conducidas7 hay posibilidades de acción para ayudar a que quienes no puedan disfrutar de su ano lo hagan. La travesti debe “estar dispuesta a todo pero en secreto, para que no duden del hombre, para que no se diga del hombre que le gusta por el poto. La lengua en su poto y los dedos de una travesti.”8 Por fuera del trabajo sexual, Rodríguez relata cómo en el metro un hombre desconocido se pone detrás suyo:
Se esfuerza por sostenerme un segundo, a la altura de la erección, empujar dos o tres veces, hinchado como una deliciosa fruta que me podría atravesar, que adoraría saborear con mi boca, para sudar, mojarme y definitivamente acabar como la multitud que baja en [la parada] Universidad de Chile.9
Rodríguez disfruta de los jugueteos con sus nalgas y su ano y, de hecho, enuncia un cuerpo travesti que des-loca-liza el ano y multiplica los placeres: “mi cuerpo está lleno de potos para ti.”10 Éstos y tantos otros textos dan cuenta de un registro vinculado al cuerpo en el que el ano se convierte en un locus ético y estético de placer en espacios opresivos. En la rica prosa de Arenas el sexo anal es milagroso y dador de vida; en aquella tan poderosa de Arroyo es suculento porvenir que devela nuevos placeres, y en la poesía autobiográfica de Rodríguez es fuente de gozo que se multiplica en el cuerpo propio y en el ajeno. Atrás queda la perfecta/imperfecta sodomía, de repente se llega a un ano sober-ano.11
Los peligros de la liberalización anal. Ver con todos los ojos
No debe, sin embargo, embriagarnos el optimismo. Deleuze y Guattari ya vaticinaron que el capitalismo tiene una máquina-ano, que corta-flujos y que obedece a lógicas de privatización. En las culturas gay, por ejemplo, se extiende la idea de un sexo anal impoluto, olvidando que el recto es parte también del sistema digestivo. Actores porno convertidos en influencers que recomiendan el uso de enemas continuos (cosa que atenta contra la salud del sujeto pasivo) o empresas que a través de famosas drag queens promocionan productos que limpian el recto, apuntalan la construcción de un ano ideal que puede obtenerse a partir del gasto económico. Clasismo anal al que se suma un racismo anal con una serie de propuestas estéticas de blanqueamientos de la zona, dando cuenta de cómo la liberación anal en el contexto capitalista nos lleva a la liberalización anal, donde el ano es un bien que se valora por su aceptación en el mercado. Asimismo, en los portales porno que pueblan la red, la palabra “anal” es una de las más usadas durante las búsquedas.12 Muchos de estos videos restituyen fantasías en las que el ano es un lugar de prohibición, sometimiento y violencia. El ano del hombre cisgénero heterosexual suele aparecer cerrado, mientras el de la mujer (más aún si es asiática, latina o afrodescendiente) responde a estéticas de dominación y objetivación; incluso el sexo anal entre mujeres viene permeado por una mirada cisheteropatriarcal que busca un placer machista y debe levantar sospechas. Esto nos obliga a repensar el ano como espacio de libertad y opresión que requiere que veamos (con todos nuestros ojos) y escuchemos con atención a anos nativos y afro, anos con discapacidad, anos asexuales, anos trans, anos ecologistas o anos decoloniales más allá de lógicas de consumo que replican viejas/nuevas matrices de opresión. La historia de lxs anales,13 compleja, inacabada, profunda, nos obliga a pensar en el potencial de acción ética de este órgano. En palabras de Joseph Pierce: “El ano contiene y propaga. Devora. Dilata. Deleita. Delata.”14
Imagen de portada: Keith Boadwee, Op Art, 1996. Cortesía del artista y de The Pit, Los Ángeles
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Pablo Palacio, “Relato de la muy sensible desgracia acaecida en la persona del joven Z”, en Wilfrido Corral (comp.), Pablo Palacio. Obras completas, CRLA Archivos, Madrid, 2000. ↩
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Leo Bersani, Is the Rectum a Grave? And Other Essays, Chicago University Press, Chicago, 2010. ↩
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Aunque las teóricas lesbianas en Estados Unidos mayoritariamente afirmaron que el sexo anal era subyugante y falocéntrico, otra parte abrazó las prácticas sadomasoquistas. Julia Creet ha trabajado estas diferencias. ↩
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Acaso este boom anal, al menos en lo onomatopéyico, sea más interesante que el referencial Boom latinoamericano tan poco cercano a escritos que reivindicasen esta parte del cuerpo. ↩
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Reinaldo Arenas, El color del verano, Tusquets, Barcelona, 2010, p. 215. ↩
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Yolanda Arroyo Pizarro, Lesbianas en clave caribeña, Egales, Barcelona, 2012, pp. 82-83. ↩
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Recomiendo, para el complejo debate de abolicionismo y reglamentarismo en espacios travestis, mi entrevista con Marlene Wayar, “Las personas travestis estamos viviendo una situación que es de flagrante injusticia”, Iuris Dictio, vol. 24, 2019. ↩
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Claudia Rodríguez, Cuerpos para odiar. Poesía travesti, libro autogestionado, Santiago, 2013, p. 70. ↩
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Ibid., p. 96. ↩
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Ibid., p. 95. ↩
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Tomo el nombre del trabajo artístico-político del colectivo Pacha Queer. ↩
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Muy diferente a aquella Escuela de los annales de Marc Bloch y Lucien Febvre. ↩
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Joseph M. Pierce, “El ano dilatado: Un siglo de deseo pederasta en América Latina”, en Diego Falconí (ed.), Inflexión marica. Narrativas del descalabro gay en América Latina, Egales, Barcelona, 2018. ↩