Job, el sabio, pensó pero no dijo que lo que está de veras del carajo es ser aquel juguete cabizbajo del todopoderoso niño pijo,
que por deporte sopla vida a un hijo
y por ídem lo transforma en andrajo:
se divierte al voltearlo bocabajo
y verlo así, de nervios amasijo.
Al favorito Job, siendo ya viejo,
un día le arrancó lento el pellejo
llevado del capricho, el muy canijo,
y él, aunque sí débil nunca pendejo,
de rabia y miedo herido el entrecejo
se mordió la blasfemia y nada dijo.
Imagen de portada: Alphonse Legros, Job, 2a lámina, 1837-1911. © National Gallery of Art, Washington DC