Una mujer misteriosa

Espías / dossier / Junio de 2024

Olga Bulanova

Traducción de: Claudina Domingo

 Leer pdf

Cuando llegó al vecindario

lo primero que nos cautivó fue su boca:

como granada, como el pecho de los petirrojos,

como sangre fresca.


Tenía yo once años:

la única edad en que el mundo adulto

parece un palacio tras una fortaleza;

la edad en que las niñas ignoramos el dolor

que nos espera

y soñamos con ser esos seres con carne mullida en el tórax

y voces gráciles y vestidos con volantes.


Sabíamos (tras examinarla a conciencia)

que esa boca no estaba pintada

con la tacañería nacional

(el rojo lo reserva el Kremlin para las banderas)

y queríamos ver de cerca el tubo misterioso

del que salía la boca rojísima de la señorita Nadja.


Así fue como tres pequeñas mosqueteras

trepamos por el tejado y descendimos por el balcón de la vecina

(de pensarlo ahora, se me erizan los antebrazos:

tentamos a la muerte por una simple barra de rouge)


De un salto nos encontramos en la habitación

de una mujer de mundo:

zapatos de ante que nunca le veíamos puestos

un sombrero adornado con la pluma de un ave

que tiene ojos negros entre el verde de su lujoso plumaje,

un bolso pequeñito cubierto de cristales.

¿Por qué la señorita Nadja no sale con él a la calle?

Quizá piensa que se lo robarían.


En el tocador encontramos el tubito de donde sale

la boca como bandera: REVLON

decía en la parte de abajo.

Todas nos pusimos carmín y por un momento

fuimos mujeres de un mundo lejano.


Luego abrimos los cajones

y entre medias de seductora seda

encontramos el aparatito

(en casa de mi abuelo, veterano de guerra

hay uno idéntico pero inservible:

con él transmitía mensajes en clave morse

a sus camaradas).

Ocultas bajo un cartón vimos una, dos, tres identificaciones

en las que la Nadja aparecía seria,

frente a la cámara que le puso uno, dos, tres nombres distintos.


Se escuchó un silbido:

nuestro vigía nos avisaba que la misteriosa boca roja

venía subiendo la calle.

Salimos despavoridas de por la puerta

cerrándola con estrépito.

En el portal nos topamos con una rojísima boca abierta

y unos ojos que miraban con descrédito

nuestras boquitas como cerezas.


A los pocos días dejamos de ver a la señorita Nadja,

que permaneció indeleble en mi memoria

como un ave insólita y hermosa

proveniente de un mundo misterioso.