La cuarentena en modo fiesta nos duró en casa sólo una semana. Teníamos todo: comida, trabajo, tiempo para los cuatro y balcón soleado. De golpe, se terminó ese relajado arresto domiciliario. Cris tuvo que irse al pueblo de los padres porque la mamá tenía fiebre hacía tres días y, justo el mismo día, murió Fernando Álvarez.
Pocos días después, los padres de Cris entraron en el hospital y ella volvió a casa, donde está confinada en la habitación de manera preventiva. Ahora, ya sin síntomas, contamos los siete días que faltan para que salga. Durante el día, las cuestiones domésticas, pedagógicas, de asistencia y desinfección me ocupan todo el tiempo y se suma la tensión de la enfermedad de los abuelos. Salgo de casa lo menos posible y termino el día solo y deshecho.
—Ponle las gotitas a la mama.—
Ahora duermo en el sofá sin que estemos peleados. Cada día monto y desmonto el campamento. Sueño mucho y por la noche me veo con gente querida de todos los tiempos. Viajo lejos, cambio de país y de época. Camino, corro, paseo, canto, converso y soy seducido. Me despierto con tanto sol que la sala parece, por unos segundos, un campamento a cielo abierto. Cada mañana dibujo el paisaje doméstico frente al que despierto, los almohadones sobre la mesa no serán el Mont Sainte-Victoire ni el Cofre de Perote, pero forman algo con lo que voy teniendo un diálogo nuevo y cotidiano.
—Papá, está muy rico el queso.—
Hoy gritamos 3 y lloraron 2.
—No. ¡Sara, la tenía yooooooo!—
Cuando veo algún videíto que dice que el coronavirus es una ficción para manipularnos, pienso en Fernando. Esto no es una ficción, él de verdad ya no está. ¿De verdad ya no está? Nos habíamos llamado en Navidad y tratamos, sin demasiado empeño, de vernos en familia. Se había jubilado hace muy poco. ¿Cuántos años tenía? Busco en internet: 67.
—Papá, ¿nos cuentas un cuento?—
Hoy gritamos 2 y lloró 1.
—¡Que no os peleéis!—
¿Sara tiene ganas de molestar a su hermana o es que el juego es más interesante cuando cruza ese límite invisible del juego tranquilo? Quizá, en esencia, ‘molestar’ es poner a prueba ese equilibrio. ‘Molestar’ viene del latín ‘mole’: peso o carga. Intento explicarles que, con los días, la rabia se nos acumula y después, aunque no sepamos porqué, acaba saliendo y hace daño a los demás; que es mejor saber verlo antes. —Si papá, ¿podemos seguir jugando a la tiendita?— Pero ellas están obligadas a convivir todo el tiempo hace 42 días, además de ser hermanas, son las únicas amigas posibles.
—¡Que te laves los dientes, carajo!—
—¡Ya está!, ¡Te quedas sin helado!—
Hoy gritamos 4 y lloraron 2.
—¿Puedes dejar de molestar a tu hermana?—
Conocí a Fernando Álvarez Prozorovich en los años arquitectónicos de la universidad. Era de Bahía Blanca, un tipo que en seguida fue cercano en un ambiente hostil. Argentino, alto y humilde —cosa rara—, ponía un cuidado especial en recordar y preguntar. Había trabajado con Antonio Bonet, el de la mítica silla BKF que todo modernillo quiere tener en su casa, esa tumbona que parece una mariposa con dos alas de metal y cuero. De alguna manera, Fernando sostenía el legado de Bonet. Dirigía tesis doctorales sobre su obra y se metió con todo a restaurar La Ricarda, una casa que es un festín de bóvedas, patios, celosías, transparencias y cerámica a una escala admirable. Tener tan cerca ese fuego también le jugaba en contra y se quejaba de que lo llamaran sólo para hablar de arquitectura argentina o de Bonet y Le Corbusier en el Río de la Plata. ¿Qué pruebas debe pasar un sudaca en el Reino de España para ser universal?
—¿Hoy podemos chuches? es viernes.—
Hoy gritamos 3 y lloramos 3.
—Sara, ¿me dejas tu móvil para llamar a mis amigas?—
Lina todavía tiene piojos. Ayer le corté el pelo porque, teniéndolo tan largo, era muy pesado pasar la liendrera. Le propuse cortar tres dedos y se negó. Es tauro. Además, Cris siempre cuenta la historia en la que yo le corté el pelo; puse una canción pop y corté demasiado. No me perdonó jamás. Ayer le pedí que hablara con Lina en acción diplomática y finalmente Lina accedió. Aproveché que tenía una camiseta de rayas horizontales y empecé a cortar. Sara se puso nerviosa: —¡Que no! ¡Que no estaba cortando recto!—, Lina lloraba por la tensión. Cris escuchó el lío y se asomó con el tapabocas gritando que esa no era la tijera del pelo. Faltaba una lavadora por tender y la comida se iba a quemar. Dejé el corte y salí a los gritos.
- ¡Que le pases el trapo a la mesa! -
Hoy gritamos 4 y lloramos 4.
—¡No Lina! ¡La tenía yo!—
—Presumimos lo que no tenemos— dijo Leti al teléfono. Desayuno con Cris tras la ventana del balcón mientras hace skype con la Marga. Hace años ando sin amistades valientes, le digo, y en eso llama su madre para contar que mañana los trasladan a su casa. ¿Qué son las amistades valientes?
—Lina, dile a la mama que ya se puede duchar.—
Hoy gritamos 3 y lloró 1.
—¿Pueden dejar de gritar, que la mama está descansando?—
Un día de verano, fuimos a comer un asado a casa de Fernando. Fuimos con mi madre que estaba de paso. Él nos vino a buscar al centro de Castelldefels en su auto y, al subir, Sara se agarró un poco el dedo con la puerta. Al siguiente asado fui solo y Fernando hizo la broma de que mis hijas tenían miedo de volver y quedarse sin dedos.
—¿Podemos ver una peli?—
Hoy gritaron 2 y nadie lloró.
—¿Quién dejó todo esto tirado?—
¿Cómo se llama esto? ¿El encierro global en la era del 5G o la peste en tiempos de la selfie? Bertha dice que no le interesa que los escritores le hablen de lo que está viviendo, y en parte estoy de acuerdo con ella. Sin embargo, en estas semanas, hay dos pequeños acompañamientos que agradezco cada día. A las 8 de la tarde, el actor y poeta Esteban Feune (@dromomano en Instagram live) se convierte en decidor de textos jalonados por anécdotas y reflexiones vivas desde el inodoro de su casa en Buenos Aires y, más tarde, pasada la media noche, Jorge Sarraute toca el piano, canta y postea, en Facebook, un texto suculento y personal sobre la música popular.
—¿Qué hay de postre, papá?—
Todavía no sé qué serán las amistades valientes,
pero a ver si hoy no gritamos.
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Imágenes: Pedro Strukelj