Entrevista con Gabriela Cabezón Cámara

Las costumbres de los pájaros

El Mar / panóptico / Marzo de 2024

Mauro Libertella

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Hace ya varios años que Gabriela Cabezón Cámara (Buenos Aires, 1968) viene escribiendo novelas que ahondan en una fusión muy particular de intereses que van desde el sentido profundo de la naturaleza —algo tan difícil de capturar— hasta los personajes históricos. Su libro más reciente, Las niñas del naranjel, se apoya en una persona real, la Monja Alférez, que nació en España en 1592 y se sumó, travestida de varón, a la Conquista de América. A partir de este tema, la narradora se sumerge en muchos otros: la vida en la selva (y la vida de la selva), la política de los cuidados, el erotismo, la identidad, el estar fuera de lugar, el viaje. Como sus otros libros, este también es exigente: la prosa es barroca y explosiva —una lengua por momentos inventada—; por otro lado, los paisajes extraños y los siglos remotos son elementos que van a contracorriente de mucha de la narrativa que se escribe hoy en castellano, más cercana a los hechos y a las obsesiones de nuestro tiempo.


Gabriela Cabezón Cámara. Fotografía cortesía de Penguin Random HouseGabriela Cabezón Cámara. Fotografía cortesía de Penguin Random House


¿Cuál es el proceso de investigación para un libro como Las niñas del naranjel?

Confluyeron de golpe un montón de cosas que estaba leyendo por motivos menos determinados que un libro puntual; lo hacía por otros intereses o por puro deseo. La idea del libro surge dentro de esa corriente. Cuando aparece una idea más clara de lo que voy a escribir afino la puntería de las lecturas para prestarle más atención a los temas que busco. Por ejemplo, me pongo a buscar libros sobre la selva o textos de los siglos XVI y XVII. O relatos de viajeros. De pronto me puedo enganchar con eso, pero la corriente viene de antes y el libro emerge orgánicamente como el fruto de la cópula de intereses y lecturas y pasiones.

¿Cuánto usas y qué descartas de lo que investigas previamente?

No lo tengo muy claro. En este caso usé bastante de la autobiografía de la Monja Alférez, pero todo lo demás es como si me entrara en la cabeza a través de un colador. Algo queda, pero no necesariamente los materiales específicos que leí para escribir el libro. Puede quedar José Watanabe o Mary Oliver.

En el caso de esta novela, ¿cuándo dijiste “acá hay un libro, esto es lo que quiero escribir”?

Hacia el final de la escritura de Las aventuras de la China Iron me di cuenta de que estaba muy enamorada de la selva. Sentí el llamado de la selva, digamos, y sabía que me quería quedar ahí, en ese mundo. Entrar más profundo. Apareció el personaje de la Monja Alférez, que llegó medio al final. También estaba leyendo a pensadores americanos originarios y pensando en términos de narrativas no coloniales, o lo menos coloniales posibles. Buscaba otros mundos en el sentido de distintas construcciones y representaciones. Otras cosmovisiones. Tenía todo eso en la cabeza y apareció este personaje, que me había interesado mucho en su momento, y me pareció que podía funcionar de embudo, de cruce, como un lugar donde entramar estos hilos que estaba leyendo y pensando.

Hablabas de ese “llamado de la selva”, las ganas de quedarte narrando aquel espacio. ¿Cuál es la diferencia entre describir la selva y la ciudad?

Conozco mucho la ciudad y buena parte de la literatura que he leído está escrita desde y sobre la ciudad. Y si no, sobre el campo, entendido como la pampa húmeda argentina. Son lugares mucho más simples que la selva, con su infinita biodiversidad, su riqueza, su latir. La selva está viva en cada milímetro y eso supone muchas más perspectivas, muchas clases de seres y cosas cuyos nombres no conozco. Y está la complejidad de intentar recrear la sensación de estar ahí, bien metida en uno de los sitios ricos del tejido de la vida. Para mí fue un desafío grande, e hice lo mejor que pude. Tampoco encontré mucha tradición de literatura selvática.

Al situar tus últimos libros en siglos pasados, ¿cuánto te importa que sea verosímil aquello que inventas (una comida, una ropa, una mane ra de hablar)?

Es relativo. Me parece que para lo verosímil no se necesita demasiado y no hace falta tampoco mucho apego a la época ni a cómo se hablaba o se comía en realidad, porque no es una novela histórica. Entonces es una cuestión, sencillamente, de crear un verosímil que funcione, y para ello no hacen falta tantos elementos. En general, los lectores somos amables y nos creemos los verosímiles, siempre y cuando armen un sistema.

Como lectora, ¿te interesan las novelas históricas?

Como lectora me interesa todo y nada en especial. No leo por género, pero sí disfruto novelas, cuentos y poemas que se adscriben a diversos géneros. Me parece que la cuestión con la novela histórica es que guarda una relación mucho más estrecha con la historia cuando busca respetar o reconstruir lenguas o acontecimientos con apego a documentos.

Tenés un estilo que juega con el barroco o lo exuberante. ¿Cómo trabajás la prosa al corregir? ¿Sos de quitar, de agregar?

Soy de quitar y de agregar. En Las niñas del naranjel, por ejemplo, en la carta que escribe Antonio, hay un barroco muy manifiesto mientras que en el lenguaje del narrador, no; en el de las niñas y en los diálogos, tampoco. Entonces en esta novela sí quité y agregué, porque necesitaba que los diferentes registros de lenguaje y las músicas de estos armaran un sistema musical. Si eso lo siento, sé que el texto está vivo (si no, no). Y ahí sigo laburando hasta que sienta de nuevo que está vivo.

Anónimo, azulejos de pájaros, *ca*. 1640. RijksmuseumAnónimo, azulejos de pájaros, ca. 1640. Rijksmuseum


Hablabas de campo, ciudad y selva. Hace unos años te mudaste a algo así como el campo, o por lo menos un campo suburbano, fuera de Buenos Aires. ¿Cómo fue esa experiencia?

Experimenté una adaptación de los sentidos. Empecé a percibir detalles como no lo hacía antes, y a ver cómo vivían otros; cómo si ponés un charco aparecen sapos y ranas, caracoles, libélulas de colores; cómo los árboles y las plantas van haciendo su vida y tramándose. Las costumbres de los pájaros. También algo de la vibración del cuerpo. La frecuencia cardiaca cambia. Fue hermoso y todavía paso ahí bastante tiempo.

Y en esa mudanza, ¿qué pasó con tu biblioteca?

He vivido en casas cuyas paredes eran todas bibliotecas. Sentía que solo estaba protegida rodeada de libros. Ahora sigo teniendo una gran biblioteca pero regalé muchísimos libros a amigos e instituciones. Pero, como todos nosotros, en el fondo soy de guardar libros y de comprar más de los que puedo leer.

Cuando te desprendiste de esos libros, ¿qué definió con qué quedarte y qué regalar?

Me hice una pregunta: ¿lo voy a volver a leer? Sentí que había un montón de libros que sí leería de nuevo, lo que seguramente no es cierto, porque todo el tiempo leo libros nuevos.

¿Ves un movimiento más o menos simultáneo entre tu mudanza al campo, tus últimas nove las, que son relatos de “naturaleza”, y tu preocu pación por el cambio climático y la destrucción de la Tierra?

Creo que fue el despertar de una sensibilidad en la que se fueron tramando esas cosas que mencionas. Es un trabajo de desalienación: hacerse cargo del cuerpo, no solo ser una cabeza. Se habla mucho de la literatura como algo que atraviesa sobre todo la cabeza, y se nos confina ahí, como si no tuviéramos cuerpo. Pero hay cuerpo y vos estás ahí. Pisar la tierra y sentirme parte de ella me hace bien a mí. Es eso: me hace bien darme cuenta de que soy parte de algo mucho más grande que no solo consiste en la humanidad (de lo que hay sobrada evidencia, por otra parte, ya que tenemos muy poco tiempo sobre la Tierra).

¿Qué te parece que se puede hacer? Vos usás tu palabra cuando tenés oportunidad para denunciar, ¿pero no tenés de pronto la sensación de que son cosas imposibles de detener?

A veces me da la sensación de estar viendo una carrera hacia el abismo, como si no pudiéramos hacer algo. Pero no estoy segura de que no podamos hacer nada. Y, perdido por perdido, si pensara eso, dado que nos sucederán generaciones de jóvenes, niños y niñas, me parece que tenemos que hacer todo lo que podamos. Hay ejemplos de resistencia y algunos son exitosos. Hay ejemplos de restauraciones y algunas son exitosas. Entiendo que el instituto de la ONU que se ocupa del cambio climático dice que hay una ventana de oportunidad. Ninguna perspectiva parece muy halagüeña, pero creo que es lo mínimo que les debemos a los jóvenes y los niños: intentar todo lo que podamos; la vida de la Tierra es muy fuerte.

¿Siempre tenés ideas de libros futuros que querés escribir o podés estar bastante tiempo sin saber de qué va lo próximo?

Puedo estar bastante tiempo sin saber de qué va lo próximo. Mientras tanto, busco. Por ejemplo, ahora estoy buscando.

Imagen de portada: Anónimo, azulejos de pájaros, ca. 1640. Rijksmuseum