Más que una representación objetiva del territorio, un mapa es una herramienta que permite crear la realidad desde un punto de vista subjetivo y casi siempre con un fin específico. Durante siglos, los únicos que tuvieron la autoridad y la infraestructura suficientes para diseñar mapas fueron los Estados. Y si algo nos han enseñado estos últimos es que los mapas nunca son neutrales. Gracias a la tecnología actual, la posibilidad de hacer mapas ha dejado de pertenecer únicamente a quienes detentan el poder político —gobiernos, ejércitos— y económico —empresas petroleras, hidroeléctricas o mineras—. Por primera vez en la historia, los ciudadanos y las comunidades tienen la posibilidad de emanciparse y mapear sus territorios. Un antecedente fundamental de este movimiento de cartógrafos independientes fue el Proyecto inuit de uso y ocupación de la tierra, puesto en marcha en 1976, con el que ese pueblo septentrional logró defender su derecho sobre una parte importante del territorio canadiense. Este tipo de mapeo es fundamental para las comunidades rurales que buscan proteger sus tierras, como ocurre con el mapa waorani, elaborado por miembros de este pueblo originario de Ecuador, amenazado por la industria petrolera. Un mapa de naturaleza semejante es el de Tierras nativas, que delimita todas las regiones indígenas de América, o Regresando a los topónimos originarios de Canadá, que marca el territorio de ese país con nombres nuevos y ancestrales. Se conoce como cartografía participativa a este recurso colectivo fundamental de elaboración de mapas para defender el territorio. Aplicaciones como Waze y proyectos como OpenStreetMap son ejemplos de lo exitosa y útil que puede resultar la versión digital de esta herramienta, tanto en el campo como en las ciudades. La cartografía crítica, por otra parte, denuncia el statu quo y a la cartografía tradicional que se encarga de respaldarlo, y nos invita a ver el mundo desde enfoques más diversos. Un ejemplo reciente de esta visión es el mapamundi autagráfico del arquitecto japonés Hajime Narukawa, que propone una alternativa a la proyección de Mercator, inventada en el siglo XVI y todavía muy usada; esta proyección privilegia a los países del norte, tanto en tamaño como en posición, de manera que Europa ocupa un lugar superior y parece ser del tamaño de África. Otro ejemplo de cartografía crítica que incluimos aquí es el mapa del colectivo Geochicas, que señala la escasez de calles con nombre de mujeres ilustres en las ciudades iberoamericanas. El trabajo de este colectivo hace patente la baja participación de las mujeres en la elaboración de mapas urbanos, a la vez que denuncia el poder patriarcal detrás del crecimiento de las ciudades. El mapa también es una herramienta narrativa por excelencia. Cada uno cuenta una historia o al menos aporta un punto de vista sobre un relato que ya existía. El mapa de Iguala, Guerrero, diseñado por el colectivo Forensic Architecture, narra la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa a partir de entrevistas, objetos encontrados e información pública que el colectivo recopiló. Al estudiarlo queda claro que lo omitido en un mapa, todo lo que no se cuenta, constituye una parte fundamental de lo que representa. Los mapas también son esenciales en la literatura, no sólo como tema de innumerables relatos, sino como recurso para entender mejor una obra. Sobre ello nos habla el antropólogo Carlos Mondragón, lector erudito de Tolkien, en cuyo artículo cuenta que los mundos exuberantes inventados por el autor de El Hobbit surgieron de un mapa primordial. En esta edición, la Revista de la Universidad de México ofrece, a través de veinte mapas novedosos, un panorama amplio de los distintos aspectos que abarca la cartografía moderna. Agradecemos la participación del cartógrafo y activista Mir Rodríguez Lombardo, curador invitado de esta muestra, que nos permitió descubrir la importancia de la cartografía para los movimientos sociales. Estamos convencidos de que estas herramientas y lenguajes serán de gran utilidad e interés tanto para los investigadores de cualquier disciplina como para nuestros lectores. “Un mapa siempre empieza con un viaje”, dice Alberto Blanco en el poema que retomamos en estas páginas. Por ser ésta la edición que coincide con el verano, incluimos un suplemento literario para viajar a destinos remotos del planeta (y más allá).
Imagen de portada: Mapamundi (detalle) de Urbano Monti, Milán, 1587; ensamblado por Brandon Rumsey, Stanford, EUA, 2017. Este mapa, que se ofrece como póster en el número impreso de la Revista, es una reconstrucción del atlas que el cartógrafo italiano Urbano Monti (1544–1613) publicó en 1587: un mapamundi en 60 hojas que requerían ser ensambladas sobre una tabla de aproximadamente tres metros de lado que rotaría sobre un eje en su centro. La colección de mapas David Rumsey, de la Universidad de Stanford, adquirió recientemente uno de los tres ejemplares que existen de esta obra maestra, la digitalizó y la ensambló para mostrar por primera vez [el mapa como Monti lo concibió]. Se trata de una proyección polar, muy poco usual para su tiempo, un intento de representar de la mejor manera posible el globo terráqueo en un plano. Ver aquí la historia y otras imágenes del mapa.