El viaje de Ángel Sucre puede contarse en kilómetros, como si fuese una simple operación aritmética. Primero de Caracas a Lima (más de 5 mil 900 kilómetros), luego de Lima a Necoclí, Colombia (3 mil 290 kilómetros, aproximadamente), donde se embarcó en una breve travesía marítima con una lancha que estuvo a punto de zozobrar hasta llegar a la selva del Darién, en la que caminó por más de cuatro días (no sabe con exactitud cuántos kilómetros). Desde ahí, y luego de escaparse de un centro panameño de migrantes donde el COVID-19 acechaba por todos lados, transitó en trenes, buses, camiones, motos y a pie los 2 mil 900 kilómetros que hay desde Ciudad de Panamá hasta Ciudad de México.
El 30 de julio, finalmente, cruzó la frontera norte de México hacia Arizona, Estados Unidos, luego de estar retenido casi un mes por las autoridades mexicanas en Querétaro y esperar otro tanto en un albergue en Nogales, Sonora, con lo que le sumó a su travesía unos mil 700 kilómetros más. Son casi 14 mil kilómetros recorridos durante dos años y nueve meses en los que vivió y transitó por más de diez países de América Latina. Resulta lógico preguntarse, ¿a qué le huye Ángel Sucre en su carrera desesperada por el continente? “A la dictadura, así de sencillo. Ya no pude luchar más en Venezuela porque el gobierno me quería en la cárcel”, decía con aire distraído durante una tarde de junio mientras miraba con fascinación el Zócalo de Ciudad de México.
Nosotros los venezolanos no tenemos una identidad, no tenemos nada y estamos inseguros. Si en la vía nos pasa algo, ¿quién sabrá de nosotros? Yo creo que nadie de las autoridades se preocupa,
explicaba con desaliento, tras recordar que las autoridades del régimen venezolano le quitaron todos sus documentos legales. Según el informe más reciente de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), en 2020 había 82.4 millones de personas refugiadas y desplazados internos en el mundo. El 68 por ciento provenía de cinco países: Siria, Venezuela, Afganistán, Sudán del Sur y Birmania. Resalta el caso de Venezuela que, sin sufrir un conflicto armado, suma más de cinco millones de personas desplazadas por la crisis política y económica. Sin embargo, la Organización de Estados Americanos (OEA) advierte que, para fines de 2021, la migración venezolana podría llegar a los siete millones de personas, con lo que superaría el éxodo de Siria, país azotado por la guerra civil que ostenta el triste récord mundial de liderar la mayor cantidad de personas desplazadas de su territorio. Pero, al menos de manera oficial, en Venezuela no hay guerra. Sucre comienza a contar su historia así:
Claro que vivimos un conflicto armado, hermano, el gobierno usa su fuerza para reprimir y encarcelar a los opositores políticos, pero deja entrar a grupos irregulares de Colombia y permite que las bandas criminales manden en los barrios de las principales ciudades. Los venezolanos también estamos presos en una guerra propiciada por la dictadura y es necesario que el mundo lo sepa.
La lucha política
A sus 28 años, Sucre tiene más de una década dedicado al trabajo con movimientos juveniles en Caracas y otras ciudades del país. Lo que empezó como una inquietud por ayudar a las comunidades más pobres de la capital venezolana pronto se convirtió en una práctica que el régimen de Nicolás Maduro consideró como “actividades subversivas”. Y ante el peligro, Sucre reaccionó como miles de jóvenes de su generación, que fueron el catalizador para las jornadas de protestas masivas más importantes de la historia reciente venezolana entre 2014 y 2015. Decenas de miles de personas se lanzaron a las calles para expresar su descontento contra el gobierno ineficiente que sumió al país en la crisis económica más aguda que se recuerde. Bajo el chavismo, el PIB del país ha caído en un 75 por ciento.
No me perdonaban que luché en las calles y vi cómo mataban a mis compañeros, vi caer a Roberto Redman y Bassil DaCosta, a todos esos estudiantes inocentes asesinados por la dictadura. Maduro se envileció en el poder,
explica sobre la época en la que participó en múltiples movilizaciones contra el gobierno entre 2014 y 2017. Rápidamente, Sucre entró a la lista de perseguidos políticos del gobierno, hasta que fue encarcelado.
Casi no podía dormir porque me obligaban a hacer ejercicio hasta desmayarme y luego agarraban una tabla para golpearme en la espalda y las costillas. El dolor me despertaba,
dice sobre su estancia en el centro penitenciario 26 de julio, donde estuvo recluido durante año y medio. Su caso fue denunciado por diversas organizaciones defensoras de los derechos humanos, como el Foro Penal Venezolano, que resaltaba la “incertidumbre procesal” y los maltratos físicos que sufrió.
Lo peor era cuando te enrollaban en una colchoneta y te caían a batazos. ¿Sabes por qué hacían eso? Porque no te deja cicatrices, pero te rompe por dentro,
decía mientras caminaba por el Zócalo de la capital mexicana. Sucre fue liberado en septiembre de 2018, pero a las pocas semanas le notificaron un nuevo proceso judicial en su contra, por lo que, como tantos otros venezolanos, decidió marcharse del país. Recientemente, Foro Penal anunció que en el país hay 275 personas detenidas a las que consideran presos políticos. La represión contra la disidencia es universal: 146 son personas civiles y 129 son efectivos militares.
El viaje interior
“He resuelto mis vínculos/ Ya soy uno (…) Los transeúntes buscan sus almas solos”, escribió el poeta venezolano Rafael Cadenas, quien, a fines de los años cincuenta, vivió en carne propia los rigores del exilio. Sucre admite que este largo viaje, con todas sus vicisitudes y peligros, lo ha llevado a descubrir su fortaleza interior. La soledad del que se traslada es un momento propicio para el balance. “Uno aprende de todo en esto, pero la gente es el regalo verdadero. Estar con tantas personas, eso es lo que te cambia”, asevera. Sucre llegó a Perú en octubre de 2018 y se quedó en Lima, donde aprendió a cocinar, al punto de que asegura que hacía “el mejor arroz con pollo de Miraflores”. Otro cambio, otro descubrimiento. Frente a los fogones, el joven aprendió el ritmo alquímico de los sabores y especias, por unos meses pudo imaginar un destino distinto. Cuando apenas se acostumbraba a la libertad y empezaba a soñar con tener su propio local que fusionaría la gastronomía de Perú y Venezuela, llegó el COVID-19. Dice con una sonrisa:
Todo cerró, a veces Lima parecía una ciudad fantasma. Era desesperante y eso aumentó la xenofobia por la crisis. Cuando hicieron un grafiti cerca de mi casa que decía “malditos venezolanos”, entendí que me tenía que ir. Salí en enero de 2021 y acá estoy.
Y atravesó Ecuador, Colombia y el peligroso Darién en una insólita travesía por la selva donde varias veces se topó con la muerte. Advierte con miedo en los ojos:
A todas las mujeres las violan en el Darién, por favor, no vayan. A los hombres nos roban todo, es casi imposible cruzar sin que te pase algo grave. Además, mucha gente se muere reventada por el cansancio.
En México, su travesía fue accidentada pero no por los peligros notorios de los grupos armados que, cada tanto, masacran, extorsionan y roban a las personas migrantes. Fueron las autoridades del país las que lo retuvieron en el último tramo. Explica con calma:
Es natural, yo no tengo papeles porque el gobierno venezolano me quitó todo. Así que tuvimos que solicitar nuestro permiso para transitar, en este tiempo aprendí a tener paciencia.
Dice que explotó de felicidad al cruzar la frontera de Sonora y Arizona. Pero, una vez más, tiene que esperar. Mientras se encuentra en unas instalaciones migratorias estadounidenses, aguarda por los resultados de su prueba de COVID-19 para continuar el proceso de solicitud de asilo.
Creo que todo esto es parte de un propósito, no es sólo llegar a Estados Unidos. Quiero aportarle un grano de arena a nuestra gente, porque Venezuela necesita amor,
explica con emoción en una entrevista telefónica. Sucre busca un país que le permita desarrollarse, estudiar y crecer, como cualquier persona de su edad. Pero no tiene dudas sobre su patria, que a cada instante revive en sus pensamientos, aunque no pueda vivir ahí. Cuando se le pregunta si volverá algún día, responde de manera tajante:
Tengo muchos sueños, y siento que mi viaje todavía está comenzando. Eso sí, cuando caiga la dictadura, al día siguiente estoy en Caracas. Cuenta con eso.
Albinson Linares es corresponsal de Noticias Telemundo.
Imagen de portada: Billetes y notas escritas por migrantes venezolanos en el Muro de los Lamentos en Colombia. Fotografía de Cindy Catoni