“Yo soy el de los diarios”, entrevista con Héctor Abad Faciolince

Populismos / panóptico / Diciembre de 2022

Alejandro Menéndez Mora

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La primera vez que vi a Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) fue en la librería Rafael Alberti de Madrid para que me firmara un libro. Un año más tarde, en Toledo, nos encontramos la víspera de una fiesta local, mientras él ojeaba un libro antiguo. La noticia de que Héctor daba una charla en Toledo me llegó como una magnífica cita inesperada. Le escribí y me respondió. Quedamos en un bar al día siguiente.


Escribes en tus diarios Lo que fue presente: “Quiero leer y leer y leer. Toda la vida, todo el tiempo, y lo que me dé la gana (¡todo!), solamente lo que me dé la gana. Retirarme, jubilarme, tener una casa sin polvo y ordenada, a lo mejor en el campo. Y que las visitas vengan solo de vez en cuando, que no molesten tanto las visitas. Para poder leer y leery no hacer otra cosa que leer”. ¿Cuál es tu percepción de las entrevistas que concedes si en tus libros ya has contado prácticamente todo sobre ti?

Es verdad. Yo no tengo mucho más que decir, todo está expuesto. Puedo hablar de lo próximo, de lo que no ha salido, que también es muy personal. Para la charla que voy a dar en unas horas, aquí en Toledo, tengo algo preparado que se llama “El corazón no se toca”. Esto no tiene que ver con el corazón simbólico, sino con mi propio corazón.

​ Recientemente terminé una novela que trata sobre un cura que espera un trasplante de corazón. Este personaje vive en una casa con escaleras junto a otros muchos curas, y en el hospital le dicen que no puede seguir viviendo en un sitio con tantas escaleras porque tiene que estar tranquilo y no hacer esfuerzos. Entonces, una joven señora que se acaba de separar y tiene dos hijos le invita a ir a su casa, y el cura acepta. Este hombre, que había vivido en seminarios desde los 16 años y que nunca antes había vivido en familia, descubre que le parece maravilloso pasar los días con una mujer separada y sus dos hijos. Sin embargo, como puedes suponer, el que se fue de la casa, abandonando a su familia, lo hizo harto de la bulla y del ruido. Mientras escribía este libro me enfermé del corazón y el año pasado me operaron a corazón abierto. Mi propia experiencia alimenta este libro y el corazón se llena de símbolos.

Hablando de obras que están por venir: ¿sigues escribiendo diarios?

No, ya no escribo diarios. Yo siempre llevo una libreta y escribo mucho, pero ya no son diarios. Escribo borradores de capítulos, de artículos, ideas. Por ejemplo, aquí tengo anotado que quiero escribir un artículo que se titule “Madrugar en Madrid” porque es muy extraño madrugar en Madrid. Me he dado cuenta de que si uno sale a las siete de la mañana conoce una ciudad distinta, silenciosa. Solamente se encuentra con la gente de la basura o con amanecidos que apenas están volviendo.

​ Yo no conozco muchos idiomas, pero en los que conozco, o medio conozco, no existen los verbos madrugar o trasnochar. Son dos verbos muy bonitos del español. Además, creo que la gente y los escritores son noctámbulos o madrugadores, y Madrid es una ciudad noctámbula.

Héctor Abad, 2010. Fotografía de Daniela AbadHéctor Abad, 2010. Fotografía de Daniela Abad

Cuando empezaste a escribir tus diarios no sabías si se publicarían en el futuro. Ahora, sabiendo que tienen un valor literario y que saldrán al público, ¿no te resulta más difícil esconder las miserias que, al fin y al cabo, somos todos?

Sí, yo dejé de escribir los diarios durante mucho tiempo porque mi segunda mujer me los leía. Eso los hacía imposibles de escribir. Luego, escribía los diarios por mi incapacidad de escribir: no lograba terminar una novela, no lograba terminar siquiera un cuento o un poema. Era mi manera de no enloquecer, de que la locura no me capturara del todo. Los escribía en mis momentos peores y, principalmente, por la noche. Por la noche la literatura es más sombría.

​ Los diarios se terminan con la publicación de El olvido que seremos. Cuando ya estaba seguro de que tenía lectores, que podía conversar con otros y que todas mis inseguridades y delirios tenían un sentido, entonces ahí creo que se acabaron los diarios. Siguieron un tiempo, es cierto, pero se fueron desvaneciendo y lo que me queda es el vicio de tener siempre un cuaderno y un bolígrafo al lado. Incluso respondía a las entrevistas por escrito porque creo que escribo mejor de lo que hablo. En ese tiempo tú me preguntabas algo y yo respondía por escrito. Luego te lo enseñaba y tú tomabas una foto o lo que quisieras. Así quedaban mejor las entrevistas.

Leí primero El olvido que seremos y luego los diarios. Y me ocurrió que no reconocí la bondad del escritor de El olvido que seremos en los diarios.

Son dos cosas muy distintas, ¿no? Hay gente que me empezó a odiar tras la publicación de los diarios y a no quererme ya como escritor. Yo me atreví a publicarlos porque mucha gente creía que yo era mi papá. Y no, yo soy el de los diarios. El de El olvido que seremos es mi papá o el niño que amaba a su papá. Yo soy el otro, el de los diarios. Yo soy el escritor que escribió ambos libros, y en ambos hay verdades, aunque sean distintas.

​ Mucha gente me quiere por mi padre y porque logro pintar a un hombre encantador. Hay gente que confunde, quizá porque nos llamamos igual, al protagonista con el narrador. Como es mi libro más querido, yo sigo aprovechándome de que quieran tanto a mi papá e, indirectamente, me quieran a mí.

​ Parece que Cervantes era un cascarrabias, una persona muy difícil en el trato, sin embargo, Don Quijote es un personaje encantador. Eso es lo bonito de escribir sobre otras personas. Incluso, escritores que se asoman a abismos de maldad imposibles pueden ser muy buenas personas.

Si bien El olvido que seremos trata sobre tu padre, en los diarios hay una carga femenina evidente ¿Cómo han influido en ti o en tu literatura las mujeres?

Para empezar, yo creo que mi papá se enloqueció porque tenía cinco niñas muy guapas, muy alegres, que cantaban y que contaban historias maravillosamente. Todo con mucha gracia. Digamos que yo crecí en ese ambiente.

​ La vida es muy injusta. Una mujer guapa, o en general una persona guapa, siempre parece buena persona, más inteligente: los profesores la califican mejor y consigue mejores puestos. Es terrible. Yo tuve una esposa que no era nada bonita, pero lo compensaba con una inteligencia demoledora. Ahora de estas cosas no se puede hablar porque todo parece de un machismo asqueroso y sale publicado en los periódicos.

Piglia decía que él escribía diarios para impresionar a las mujeres.

Un amigo mío dice que yo escribo porque no sé bailar y que entonces, como no sé bailar y en Colombia bailar es importantísimo, escribo porque de otra manera no hubiera tenido pareja. No creo que mi esposa hubiera salido conmigo si no me hubiera leído, y mi segunda esposa fue a buscarme a mi casa porque le gustaban mis artículos. Cuando salimos la primera vez, me dijo que yo escribía mejor de lo que hablaba y que quién me escribía mis artículos [risas].

​ A mi actual esposa la conocí en una cita a ciegas y ella aceptó porque, si no le gustaba, al menos le firmaba el libro.

Ahora tengo 27 años. ¿Qué recuerdas de cuando tenías esa edad?

Veintisiete, ¿uhm? Yo a esa edad tuve a mi hija Daniela.

​ Imagínate. Tuve a mi hija adorada en Turín y no habían matado a mi papá. Y yo era buen mozo, pero me creía bien feo. Sin embargo, había pasado algo que ya me había hecho perder la confianza en la felicidad y en la vida. Mi hermana murió cuando yo tenía 13 años y mi mejor amigo, de 17, se mató cuando yo tenía 15. Para mí la salida de la infancia y la entrada de la adolescencia fueron una experiencia traumática. Con Daniel Echevarría, mi amigo que se mató, había empezado a escribir poesía en un alfabeto que nos habíamos inventado. Lo quería mucho.

​ A partir de ahí todo era como tratar de recuperarse, de rehacer la vida escribiendo. Gané un premio nacional de cuentos a los 22 años y ahí debería haber empezado a escribir. Publiqué mi primer libro a los 31. Me echaron de la universidad, fui a Turín y tuve a mi hija. Mi hija en brazos fue a mi graduación. Luego mataron a mi papá y pasé otros cinco años sin escribir. Digamos que a tu edad yo ya había tenido todas las experiencias más importantes de mi vida. Si tuvieras un hijo ahora y mataran a tu papá entenderías lo que fue: algo maravilloso que te impulsa a seguir y algo horrendo que te indica en qué país estás viviendo.

Hay algo en la película de El olvido que seremos (Fernando Trueba, 2020) que me confunde. Me parece que el momento más emotivo es la muerte de tu hermana y no el asesinato de tu papá.

Cuando mi hermana murió yo estaba enamorado de ella, sentía un amor profundo por ella. Y cuando mi hermana murió, yo me enamoré de mi papá. Cuando mataron a mi padre yo ya estaba en el momento de la idealización del padre. Me culpo por no haberlo obligado a irse al exilio cuando ya había amenazas muy concretas, y creo que no lo hice porque ya no sentía ese amor, esa idealización. Por omisión, ese acto es, de algún modo, muy triste, una contribución a su muerte por no haberlo querido tanto. Esa omisión indica un amor menos intenso.

​ Si a mi papá lo hubieran asesinado cuando yo tenía 10 o 12 años, no me habría recuperado nunca. Con 27 años pude venir a España y olvidarme de todo para seguir viviendo y educar a mis hijos en la misma enseñanza. Entonces, no está mal que la cumbre del dolor sea la muerte de mi hermana y que la muerte de mi padre sea la cumbre del horror. Un horror más político, menos íntimo.

Fotograma de la película *El olvido que seremos*, de Fernardo Trueba, 2020Fotograma de la película El olvido que seremos, de Fernardo Trueba, 2020

Dices que si El olvido que seremos fuese una ecuación sería igual a Primo Levi más Natalia Ginzburg más García Márquez.

Sí, son tres lecciones de cómo escribir un libro. De García Márquez aprendo que es posible mantener la atención del lector incluso desvelando al principio quién va a morir o quién es el asesino; de Primo Levi que hay acontecimientos en la vida tan terribles como el Holocausto, y que uno no puede permanecer en silencio y tiene que dar testimonio de ellos; y de Natalia Ginzburg que la lengua más adecuada para contarlos es el léxico familiar.

​ Una coincidencia de la literatura es que quien rechazó en la editorial Einaudi Si esto es un hombre fue Natalia Ginzburg. Este secreto se lo confesó Primo Levi a un periodista, quien lo reveló una vez muerto el escritor.

Cuenta la mujer de García Márquez que siempre le colocaba tres rosas amarillas en la mesa para que escribiera. ¿Rodeas la escritura de este tipo de hábitos?

No, yo no. García Márquez era tremendamente supersticioso. Él nunca quiso comprarse una de las muchas casas de Cartagena que le ofrecían por miedo a los fantasmas. Él de verdad creía en los fantasmas y necesitaba rituales. Mi formación es más terrenal por la influencia científica de mi padre. Yo no le temo al Más Allá.

De aquí en adelante, ¿a qué quieres dedicar tu tiempo?

A lo mismo. Lo que menos quisiera es que hubiera cambios. Lo que más quiero es que sea lo mismo. Seguir escribiendo. Seguir estando con una mujer muy bonita, que mis hijos estén bien. Y poder dividir mi vida entre España y Colombia. Lo mismo. Si nada cambia sería la persona más feliz del mundo.

Imagen de portada: Fotograma de la película El olvido que seremos, de Fernardo Trueba, 2020