suplemento Especial: Diario de la pandemia JUN.2020

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Mariana Flores Lizaola

El tiempo va y viene. Lleva todo consigo, drástica e irremediablemente. No hay nada contra el tiempo o no mucho que valga la pena hacer. Todo lo devora y lo mueve a placer.


¿Qué hay de lo que surge en un espacio temporal? ¿Qué la temporalidad no es más que sólo movimiento? ¿Qué hay de lo estático, lo que permanece? ¿Dónde queda eso una vez que el vaivén hace su lucha para sacudirlo todo?


Mis recuerdos, ¿qué son? ¿espacio o tiempo? Lo pasado, eliminado en el presente y futuro imposible, ¿se conserva en algún sitio o se re-vive en un instante?


Si lo que vivo en el presente y lo que escribo se materializa aquí y ahora, ¿valdrán algo esos recuerdos (cosas) a las que tuve acceso una vez que vuelva a ellas?


Recordar es el ejercicio de reconstruir o reformular lo sacudido por el movimiento, y puede hacer que, en un instante, todo se desvanezca.


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El pasado reciente sigue siendo mi presente. El futuro volverá a ser un pasado que se hace presente.


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Día no se qué de la pandemia. Soy un revoltijo de emociones. Las ideas se sienten a reventar en la mente, parece que tienen un cauce y que nacen de un lugar común. Pero la verdad es que me cuesta trabajo identificarlas, darles un espacio, apropiarme de ellas, sentirlas como son. (El tiempo transcurre como en un paréntesis. Mi pensamiento y emociones se sostienen entre ellos, como si en ese abrir y cerrar (puntuales) pudieran surgir ideas o experiencias geniales). (La vida en este momento se siente así, como una intercalación, una interrupción, una puesta en duda. La vida dura lo que duran las pausas. (De alguna manera es un respiro para volver a escribir fuera de ellas (cuando llegue el momento))). Mientras tanto reconozco las voces internas que (discretamente) buscan un sitio donde hacerse notar. ¿Las pausas también son tiempo transcurrido? Aprendo que la vida no es sólo lo que no está entre paréntesis. Tal vez (en este momento) no sea más que eso.


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Día no sé cuál de la pandemia. Semanas en aislamiento. Sola (y remotamente acompañada). Mi vida transcurre en periodos de cuatro horas. No puede ir más rápido, o más lento. El tiempo se ha desacelerado y ha elegido mantener otro ritmo. Amanece, atardece, anochece. Quizás ahora sea más consciente de la monotonía del día. El silencio impera, excepto por breves instantes. Si no son las voces digitales, es la música que escucho, la que genero, o mi propia voz. Noto que mi relación conmigo ha cambiado; tal vez ahora sea más cercana, o sólo tenga deseos de escuchar(me) (en) lo que pienso y lo que siento. Hablo sola, me escucho hablar. Me pregunto si así empieza la locura (o cierto grado de ella (no pretendo insultar a nadie)). (No es para tanto, me digo. No ha pasado tanto tiempo. (¿Cuánto tiempo tiene que pasar entonces?))


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Día no sé cómo de la pandemia. Soy esto, ahora. Mi respiración, mi despertar, mi sueño (las horas de insomnio). Entre la idea del sacrificio, emerge la culpa y es que, ¿qué no daría tanta gente ahora por un instante de soledad? Puedo detenerme a pensar y reflexionar sobre lo que vivo y lo que siento. Tengo un espacio propio donde moverme y descansar. De la culpa emerge nuevamente el sacrificio, y es ahí cuando anhelo compañía, el sonido de otras voces a mi alrededor. Al final, ¿volveremos a ser los mismos que éramos?


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Día no sé por qué de la pandemia. Estoy bien así (me convenzo). Esto también va a pasar.

Mariana Flores Lizaola (Ciudad de México, 1990). Es filósofa, investigadora y editora. Fundadora en Redymención, un sitio enfocado en documentar historias de apoyo comunitario en México y en generar nuevas redes de conversación. De risa fácil, amante de los memes y las situaciones sin sentido.

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Imagen de portada: Mecanismo de reloj. Grabado de Horology, Messrs. Cooke & sons, York.1861.Wellcome Collection CC