Un hombre camina apresurado por la ciudad de Nueva York. Le acaban de ofrecer la oportunidad que había buscado toda su vida: tocar en un cuarteto serio de jazz. Por fin podrá dejar de ser ese maestro de música inspirador, pero desangelado, en una secundaria pública. O eso cree. Atraviesa una calle sin ver los coches, un bloque de tabiques casi le cae en la cabeza, camina por una banqueta plagada de cáscaras de plátano como bella autorreferencia al mundo animado. Evita la muerte a diestra y siniestra para, finalmente, caer en una coladera destapada. Ahí empieza la verdadera aventura de Joe Gardner (Jamie Foxx). Frustrado por morir tan joven y en un momento tan inoportuno, el alma de este músico perfora el tiempo y el espacio para buscar una segunda oportunidad. Finalmente, termina en el lugar en donde las almas, antes de nacer, adquieren una personalidad. Ahí, seres cósmicos que lo confunden con un famoso psicólogo ganador del premio Nobel le piden que se convierta en el tutor de 22 (Tina Fey), un alma que se niega a nacer. Entre los dos se crea una sinergia única que los llevará en un viaje a los lugares más abstractos de la vida trascendente. El cuarto largometraje de Pete Docter continúa el trabajo previo del director en Pixar: Monsters Inc. (2001) era una representación de la explotación burocratizada de nuestros miedos; Inside/Out (2015), una abstracción gráfica sobre una crisis adolescente; y Soul es la representación burocrática y abstracta de una crisis de mediana edad. En Inside/Out Docter le hablaba a una generación de adultos que crecieron con Toy Story (1995) y que, ahora, deben dejar atrás la nostalgia de la infancia para admitir responsabilidades adultas. Con Soul, le habla a su propia generación frustrada, más allá de la seguridad en el empleo, por la falta de realización personal. Joe Gardner no vive marginado. Es una persona con un trabajo de tiempo completo, seguridad social, una familia cariñosa y un barrio que, a través de interacciones cotidianas, se preocupa por su bienestar. El personaje vive bien, pero quiere más. No basta existir, a Joe le empieza a importar la trascendencia. Sin hijos, sin legado, los recuerdos de su padre se convierten en algo apremiante. Su papá importa tanto porque le heredó un gusto. Le enseñó, cuando él pensaba que el hip hop era la única expresión cultural propia, sobre el arte de improvisación afroamericano en el lujo brumoso de los clubes neoyorkinos de jazz. Gardner, sin embargo, no quiere la misma trascendencia mediocre. Dar clases para él es un martirio. Lo que le enseñaron en la infancia se convierte en una obsesión por el éxito. Joe no encuentra la felicidad dando clases a niños de secundaria, incluso si se convierten en bateristas de una famosa jazzista como Dorothea Williams (Angela Bassett). Para él no basta transmitir su amor a la música. La frustración lo ha convertido en un hombre obsesivo y egoísta. Ése es el meollo de Soul. Toda la película gira en torno a la frontera estable entre la pasión y la obsesión. La pasión controlada, pero inspirada, de seres que trascienden el cuerpo elevados por su arte (deportistas, actores, músicos y místicos sin sensualidad) es algo deseable. Algo, incluso, que se insufla en las almas no nacidas para que florezca en algún momento. Es lo que hace que la vida valga la pena; lo que representa, finalmente, la realización de la chispa individual de toda persona. La pasión descontrolada, por el otro lado, lleva a los hombres a perderse en ciclos obsesivos. Estos ciclos también los transportan fuera de su cuerpo, pero a un reino enclaustrado y violento de sombras. Aquí, los dos ejemplos que muestra la cinta hablan de la ambición monetaria desbordada: un manager de fondos de inversión y un buscador casual de tesoros. Pero también señalan el peligro de la crisis del protagonista: ¿Acaso está buscando el éxito en el mundo del jazz porque lo desea o porque ya se convirtió en una obsesión alimentada por años de fracaso y frustración? La enseñanza moral de la película se encuentra, justamente, en esta frontera entre la pasión saludable (tomada por las riendas, dirían los estoicos) y la pasión obsesiva, desbordada, monotemática, esclavizante (que nos arrastra, dionisiaca). Y esta enseñanza, entre lo terrenal y lo trascendente, se juega en otra frontera: la que separa el mundo físico y el mundo de las almas. Con el lujo habitual de Pixar, la animación de esta película se divide en dos universos. Por un lado, la recreación con un pasmoso realismo de Astoria en Nueva York; de las calles, las tiendas y los clubes (en donde está, por supuesto, un guiño a The Village Vanguard). Por el otro, la representación de un mundo previo al nacimiento, de tonos azules y morados, suaves praderas de luz, edificios inspirados en esculturas minimalistas suecas y burócratas trazados entre líneas interdimensionales como estudios de pintura cubista. Entre estos dos mundos se juega la crisis de las pasiones. El mundo cósmico, abstracto, de las almas es un universo ordenado, controlado por servidores con tono paternalista, de amabilidad funcional, y contadores egocéntricos. Todas las almas que mueren están estrictamente contadas; todas las almas que van a nacer, cuidadosamente adoctrinadas. En este mundo del antes y el después no existen el caos ni la equivocación. Los errores, los tropiezos, las almas perdidas y vagabundas se producen en el otro mundo; el imperfecto de los cuerpos. La Tierra se convierte en este lugar en donde los humanos pueden perderse y vagar, elegir, hasta cierto punto, y tropezar finalmente, perdidos por las sensaciones. Considerado a vista de águila, el mundo que creó Docter es un pensamiento neoplatónico, agnóstico, que habla de las doctrinas del wellness con todos los buenos tonos del new age californiano. Algunos decían que Soul era una propuesta “existencialista”. Creo que la palabra se ha diluido mucho, porque esta idea es la antítesis del existencialismo. Jean Paul Sartre hablaba de la existencia precediendo a la esencia. Aquí se habla de almas a las que el universo dota de una personalidad antes de nacer. Y lo que es más impresionante: de una voluntad de vivir que precede a la vida misma. La llamada “chispa” que busca 22 para pasar a la Tierra no es un propósito, no es un talento, no es un gusto. Se trata de la voluntad misma de vivir. Es decir que, en este universo, las almas primero quieren nacer y luego nacen. Las almas, en general, encuentran la voluntad de vivir en un reino en el que no existe el cuerpo: no pueden probar la pizza, no pueden hacerse daño, no pueden sentir caricias o dolor. Es decir que la razón de vida de todas las almas funcionales es algo ajeno al cuerpo. Lo peligroso de esta perspectiva neoplatónica es el contexto en el que destierra al cuerpo. Docter no se quiere meter con problemas de definición religiosa; por eso el más allá se pinta como una gran lámpara que achicharra a las almas como mosquitos. Con todo agnosticismo, sin embargo, la película no deja de dar una lección de vida: debemos regresar al deseo de vivir; un deseo primordial, esencial, con el que ya nacimos. La responsabilidad de Sartre se voltea en culpa: no nos definen nuestros actos, sino qué tanto tendemos hacia el encuentro con la esencia primigenia del deseo de vida. El bienestar se convierte en meta única para el beneplácito del mindfulness y los coaches de vida. Este punto de vista puede acomodarse muy bien en el pensamiento new age diluido de los agnósticos liberales estadounidenses de California. Pero parece una extraña elección para la primera película de Pixar con un protagonista negro. El soul, género de música afroamericana que nació de la trascendencia y se guió por los cuerpos, desaparece, para dar cabida a una imagen intelectualizada del jazz que borra la negritud de la carne. Durante la mayor parte de la cinta, Joe Gardner carece de materia. De hecho, tenemos la incómoda imagen de una mujer blanca de mediana edad (justificada con un chiste algo hueco) en el cuerpo de un hombre negro. El problema de ver la cultura negra como algo descorporeizado, intelectualizado, puesto en la trascendencia en sí de sus virtudes es que se borra la historia corporal de una vivencia estadounidense. Como bien dijo el crítico Samuel Lagunas: “Pixar es una máquina de asepsia cultural”. Lo que importa de la cultura negra aquí es lo trascendente: la limpieza intelectual del jazz, frente al éxito material del hip hop. Al crear esta imagen pura del jazz trascendente, al darle todo el lugar a las ánimas, Soul crea una situación de igualdad ideal, pero trunca: todos somos la misma masa amorfa, porque nadie tiene presencia física, porque nadie necesita inscribirse sensualmente en la historia. Todo está bien en esta vida ideal mientras seamos capaces de liberarnos del cuerpo, único testigo de las injusticias del pasado, del presente, y de la lucha por un mejor futuro.
Imagen de portada: Fotograma de Peter Docter, Soul, 2020