La historia de la homosexualidad en México suele narrarse a partir de la redada del Baile de los 41. Para Carlos Monsiváis, este evento “inventó la homosexualidad” en el país, porque fue la primera vez que apareció en la prensa la identidad de los “lagartijos”, “pollos” y “maricones”, sin embargo, la noticia sólo se refería a la homosexualidad en los hombres. Sobre las mujeres, hasta el momento, no se sabía nada. Durante la madrugada del 19 de noviembre de 1901, en el centro de la Ciudad de México, la policía allanó una fiesta privada; aparentemente, los vecinos se quejaban de un “gran escándalo”. Las autoridades exigieron que los participantes mostraran la “licencia” que les había permitido organizar dicha fiesta, aunque oficialmente no se necesitaba tal documento. Al abrir la puerta, apareció “un ajembrado vestido de mujer, con la falda recogida, la cara y los labios llenos de afeite, y muy dulce y muy melindroso de habla”. La visión fue tan inusual que “hasta al curtido guardián le revolvió el estómago. Se introdujo éste a la accesoria, sospechando lo que aquello sería, y se encontró con cuarenta y dos parejas de canallas […] vestidos los unos de hombres y los otros de mujer, que bailaban y se solazaban en aquel antro”. El sereno contuvo las ganas de “abofetearlos” y les mandó a la cárcel de Belem, según narró entonces el periódico El Universal.
Unos días más tarde, durante el mismo mes de noviembre, la policía irrumpió en otra fiesta. La noticia también fue reportada por El Universal, pero no causó la misma reacción que la redada previa. De hecho, la nota no dice mucho y fácilmente pasa desapercibida para quienes no poseen los códigos para entender de qué se trató el asunto. El diario sólo anunció lo ocurrido bajo el título “informaciones rápidas”, en contraste con los encabezados sobre el Baile de los 41: “Cuarenta y un maricones” (El Popular), “El Baile Nefando” (El País) y “Baile de Afeminados” (El Universal). Las “informaciones rápidas” de El Universal, sin la menor inquietud, dieron la noticia de que “en la Santa María fue sorprendida una gran fiesta de mujeres solas”. La policía no allanó esa reunión en busca del permiso para hacer fiestas privadas ni por quejas de los vecinos, sino, a decir del diario, porque los oficiales estaban “siguiendo la pista de escándalos semejantes”. Nosotras sabemos que el eufemismo “semejante” es usado en un tono de superioridad moral: semejante escándalo, uno que hace alusión a lo abyecto, a lo que sale de lo “normal”. La nota se refiere, sin duda, a los bailes que celebraban las sexualidades periféricas.
Sucedió el 23 de noviembre de 1901 y llamó la atención que “no había hombres invitados”; la nota dice que esto fue lo único que se les preguntó a las invitadas, por qué hacían fiestas sin hombres, quienes “manifestaron que porque sólo así no había disgustos”. Para la policía y el reportero que nos relata, casi de casualidad, la “gran fiesta de mujeres solas”, las asistentes estaban reunidas “con el motivo de la celebración de un bautizo de una muñeca, la que bautizaban con el nombre de la ‘Chilaquil’” (sic). El asunto se centró, a sus ojos, en que no había hombres invitados. Ni el sacramento concedido a la muñeca ni su peculiar nombre causaron extrañeza entre los agentes. Para el falocentrismo de la policía, el hecho de que para preparar chilaquiles se necesiten tortillas pasó inadvertido. Los chilaquiles son un platillo a base de tortillas fritas y remojadas en salsa picante. Nosotras sabemos que en México a las mujeres que tienen sexo con otras mujeres, o lo desean, se les llama coloquialmente “tortilleras”. Así, quienes acudieron al bautizo de la muñeca la Chilaquil nos dejaron pistas para conocerlas. Fue una reunión de mujeres que deseaban a otras mujeres. Una fiesta de “tortilleras”.
De acuerdo con el cristianismo, la lujuria es el pecado original con el que Eva, la primera mujer, sedujo a Adán. Según esta religión que predomina en nuestro país, la única forma de acceder al paraíso eterno tras la muerte es estar libre de pecado, sobre todo del pecado original. Por ello, el primer ritual cristiano para conseguir la salvación es el bautismo, realizado mediante la inmersión en agua de la o el pecador. En el contexto de aquella fiesta, bautizar supondría purificar la lujuria entre mujeres. Si la Iglesia católica dice que hemos de bautizarnos para nacer en Cristo, yo imagino que el bautizo de la muñeca la Chilaquil comunica que debemos bautizarnos para garantizar la vida eterna en el goce de la sexualidad de las mujeres y los cuerpos feminizados. La breve nota de El Universal especifica que las mujeres “manifestaron que todos los meses llevaban a efecto estas diversiones y nunca habían sido molestadas”. Parece que no las asustó la policía, sino lo contrario: burlaron tanto a los oficiales como al reportero, que no entendieron nada sobre la Chilaquil.
La redada del Baile de los 41 ha definido cómo entendemos la relación entre homosexualidad, mexicanidad y nacionalidad; en el bautizo de la Chilaquil también está presente la transgresión de estos tres elementos. Sin embargo, en esta segunda redada lo que está en el centro es la sexualidad de las mujeres. El reporte publicado omite detalles. El texto no especifica cómo iban vestidas las mujeres presentes en el bautizo de la Chilaquil, ni en qué calle se encontraba el domicilio donde se celebró la fiesta; apenas se menciona que ocurrió en la Santa María. Para entonces existía un pueblo en Coyoacán con el mismo nombre, además de la colonia Santa María la Ribera. Me inclino a pensar que la fiesta sucedió en esta última, pues el Baile de los 41 ocurrió en la vecina colonia de la Tabacalera.
Les asistentes del Baile de los 41 que vestían ropas de mujer fueron enviados a un batallón militar para hacerlos hombres. El delito nunca quedó claro, pero su criminalización sí: se trata de la masculinidad fallida. Fueron despachados a Yucatán “para cubrir las bajas que por enfermedad está teniendo nuestro Ejército en aquella península, donde se está consiguiendo reducir al orden a los indios mayas” (El País, 21 de noviembre de 1901). El castigo pretende corregir su “feminidad” (la prensa los llama “perjumaos”). Para quitarles cualquier signo de afeminamiento, les cortaron los “rizos” que habían lucido en el “baile exótico” y los dejaron rapados. La feminidad en los hombres se corrige convirtiéndolos en hombres de verdad: no sólo capaces de defender a la patria, sino de luchar en el Ejército contra los mayas, a quienes el Estado mexicano ha querido borrar.
La sufragista noruega Marie Høeg y su pareja, Bolette Berg, 1895-1903. Preus Museum
En el caso de las asistentes al bautizo de la Chilaquil, podemos suponer que se libraron de terminar presas en la cárcel de Belem, o tal vez dieron nombres falsos. A mi entender, se trata del primer registro en México de la sexualidad entre mujeres, y como tal abre las puertas de la clandestinidad, el goce y la resistencia de esta práctica entre mujeres y cuerpos feminizados. En contra de la asociación habitual que hacemos entre el poder que se gana con la visibilidad, la fiesta y el ritual que celebraron estas mujeres nos muestra el poder de la invisibilidad.
Imagen de portada: Marie Høeg y su hermano Karl, 1895-1903. Preus Museum