I
Para las Olimpiadas de 1968, el diseño mexicano elaboró un alud de obras que llegan hasta nosotros demostrando que el pasado puede convertirse en una serie de imágenes polifacéticas. En este texto, ofrezco algunas iluminaciones, partiendo de las reflexiones de Walter Benjamin y el teórico del diseño Gui Bonsiepe, sobre unos cuantos fragmentos de un archivo extenso y cuidadosamente resguardado: el acervo del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez. Al escribir acerca de un año tan emblemático, me pregunto si existe el riesgo de vaciarlo de toda resignificación posible: ¿qué puede aparecer en los márgenes que exprese un pathos y un ethos susceptibles de ser comprendidos no como mera acción propagandística ni como una simple coincidencia temporal?
Decidí dirigirme directamente a este archivo porque es el más completo sobre el tema del diseño y las Olimpiadas de México en 1968. Quedé maravillada cuando comencé a revisar las carpetas que resguardan el material de un sinfín de personas y equipos de trabajo, y que reúnen horas de labor incansable en la persecución de una meta: presentar la imagen de un país que, pese a ser calificado como “submundo desarrollado”, ya contaba con el capital humano y simbólico para organizar aquella gesta deportiva que ha pasado, en los anales del olimpismo, como la más ambiciosa, porque fue realizada en las circunstancias políticas más oscuras desde las desoladoras guerras mundiales.
II
Me interesa enfatizar el aspecto histórico del diseño usado en las Olimpiadas de 1968. Con esto en mente, me sirvo de los cuestionamientos historiográficos que hizo Ariel Rodríguez Kuri en su cuidadosa investigación sobre las cuestiones políticas y diplomáticas en torno a la obtención de la sede por parte de México. Fuimos la primera nación latinoamericana en conseguir que las Olimpiadas se celebraran en su territorio.1
El comité organizador de los XIX Juegos Olímpicos fue encabezado por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, nombrado para ese cargo el 26 de julio de 1967 por el presidente Gustavo Díaz Ordaz. El esfuerzo debió ser extraordinario, ya que los Juegos fueron inaugurados el 12 de octubre de 1968. Hay evidencia suficiente para argumentar que la práctica del diseño se encontraba en un proceso avanzado, aun en los años en que no se habían formalizado los estudios superiores de esta disciplina. Al respecto, en 1968 todavía se estaban formando los primeros profesionales del programa pionero en diseño industrial de la Universidad Iberoamericana (UIA).
En esta historia es difícil determinar la secuencia específica de los eventos. Sin embargo, es posible afirmar que el diseño gráfico en México comenzó en una época tan temprana como la del muralismo. Más adelante, en los años cuarenta y cincuenta, los refugiados españoles Miguel Prieto y Vicente Rojo enriquecieron la gráfica nacional. En 1957 la UIA inauguró el diseño gráfico como opción terminal para la carrera de diseño industrial. Cinco años después, el Instituto Nacional de Bellas Artes creó la carrera de Diseño Artístico Industrial y la UNAM oficializó la licenciatura en Dibujo Publicitario.
Todo ello derivó en que los diseñadores gráficos de la década de los sesenta adquirieran conocimientos en una variedad de disciplinas, como los estudios artísticos y los estudios de diseño industrial y también, en muchos casos, aprendieron de manera autodidacta. Varios colaboradores involucrados en los diseños de México 1968 aún estudiaban en sus respectivas escuelas, e incluso hubo quienes se inscribieron en ellas tras los Juegos Olímpicos. Así, un despliegue de frescura y creatividad se inyectó en el proceso del diseño de las Olimpiadas mexicanas. A la vez, éstas sirvieron para que los diseñadores cobraran agencia, pues pudieron mostrar la utilidad de su trabajo para la sociedad y los actores políticos. No es de extrañar que cinco años después, en 1973, la UNAM, la principal sede de formación del México de mediados de siglo XX, creara la licenciatura en Diseño Gráfico.
Al relatar estos acontecimientos y sus fechas, en apariencia discontinuas, resulta irresistible incluir el mes de abril de 1969. Entonces se fundó el Centro de Investigaciones del Diseño Industrial (CIDI), cuyo plan maestro fue concebido por Horacio Durán y avalado tanto por el rector Pablo González Casanova como por el director de la entonces Escuela Nacional de Arquitectura, Ramón Torres. Para terminar este engarce de sucesos en el diseño mexicano, es justo mencionar la conmemoración de los cincuenta y cinco años de la fundación del CIDI, realizada en el Museo Experimental del Eco en abril de este año. En el marco de la celebración, se convocó a un ejercicio de memoria colectiva en este espacio concebido por Mathias Goeritz. Como bien proyectó Ramírez Vázquez, la Olimpiada Cultural excedió el tiempo y el contexto de los juegos deportivos. ¿Cuántas coincidencias más podríamos encontrar en el llamado “Liberatón. 55 años del CIDI” que tuvo lugar en dicho museo?
III
El logro de las Olimpiadas mexicanas fue posible gracias a un sinnúmero de voluntades que se manifestaron desde el sexenio del presidente Miguel Alemán (1946-1952). Sin embargo, es pertinente recordar que los obstáculos para que el país obtuviera la sede se encontraban en los centros hegemónicos del poder político del siglo XX, como le ha sucedido a muchos países enmarcados en la lógica del subdesarrollo. Teníamos todo para perder, pero nada nos detuvo, ni siquiera las posturas ideológicas de cada polo de la Guerra Fría. A final de cuentas, México albergaría los Juegos Olímpicos y esto debía reflejarse en la capacidad del diseño para comunicar cada una de las actividades.
Ramírez Vázquez ejerció un papel de diseñador ciudadano y, por lo tanto, político, en el mejor sentido del término. Desde el momento en que el país consiguió ser la sede de las Olimpiadas, se desataron críticas (es posible constatarlas en varios periódicos de la época) provenientes sobre todo de los países “más desarrollados”. Ramírez Vázquez aprovechó cada una de ellas como una oportunidad para demostrar la capacidad de organización, planeación, conceptualización y desarrollo de los Juegos por parte de México. Esto llevó a la consolidación de un hito en la historia del diseño no sólo nacional sino global. Las imágenes que acompañan este texto son testimonio de la promoción y ejecución de una reinscripción del imago que hasta entonces se tenía del buen México salvaje.
Al pasar horas revisando carpetas que contienen imágenes organizadas y a la vez extirpadas de la secuencia de la vida, se impone la necesidad de reconfigurarlas en una constelación que arroje luz sobre dos ámbitos: el diseño y las Olimpiadas del 68. Hoy, a más de medio siglo de aquel acontecimiento, adquiere nuevos bríos la reflexión de Walter Benjamin sobre el Ángel de la Historia, cuya cabeza mira hacia el pasado mientras el resto de su cuerpo se dirige hacia “adelante”. Esta alegoría encierra una trampa o bien la salvación.
Al respecto, ofrezco un hallazgo mínimo. Las imágenes de promoción de las XIX Olimpiadas de México en la capital francesa representan un anclaje a pesar del impetuoso remolino del tiempo. El 24 de abril de 1967 se llevó a cabo una rueda de prensa en la Maison de l’Amérique Latine, en París, planeada para fortalecer los vínculos entre ambas sedes olímpicas, pues en Grenoble, entre el 6 y el 18 de febrero de 1968, se realizaron los X Juegos Olímpicos de Invierno. En dicha rueda de prensa se utilizó uno de los incontables materiales gráficos elaborados para promover las Olimpiadas en México. La selección resulta interesante porque no fue una de las imágenes que después se volverían emblemáticas. Como se menciona en un documento del archivo, el material fue identificado con el título de “Pájaros” y su diseño estuvo a cargo de Manuel Villazón. La promoción en la Maison de l’Amérique Latine fue un acto más cercano a la diplomacia que a la mercadotecnia. Con ello, el capital simbólico de México, embebido en su riqueza cultural, quedó de manifiesto y creó un precedente al extender el ámbito de acción de los Juegos a la cultura en sí. De esta forma se enarboló el sentido humanista de las Olimpiadas clásicas frente a aquel Occidente hegemónico e incrédulo.
Debido al vínculo coyuntural entre ambos países, los esfuerzos de promoción se llevaron a los aparadores de algunas tiendas comerciales, como también se puede constatar en las imágenes de archivo. Se trató de una estrategia innovadora para la época, sobre todo porque Ramírez Vázquez aprovechó la relación con Francia, que entonces asesoraba el proyecto de construcción del metro en la Ciudad de México. Ramírez Vázquez solicitó espacios de promoción tanto en el metro como en el sistema de transporte público de París. Gracias a ello existe aquella maravillosa imagen en la que se abre una puerta al pasado y muestra una imagen del futuro: las Olimpiadas de 1968, con la Torre Eiffel en el fondo, aunque entonces ni el mundo ni los propios franceses sabían que en unas cuantas semanas estallaría el movimiento de estudiantes y trabajadores conocido como el Mayo francés.
IV
En ocasiones parece que la historia se reduce a un puñado de imágenes emblemáticas que oscurecen una compleja red de acontecimientos, pesadillas, sueños y esperanzas. El año de 1968 dejó una marca indeleble en la historia. En esta fecha confluyen —conjuradas probablemente por el “espíritu del tiempo” (Zeitgeist)— una serie de representaciones políticas e ideológicas que generaron una gran riqueza cultural.
Sin embargo, el pasado puede convertirse en futuro cuando lo interpreta el estudioso de los acontecimientos. Para que un evento sea susceptible de ser aprehendido en el futuro debe haber sido capturado en soportes que sobrevivan a la experiencia. A la vez, ese evento sólo puede ser desenterrado, reencontrado, revelado o revivido por medio de la interpretación intelectual o del pálpito de la nostalgia. Los enfoques que organizan los fragmentos de testimonios y evidencias otorgan al suceso giros enriquecedores. Todos ellos tienen en común el intento por comprender más acerca de nosotros mismos como organismos sociales. Algunas perspectivas proponen que estamos engarzados en una serie de sucesos significativos, y que así atendemos la necesidad legítima y vital de dar “sentido” a nuestro paso fugaz por el mundo. En este marco, el diseño se articula como medio de comunicación que hace posible renovar prácticas sociales e individuales. Como fenómeno estético, en toda la extensión del término, el diseño es avasallador, pero a la vez está acotado porque se trata de una pieza más, de un engranaje dentro de la máquina de la modernidad.
Al respecto, retomo las palabras que Gui Bonsiepe pronunció en la Ciudad de México en octubre de 1979, durante otro hito en la historia del diseño en América Latina —aquella fue la primera vez que un país de nuestra región fue sede del Consejo Internacional de Sociedades del Diseño Industrial (ICSID, por sus siglas en inglés).
Habrá que insistir en la diferencia estructural entre el diseño industrial periférico y el central. La periferia no es la prolongación del centro ni la burda contraimagen del mismo. Hay que acercarse a ella en sus propios términos. Esto no debe entenderse como un intento de confrontación para crear artificialmente divisiones, sino como un paso indispensable para despejar el camino de un diseño industrial en la periferia.2
Agradezco todo el apoyo que recibí de parte de los responsables del Acervo Ramírez Vázquez, en especial el de Karina García. También extiendo mi gratitud a los alumnos del taller de investigación del posgrado de Diseño Industrial de la UNAM, del semestre 2024/2.