Atravesamos la ciudad para escucharla y no somos las únicas. Subir hasta la Universidad Iberoamericana en Santa Fe no es trivial cuando vives al otro extremo de la Ciudad de México. Más tarde me entero de que algunas mujeres atravesaron el país: vienen del Estado de México, Querétaro, Guadalajara, Monterrey. Este auditorio es enorme y me pregunto cuántas personas cabemos aquí; hay pocos asientos vacíos y la mayoría nos colocamos al centro para estar lo más cerca posible. Reconozco en la sala a gente que admiro, también están amigas a quienes hace tiempo no veo. Me gusta pensar en este plural nombrado en femenino.
Nos dicen en un correo que el vuelo de Rita Laura Segato viene con retraso y que llegará directamente desde el aeropuerto; sin embargo, cuando comienza a hablar nada delata los rezagos del cansancio que dejan los viajes largos: ni su inteligencia descomunal ni su sentido del humor parecen haber menguado. Lamenta no poder preguntarnos una por una de dónde venimos o por qué estamos aquí; se declara afecta a pensar en conversación, en comunidad. Toma notas mientras está hablando, mientras responde una pregunta. Su rostro tiene la expresión de quien ha hecho de pensar su actividad esencial. La miramos atentas, como si a través de sus gestos pudiéramos seguir la trama de sus pensamientos. De repente, interrumpe lo que está diciendo, como si de súbito hubiera recordado algo importante. Entonces se amarra un pañuelo verde en la muñeca izquierda antes de seguir con el seminario.
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Rita Segato nos cuenta que vino a México hace varios años con una invitación a Ciudad Juárez. Había que encontrar una explicación a la ola de feminicidios que asolaban la frontera. La apuesta de Segato fue cambiar el sitio de la mirada para pensar a partir de otras herramientas conceptuales. Se quedó en Juárez algunos días hasta que una amenaza disfrazada de censura la hizo salir repentinamente de México. Sin embargo, llegó a la conclusión de que en Ciudad Juárez los feminicidios son un espectáculo de impunidad, un hecho que se oculta y se exhibe al mismo tiempo. Se trata de crímenes territoriales que forman parte de la pedagogía de la crueldad, pactos que sellan la complicidad entre poderosos. Los feminicidios son una declaración de guerra en contra de las mujeres y la guerra, para Segato, es la esperanza del capital. “¿Por qué el cuerpo de las mujeres es destruido de esa forma en la guerra?”, nos pregunta. “El cuerpo es un mensaje”, dice, “ahora se dinamita el cuerpo de las mujeres como antes se dinamitaba un edificio”. Le doy vueltas a esta frase, a la imagen de explosión y al desmoronamiento: en polvo te convertirás. Pienso en el cuerpo de las otras y en mi cuerpo como el territorio de disputa, como el campo de una batalla que no es la nuestra.
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Como mujer sabia, Segato sabe de la fuerza de las narraciones. Vuelve al mito bíblico de Eva, la historia del castigo a la desobediencia femenina anclada en un mito fundacional que se transformó en un orden político que se reactualiza día tras día. Un inicio vinculado a la insubordinación y al castigo. “¿Cuando Eva es castigada comienza o termina el mundo? Es una ficción que debe ser narrada para sostener la idea de que las mujeres necesitamos ser disciplinadas por los hombres.” Rita Segato entiende la violación como una extensión de este pensamiento, como un acto desde el cual el violador cree estar aplicando un castigo y por lo tanto se percibe como un ser moral.
Entonces nos cuenta de su trabajo en las cárceles de Brasilia, una ciudad donde las violaciones aumentaron de manera inexplicable en los años noventa. Armó un grupo de investigación e hicieron una serie de entrevistas con la consigna de que todo aquello que contaran los reclusos no los afectaría ni los beneficiaría. Concluyeron que la violación está ligada a la idea de masculinidad. “¿Qué gozo era ése? El gozo de la apropiación que no tiene que ver con la sexualidad. Es un acto de poder, de rapiña.” La palabra rapiña y el término anglosajón rape comparten la misma raíz, nos dice. Pienso en las redes inequívocas que tejen entre sí las palabras. Rapere es la raíz latina a la que Segato se refería; de ahí se derivan términos como rapaz, raptar, subrepticio, rapar y se le atribuye también la raíz indoeuropea rep que significa arrebatar.
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Las sesiones terminan con una ronda de preguntas. Los intereses son parecidos y la mayoría de las interrogantes gira en torno a su postura sobre temas coyunturales del feminismo contemporáneo: la prostitución, el sitio de las mujeres trans o la posibilidad de que algunos hombres puedan ser nombrados como “aliados feministas”. “¿Cómo aprendiste a pensar?”, dice una voz al fondo del auditorio. Rita sonríe y responde de manera espontánea: “peleando con mi mamá”. Nos cuenta sobre la relación con su madre, la historia de su padre y su familia, la vida en Brasil, los viajes continuos. “Me considero una trabajadora de la palabra. Nunca escribí algo que no quisiera resolver.”
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Segato está convencida de que desmontar el mandato de masculinidad es la única forma de ponerle fin a la guerra. Nos habla de la reconstitución de la comunidad, de cómo el afecto nos humaniza, de la necesidad de construir vínculos y de invertir en el tejido comunal como un lugar de felicidad: “la amistad entre mujeres es el único camino para salvar el mundo y salvar la vida”. Afirma que para que la comunidad exista, necesita un cosmos compartido. Escuchar a Rita Laura Segato es desear construir ese cosmos.
Imagen de portada: Rita Laura Segato, 2018. Fotografía de Beto Monteiro