Me siento fuera de lugar. Si a estas alturas hay algo indeseable, que ya harta después de siglos de ignorar, silenciar y abusar, es la voz del hombre hetero en torno a estos asuntos. Cuando le dije a mi pareja que iba a escribir una reseña sobre Teoría King Kong, sin duda uno de los ensayos más desafiantes y enérgicos del feminismo contemporáneo, me preguntó si no debería ser una mujer quien la hiciera. Y supongo que tiene razón, aunque precisamente es este desacoplamiento, el desajuste entre la voz del libro y la de su crítico lo que me interesa explorar, quizá porque siempre pensé que, lejos de ser un arsenal teórico de mujeres para mujeres, los títulos etiquetados como feministas representan uno de los únicos lugares en que a los hombres heteros nos descubren facetas ignoradas y desde ángulos que hacen tambalear nuestra posición. Por cierto, ¿quién es King Kong? Conviene aclarar el título del libro, porque en él reside su clave más inmediata. Y es que, para Despentes, Mr. Kong no es ese enorme gorila capturado en una isla remota, exhibido en Nueva York y finalmente abatido por la aviación estadounidense, que cada pocos años protagoniza nuevos remakes de Hollywood. Rectifico: sí es ese mismo gorila, aunque ella lo interpreta de un modo alegórico, transformado en una figura mucho más enigmática: King Kong simboliza la sexualidad reprimida de Ann Darrow (la occidental a la que la tribu ofrece como sacrificio y de la que se enamora el monstruo), una sexualidad sin normas, “anterior a la obligación de lo binario” de la mujer. Si mostrar al monstruo enjaulado descubre la fascinación ante su fuerza salvaje, asesinarlo mutila definitivamente la posibilidad de una Darrow ajena a la norma patriarcal a la vez que la arroja, ya pacificada, en manos del héroe. Tras su aventura en la isla, un territorio salvaje que Despentes asocia a “la posibilidad de una forma de sexualidad polimorfa e hiperpotente”, la muerte del gorila en la cúspide —física y simbólica— de la civilización certifica que Darrow ya está lista para casarse, tener hijos y ser feliz. En definitiva, King Kong encarna la llamada de lo originario vencida por la artillería moderna y sus atávicas contradicciones, entre la atracción por lo monstruoso y su violento rechazo, el instinto desatado y su tajante supresión. Desde sor Juana (“Hombres necios que acusáis…”) hasta Despentes, la esquizofrenia marca el juego entre el deseo soterrado y las prescripciones que pesan sobre esa mujer que, como sospecha nuestra autora, “es posible incluso que no exista”:
seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no opacar al hombre, delgada pero no obsesionada con la alimentación, que parece indefinidamente joven pero sin dejarse desfigurar por la cirugía estética, madre realizada pero no desbordada por los pañales y por las tareas del colegio.
Teoría King Kong también emerge como una pregunta por el lenguaje y un reclamo por elaborar uno nuevo. Hay que derribar la gramática de la seducción, la feminidad, la pareja, la violación, el acoso, el porno o la prostitución. El ensayo puede leerse como un diccionario revolucionario en el que su autora no sólo reflexiona sobre estos términos, sino que apuesta por reapropiaciones militantes que, más que explorar el lenguaje de la víctima, incursionan en el de la guerrillera: la mujer nueva que mira de frente y asume los riesgos que implica su desafío. Sin duda éste es uno de los mayores hallazgos de un libro que apuesta por un feminismo que no pretende “normalizarse” ni hacerse un hueco invocando los derechos de las minorías, sino atentar contra las bases culturales del sistema de la familia, del trabajo y la moral. Desde su posición como mujer que fue violada y ejerció la prostitución durante años, Despentes reclama una identidad política en que la víctima no se legitima para reinsertarse ni dictar juicio, sino para erosionar los estereotipos patriarcales que la rodean: la víctima se autoriza contra su victimización. Pero, además de una gramática, el género es una pragmática, es decir, el modo en que los cuerpos se ven, se mueven y actúan en el escenario social, un elemento en el que, para Despentes, la prostituta asume un papel protagónico. En su particular diccionario, la prostituta ejecuta el papel de la mujer empoderada por estigmatizada, es decir, cuya fuerza crece en proporción directa al escándalo que surge al paso de la mujer que decide sobre su cuerpo y cuestiona la moral del matrimonio. La prostituta es la figura que deshace el contrato sexual impuesto, cuestiona su justicia, sitúa la tarea que implica ejercer su trabajo al nivel de cualquier otra actividad laboral y establece un precio por ella: “aún no veo la diferencia entre la prostitución y el trabajo asalariado legal, entre la prostitución y la seducción femenina, entre el sexo pagado y el sexo interesado”. A Despentes no le interesa reflexionar sobre el intercambio capitalista ni la mercantilización de los cuerpos, sólo constata cómo funcionan sus mecanismos y reivindica otro tipo de contrato. Al comienzo de Lectura fácil, premio Herralde de novela en 2018 y quizás una de las muestras más recientes de literatura “despentiana”, Cristina Morales cita un poema de María Galindo al más puro estilo del nuevo lenguaje que propone Despentes:
Afirmo que la puta es mi madre y que la puta es mi hermana y que la puta soy yo y que todos mis hermanos son maricones. No nos basta enunciar ni vocear nuestras diferencias: Soy mujer Soy lesbiana, Soy india, Soy madre, Soy loca, Soy puta, Soy vieja, Soy joven, Soy discapacitada, Soy blanca, Soy morena, Soy pobre.
La reafirmación de identidades y, más aún, la enunciación de palabras innombrables, conspira contra una de las labores más concienzudas de la aviación al servicio civilizatorio: ocultar a las mujeres reales, a las que sí existen, silenciarlas, definirlas, sustraerlas del lenguaje, decirles cómo deben ser las cosas, expulsarlas del ágora. La labor, como rescata Mary Beard, se puede rastrear hasta la Odisea, cuando el joven Telémaco ordena, en otro momento fundacional, callar a Penélope: “Madre, tú vete a tus aposentos de nuevo y atiende a tus propias labores, al telar y a la rueca. Hablar les compete a los hombres y de entre todos a mí, porque yo tengo el poder en la casa”. Recorrer las huellas de esta tradición me devuelve, inevitablemente, a la pregunta por mi lugar en todo esto y a la duda de si no debo ubicarme en un espacio distinto al del decir, pues las balas que derriban a King Kong están hechas de palabras y en sus pliegues menos evidentes, o quizá menos evidentes para mí, se ejecuta el asesinato del monstruo. En su indispensable Los hombres me explican cosas, Rebecca Solnit firma la sentencia de este texto: “Los hombres me explican cosas, todavía. Y ningún hombre me ha pedido disculpas por explicarme, mal, cosas que yo sé y ellos no”. Si la mujer ni siquiera es dueña del relato de su propia vida, mucho menos lo será de los que circulan por el espacio público. De ahí que no sólo sea necesario poner en suspenso los lenguajes más asentados, dejar de explicar mal, cesar de impostar la voz y de transitar, aunque se ignore, los caminos de Telémaco. También es necesario un cambio de piel, ceder el escenario y el micrófono. Las primeras palabras del libro de Despentes sirven de manifiesto para esta urgente sustitución: “Escribo desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal folladas, las infollables, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del gran mercado de la buena chica”. Del ejército gorila será la palabra.
Penguin Random House, Ciudad de México, 2018
Imagen de portada: Malena Guerrero, 8 de marzo, 2018. Cortesía de la artista