Es la historia más terrible que he escuchado. En septiembre de 1971, cuando Qué sabroso estaba mi francés (Como era gostoso o meu francês), la película de Nelson Pereira dos Santos, uno de los grandes directores del Cinema Novo, estaba siendo examinada en el Servicio de Censura de las Diversiones Públicas, un indígena tupinambá pasó cautivo dos semanas (el período necesario para revisar la película) en el edificio de dicho organismo en Brasilia. Un técnico en censura, que estuvo presente en las sesiones, reveló los detalles. Habían llevado al indígena desde Ubatuba o desde el Vale do Paraíba (el técnico no lo sabía a ciencia cierta) en un avión de la Fuerza Aérea Brasileña. Para todo efecto práctico, el Departamento de Policía Federal del Ministerio de Justicia nunca vio al indígena. El técnico ya no sabe si el indígena realmente pasó dos semanas allí o si no volvió a salir de la sala de cine donde proyectaban las películas para examinarlas, un lugar por el que circulaban sombras, y donde a veces era posible sólo ver de soslayo el ala de un quepí militar, el bigote marcial de un coronel o el brillo de la punta de una vaina de espada arrastrándose por el corredor hundido en la oscuridad. Durante esas dos semanas (¿habrían sido más?) las siluetas con los hombros ornados por dragonas se hicieron más frecuentes, de eso estaba seguro el técnico. Lo conocí en el curso de mis investigaciones. La película se basaba en la historia de Hans Staden, un alemán que fue prisionero de los tupinambás en el siglo XVI, durante ese período colonial que se conoce como la Francia Antártica, cuando Rio de Janeiro estuvo ocupado por los franceses. En la historia, un francés condenado a muerte escapaba y terminaba en manos de los caníbales dirigidos por el líder indígena Cunhambebe. Era como saltar del sartén para caer en las brasas, claro, pero el francés les enseñó a los bugres1 a usar los cañones que habían aprehendido en una batalla contra los portugueses en la bahía de Guanabara, así que su muerte se fue postergando. Le dieron una indígena para él solo, de ahí que los espectadores fueran tan constantes en las sesiones de censura. No recuerdo el nombre de la actriz, pero recuerdo su color de urucum,2 su piel roja desnuda. Era una mujer hermosa, esto hasta el técnico lo recuerda, él que tiene una memoria tan llena de lagunas. La producción no incluía indígenas de verdad, puros actores blancos pintados con urucum. La única excepción era Arduíno Colassanti, un actor de cine muy conocido en Brasil, que hacía el papel del francés. Desde el momento en que se posterga la muerte del hombre blanco, éste empieza a aparecer desnudo. Al parecer (sugirió el técnico), los oficiales también recurrían a la sala de proyecciones por este motivo. Las evaluaciones empezaron a tener sesiones cada dos horas (la película dura una hora con veinte minutos), con pequeños intervalos en los que las sombras se escabullían por el corredor, impulsadas por susurros y por el crujir de la tela satinada de sus pantalones verde olivo al caminar. El pene del francés (interpretado por el pene de Colassanti) era aventajado en comparación con el de los indígenas de mentiritas, recordó el técnico en censura, sin hacer ningún esfuerzo por dotar de sentido a su afirmación. Al principio, los militares salían durante los intervalos y se ocultaban bajo pilotes que los guarecían de las inclemencias del sol de la tarde; sus lentes de sol vigilaban la luz del altiplano y el humo de sus cigarros escalaba despaciosamente el cielo del Distrito Federal para mezclarse con las nubes de las quemas del campo. Tras desaparecer en los baños del fondo del edificio, se insinuaban de regreso en la penumbra de la sala y volvían a ver la película desde los créditos iniciales, observando las suaves curvas de las tetas de las actrices indígenas, que eran bastante distintas de las tetas de las indígenas reales, más caídas, y el pene de Arduíno, que superaba en envergadura al de un indígena. En el curso de la película, el prisionero francés experimenta la doble felicidad de matar a un compatriota que lo traiciona y amar a su esposa tupinambá.
El indígena tupinambá verdadero, al que mantuvieron cautivo en la sala de cine del SCDP, fue capturado en Ubatuba o en el Vale do Paraíba (¿cómo saberlo a ciencia cierta ahora?) durante la segunda semana de revisión de Como era gostoso o meu francês, y en el interior del avión de la FAB en que lo transportaron también llegaron dos latas que contenían una segunda copia de la película, enviadas desde São Paulo, pues la primera se había dañado por el excesivo número de proyecciones. Entonces los oficiales ya no volvieron a salir de la sala y habitaron durante días y semanas sus rincones más inescrutables, pues la película empezó a proyectarse continuamente, 24 horas al día, sin interrupciones. El técnico de censura, sin duda aturdido de cafeína y otras sustancias para mantenerse despierto, no recuerda el momento exacto en que vio por primera vez al tupinambá recién llegado, pero cree que fue en la escena en que Cunhambebe intentaba matar al francés, durante la 84ª sesión consecutiva de la película (el técnico anotaba el número de sesiones en una libretita que se perdió junto con sus recuerdos). Entre todos los falsos tupinambás, el líder indígena era el que tenía el pene más pequeño, declaró el técnico, recordando al fin algo relevante. Por unanimidad se decidió que la película se censuraría para menores de 18 años a causa de la desnudez, pero eso no era lo que preocupaba a los censores, a los técnicos de censura y al público militar. La película estaba casi totalmente hablada en tupí, con excepción de los diálogos en francés, y todos sospechaban que el mensaje subversivo se transmitía a través del lenguaje gutural indígena, que nadie conocía; probablemente se trataba de panfletos comunistas traducidos. A eso se debió la llegada del verdadero indígena tupinambá, llevado contra su voluntad desde Ubatuba, tal vez desde el Vale do Paraíba (imposible saberlo a estas alturas, tal vez el indígena fuera originario de Paraty, donde filmaron la película, y a lo mejor había participado de hecho en las filmaciones, quizá era el único indígena verdadero que trabajó en aquella producción, como extra). Tampoco parecía sencillo descubrir si aquel indígena en verdad era tupinambá (a fin de cuentas los tupinambás se habían extinguido en casi todo el país, y los pocos sobrevivientes de la tribu se mezclaron con la población caiçara3 del sudeste del país), y si podría cumplir con la tarea que le habían asignado en las sesiones, la de doblar al portugués los diálogos que salían de los altavoces, pronunciados por los bugres de la pantalla. De esta manera, el trabajo del técnico de censura podría llevarse a cabo satisfactoriamente. Éste no recordaba a quién se le había ocurrido aquella buena idea, pero guardaba un recuerdo muy vago de haber sido él mismo el que sugirió algo por el estilo. En la historia, el francés auxiliaba a la tribu de Cunhambebe a derrotar a sus rivales usando los cañones. Como premio, lo llevaban a la pajelança4 conmemorativa, que se celebraba en la cabaña principal de la aldea. Su esposa, la indígena de pequeñas tetas en forma de luna creciente, iba con él. El prisionero francés, sin embargo, mostraba una desconfianza cada vez más pronunciada hacia ella, pues se preguntaba si sus miradas golosas eran de pasión o de hambre. El francés, a fin de cuentas, no era nada tonto, y sabía que los tupinambás eran antropófagos, de manera que sentía escalofríos cada que la joven cunhatã5 suspiraba viéndole el pene. No menos desconfiado, el tupinambá real permaneció de pie frente a la primera fila de butacas de la sala de proyecciones, y mientras el griterío encubría el pavoroso ulular autóctono que salía del sistema de sonido, procuraba doblar los diálogos de Cunhambebe en la pantalla, inventando su contenido. Las miradas blindadas de los oficiales observaban los esfuerzos del indígena en la platea sin otra expresión que las imágenes que se reflejaban en sus Ray-Bans estilo cazador. En la película, Cunhambebe empezó a perseguir al francés con un tacape6 alrededor de la cabaña. Algo parecido sucedió en la platea, un coronel de espalda muy ancha se puso a perseguir al tupinambá entre las butacas, exhortándolo a cumplir con exactitud la tarea para la que lo habían convocado. Sin comprenderle, o al menos no por completo, el tupinambá real esbozó explicaciones poco convincentes, dijo que él no pertenecía a esa etnia, sino a otra, que venía del Amazonas, y que había ido a Ubatuba (o al Vale do Paraíba, o a Paraty, ya poco importa) por su empleo, pues era farmacéutico y había salido de Manaus para presentar una entrevista de trabajo. Desde pequeño había vivido en la ciudad. En la pantalla, los seguidores de Cunhambebe empezaron a perseguir al francés, y en la platea pasó lo mismo, los oficiales se sumaron al coronel en la caza al caboclo,7 eso fue lo que dijo ser, relató el técnico, al quien conocí mientras investigaba la historia de la censura que sufrió el cine brasileño durante el período de la Dictadura, un simple caboclo, miembro de una familia de varias generaciones de caboclos de las ciudades, que ya no recordaba nada de ninguna cultura indígena antepasada, un caboclo amnésico que disfrutaba los partidos de futbol en la tele y que le iba al Flamengo. Finalmente capturaron al francés y Cunhambebe le asestó el tacape en la cabeza, mientras en la platea aporreaban al falso tupinambá, un simple farmacéutico caboclo desempleado, eso era, y hombres uniformados lo arrastraron por los pelos a lo largo del corredor hasta el fondo oscuro de la sala de cine, donde desapareció precisamente en el instante en que, en la pantalla, la esposa tupinambá sorbía el tuétano de un metacarpo del francés y empezaban a subir los créditos finales de la película.
Imagen de portada: Fotograma de Como era gostoso o meu francês, 1971.
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Designación despectiva que los blancos dan a los indígenas. Al parecer fue empleada por primera vez en Brasil por los franceses para referirse a los indígenas tamoios en el siglo XVI. ↩
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Achiote. Por las características del texto, se respetan las palabras de origen tupí. El tinte rojo obtenido de esta planta se utiliza como pintura corporal entre diversos grupos indígenas. ↩
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Población mestiza (mezcla de indígenas, blancos y negros) del litoral del sur y sureste de Brasil. ↩
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Festejo ritual celebrado por el pajé (chamán) de la tribu. ↩
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Muchacha (palabra de origen tupí). ↩
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Clava, hacha corta usada como arma ofensiva. ↩
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Mestizo de indígena y blanco. ↩