Hace tres años se desató un escándalo en el mundo de la moda después de que una reconocida marca de ropa española utilizara diseños tradicionales mexicanos en una de sus colecciones. La evidente copia de patrones y cosmovisiones de pueblos indígenas puso en discusión el fenómeno de la apropiación cultural como forma de acaparación indebida por parte de grupos privilegiados. Sin embargo, un fenómeno similar pasa desapercibido constantemente, me refiero a la apropiación de narrativas de protestas y movimientos sociales por parte del poder para neutralizar y vaciar de contenido estos discursos. Un referente claro del fenómeno se puede observar actualmente en los movimientos feministas. Me parece importante analizar esta forma de apropiación discursiva y las dinámicas que adquiere, dada su invisibilidad y los efectos tan nocivos que desencadena. Y es que lo que podría parecer un simple ejercicio de reconocimiento a un movimiento social por parte de una autoridad o un grupo privilegiado, se vuelve una mera exhibición nominal de apoyo que tiene el objetivo de controlar y neutralizar algunos elementos de protesta o subversivos, dejando intactas las condiciones que desencadenaron la protesta. Un ejemplo de esto tuvo lugar en Michoacán en 2020, cuando el gobierno estatal decidió instalar catorce antimonumentas para víctimas de feminicidio en los lugares con alerta de género, como un intento de conmemorar el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer. Lo que a primera vista podía parecer un gesto por parte del gobierno, acabó siendo una apropiación indebida de un símbolo de las marchas feministas. Su reproducción por parte de la autoridad lo despojó de toda significación y relevancia política. Para las personas que no lo sepan, los antimonumentos son instalaciones que se colocan en marchas y protestas sociales como una forma de recordar la injusticia perpetrada contra un grupo de víctimas, así como el fracaso por parte del Estado para resolver de manera justa estos casos y evitar que sigan ocurriendo; se habla de antimonumentas para el caso de la violencia feminicida. Estas instalaciones son símbolos que surgen en clara oposición a la idea tradicional de monumento, que es erigido por autoridades para representar un discurso oficial. Si las antimonumentas se configuran como recordatorios de la violencia feminicida, de las víctimas de esta violencia y de la impunidad que acompaña estos casos, los monumentos a las víctimas de feminicidio erigidos por el gobierno representan una falta de comprensión en torno a los motivos para levantarlos en primer lugar, así como una clara ausencia de compromiso político por cambiar la situación que produjo el reclamo social. En lugar de erigir sus propios “antimonumentos”, las autoridades estatales y federales podrían hacer muchas otras cosas que sí caen dentro de su competencia para evitar que se siga violentando y matando a las mujeres en México con total impunidad.
Otro ejemplo de este fenómeno se puede observar al final de un comunicado del actual dirigente de Morena, Mario Delgado, en el que se defendía la candidatura a gobernador de Guerrero de Félix Salgado Macedonio, con la frase: “la cuarta transformación será feminista o no será”, que es un acto de apropiación narrativa por parte de un grupo en el poder. Lo es por la evidente contradicción entre lo que se declaraba en el texto: la defensa por parte de un partido político de una persona acusada múltiples veces de violación, y el refraseo de la consigna: “la revolución será feminista o no será”. Esta alusión al movimiento feminista, al ser sólo nominal y utilizada con el fin de hacer propaganda política, se convierte en una referencia vacía y carente de significado. Todo poder necesita discursos y narrativas para perpetuar su control. Por eso, también desde el poder económico se toman narrativas y discursos de movimientos sociales, despojándolos de sus significados y elementos políticos. Este fenómeno aplicado al feminismo se conoce como “commodity feminism”. En algunos casos, los ejemplos de apropiación de discursos feministas por parte de empresas y compañías son muy burdos: podemos encontrar playeras o artículos en venta con frases o símbolos feministas que son utilizadas como elementos de mercadotecnia. Las frases podrán pedir el respeto equitativo de derechos entre hombres y mujeres, pero las mercancías que las portan muy probablemente fueron elaboradas en empresas con nula protección laboral para sus trabajadoras. Este tipo de apropiación narrativa pasa en muchos otros movimientos sociales y se puede apreciar claramente cuando llega la conmemoración de un día internacional, como el del orgullo LGBT+, en el que cientos de marcas pretenden sumar su apoyo con un logo, una frase o un anuncio, sin realmente aplicar políticas dentro de sus empresas que promuevan y cumplan algunas de las peticiones de estos movimientos sociales. A pesar de los anteriores ejemplos, es importante señalar que las dinámicas de poder, privilegio y apropiación de narrativas no sólo suceden al exterior de un movimiento sino también al interior. Esto ocurre de igual forma en los feminismos cuando ciertos discursos cobran mayor predominancia y control. Un caso muy claro se puede apreciar al leer el manifiesto de la colectiva AFROntera publicado el 8 de marzo de 2021. Esta poderosa proclama visibiliza y nombra muchas situaciones de acaparamiento y control de narrativas que se dan al interior del movimiento feminista y que dejan sin representación a muchas mujeres:
Ante el creciente auge del feminismo eurocéntrico y colonial, desde AFROntera este 8 de marzo gritamos que no somos feministas. No nos interesa reivindicarnos desde ahí porque no cabemos.
Las narrativas dominantes mencionadas no dan voz a las diversas desigualdades que sufren las mujeres y que se agravan por condiciones económicas, de raza, por discapacidad, edad y estatus migratorio. Aunque cada vez se menciona más la interseccionalidad como herramienta indispensable para el feminismo, lo cierto es que los discursos feministas también replican estas dinámicas de poder y exclusión en las que pareciera que las mujeres conforman un grupo homogéneo sin distinguir entre escenarios diversos de opresión y violencia. Tan sólo basta ver las consignas y pancartas de una marcha feminista para comprender que los derechos de las mujeres migrantes, indígenas, con discapacidad y transexuales no son considerados con la misma relevancia. Respecto a este punto conviene hacer un análisis especial sobre un tipo de apropiación narrativa al interior del feminismo que ha ido cobrando mayor relevancia en los últimos meses de manera muy preocupante. Me refiero a la apropiación por parte de ciertos grupos radicales y de ultraderecha que excluyen a las mujeres transexuales del movimiento feminista. En este caso el ejemplo de apropiación narrativa adquiere una forma muy sutil y peligrosa, ya que ciertas cuentas y movimientos que se denominan feministas radicales, al replicar constantemente consignas feministas logran mezclar mensajes de odio a mujeres trans con otros que piden la igualdad entre hombres y mujeres. Quizá algunos de estos grupos sí tienen consignas abiertamente discriminatorias y carentes de sentido sin ninguna agenda política detrás, pero en muchos otros casos, algunas periodistas han empezado a identificar tramas de financiamiento a estos grupos por parte de partidos políticos, en un intento por fragmentar la fuerza que el movimiento feminista ha ido cobrando en México. Una de las razones por las que me parece tan importante analizar este tipo de apropiaciones narrativas es por lo diversas, desapercibidas y peligrosas que son estas dinámicas. “Diversas” en el sentido que intenté explicar con varios ejemplos de formas de operación al exterior e interior no sólo del feminismo sino de un gran número de movimientos sociales. “Desapercibidas” por la poca atención que solemos prestar a las narrativas y discursos con los que convivimos. Y “peligrosas” porque tomar partes de un discurso de protesta y vaciarlo de sentido crítico es la mejor estrategia de control político. En lugar de hacer una exclusión abierta, las apropiaciones discursivas desde los relatos del poder permiten aparentar una empatía con los movimientos sociales al mismo tiempo que vuelven inoperantes algunos elementos de las protestas. El efecto que se logra es doble: se hace un apoyo nominal sin articular cambios de fondo que minen las injusticias y desigualdades de estos discursos, y se neutralizan narrativas subversivas y críticas frente al poder.
Imagen de portada: Movilización del 8 de marzo de 2017. Fotografía de Santiago Sito