Sublevaciones es una exposición que reúne pinturas, manuscritos, dibujos, grabados, fotografías y películas sobre insurrecciones de todo el mundo. Esta exposición itinerante se presentó en el Jeu de Paume en París hasta enero de 2017, después viajó al Museu Nacional d’Art de Catalunya en Barcelona y al Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, en Buenos Aires; en febrero de 2018 se presentará en la Ciudad de México en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la UNAM. Presentamos un fragmento del texto escrito por Didi-Huberman, su curador, para el catálogo de la exposición.
Sobre lo que nos levanta
Uno no rechaza, uno no desobedece, uno no se rebela, uno no se insubordina sin violencia, en el grado que sea. Saber “cómo” es una tarea filosófica según Walter Benjamin, y el “derecho a rebelarse” (rebelarse contra el derecho mismo) sería una ética según Henry D. Thoreau y Jean-Paul Sartre. Aunque raramente se da una rebelión sin violencia. […] Defender los derechos propios o los derechos de otros es “el más sensato de los deberes” éticos, aunque nos obligue a transgredir un derecho existente pero injusto, y que también puede exigir de facto el ejercicio de violencias políticas, aunque sean en “legítima defensa”. Sabemos que la ética y la moral hoy en día son objeto de debate en el seno de las ciencias humanas, ya sea la historia o la economía, la etnología o la sociología, como demuestra una reciente antología dirigida por los antropólogos Didier Fassin y Samuel Lézé. Reconocer en el deseo una posición fundadora de toda transindividualidad —toda una tradición spinozista, más tarde hegeliana, hasta llegar al psicoanálisis— no es posible sin observar en él también una potencia ética. Levantarse, dice en esencia Bernard Aspe, nos lleva hacia una transmutación de valores que, en sí misma, “nos obliga a considerar el elemento ético que revela las capacidades de cambio en cada uno”. En ese momento la potencia del deseo encuentra su lugar de expresión y de expansión en el puente que une la dimensión del pensamiento, de la palabra, y la del acto político como tal. Por otro lado, los levantamientos modernos han cambiado de espacio y, por consiguiente, de temporalidad. Casi todos vivimos en las grandes metrópolis de la revolución industrial, y ahora en el espacio y el tiempo extraños e indiferenciados del posmodernismo y del neocapitalismo. Existen luchas de clases que muchas veces dan paso a luchas sin clases, y pensadores marxistas contemporáneos como Wallerstein o Balibar se interrogan sobre cómo un deseo ético puede transformar los movimientos en actos políticos. Las sociedades burguesas y occidentales parecen “condenar toda violencia” al unísono: la gente se escandaliza si le desgarran la camisa blanca al director de una empresa que despide y deja sin trabajo durante años a centenares de trabajadores. Le corresponde a la clase oprimida —en este caso a los trabajadores despedidos— increpar a la compañía que se apropia de los medios de producción y también del monopolio de la violencia, ignorando toda justicia moral y social. ¿Cómo no oponerse a través de la “figura extralegal, y por lo tanto revolucionaria” de un levantamiento violento? No podemos olvidar la dimensión íntima de los levantamientos en nuestros espacios y nuestras temporalidades cotidianas, y como lo afirma Balibar, “nadie puede ser liberado por nadie excepto por sí mismo, de la misma forma que nadie se puede liberar sin los demás”. El filósofo debe proponer la noción de “antiviolencia” —de “no violencia” y de “contraviolencia”— para repensar, siempre con Karl Marx, las relaciones conflictivas entre poderes instituidos y políticas revolucionarias en las sociedades contemporáneas, y trazar un camino —un tanto sorprendente— entre Lenin y Gandhi.
Georges Didi-Huberman (Saint-Étienne, 1953), historiador del arte y filósofo, curador de Sublevaciones.