El Caribe fue un epicentro político y económico durante muchos años; hoy es una zona fragmentada que conserva mucha fuerza y potencial, especialmente en el ámbito de la cultura. Por otro lado, México tiene una fuerte historia con un pasado mirando directo al Caribe, sin embargo me da la sensación de que esa identidad está relegada en el imaginario nacional. En tu libro El mar de los deseos, hablas de varias conexiones caribeñas, del genoma cultural compartido. Desde esa perspectiva, ¿qué es o qué fue el Caribe?
Fundamentalmente, el Caribe es una región que se formó a partir de la llegada de Colón y del establecimiento de una colonia española en las islas mayores: Santo Domingo, Cuba y Jamaica, plataforma que se utilizó para la conquista del continente. En ese momento se creó un “Gran Caribe”, que tiene que ver con el comercio y con lo que se llama “economía atlántica”; es decir, una especie de plataforma no sólo para la conquista, sino también para la colonización y el desarrollo de las redes. Desde el Caribe se conquistó, por ejemplo, la Nueva España, la cual se constituyó en una especie de fuelle que logró la unificación del mundo. Y a esto no le hemos dado suficiente importancia.
Cuando se habla de la época colonial se piensa en una Nueva España aislada del resto del mundo y esto no es cierto: esta región estaba incluso mejor comunicada antes que ahora, porque era un vínculo entre el Extremo Oriente, Europa y África. El Caribe era algo así como el corredor de paso entre Europa y Asia. Los europeos difícilmente podían llegar al continente asiático, pues sólo los portugueses tenían esa ruta. En el siglo XVI la famosa ruta hacia China fue cerrada por el imperio otomano, debido a un enfrentamiento con ellos. Por ese motivo, los portugueses tuvieron que buscar un camino rumbo a Asia; lo hicieron pasando por África, por Buena Esperanza, y fueron creando una ruta monopólica a la que ningún otro país europeo tenía acceso. Por eso, la conquista de la Nueva España —incluso ya en la época de Hernán Cortés— se hizo también pensando en llegar a China por la vía del Pacífico, lo que se logró a mediados del siglo XVI. Gracias a esto, y al crearse una colonia de Felipe II en el territorio actual de Filipinas, este archipiélago se convirtió a su vez en la antesala del comercio con China, en un momento en que ahí se necesitaba plata. El resultado fue que creció enormemente la producción de este metal en la Nueva España y el Perú. México se convirtió en la metrópoli del Perú y de Filipinas, por el comercio de la plata con China a cambio de productos como la seda y la porcelana. Y esto unificó el mundo. En ese sentido se formó lo que yo llamo un Caribe histórico, el Gran Caribe.
Ahora existe un Caribe limitado a las islas y algunas partes de tierra firme. Y cuando hoy se habla del Caribe mexicano, se menciona por ejemplo a Cancún, lugar que en realidad tiene más que ver con Miami; pero no con el Caribe histórico, no culturalmente. Antes, en la época colonial, la ventana novohispana hacia el Caribe eran el puerto de Veracruz y Campeche. Ni siquiera Yucatán, pues éste era un lugar aislado y no se conectaba directamente con el Caribe, salvo por el puerto de Campeche, el cual era en realidad el puerto principal de Yucatán.
Mérida era parte de las redes del Caribe, pero en el nivel local, mientras que en el plano internacional, lo eran Veracruz o Campeche. El Caribe se desplegaba hacia afuera y hacia adentro.
Claro, y en esa época Campeche formaba parte de la gobernación de Yucatán, entonces era como decir “el puerto Mérida”. Después de la independencia se pelearon los campechanos y se separaron, pero en la época colonial era otra cosa. El puerto de Veracruz, por su parte, tenía la función de ser un punto de la red de puertos del Caribe. Veracruz se parece más a Cartagena de Indias o a La Habana que a la Ciudad de México. Es una vinculación directa. La veracruzana es una población que mira hacia el Caribe y a sus espaldas tiene el interior de México. La Ciudad de México aprovechó muy bien esto, porque tenía a Veracruz para comunicarse con el Caribe y el Atlántico, con África y Europa, España, Países Bajos o Inglaterra. Y por el lado de la Ciudad de México tenía una conexión con el Pacífico a través de Acapulco, otro pasillo que vinculaba a la ciudad con China. Lo importante de Acapulco no eran las Filipinas, sino China, pues era el gran imperio que consumía plata de México y otros lugares. El papel económico que jugó la Nueva España fue muy importante.
Si hacemos cuentas hemos pasado 300 años con un Caribe como centro y dos siglos fuera de él. Ahora el mundo está organizado de otra manera, pero la simbiosis cultural que hubo en el Caribe es muy fuerte y sigue presente. Por ejemplo, recuerdo alguna vez haber escuchado que la primera danzonera que hubo en Veracruz era de unos filipinos, ¿no?
Había una población oriental no solamente de Filipinas, sino de otros lugares, que influyó en todo lo que conocemos. Algunas familias habían llegado a través de Nueva Orleans a Veracruz y entre sus miembros había militares del ejército estadounidense. En el siglo XVIII hubo una especie de inquisición en el puerto de Veracruz, pues se persiguió o enjuició a unos músicos filipinos que cantaron “El chuchumbé”. Y Nueva Orleans, por ejemplo, también es un puerto del Caribe en la época de la Colonia. Cuando uno oye la música, en especial el jazz y la música norteamericana, y escucha la versión de Nueva Orleans, se percata de que ahí hay un acento distinto, una cadencia que empata con el carnaval y con todos los fenómenos culturales que se dieron en la región. En El mar de los deseos planteo un Caribe que conformaba una unidad cultural donde todo se desarrolla muy similarmente. Y no encontré mejor manera de vincular ese Caribe que en el terreno de lo inmaterial: la música, la danza, la poesía improvisada, la lírica, del patrón común cultural. El Caribe fue importantísimo en la época colonial porque México era su capital económica y política. La administración pública y la defensa militar no se sostenían sin el situado de la plata mexicana. A la administración colonial de México le sobraba plata para sostener a todo el Caribe insular, a la Florida —donde también estaba Nueva Orleans, que antes era más grande; la desembocadura del Misisipi era la Florida—, Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, y hasta Cumaná en el oriente de Venezuela: todo se manejaba con la plata mexicana. Y el resto de los puertos, Cartagena, Portobelo, Panamá, etcétera, se movía con el apoyo de la plata del Perú.
¿Y Cuba no tenía tanto peso administrativo?
La Ciudad de México era una entidad, y luego había filiales. Por ejemplo, la Inquisición mexicana no solamente estaba en México, sino también en las provincias internas del norte, de Chiapas a la capitanía general de Guatemala, a Costa Rica, Santo Domingo, Puerto Rico y las Filipinas. Pero es en el archivo mexicano de la Inquisición donde uno puede investigar sus operaciones en Filipinas, Puerto Rico, Nicaragua o la Florida. También el dominio de la Iglesia estaba acomodado en esa entidad política. Eso generaba lo que tú dices: una identidad caribeña en México imprescindible, pues formaba parte de nuestro propio cuerpo. Cuando se dio la Independencia de México, Cuba intentó unirse, pero no lo logró.
México era una especie de metrópoli que controlaba el Caribe a través del situado de la plata. Así, entre 1521 y 1821, la Ciudad de México fue la capital de un subimperio colonial, y Filipinas era una colonia novohispana más que una española.
¿Y qué me dices del otro Caribe, el inglés o francés? ¿Qué diferencias podrías destacar entre ellos y frente al hispánico?
En el siglo XVII el Caribe era la arena de confrontación para los grandes imperios. El español empezó a ser seriamente puesto en peligro en la región. Ahí se dio una guerra bajo la forma de la piratería y los conflictos armados. Algunas potencias o rivales del imperio español se apoderaron, por ejemplo, de Jamaica. Los ingleses dominaron esa isla en 1655, conocida en el siglo XVIII como la capital del contrabando inglés por la compraventa de esclavos. También los holandeses en el XVII se apoderaron de Aruba y Curazao; además de varias islas cercanas al continente en la región venezolana. Luego se metieron los franceses, primero a través de la piratería, y se apoderaron de una porción de la isla donde hoy está Santo Domingo, que había sido totalmente española, para hacer una especie de base de piratas, la isla de la tortura, que terminó siendo una plantación francesa.
España perdió varios territorios en el Caribe. Originalmente los tenía todos, en el siglo XVI y parte del XVII, pero los fue perdiendo. No obstante, el Caribe inglés, francés y holandés siguió su propia dinámica. Eso explica la identidad profundamente caribeña de los franceses e ingleses en la región. La gente de la Guadalupe es más caribeña que francesa, aunque hable francés. Y hay mezclas: el eje de la Trinidad también es cercano culturalmente al oriente venezolano. Y el oriente de Cuba tiene también influencia francesa de Haití, sobre todo. A partir de la revolución haitiana —la primera revolución de independencia en América, de donde surgen un reinado y una república—, los plantadores franceses y sus esclavos se trasladaron al oriente de Cuba. La influencia francesa, francocaribeña, en el oriente de Cuba es fuertísima; se tiene la rumba francesa, hay apellidos franceses, cabildos musicales de tipo francés y poblaciones negras organizadas a la francesa. Eso fue importante también en Centroamérica: el Caribe inglés influye hasta la fecha sobre el centroamericano, lo que en esa zona llaman el Caribe atlántico. Nicaragua es un país que tiene dos culturas: una española en el Pacífico y una anglocaribeña en el Atlántico. Esto es interesante porque la división se remonta al pasado más remoto. La parte del Pacífico de Nicaragua era Mesoamérica y la parte del Atlántico era Colombia, chibcha en la época prehispánica. Después entraron los ingleses y mantuvieron esa antigua frontera cultural, pero bajo su control. Los ingleses querían volver a Jamaica una especie de “Londres del Caribe” desde donde dominar territorios.
Más allá de la beligerancia entre el Caribe inglés, el francés y el español, ¿no había interacción?
Había una cierta familiaridad, una integración. Cuando ves los ataques piráticos, miras que en la historiografía española los piratas siempre son enemigos del imperio español, pero cuando lo ves a nivel micro, en realidad están muy integrados. Los piratas ingleses vendían productos a los ribereños o a los costeños de la Nueva España. Todo muy bien mientras no intervinieran las autoridades. Había complicidades. Por ejemplo, cuando el pirata Lorencillo atacó Veracruz en 1683, contó con toda la participación de las autoridades locales, que se hicieron de la vista gorda y le dijeron cómo entrar. Las autoridades colaboraban con los piratas. Aunque en el caso de Lorencillo, que era holandés, el gobernador de Veracruz y el castellano de San Juan de Ulúa fueron a dar a la cárcel. Se pasaron veinte años ahí.
Eran, como dices, mundos separados, pero a nivel micro las interacciones eran muy cercanas. Los ingleses desembarcaban en Acapulco, por lo que las interacciones lingüísticas y culturales se daban. Por ejemplo, hay un fenómeno interesante tanto en el Pacífico como en el Golfo de México. En varios lugares llaman pichilingües a esos piratas. Quizá venga de speak english, tras su deformación en el hablar de la lengua. En la zona de Tampico hay varias playas que llaman pichilingües.
¿Tú crees que podrías dividir al Caribe en uno más cercano a la estética del Siglo de Oro y otro más a la del Barroco? ¿Hay alguna diferencia?
El Siglo de Oro también es barroco. En poesía y música, el Siglo de Oro y el Barroco son la misma cosa, prácticamente. Esa cultura barroca del Caribe también está, pero de eso casi nadie habla. Ahora han salido trabajos muy interesantes que explican cómo la música barroca europea, que se creía tan pura, en realidad tenía una fuerte influencia del Caribe, por ejemplo, la Chacona de Bach…
Es decir, no sólo es una influencia de Europa hacia América, sino al revés. Finalmente son tres siglos de intercambio.
Sí, son siglos de grandes intercambios ya no se diga sobre España, sino también sobre Francia, Inglaterra, Alemania, etcétera. Esto es parte de una dinámica del comercio que generalmente sólo se estudia desde el punto de vista económico, pero no desde el cultural. Fernand Braudel lo hizo muy bien en su obra Civilización material, economía y capitalismo, un libro gigantesco de tres tomos. Braudel siempre habla de cómo estos productos, el café, el maíz, el té, el arroz, tienen su cultura; es decir, ninguno de ellos es un producto aislado, sino que con cada uno llega toda una cultura. Desde mi punto de vista, esto es lo que hay que recuperar: la propuesta de la escuela francesa de que lo económico no está separado del resto. Yo lo hice a la inversa: de la parte cultural fui a la base económica. Pero es cierto que hay microconexiones con otros países.
Esto en la música es muy palpable. En San Basilio de Palenque, en Colombia, está la marímbula, como existe de igual forma el marimbol en Veracruz, y ambos provienen de un vínculo con Cuba. Son pequeñas conexiones que se replican.
Claro, y vienen desde África. Ése es un instrumento que se occidentalizó. Las escalas originales son de África y tienen más que ver con el mundo árabe y el África subsahariana. De ahí viene ese instrumento, de la sanza, sólo que era más pequeño. Desde que entra en la dinámica del comercio de América, se occidentaliza, y esto da una riqueza tremenda, posibilidades enormes. Y estos instrumentos están regresando: ya hay marímbula en la música barroca.
¿Y qué es esto del cancionero ternario?
Es sobre todo un ritmo. El ritmo ternario es una secuencia de tercias, de tres más tres. Se originó en África y luego vino a América, donde se binarizó volviéndose un ritmo de tres más dos, o tres más uno. Y eso es el jícamo, que se mete en la música desde el siglo XVIII. Eso es la música cubana, que en general es binaria. Aunque la música campesina cubana sigue siendo ternaria, como el son jarocho. Los ritmos ternarios nunca se popularizaron mundialmente, sino que se volvieron músicas campesinas básicas, como el son jarocho, que era una música originalmente del campo. En cambio, la música como el minuet congot, la habanera o el danzón se volvieron populares porque integraron esos nuevos recursos. En el siglo XVIII la música culta barroca también se vuelve binaria. Incluso Bach es binario, le gusta más este jícamo, esa ruptura del equilibrio. La música binaria está desequilibrada, y esto permite muchos juegos rítmicos. La binarización ocurre más en la música barroca culta, pero se da al mismo tiempo en África y América. Y esto se encuentra en el siglo XVIII. Por ejemplo, en el puerto de Veracruz se encontraban todos los ritmos del Caribe francés e inglés del siglo XVIII. En Veracruz se bailaba una especie de danzón desde ese siglo. Había de dos tipos, uno afandangado y el minuet congot, minué congó, que en Veracruz “acabó” con la gente, se volvió una moda tremenda. Hay crónicas muy buenas de la Guerra de Independencia sobre cómo la gente bailaba minué congó parada sobre un ladrillo. Con el danzón sucedió algo parecido. Se bailaba en un espacio reducido, no podías salirte del ladrillo. Llegó de Cuba a Veracruz. A una estructura de la contradanza, del country dance inglés, le metías un binario africano, y se volvía totalmente atractivo. Era una música amulatada, como decía Alejo Carpentier. Pero también de regreso. Por ejemplo, hay un musicólogo cubano apellidado Galán1 que plantea una hipótesis de cómo la habanera surgió en Veracruz, y no en La Habana. Eso lo dicen los cubanos, porque la primera habanera se llama “la huachinanga”. En el siglo XVIII los guachinangos eran los trabajadores forzados que llevaban de México a Cuba, en Veracruz los nombraron así. Yo hasta creo que la palabra chilango viene de ahí: más de “guachinango” que de “chile”. En La Habana todavía hay un barrio, el Barrio de los Guachinangos, que era donde vivían los mexicanos. Estamos hablando de la Colonia. ¿Eso qué quiere decir? Que el Caribe era una sola cosa, una especie de territorio cultural común.
Imagen de portada: Músico en las calles de La Habana, 2017. Fotografía de Enric Fradera
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El autor se refiere a Natalio Galán. [N. de la E.] ↩