A través de la cámara de un móvil, vemos a un hombre chino que se acerca a quien está grabando, le apunta con el dedo índice de manera amenazante y escupe al suelo. Viste una bata azul con las iniciales CRSG y el logo de una empresa china estampado en el corazón. Detrás de él hay una decena de trabajadores con casco azul y chaleco amarillo de obra que miran con tensión la escena. El trabajador sierraleonés que está grabando le ordena que se vaya, pero el primero se enfurece todavía más y se desquita con otro trabajador que sostiene una tablilla mientras da indicaciones al resto del grupo. Entonces empieza la pelea que en pocas horas se hará viral en redes sociales.1 Tras popularizarse el incidente, la empresa China Railway Seventh Group —cuyas siglas llevaba el gerente chino— anuncia que le ha despedido y deplora su actitud. Tres días después publican una foto de ambos contendientes dándose un apretón de manos. Fin de la historia. La pelea ocurrió en la mina de Tonkolili, en el centro de Sierra Leona, país situado en África occidental. Allí se encuentran 13.7 mil millones de toneladas de minerales por explotar, dos tercios de ellas, de hierro. En 2015 la empresa china Shandong compró la mina, pero cuatro años más tarde el gobierno canceló la licencia. El presidente Julius Maada Bio había llegado hacía menos de un año al poder y argumentaba que el país debía cuidar sus recursos naturales. Poco le duró: en septiembre de 2019 una nueva empresa china, Kingho Investments Co. Ltd., tomó el mando del lugar prometiendo construir plantas industriales y mejorar el transporte.
El objetivo del gobierno sierraleonés era proteger sus recursos naturales. En 2021 el parlamento investiga el acuerdo con Kingho para operar la mina de Tonkolili. En ambos casos, las iniciativas nacen de un sentimiento nacionalista para asegurarse de que una fuerza extranjera no se lleve un contrato demasiado ventajoso. El incidente entre el capataz chino y los empleados de la mina sólo vuelve a poner el foco en las diferencias culturales y a reafirmar la sensación de extracción ilegítima de los recursos nacionales. Las acusaciones de maltrato a los trabajadores locales y neocolonialismo de nuevo salieron a escena, especialmente en el mundo occidental, que mira con recelo los negocios del gigante asiático en el continente africano. Desde 2009 China es el principal socio comercial de África, el país que más dinero le presta y, en tiempos de pandemia, también el que más vacunas ha enviado. Por delante del gigante asiático no hay ningún otro país, sólo algunos acreedores privados o instituciones supranacionales como la Alianza Gavi en el caso de la vacunación contra el COVID-19.
Un continente estratégico
Caminando por las calles de Nairobi, la capital de Kenia, la presencia china se nota en cualquier rincón. Los Uber muestran en su pantalla central un mensaje en chino, la gran mayoría de móviles no tienen una manzana, sino letras chinas serigrafiadas, y las bolsas de muchos supermercados son rojas con publicidad en un idioma ininteligible para la población local. Kenia es uno de los países más importantes de la Belt and Road Initiative (BRI) que creó en 2014 el gobierno chino. Conocido como la “Nueva Ruta de la Seda”, este proyecto prevé inversiones en 70 países y organizaciones internacionales con el objetivo de conectar al país asiático con el resto del mundo, una estrategia dibujada dentro de la “Diplomacia de Gran País” que quiere impulsar el ejecutivo de Xi Jinping para convertir a China en líder en la esfera internacional. China ha visto en África un lugar estratégico para sus inversiones. De los 55 países del continente —contando al Sáhara Occidental, como hace la Unión Africana— 46 han firmado ya acuerdos con China dentro de su BRI y tan sólo cinco se han mostrado abiertamente en contra: Benín, Eritrea, Esuatini, Malí y Santo Tomé y Príncipe. La retórica occidental de que China sólo busca extraer los recursos naturales de África se queda coja al ver los sectores donde el gigante asiático invierte. Principalmente: la financiación va hacia proyectos de transporte. El objetivo es mejorar la comunicación entre los países para incrementar el dinamismo y las exportaciones. Tras él vienen las inversiones en energía, que buscan conectar a la red muchas regiones de África todavía sin luz, especialmente las rurales. Una necesidad no sólo para la vida diaria en el hogar, sino para la industrialización del continente africano. La tercera de las prioridades es la inversión en minería. Al final de la larga lista aparecen los sectores a los que tradicionalmente han dedicado mucho dinero organizaciones internacionales, ONG y países occidentales; la industria alimentaria, la salud o la educación no son los pilares fuertes de la presencia china en África. El gigante asiático focaliza sus esfuerzos en sectores con resultados tangibles, a corto plazo, y con los que pueda obtener un retorno en un futuro cercano. Opuesta a la relación en apariencia asistencialista que históricamente ha mantenido Occidente con los países africanos, la intervención china plantea un esquema de negocios de tú a tú.
El tren en Kenia
Uno de los grandes proyectos de China en Kenia es la construcción del Standard Gauge Railway, más conocido dentro del país como el “Madaraka Express” al haber sido inaugurado en 2017 el Día Nacional de Madaraka —que conmemora cuando Kenia consiguió el autogobierno de Reino Unido—. El proyecto viene a sustituir al tren construido por los británicos en 1890, que dio pie a la creación de Kenia como país y de Nairobi como ciudad.2 Este ferrocarril alcanza el doble de velocidad que su predecesor, unos 120 kilómetros por hora, y conecta el puerto costero de Mombasa con la capital en cinco horas, antes de llegar hasta Naivasha, al oeste de Kenia, casi en la frontera con la vecina Uganda.
Este mastodóntico proyecto es el más caro que se ha llevado a cabo desde la independencia de Kenia. Un total de 5.1 mil millones de dólares entre ambos tramos. El 90 por ciento de su costo lo ha asumido China con dos préstamos concedidos en 2014 y 2015.3 Esta es tal vez la mayor prueba de que China está sustituyendo a Reino Unido en el país africano. Sin embargo, desde que la construcción del tren se puso en marcha en 2017 no todo ha sido color de rosa. Para poder pagar los préstamos a tiempo, el gobierno de Kenia comenzó a obligar a las empresas de transportes que utilizan el puerto de Mombasa a usar el tren para trasladar mercancías desde y hasta Nairobi. El miedo a que Kenia no pueda devolver el dinero prestado es real. Apenas un año después de su inauguración, el Auditor General del país africano publicó un informe en el que aseguraba que en caso de impago, las ganancias que recibiera el puerto de Mombasa irían directamente a manos chinas. Si eso ocurriera, Kenia se quedaría sin una de sus principales vías de ingreso, ya que por allí pasan la mayoría de exportaciones e importaciones del país. Tan sólo en 2019 el puerto generó ganancias por un valor de 480 millones de dólares y unos beneficios totales de 125 millones. La noticia dio mala prensa al gobierno chino y alas a quienes consideran que está desposeyendo económicamente a África. Sin embargo, no sería la primera vez que ocurre. En 2017, China tomó el control del puerto de Hambantota en Sri Lanka después de que el gobierno de la lágrima del Índico no lograra pagar una deuda. A las críticas por la incapacidad de pagar los préstamos se suma también la polémica por la importación de personal extranjero. Un tercio de los empleos generados por la construcción del tren lo han asumido nacionales chinos, en su mayoría ocupando cargos de supervisión y dirección, que son mejor remunerados. La falta de contratación de personal local y, por lo tanto, la baja repercusión final de la inversión china en la vida de los africanos es otra de las grandes críticas a los proyectos del país asiático. A ello se suma la distinta cultura de trabajo que puede resultar en conflictos con los locales, como ocurrió en la mina de Tonkolili con el capataz chino. En 2015 se llegó al pico de trabajadores chinos presentes en el continente africano: 263 mil 659, la mitad de ellos concentrados en cinco países: Argelia, Angola, Nigeria, Kenia y Zambia. Desde entonces, las críticas han hecho al ejecutivo de Xi Jinping reducir en un 10 por ciento la presencia de trabajadores chinos en una paulatina apuesta por la formación de personal local.
¿La trampa de la deuda?
Inversiones como la del Madaraka Express se han reproducido en muchos países modernizando sustancialmente las conexiones y servicios. Sin embargo, éstas también han incrementado de manera exponencial la deuda externa de los países africanos. En total, el gobierno de Xi Jinping ha dado créditos por 153 mil millones de dólares desde el año 2000 hasta el 2019. Este dinero es el doble del ofrecido por el Banco Mundial en esos veinte años, pero también a una tasa de interés que casi duplica la de la institución internacional, —al 4.14% frente al 2.1%—. La pregunta podría ser por qué las naciones africanas aceptan el dinero chino si les cuesta el doble que el del Banco Mundial. La respuesta es sencilla: porque lo necesitan y no tienen alternativa. La falta de financiación occidental ha virado los ojos de África hacia China, que ha aprovechado el vacío. Kenia es un claro ejemplo de ello. Tan sólo de 2013 a 2018 la deuda bilateral con China incrementó hasta diez veces su valor y pasó de suponer el 24 por ciento del total del dinero que debe el país a otros países a un 72 por ciento. A pesar de ello, Kenia apenas ocupa el cuarto lugar entre los países africanos a los que más dinero ha prestado China, un ranking que lidera Angola, seguido de Etiopía y Zambia. Precisamente, este último país ha sido el primero en declararse en impago, si bien la mayor parte de su deuda aún pertenece a inversores privados como el Zambia Bondholder Committee y a organizaciones internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. La crisis económica derivada de la pandemia del coronavirus ha puesto de relieve los peligros de la espiral de deuda contraída por muchos países africanos. Occidente ha aprovechado esta crisis sin precedentes para culpar a China de la difícil situación económica que sufre África y exigirle que, por el bien de su desarrollo, ofrezca una suspensión temporal de la deuda. Por el momento, el gobierno de Xi Jinping ha llegado a acuerdos puntuales con determinados países como la República Democrática del Congo para reestructurar la deuda y se ha sumado a las medidas del G-20, como el aplazamiento del pago de las naciones más pobres. China esgrime que los esfuerzos deben ser coordinados a escala internacional y ha animado a aquellos países que más le deben a sumarse a las medidas del G-20, que los líderes africanos consideran insuficientes. Esta táctica de China de ganarse el favor de naciones extranjeras por medio del dinero fue definida por el hindú Brahma Chellaney como “la diplomacia trampa de la deuda”, quien describe también así la táctica china con el resto de países asiáticos. Sin embargo, las críticas a China impiden ver la realidad: cualquier esfuerzo en materia gubernamental para reestructurar la deuda no servirá de mucho si no se suman los acreedores privados, cuyas finanzas también se han visto afectadas por el COVID-19 y tienen menos margen y voluntad de negociación.
Todo es política
A pesar de que se ha puesto el foco en lo económico como clave de su influencia regional, China lleva años centrada también en el plano político. A finales de 2021 se celebrará en Senegal la octava edición del Foro de Cooperación China-África (FOCAC), un encuentro que desde 2000 se celebra cada tres años, rotando la sede entre Pekín y un país africano. Aunque cada vez más naciones como Francia, Rusia y Turquía apuestan por cumbres de esta índole en las que invitan a jefes de Estado de países africanos para mejorar las relaciones diplomáticas y económicas, China lleva organizándolas desde hace mucho más tiempo y los resultados han inclinado la balanza de poder de Occidente a Oriente. A la última edición de 2018 en Pekín acudieron 51 presidentes africanos mientras que, dos semanas después, tan sólo 27 líderes acudieron a la 73ª Asamblea General de la ONU en Nueva York. El analista Eric Olander, cofundador del medio The China Africa Project, argumenta que el país asiático cada vez busca más el apoyo diplomático del continente que sus recursos naturales.4 Tener de su lado a las 55 naciones africanas supone un buen puñado de votos para promover o bloquear resoluciones en un sistema como el de la ONU, donde cada país miembro tiene un voto. En este sentido, China utilizó la pandemia para intentar demostrar que sí se preocupa por África. A inicios de 2020 envió material sanitario a través de la Fundación Jack Ma —el fundador de Alibaba Group—, y mantuvo abierto el espacio aéreo con Etiopía como puerta de entrada al continente. China goza de una posición que la sitúa por delante del bloque occidental. Al gobierno de Xi Jinping no le importa el tipo de líder con el que negocia ni pregunta por su historial de derechos humanos, una medida que no sólo agradecen los déspotas africanos, sino también otros líderes que ven cómo un país extranjero no se mete en sus asuntos internos. La presencia de China en el continente africano es ya una realidad asentada. A través de la economía y la diplomacia, el país lidera las relaciones con el exterior y tiene un amplio apoyo entre los líderes de más de cincuenta naciones. A pesar de todas las críticas occidentales, China sí ha puesto como prioridad a África en sus relaciones internacionales y ha conseguido ser su principal socio.
Imagen de portada: Michael Soi, China Loves Africa No. 39, 2012 - 2013. Cortesía de Circle Art Gallery
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“Chinese attempt to assault an African engineer conducting safety meeting backfires in Sierra Leone”, disponible aquí ↩
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Fueron los británicos quienes otorgaron la capital a Nairobi al estar en el centro de la línea de tren que conectaba la costa con el interior. Hasta entonces la ciudad no existía, estaba en una zona húmeda que se construyó de la nada. Fue con ese tren con el que los británicos vertebrarían el nuevo país, al que llamaron Kenia por su incapacidad de pronunciar bien Kirinyaga, el nombre en la etnia kikuyu de la montaña más alta del país que se puede llegar a ver desde Nairobi en días soleados. ↩
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AIDDATA, “China Eximbank provides $2.003 billion buyer’s credit loan for Phase 1 of Standard Gauge Railway Project”. Disponible en este link ↩