Mi abuela de 104 años no quiere saber nada de ninguna pandemia

Especial: Diario de la pandemia / dossier / Junio de 2020

Ondjaki

Traducción de: Adrián Chávez

Português

era imposible no pensar, estupefacto, en cómo es que Mamá-Agnette está todavía aquí con nosotros, en una batalla más, ella que vio el inicio del siglo veinte, en una primera guerra, que atravesó la segunda guerra mundial, todas las guerras angoleñas, hasta la paz, enterrando todo y a todos a lo largo de todos los años que podríamos imaginar al día de hoy; aquí estaba con nosotros, en casa, en esta casa (y nosotros con ella), y tantas veces, por lo tanto, durante estos días me he sentido a punto de intentar leerle la mirada y las manos, la ausencia y la musicalidad, lo que dicen sus ojos y los pocos gestos que hace; era imposible no tener miedo, sobre todo por los padres y por los niños, por distintas razones, y era imposible no reír con los padres y con los niños, reinventar (eso pasa en cada guerra, en cada rincón de las familias, en cada siglo…) las costumbres, las rutinas, los nombres de nuestros trabajos y de nuestros tiempos en cada uno de nosotros y en los demás; sonreír, reír, soltar una risotada, llorar tal vez, y guardar el asombro para cada mañana, para cada noche que veamos a Mamá-Agnette despertar todavía aquí, cerca de nuestros días, de nuestras horas de comer, de nuestras pláticas y cuidados y caricias y recuerdos; el tiempo libre requiere algunos rigores para fingir que los días todavía son iguales a los de antes; las comidas rigen los minutos, los trabajos sobran, hubo que reajustar las direcciones del norte y el sur de la casa; los niños, uno de nueve y el otro de doce, tendrán que crecer, como todos nosotros; siempre ha sido así, podríamos decir (¿quién lo diría…?, ¿la abuela?, ¿la tía Tó?, ¿el tío Víctor?), incluso en otras guerras, breves o más extensas, más o menos visibles; era imposible no dejar de instalar los internets y los instagrams y todos los ritmos ni de confundir esos escenarios con la narrativa de los periódicos, al punto de que todos (con excepción de Mamá-Agnette) rehicieron sus álbumes de chistes y memes, grabaciones de audio y video, conversaciones y reuniones familiares, e incluso cantamos feliz cumpleaños por Zoom, una cosa que en el futuro tendremos (tendrán, los dos niños…) que explicarle a quienes ya frecuenten reuniones de un Zoom holográfico; sonreír, reír, asombrarme alegremente de la creatividad que veo brotar de los amigos y los desconocidos, nuevos presentadores de televisión, unos bromistas y hábiles, otros serios y poco hábiles, pero hay que reconocer en todo esto la gimnasia de permitirnos hacer gimnasia para no sucumbir; inventar, recrear, difamar, problematizar y hasta preocupar; es imposible no sorprenderse (es el país que nos tocó…), y quiero decir positivamente sorprendido y después satisfecho, y enseguida (por qué no confesarlo) orgulloso, de ver la respuesta de la sociedad y del gobierno; imposible no decir, dentro o fuera del país, que me sorprendió desde el inicio la posible respuesta, con las posibles soluciones, que este ejecutivo ha buscado dar a la cuestión covidiana, a pesar de los covidichos en voz (escrita) de un periodista cretino acerca de la “militarización” de Angola durante esta crisis; lo ideal sería que ese periódico brasileño se informara mejor sobre la policía e incluso sobre el ejército que, sí, están en las calles, no ha sido fácil, están tratando de hacer su trabajo junto con una sociedad que, acá sabemos, sufre de niveles altos de desigualdad social y bajos de civismo, lo que solo puede implicar, sí, que cualquier fuerza tiene que administrarse en función de nuestra realidad; pero también es cierto que aquí hay (surgió…), digamos, una situación sociopolítica inédita, con conferencias diarias, la más de las veces con la presencia de la propia Ministra de Salud, respondiendo con mucha paciencia a todas las preguntas (no siempre pertinentes) de nuestros periodistas, y eso cuando no está en la televisión el gobernador de la provincia u otros elementos de una comisión multisectorial; es casi imposible no quedarse boquiabierto, con los números explicados a detalle, las estrategias presentadas abiertamente, y hasta las dificultades que abordan a veces los que preguntan y a veces los que responden; es imposible no sentir saudade de los lugares para ver y para viajar, lugares para abrazar, y de los detalles más simples, es imposible no quedarse, por dentro, calladito por tener, en el fondo, la suerte (y el privilegio, y el lugar social, etc., etc.) de poder estar en cuarentena a diferencia de millones en Angola, Mozambique o Brasil; es imposible no acordarme, o no saber o no leer las circunstancias políticas en Brasil; e incluso así, es imposible no ver el gran esfuerzo de los artistas (brasileños) en sus peculiares formas de resistir a la bolsomia, digo, a la pandemia; hace algunos días un niña (brasileña) escribió la frase “oy es martes” y, cuando la corrigieron, reescribió: “oy es sábado”; me fue imposible no sonreír y pensar que Beatriz tiene razón: “oy”, por un tiempo, es lo que cada quien quiera.

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Imagen de portada: Manos de una mujer en Sudáfrica. Fotografía de Piqsels. CC