Cuando llegó al vecindario
lo primero que nos cautivó fue su boca:
como granada, como el pecho de los petirrojos,
como sangre fresca.
Tenía yo once años:
la única edad en que el mundo adulto
parece un palacio tras una fortaleza;
la edad en que las niñas ignoramos el dolor
que nos espera
y soñamos con ser esos seres con carne mullida en el tórax
y voces gráciles y vestidos con volantes.
Sabíamos (tras examinarla a conciencia)
que esa boca no estaba pintada
con la tacañería nacional
(el rojo lo reserva el Kremlin para las banderas)
y queríamos ver de cerca el tubo misterioso
del que salía la boca rojísima de la señorita Nadja.
Así fue como tres pequeñas mosqueteras
trepamos por el tejado y descendimos por el balcón de la vecina
(de pensarlo ahora, se me erizan los antebrazos:
tentamos a la muerte por una simple barra de rouge)
De un salto nos encontramos en la habitación
de una mujer de mundo:
zapatos de ante que nunca le veíamos puestos
un sombrero adornado con la pluma de un ave
que tiene ojos negros entre el verde de su lujoso plumaje,
un bolso pequeñito cubierto de cristales.
¿Por qué la señorita Nadja no sale con él a la calle?
Quizá piensa que se lo robarían.
En el tocador encontramos el tubito de donde sale
la boca como bandera: REVLON
decía en la parte de abajo.
Todas nos pusimos carmín y por un momento
fuimos mujeres de un mundo lejano.
Luego abrimos los cajones
y entre medias de seductora seda
encontramos el aparatito
(en casa de mi abuelo, veterano de guerra
hay uno idéntico pero inservible:
con él transmitía mensajes en clave morse
a sus camaradas).
Ocultas bajo un cartón vimos una, dos, tres identificaciones
en las que la Nadja aparecía seria,
frente a la cámara que le puso uno, dos, tres nombres distintos.
Se escuchó un silbido:
nuestro vigía nos avisaba que la misteriosa boca roja
venía subiendo la calle.
Salimos despavoridas de por la puerta
cerrándola con estrépito.
En el portal nos topamos con una rojísima boca abierta
y unos ojos que miraban con descrédito
nuestras boquitas como cerezas.
A los pocos días dejamos de ver a la señorita Nadja,
que permaneció indeleble en mi memoria
como un ave insólita y hermosa
proveniente de un mundo misterioso.