Según un informe del año 2021 publicado por el Ministerio de Igualdad de Género y Familia1, las condiciones de vida de las mujeres coreanas están mejorando claramente. ¡Qué duda cabe! Venimos de una sociedad patriarcal, muy jerarquizada y fuertemente enraizada en valores confucianos, donde las libertades con las que contamos en la actualidad resultaban impensables para una mujer, siempre subordinada a una figura masculina, sea padre o esposo, y limitada únicamente a su papel de ama de casa, es decir, procrear y servir a la familia, sin importar las aspiraciones que pueda tener.
El impulso de la educación, si bien nunca estuvo explícitamente enfocado en mejorar las condiciones de la mujer, representó un punto de partida para visibilizar su sometimiento y su precaria existencia social. Fue un proceso lento que empezó en 1886 con la creación de la escuela misionera Ewha para niñas. Los estudios universitarios llegaron mucho más tarde, en 1910, pero supusieron un gran logro, el mayor probablemente si tenemos en cuenta que la educación ha sido y sigue siendo el motor principal de los cambios que estamos experimentando.
Hasta bien entrado el siglo XX muy pocas mujeres habían tenido acceso a una educación superior formal, pero hoy la tasa de ingreso a la universidad de las coreanas supera el setenta por ciento: la más alta entre los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), según datos de 20192. En la actualidad, las coreanas reciben educación en igualdad de condiciones y legalmente han conseguido los mismos derechos que los hombres. Sin embargo, esto no es suficiente. Los obstáculos que encuentran al enfrentarse a la vida social demuestran que todavía no se han cumplido del todo las aspiraciones de innumerables colectivos de mujeres que, desde finales de los años ochenta del siglo pasado, luchan por mejorar nuestras condiciones laborales, igualar nuestras oportunidades de acceso al trabajo, incrementar la participación política y desarrollar una educación no discriminatoria que nos proteja y trabaje en defensa de nuestros derechos. En la realidad del día a día seguimos viviendo en una sociedad fuertemente organizada y dominada por hombres.
El estatus actual de una mujer coreana depende mucho de la clase social a la que pertenezca, de su independencia económica y del mayor o menor grado de educación recibida, pero en general podemos afirmar que, a nivel legislativo, hemos conseguido muchas libertades, en parte porque las políticas económicas del país involucraron a las mujeres como fuerza laboral en su proceso de industrialización (a partir de 1960) y en parte por la presión internacional, como las recomendaciones de las Naciones Unidas con motivo del Año Internacional de la Mujer en 1975 y las luchas feministas que impulsaron la creación del Comité Nacional de Políticas de la Mujer (1982) y el Instituto Coreano de Desarrollo de la Mujer (1983), a fin de fomentar su participación social y velar por su bienestar.
El rol social de las mujeres coreanas, como ya explicamos, no ha cambiado tanto como parece. Seguimos encajonadas en moldes patriarcales, atadas a las tareas domésticas, la crianza de los hijos y cargando solas, se quiera o no, con la responsabilidad del futuro de los hijos en relación a los logros académicos.
“El trabajo en casa está en un patético estado de equilibrio” (The Economist: 8 de marzo, 2022), “Las mujeres coreanas, en tareas domésticas, trabajan cinco veces más que los hombres”, “La brecha de ingresos es casi del 35 por ciento”, “Las mujeres coreanas deben elegir entre la familia y el trabajo” (Diario Sisa), fueron algunas de las reflexiones del presente año (2022) en el Dia Internacional de la Mujer.
Según cifras de 2019, la participación en actividades económicas de las mujeres coreanas de 25 a 34 años fue del 71.8 por ciento, mientras que entre mujeres de 35 a 44 años, en su mayoría casadas y con hijos, fue del 62.93, un descenso considerable que refleja el dilema en el que viven muchas de ellas —familia o trabajo—, frente a la dedicación exclusiva del hombre a lo laboral, sin cuestionamientos ni culpas de por medio, por absurdo y tácito consentimiento social. Este es uno de los mayores obstáculos a los que se enfrentan las mujeres en Corea del Sur y también la causa de que haya tan pocas mujeres ejecutivas en las empresas. La raíz del problema no está en la falta de capacitación, sino en que todavía arrastramos tradiciones obsoletas que nos condenan al ámbito doméstico, en vez de buscar soluciones conjuntas que equilibren el peso de la familia. Datos de 2021 del Ministerio de Igualdad de Género y Familia señalan que el porcentaje de mujeres ejecutivas en 2 mil 246 empresas cotizadas en Bolsa fue de un 5.2 por ciento, una cifra muy por debajo del promedio de la OCDE (25.6 por ciento).4 Solo un 38.7 por ciento de las mujeres tienen trabajo regular, frente al 62.3 por ciento de los hombres. Según las últimas estadísticas del Servicio de Información de Empleo Nacional5, Corea ocupa el primer lugar en la OCDE en cuanto a brecha salarial inamovible entre hombres y mujeres. ¡Qué decir del “techo de cristal”!
En Corea las mujeres son conscientes de este absurdo, de la discriminación que existe, pero las convenciones sociales pesan demasiado y acaban —trabajen o no— encargándose de las tareas asignadas tradicionalmente a su género: la casa, el esposo, la crianza y educación de los hijos, y todo lo que se relacione con la familia. Según la Oficina Nacional de Estadística, los principales motivos de interrupción del trabajo son el cuidado de los hijos (43.2 por ciento), el matrimonio (27.4 por ciento), el embarazo y la lactancia (22.1 por ciento).6 A esto hay que añadir la importancia de la educación en nuestra sociedad, donde los logros educativos se perciben como medio de elevar el estatus social, y el rendimiento académico de los hijos es responsabilidad y obligación primera de una madre.7
Ante esta realidad, muchas jóvenes coreanas se ven obligadas a elegir: aceptar la realidad y vivir el rol de buena esposa y madre, renunciando a su carrera profesional, o descartar el matrimonio y los hijos. Una u otra elección han traído consecuencias preocupantes para el país: por un lado, madres-tutoras híper competitivas que convierten la formación académica de sus hijos en su propia meta y no escatiman esfuerzos ni gastos en la educación privada para colocarlos en las más prestigiosas universidades del mundo, a costa del bienestar y la salud mental de muchos adolescentes; y por otro, jóvenes que han decidido no formar familia en aras de su propio desarrollo personal y profesional, lo que ha provocado un descenso alarmante de la tasa de natalidad y, por ende, el repentino y acelerado envejecimiento del país. Según datos del Ministerio de Igualdad de Género y Familia (2021), un 52.5 por ciento de los jóvenes entre veinte y treinta años no planea tener hijos.8
El asunto del género ya se empezó a cuestionar en el siglo pasado. Se exigieron derechos, la no discriminación, se crearon leyes, comités, asociaciones y coaliciones en defensa de los derechos de la mujer, y todos estos esfuerzos han mejorado nuestras condiciones de vida, pero sin llegar verdaderamente a formar parte del discurso general.
La película Kim Ji-young, nacida en 1982, basada en una novela del mismo título,9 retrata a una mujer coreana criada en el seno de una familia común y corriente, con trabajo, que se casa, da a luz y se convierte en ama de casa de tiempo completo. La obra habla de un sexismo tan camuflado como presente en la vida diaria de las mujeres coreanas, un sexismo que se hizo viral sobre todo entre jóvenes de veinte a treinta años, más sensibles a la hipocresía de una sociedad patriarcal que habla de igualdad y justicia, ignorando e invisibilizando una discriminación de género latente aún en muchos aspectos cotidianos.
Desde entonces, el mundo editorial se ha llenado de nombres de mujeres escritoras. De las veinte novelas más vendidas en 2021 solo tres eran de escritores hombres.10 Lo mismo ocurrió en los principales premios literarios entre 2016 y 2020: de las 113 obras finalistas, 87 habían sido escritas por mujeres. “¿Dónde se han metido los novelistas hombres?”, fue el título, algo humorístico, de un artículo publicado en octubre de 2020 en uno de los diarios más importantes del país.11
Hay voces que afirman que el movimiento #MeToo fortaleció la crítica social desde la literatura. Muchas jóvenes escritoras empezaron a hablar sobre la discriminación que todavía se vivía en Corea, del sufrimiento silenciado que habían padecido y seguían padeciendo muchas mujeres, y de la necesidad de un cambio real, normativo y sentido de esta situación. Es el caso, por ejemplo, de la novela A partir de Sison (2020) de Jung Se-rang, una joven escritora nacida en 1984 que reflexiona, por medio de la historia de tres generaciones de mujeres, sobre los abusos sufridos, la misoginia, los rituales y las complicadas relaciones familiares en las que tuvieron que desarrollarse. La obra fue vista como “un homenaje a todas las mujeres que sobrevivieron el siglo XX por parte de las mujeres del siglo XXI” y fue seleccionada como el libro del año 2020 por “penetrar en la violencia y el absurdo del mundo”, según la crítica. Se convirtió en un fenómeno editorial desde que en la primavera de 2020 comenzara a publicarse por entregas en la revista digital Manhak Dongnae. Hubo pedidos anticipados, se agotaron doce mil ejemplares de la primera edición y diez mil de la segunda antes de que el libro saliera a la calle impreso, y treinta mil ejemplares en los diez días posteriores a su publicación.
El 32.4 por ciento de las ventas editoriales corresponden a mujeres de entre veinte y treinta años y el 29.6 por ciento, de treinta a cuarenta años.12 Las cifras hablan del rol activo de las lectoras en situar las obras de estas jóvenes escritoras en la lista de los bestsellers coreanos, pues saben el papel tan importante que está adquiriendo la literatura al posicionar a la mujer dentro de una sociedad tan anclada en las tradiciones.
El apoyo de las jóvenes coreanas a esta narrativa es, sin duda, un gran paso en la toma de conciencia sobre el problema, así como un reconocimiento al valor de muchas escritoras que abordan el sexismo desde la perspectiva de las mujeres para que todos los derechos conseguidos se traduzcan a la realidad de los hogares y las calles.
Quizá podríamos empezar pensando que esta batalla por la igualdad es responsabilidad de todos, por reconocer la discriminación que pesa sobre la mujer y abordar el problema desde un pensamiento más positivo, más inclusivo y más consciente. Saber que no se trata de un asunto solo de mujeres, sino también de hombres; no de roles sociales, sino de comunicación para buscar maneras equilibradas de repartir la carga social y del hogar, por el bienestar de todos.
Imagen de portada: Insa-dong, Seúl, 2019. Fotografía de Adli Wahid. Unsplash
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“La vida de las mujeres coreanas según estadísticas del año 2021”. Nota de prensa del Ministerio de Igualdad de Género y Familia (Corea del Sur fue pionera en la creación de un Ministerio de Igualdad de Género [2001], que posteriormente cambió de nombre y pasó a llamarse Ministerio de Igualdad de Género y Familia). ↩
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En 2002 la tasa de alfabetización estimada era del 97.9 por ciento (96.6 por ciento de mujeres y 99.2 por ciento de hombres), y en 2008 la matriculación en las escuelas primarias y secundarias, del 99 por ciento. Disponible en The JoongAng ↩
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Disponible en Chosun Biz ↩
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Disponible en Ministerio de Empleo y Trabajo Encuesta de Situación Laboral por Tipo de Empleo ↩
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Disponible en Chosun Biz ↩
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Haran Jeon y Hyejung Lim, “The effects of Maternal Employment and Occupational Prestige on Academic Achievement among Middle School Students”, Korean Journal of Sociology of Education, 2016, vol. 26, núm. 3, pp. 141-169. ↩
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Disponible en Chosun Biz ↩
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Se vendieron más de 1.2 millones de ejemplares y fue traducida a dieciséis idiomas. ↩
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Disponible en The JoongAng ↩