dossier Danza NOV.2024

It's a dancehall ting!

Carla Lamoyi

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She’s a Dancehall Queen for life Gonna explode like dynamite And she’s moving out of sight She’s gonna mash up the place like dynamite. “Dancehall Queen”, Beenie Man con Chevelle Franklyn (1997)


Podría decir que las interrogantes sobre la cultura dancehall—en específico en torno al fenómeno de la dancehall queen—, me vinieron desde el cuerpo, de la curiosidad por saber cómo una danza nacida en Kingston era impartida por una maestra caleña en Buenos Aires. Sobre todo me interesaba el desplazamiento de una cultura fuera de su territorio original y su potencia de transmisión por medio de la música y el movimiento.

​ Antes de siquiera saber que el dancehall había nacido en los barrios populares de Kingston, en Jamaica, intenté replicar los pasos, seguir el ritmo de la música y aprender los nombres de los movimientos que dictaban las letras cantadas en patois,1 de las que no entendía nada, por supuesto. Lo que más me sorprendió del estilo dancehall queen es que se trata de un baile interpretado sólo por mujeres y cuyos movimientos se enfocan en la pelvis, las caderas y el culo y hacen referencia explicíta al sexo; movimientos deslumbrantes, veloces y difíciles, gimnásticos, hechos para impresionar y seducir al espectador.

Portada del libro Donna P. Hope y Carla Lamoyi (eds.), _Dancehall Queen: Erotic Subversion / Subversión Erótica_. Arte y diseño de Andrea García, trad. de Gwennhael Huesca Reyes, FIEBRE Ediciones, Dancehall Archive and Research Initiative, Ciudad de México, Jamaica, 2023. Fotografía de Andrea GarcíaPortada del libro Donna P. Hope y Carla Lamoyi (eds.), Dancehall Queen: Erotic Subversion / Subversión Erótica. Arte y diseño de Andrea García, trad. de Gwennhael Huesca Reyes, FIEBRE Ediciones, Dancehall Archive and Research Initiative, Ciudad de México, Jamaica, 2023. Fotografía de Andrea García.

​ En 2019, mientras vivía en Argentina, me inscribí a una escuela de danzas urbanas donde enseñaban twerk al ritmo de cumbia villera.2 Cuando la maestra faltó porque se lesionó la rodilla, la encargada nos preguntó a las alumnas si queríamos reponer la clase después o si preferíamos integrarnos a la de dancehall queen, impartida en el mismo horario por la colombiana Anita Clavijo Gutiérrez, alias Anita DHQ.3 Algunas chicas, con cara de terror, negaron con la cabeza. Yo, además de hacer el ridículo, no tenía nada que perder.

​ En esa primera clase, Anita nos explicó que siddungsit down— implicaba sentarse sobre un pene imaginario y simular coger de vaquerita. Se puede ejecutar de distintas maneras, unas más acrobáticas que otras: en cuclillas y dando sentones en el piso o con las piernas abiertas levantando la cadera para azotar el suelo con un golpe de la pelvis. Mientras bailaba, la colombiana pasaba la lengua por encima de sus dientes y fruncía, amenazante, el ceño. Aquel baile me atrapó. Wine and guh dung, tik-tok, puppy-tale (mi favorito), dig it, headtop, cada movimiento era más difícil que el anterior. Los aprendía mientras me preguntaba de dónde venían esos pasos y en qué contexto se practicaban.

​ Cuando busqué más información sobre la historia del dancehall —una palabra que engloba un género musical, un estilo de baile, el espacio en el que se baila y hasta un estilo de vida— me di cuenta de que sólo había visto a mujeres argentinas y colombianas, en su mayoría blancas, interpretar ese baile de origen negro, y de que no había mucha información en español.

​ El famoso selector de discos Ricky Trooper dijo: “El dancehall es un mundo en sí mismo. Nadie puede explicar el dancehall. Nadie. […] El dancehall en el extranjero es diferente a la escena del barrio local. Tienes que venir a Jamaica y experimentarlo”.4 Estas palabras instigadoras fueron el motivo por el que contacté, en el 2020, a la profesora Donna P. Hope, responsable del Dancehall Archive and Research Initiative, para proponerle coeditar un libro —que finalmente se llamó: Dancehall Queen: Erotic Subversion / Subversión Erótica—, y por el que viajé a Jamaica en agosto del 2023 para documentar el International Dancehall Queen Competition en Montego Bay. Un interés que había nacido en el movimiento, no podía quedarse sólo en la información que encontraba en los libros y la web. Tenía que sudar, tomar clases en la calle, comer platillos locales (patties, por ejemplo), beber ron, ir al museo de Bob Marley y salir de fiesta tratando de imitar el fashion style del queen, es decir, poca ropa.

​ Lo primero que hice en Kingston fue tomar agua de coco, directo del fruto, por invitación de mi anfitriona, la profesora Hope. Por la noche, acompañadas del artista General B, salimos a la primera fiesta de la jornada: Wapping Thursdays. Antes de irnos, el jamaiquino me ofreció un porro, es decir, un porro completo y no un toque, porque en Jamaica se comparte la hierba, pero no los cigarros, y me preguntó si estaba casada y si ganaba suficiente dinero en México para comprarme un descapotable con bling-bling como el suyo. Más tarde entendería por qué tuvimos esta extraña conversación.

DHQ Shisha (Francia) durante el International Dancehall Queen Contest de 2022. Fotografía de Carla Lamoyi.DHQ Shisha (Francia) durante el International Dancehall Queen Contest de 2022. Fotografía de Carla Lamoyi.

​ En Kingston hay fiestas de dancehall de domingo a viernes; los sábados se reservan para eventos especiales, como conciertos, festivales o concursos. Para los bailarines, músicos, deejays (DJs) y promotores, la vida pasa de noche: estar de fiesta es parte de su trabajo. Subimos unas escaleras hasta llegar a una azotea. Vendedores de chicles y dulces paseaban por el lugar con cogollos de marihuana en exhibición. Era la única persona blanca en la fiesta. Se lo comenté a Donna y me dijo que esa sensación incómoda era la misma que ella tenía cada que viajaba fuera de Jamaica.

​ Al poco tiempo llegó el cantante Beenie Man, una celebridad internacional de la música dancehall de los noventa. Ese encuentro, extraordinario para mí, es bastante común para los locales; los personajes que construyeron la escena dancehall hace tres décadas continúan inmersos en los eventos actuales. Entusiasmada, Donna me tomó una foto con el músico y me la mandó a mi celular. La cara se me veía más blanca que de costumbre.

​ En uno de los extremos del lugar, debajo de una carpa, estaban el sistema de sonido, el selector —que selecciona la música—, el DJ —que habla sobre las canciones como en los sonideros mexicanos—, y varios hombres tomando cerveza. Cerca de mí había una torre de bocinas con la leyenda “Shakky Boom”, que disparaba la música y las palabras que ponían en movimiento a un grupo de bailarines formados en filas. Uno hacía un paso y los demás lo seguían; otro proponía el paso siguiente, y así. Los movimientos se situaban en la parte superior del cuerpo, en los pies, en las rodillas y en la soltura de los brazos con los que cortaban el aire. Todos conocían los movimientos o eran capaces de imitarlos en unos segundos. Una bailarina tomó el centro de la pista y comenzó a mover la cadera en círculos, winning. Su rodillas se cerraban y abrían, y su cadera marcaba un vaivén de adelante hacia atrás, un aleteo de mariposa, butterfly. Le resultaba tan natural que hacía evidente que hay conocimientos intransmisibles. Como explica la bailarina Latonya Style: “Los principios del baile dancehall incluyen un movimiento enraizado, curvilíneo, fluido y polirrítmico. Estos principios no suelen enseñarse directamente entre los practicantes y creadores del dancehall, porque se heredan naturalmente por líneas de sangre ancestrales y las experiencias que se viven día a día”.5 Es por ello que a los bailarines extranjeros, a pesar de bailar Old School,6 se les dificulta replicar los movimientos con la misma fluidez. También porque la forma en la que los jamaicanos se relacionan con la música (musicalidad) es compleja y diversa y por lo tanto, difícil de replicar. Es decir, el dancehall transmite una historia de cuerpo a cuerpo con el golpeteo de la cadera, la rotación de los hombros, la ondulación del torso, el encogimiento y la expansión del pecho. It’s a Dancehall ting! Por otro lado, los concursos internacionales y las plataformas que producen concursos locales y talleres de dancehall han alimentado el deseo de mujeres de distintos orígenes, tanto del norte como del sur global, de ir a Jamaica a conocer el contexto y aprender con los creadores de los pasos que aman, pero en el proceso se enfrentan a un choque cultural y, a veces, cuestionamientos internos, desconcertantes, como fue mi caso.

​ Al poco rato llegaron a la fiesta de los jueves algunas bailarinas extranjeras. Muchas llevaban semanas, incluso meses, en Kingston, tomando clases a diario con bailarines locales por un costo de entre treinta y sesenta dólares estadounidenses por sesión. Había una clara división entre los bailarines hombres, todos jamaicanos, las bailarinas locales y las extranjeras. La dificultad de acceder a la codificación innata del baile hasta cierto punto impide la apropiación del mismo y es una manera de los jamaicanos de establecer un intercambio, muchas veces monetario, con los extranjeros por compartir el conocimiento heredado, construido sobre violencias históricas que de alguna manera deben repararse.

DHQ Queen Melody (Panamá) durante el International Dancehall Queen Contest de 2022. Fotografía de Carla Lamoyi.DHQ Queen Melody (Panamá) durante el International Dancehall Queen Contest de 2022. Fotografía de Carla Lamoyi.

​ Aquí es donde comienzan los cuestionamientos incómodos, cuando te percatas de las consecuencias de acercarse a una cultura de ghetto —en un país con condiciones tan específicas como Jamaica—, viniendo de una situación de vida mucho más holgada. Las bailarinas extranjeras no sólo pagan por clases de dancehall, sino que establecen relaciones con bailarines jamaicanos, que aspiran a obtener coches, atención, sexo, hijos, pero, sobretodo, dinero y una visa para poder salir de la isla. La promesa del amor romántico que se convierte en turismo sexual —un fenómeno presente en todo el Caribe— y cuya naturaleza las mujeres desconocen hasta que se dan cuenta de que que sus novios están en la búsqueda permanente de “la mejor postora”. La bailarina rusa Kary Gyal posteó en 2019 en sus redes que “entre el 80 y 90 por ciento de hombres jamaicanos —en la cultura dancehall— engañan y no ven nada malo en eso”. Lo hizo para alertar a otras chicas. Se trataba de una reacción emocional a la infidelidad, pero fue leída como una muestra de racismo y menosprecio a la cultura jamaicana.7 Situaciones como la suya son producto de las tensiones coloniales que continúan entre el Caribe y los países centrales. Gran parte de mi incomodidad durante el viaje se debía a la sensación de estar en constante intercambio de poder no explícito. Mi piel era sinónimo de “riqueza”, sin importar mi contexto en otro país colonizado ni mi situación económica derivada de ser editora independiente. Me parece que éste es un caso del tipo “el perro que se muerde la cola”: no hay culpables ni víctimas, sólo peones que alimentan el status quo; mujeres extranjeras y hombres jamaicanos relacionándose bajo lógicas coloniales y patriarcales casi imposibles de romper. Y yo, al querer hacer un libro en español sobre la cultura dancehall, de alguna manera, era parte de esta dinámica.

​ El International Dancehall Queen Contest, celebrado desde 1999 en Montego Bay, es una plataforma para cimentarse como bailarina y una oportunidad de estrellato. Quien obtiene la corona y el título formal de dancehall queen, además de recibir un pequeño premio económico, también es contratada para fiestas o videos musicales y hace giras internacionales. Por ello, este baile es una forma de movilidad económica para las mujeres negras de los barrios populares de Jamaica. Durante una semana, las bailarinas DHQ seleccionadas por un jurado comparten conocimientos, graban videos, ensayan sus rutinas y toman clases con coreógrafas como Stacia Fya o Mad Michelle, ganadora del concurso en 2003.

​ Tuve la oportunidad de conocer a Queen Melody, de Panamá, la única participante latinoamericana de la competencia, quien se gana la vida dando clases de ballet para niñas y que gastó todos su ahorros para llegar a Kingston. Por lo general, hay más participantes provenientes de países europeos. En casi todas las ediciones del concurso, la ganadora ha sido una jamaicana, excepto en 2002, cuando venció la japonesa Junko Kudo, y en 2008, año en el que se coronó la estadounidense Michelle Young. La derrota de las locales es un verdadero desplome anímico para el público; la sensación de robo es tal, que se han concebido eventos como Queen of the Mecca, en Ocho Ríos, donde hay un concurso para bailarinas extranjeras y otro para bailarinas jamaicanas.

DHQ Danger (Jamaica), que fue coronada en 2014, durante el Internacional Dancehall Queen Contest de 2022. Fotografía de Carla Lamoyi.DHQ Danger (Jamaica), que fue coronada en 2014, durante el Internacional Dancehall Queen Contest de 2022. Fotografía de Carla Lamoyi.

​ Ese sábado 13 de agosto el espectáculo en Pier One, un muelle con jardines aledaños, comenzó con una coreografía ejecutada por todas las concursantes, vestidas con los colores de la bandera de Jamaica, al ritmo de “Dancehall Queen”. Cada una se presentaba y decía su país de origen. Había bailarinas de Portugal, Israel, Estados Unidos, Francia, Bélgica, Japón y, por supuesto, Jamaica.

​ Las rondas comenzaron: cada una tenía dos minutos para demostrar su destreza, la habilidad de sorprender y su outfit; vestidas de gangster, de novia, de policía, usando lencería con brillitos o ataviadas con pelucas y accesorios de colores, es decir, convertidas en queens. Los jueces lo calificaban todo. Las concursantes usaban utilería: fumaban cigarros mientras estaban de cabeza, headtop; giraban sobre sillas, maletas o barriles, comían sandwiches de pollo en pleno escenario, o llevaban armas de juguete que expulsaban billetes falsos. Atónita, yo tomaba fotos: intentaba capturar el movimiento, la velocidad, la sensualidad feroz con la que cada mujer se movía y arriesgaba su cuerpo. Volteretas, giros en rodillas, splits, vibración de nalgas, saltos, paradas de manos y contorsionismo; buscaban lograr lo que los jamaicanos llaman the wow factor.

​ Interesada en el erotismo subversivo de este baile, me encontré con el término erotic maroonage, que podría traducirse como “cimarronaje desde lo erótico”, propuesto por la investigadora Carolyn Cooper. La palabra maroon se usa, por lo general, para referirse a los africanos esclavizados y las personas de ascendencia africana en Jamaica que escaparon de sus amos durante la colonia.8 “La hipersexualidad articulada en las letras de los DJs, que convencionalmente se tacha de pura ‘vulgaridad’, llamada slackness en la lengua popular jamaicana, debería ser reteorizada como un discurso decididamente político. Slackness, en su invariable acoplamiento con la cultura, no es mera soltura sexual, aunque ciertamente lo sea”.9

​ El dancehall es una cultura de barrio, rechazada y menospreciada por las clases altas del uptown, que usan la palabra slackness en sentido peyorativo. Cooper alude al conservadurismo de la sociedad jamaicana, pues una gran parte de su población profesa el cristianismo protestante y la otra pertenece al movimiento rastafari. Ambas religiones tienen en común una moral rígida que desalienta el goce sexual de las mujeres. Quizá por ello muchas encontramos libertad en este baile, en una slackness que nos cobija y nos da licencia para ser otras. Es una “vulgaridad” hasta cierto punto permitida porque no es nuestra, ni tiene la mismas implicaciones y connotaciones en nuestros cuerpos, sobre todo si son blancos. En México u otros países, el estilo dancehall queen puede ser una forma de ejercitarse, divertirse, aprender, encontrar autonomía corporal o pertenecer a una comunidad; pero en Jamaica, esta sensualidad remite a barrios específicos, a la pobreza, a un espacio ceñido por estereotipos de género, pues la cultura dancehall es sumamente heteronormada. Es decir, es tanto herramienta de sobrevivencia para las mujeres como la aceptación de ciertos valores culturales incluso misóginos. Un complejo tinglado de relaciones de poder.

​ Los jueces eligieron a las diez participantes que concursarían por los tres primeros lugares. También eligieron a cinco bailarinas más para competir por el décimo primer puesto, the wild card. Ganaría quien hiciera el movimiento más arriesgado o salvaje. Britania “Chicken” Francis, una bailarina jamaicana pequeñita con cuerpo de gimnasta, quien en su primera participación fue eliminada porque no logró prender un soplete en posición de headtop, se trepó a los andamios y se balanceó con los brazos hasta llegar al centro del escenario; desde ahí se dejó caer y aterrizó en un split sin hacerse daño. El público enloqueció; yo enloquecí. Todos coreábamos “Chi-cken, Chi-cken”. Sonaban cornetas por toda la explanada. Por supuesto, pasó a la final y compitió contra la habilidosa Jasmin Halper, de Austria, y la ya conocida y querida por la audiencia Bombom Clap, de Japón, quien en un concurso anterior había obtenido el tercer puesto. En la final ningún paso o truco fue tan impresionante como la audacia con la que se había arrojado “Chicken” al escenario en la ronda de consolación. A mi parecer, eso fue lo que la hizo ganar el título de la Dancehall Queen 2022.

DHQ Mia Kiss (Bulgaria) durante el International Dancehall Queen Contest de 2022. Fotografía de Carla Lamoyi.DHQ Mia Kiss (Bulgaria) durante el International Dancehall Queen Contest de 2022. Fotografía de Carla Lamoyi.

​ Aunque los sonidos y sus bailes se resignifiquen y se mezclen en cada territorio con danzas e ideas locales que aportan otras lecturas, es fundamental entender por qué las danzas y las músicas originarias del Caribe y su diáspora han utilizado el movimiento, la fiesta, la sensualidad y la rebelión como herramientas de resistencia en varios momentos históricos que hablan de un pasado colonial y de la historia de una estrategia de subversión. Por otro lado, es importante estar consciente de las relaciones coloniales del presente que hay en ese intercambio de conocimiento —que también podría ser considerada otra forma de resistencia— y saber qué papel jugamos ahí. No podemos pretender que somos inocentes.

​ Mi estancia en Jamaica continuó por una semana entre más fiestas, bibliotecas, clases de baile, taxis, porros, mucho calor, ron con redbull y muelles. Uno de esos días —un martes, creo—, me puse unos shorts cortísimos antes de irme a la fiesta. Donna miró mi vestuario y me preguntó: “¿Can you handle it?”. Mi respuesta fue cambiarme de ropa.

​ Mi comprensión sobre esa cultura y el baile cambiaron durante mi estancia en el Caribe. Aunque tenía una idea de las tensiones entre raza, género y las diferencias económicas a las que me enfrentaría, las contradicciones durante ese viaje a Jamaica que hice para conocer más del baile que para mi representaba la “fuerza femenina” y el quiebre con una “feminidad dócil”, fueron abrumadoras. Hay situaciones históricas dolorosas que llevamos a rastras, comportamientos del dancehall propios de un contexto muy distinto al mío al que no sé si quiero enfrentarme.

​ Puedo decir, como afirma Trooper, que el dancehall es una cosa en Jamaica y otra muy distinta en el extranjero. Tienes que ir y vivirlo aunque jamás lo acabes de entender.

Agradezco a la bailarina mexicana Jéssica Ordóñez por su apoyo y complicidad a lo largo de esta larga investigación. Su sensibilidad y aportaciones han sido claves para mi entendimiento de la cultura dancehall de Jamaica.

Imagen de portada: Alejandra España, Se tendió y así nació la montaña, 2023. Cortesía de la artista

  1. Patois, patuá o patwa jamaicano es un idioma criollo con el que la mayoría de la población se comunica. 

  2. La cumbia villera, originada a finales de los noventa, es un subgénero de cumbia nacida en las villas, o barrios populares de Argentina. 

  3. 3 La siglas DHQ se usan como abreviación de dancehall queen. Aunque hay toda una polémica sobre esto, ya que varias personas importantes del medio, como Dancehall Queen Carlene, argumentan que este título solo puede usarse tras ganar un concurso. 

  4. Epígrafe del libro Wake the Town and Tell the People: Dancehall Culture in Jamaica, de Norman C. Stolzoff, Duke University Press, Durham, 2013. 

  5. Latonya Style y Robin Clare, Stylish Moves: Dance and Activity Book, autopublicación, Kingston, 2020, p. 4. 

  6. Los pasos del dancehall están divididos por eras: la Old School, con exponentes como Boggle y Dancehall Queen Carlene, la Middle School, y la New School, con pasos más complejos creados por bailarines jamaicanos para satisfacer la exigencias del mercado y disponer de movimientos más elaborados que enseñar a los extranjeros. 

  7. Donna P. Hope, autora del libro Man Vibes: Masculinities in the Jamaican Dancehall, 2010, dio una entrevista con motivo de la discusión que desató el testimonio de Kary Gyal, disponible aquí 

  8. “Jamaica’s Intangible Cultural Heritage: The Maroons”, National Library of Jamaica Digital Collection, s.f. 

  9. Carolyne Cooper, “Erotic Maroonage: Embodying Emancipation in Jamaican Dancehall Culture”, The Legacies of Slavery and Emancipation: Jamaica in the Atlantic World, Yale University, New Haven, del 1 al 3 de noviembre de 2007, p. 1.