Damián Ortega: Pico y elote

Lo cósmico y lo accidental

Espías / crítica / Junio de 2024

Patricia Ruvalcaba

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En principio, es una botella de Coca-Cola hecha de arcilla. Luego, la botella se distorsiona, se disuelve, se yergue, se expande, se tuerce, se crispa, se arrastra. Se transmuta en planta de maguey, en mazorca y en serpiente emplumada; se cubre de escamas o de espinas; se vuelve virgen y Venus de anchas caderas; se transfigura en obelisco barroco y en una cruz atrial; es un sahumerio y un mascarón de Tláloc estilo puuc. A través de ciento veinte estadios, la botella de Coca-Cola se vierte en la historia de México —hasta llegar a la raíz prehispánica—, mientras adopta rasgos vegetales, animales o abstractos. Con sentido del humor, se dotó al envase de un aura mítico-irónica: las metamorfosis anudan pasado y presente, naturaleza y artificio. Por un momento es tesoro arqueológico y al siguiente desecho orgánico. La serie se titula “120 jornadas” (2020-2023), y es una de las secciones más alucinantes de la exposición Damián Ortega: Pico y elote, que se exhibe en el Museo del Palacio de Bellas Artes.

​ Con 82 obras, entre las que se incluyen instalaciones, esculturas, fotografías, películas y tejidos, esta es la primera gran retrospectiva de Damián Ortega (Ciudad de México, 1967) en Latinoamérica y en México. La muestra estuvo previamente en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey. Curada por José Esparza Chong Cuy, Damián Ortega: Pico y elote, abarca tres décadas de trabajo del artista.

​ Damián Ortega es un artista multidisciplinario reconocido en el ámbito internacional por su afán deconstructor, su tono irónico y su habilidad para manipular escalas y materiales. Ganador del Zurich Art Prize 2023, su obra forma parte de las colecciones permanentes del MoMA (Nueva York) y del Centre Pompidou (París), entre otros. Antes de entregarse de lleno a las artes visuales, fue un agudo caricaturista político. De 1987 a 1992 formó parte del Taller de los Viernes, un colectivo dedicado a la experimentación, al margen de los espacios hegemónicos del arte; en esa misma tónica, en 1993 cofundó el espacio independiente Temístocles 44.

​ El título de esta exposición hace referencia a dos piezas tempranas y emblemáticas: Pico cansado (1997), un pico de albañilería que, gracias a los cortes y las flexiones ejecutadas en el mango, hace pensar en una columna vertebral y, en efecto, transmite la sensación de fatiga; Elote clasificado (2005) es una mazorca cuyos granos fueron numerados. “Estas piezas son humildes en su escala, su material y en su intervención artística”, explica el texto de sala, “pero son cruciales para entender los impulsos y obsesiones de Ortega con la cultura social y material del trabajo”. El artista propone una “reflexión sobre la desenfrenada política trasnacional que favorece tecnologías de producción masiva y desplaza el conocimiento y las tradiciones ancestrales”. Un desplazamiento que estaría configurando un escenario distópico.

​ La curaduría plantea un recorrido no cronológico y contempla tres ejes: “Cosechar”, referido a la cultura del maíz; “Ensamblar”, sobre la cultura de la producción masiva, y “Colapsar”, sobre las consecuencias caóticas de la anhelada búsqueda de progreso. Buena parte de las obras exhibidas son réplicas de las piezas originales; sin embargo, en este texto se consignan solo las fechas originales de creación.

Damián Ortega, *Objeto cósmico*, 2002. Cortesía del artistaDamián Ortega, Objeto cósmico, 2002. Cortesía del artista


LA CUALIDAD MÍTICA Y LA CUALIDAD POLÍTICA DEL OBJETO

En la escultura Módulo en construcción con tortillas (1998), Ortega entrecruzó varias tortillas entre sí en una forma que augura crecimiento, pero cuya estructura también exhibe fragilidad. Al criticar “la tensión entre el maíz, sus procesos de producción y sus usos”, es una de las piezas que mejor ilustran el doble abordaje que Ortega hace de símbolos nacionales —el maíz, la tortilla, la Coca-Cola, el petróleo, el vocho, etcétera—, a partir de la cualidad mítica y la cualidad política del objeto.

​ La precariedad laboral es otra de las preocupaciones del artista. El conjunto de ciento veinte botellas de Coca-Cola alude a “la gran línea de producción” del refresco. Su objetivo es reiterar “la manera en que se puede distorsionar o manipular un cuerpo hasta ser apropiado”, se informa en la ficha técnica. El título se inspira en Los 120 días de Sodoma (escrito en 1785, publicado en 1904), del marqués de Sade, y su adaptación cinematográfica, Saló (1975), de Pier Paolo Pasolini.

​ Una instalación fascinante, por su poder evocador, es Cosecha (2013). Con la ligereza de las nubes, veinticinco varillas de acero dobladas y con redondeces caprichosas, como si fueran trazos de escritura asémica o simples serpentinas, levitan en la penumbra. Las varillas, asociadas con la construcción, la solidez y la verticalidad de los edificios, así como al trabajo rudo de los albañiles, flotan aquí con dulzura, sostenidas por delgados hilos de acero. Luces cenitales las iluminan tenuemente. Esta parte de la pieza es sugerente, pero luego se descubre que la sombra de cada fragmento de varilla proyectada sobre la duela es una letra del alfabeto escrita con caligrafía cursiva (Ortega recurrió a la caligrafía de su madre para realizarla). Las letras parecen haberse tendido allí a descansar. Sin embargo, la ficha técnica explica que la obra “alude a los principios del comercio industrializado al vincular el lenguaje, la recolección de cultivos y la construcción”.


DECONSTRUIR AL DECONSTRUCTOR

“No hay que alterar el mundo, solo hay que desarmarlo”, le dijo Damián Ortega a Juan Villoro en una entrevista de 2013, a propósito de la pulsión deconstructora y la “ingeniería tercermundista” que el escritor observó en su estudio. En el sitio había abundantes objetos destripados y otros en espera de serlo.

​ En 2003 Ortega se hizo célebre al exhibir en la Bienal de Venecia Cosmic Thing (Objeto cósmico, 2002), un automóvil Beetle Volkswagen 1989 totalmente desguazado y suspendido en lo alto. En uno de los vestíbulos del Palacio de Bellas Artes, las piezas del entrañable vocho, como se le conoce en México, lucen sometidas a una tensión tal que recuerdan un cuerpo humano en el potro de tortura. Lo mismo sucede en el video de un performance en el que varios hombres jalan con cuerdas partes de él como para desarticularlo. Fotografías de otro performance muestran un vocho “enterrado”; solo segmentos de las llantas asoman a la superficie. Esa “Trilogía del vocho” hace referencia a una etapa en la vida nacional en que, gracias a la mano de obra barata, la producción mundial de vochos tenía lugar en México, al tiempo que el automóvil se integraba a la cultura y el folclor locales. Quien haya escuchado su claxon, seguramente lo recuerda.

​ La maestría en el manejo del espacio, los materiales y la escala también son patentes en Controlador del universo (2007), hecha con “herramientas encontradas y alambre” —buena parte del trabajo de Ortega, al utilizar materiales de desecho, se conecta con el arte povera—. Esta obra muestra serruchos, martillos y otras herramientas organizadas en cuatro bloques y suspendidos en lo alto. Está inspirada en un mural casi homónimo de Diego Rivera, El hombre controlador del universo (1934), ubicado en el propio Palacio de Bellas Artes. Pero si Rivera exaltaba el progreso, la versión de Ortega resulta amenazante.

​ En cambio, la estabilidad y la armonía caracterizan a Nube urdimbre I, II, III, IV (2018). Realizada con esferas de yeso cubiertas de cera de abeja y suspendidas a manera de cortinajes, esta pieza representa la estructura molecular del agua. Según la ficha técnica, crea “un paisaje geométrico y reticular donde la distancia entre cada átomo tiene la misma importancia estructural que los átomos mismos”.

​ Más allá de las instalaciones grandilocuentes, parafraseando a Villoro, Ortega muestra una vocación incansable por deconstruir objetos y devolverlos alterados a la realidad, cambiando esta y no solo aquellos. Máscaras hechas con cáscaras de huevo o con tortillas o con botellas quebradas; textiles con bordados abstractos que representan jornadas de trabajo o chips electrónicos; robots de juguete con partes provenientes de animales o de frutos; perturbadores videos en los que bloques de ladrillos sometidos al efecto dominó representan la carne de cañón que todo conflicto armado sacrifica… Pareciera no haber material o soporte que se le resista a Ortega.

Damián Ortega, *Warp Cloud*, 2018. Cortesía del artistaDamián Ortega, Warp Cloud, 2018. Cortesía del artista

​ “A través del ingenio y el humor, Damián Ortega deconstruye objetos y procesos al alterar sus funciones y transformarlos en experiencias novedosas y situaciones hipotéticas”, describe una semblanza preparada por los expositores. “Se mueve en una escala que va de lo molecular a lo cósmico y, como menciona el crítico de arte Guy Brett, consigue conjugar lo cósmico con lo accidental. [A la vez] explora la tensión que habita cada objeto: lo enfoca, reorganiza, escudriña e invierte su lógica para revelarnos un infinito mundo interior”.

​ Ortega tiene también una faceta como editor. En 2006 lanzó Alias Editorial, dedicada a la publicación de textos de arte contemporáneo no traducidos al español. La exposición incluye un carrito chicharronero que muestra parte de ese trabajo.

​ Si deconstruir, según el diccionario, es “deshacer analíticamente algo para darle una nueva estructura”, bien podríamos emprender la visita a la exposición Damián Ortega: Pico y elote como un juego de deconstrucción de un artista deconstructor.

La exposición Damián Ortega: Pico y elote permanecerá en el Museo del Palacio de Bellas Artes durante junio de 2024.

Imagen de portada: Damián Ortega, Warp Cloud, 2018. Cortesía del artista