Las apodaban Princesa, Duquesa y Condesa, y eran lindas como ninguna. Princesa era la mayor y su parecido con Marilyn Monroe era sorprendente. De estaturas regulares y cuerpos perfectos, paraban el tráfico. Princesa, con veintiún años, era la jefa de la banda: no solo su figura era importante en el éxito de sus operaciones, también su inteligencia y la frialdad con que dirigía y participaba en cada operación. De Tijuana a Culiacán, no había tienda grande que no hubieran esquilmado. Robaban ropa, accesorios y joyería fina. Se rumoraba que tenían que ver con tres asaltos bancarios pero nadie tenía la certeza y tampoco se les notaba, porque no eran derrochadoras. Vivían con sus padres y, al menos en el barrio, se comportaban correctamente; pero hay días, se sabe, que lo mejor es quedarse en casa, leer, regar el jardín y cocinar jabalí. Viernes. 13 horas. Casa Vinny. Desde que entraron las hermanas, el dueño supo qué le esperaba. Comunicó la urgencia a la policía, con la que mantenía un acuerdo, que llegó en dos minutos a la tienda de ropa importada. La Princesa captó de inmediato la situación, pidió a sus hermanas que escaparan mientras ella le mentaba la madre a la tira, oponía resistencia y se dejaba esposar gritando como loca. El policía más viejo la metió al baño donde le sacó la ropa que se había sobrepuesto. Dos pantalones, tres blusas, algo de ropa interior en los bolsillos y seis juegos de pendientes de oro de 18 quilates. Le dieron tres años sin derecho a fianza. Allí conoció al Piojo Arce, un traficante de treinta años, especialista en transportar heroína de la sierra a la frontera. El tipo era una garantía. Tenía hijos con tres mujeres pero en cuanto vio a la Princesa dijo de aquí soy, por esta mujer me muero donde sea. Fue rápido: antes de que algún comandante, custodio o cualquier cabrón pusiera sus manos en ella le puso plantón y la apartó. Pagó lo que pidieron y a todo mundo le quedó claro que con esa belleza lo mejor era mantener la sana distancia. Cuando lo notificó a la Princesa, ella sonrió, le pareció que el tipo era feo pero bien valía la pena jugársela. Además, de golpe le quitó la coacción de uno de los jefes de la cárcel que se la había sentenciado. Esta noche te quiero sin calzones, culito, amenazó; pero con esto, seguro el cabrón no se acercaría ni a la celda vecina. Sin embargo, quiso estar segura. Me parece muy bien, eres muy guapo, oye, pero no podemos seguir aquí. ¿No? No, necesitamos otra celda para estar a gusto. Lo arreglo ahora mismo, manifestó el Piojo y se marchó. Regresó una hora después. Princesa mía, tenemos la suite principal. Qué emoción.
Tres meses después la Princesa quedó embarazada. Para su fortuna, un tío del Piojo, el capo del cártel al que pertenecía, consiguió que los liberaran antes del parto y pudo dar a luz en el mejor hospital del noroeste. Sus hermanas, que estaban en franca bancarrota, la buscaron con el propósito de continuar sus carreras. Los ladrones nacen, se hacen y mueren en la raya, la animaron, pero el Piojo señaló que ni madres, que su vieja no iba a andar robando pendejadas en ninguna parte, que si querían trabajar, que lo hicieran con él. Las hermanas quedaron pensativas. Robar ropa era una cosa, traficar heroína otra. Más cabrona. Lo otro es que consigan un marido que las saque de pobres, aconsejó la Princesa sin que la oyera el Piojo. Qué onda, preguntó Arce, al que ya le estaban gustando más las cuñadas que su mujer. Mi tío acaba de hacer un trato con unos colombianos y traficaremos coca, heroína solo para los seguidores de Janis Joplin. ¿Y esa quién es? Una morra bien acá, pero no te preocupes, ya colgó los tenis. Dos meses después, la banda, que había crecido y tenía una avioneta propia, estaba metiendo una tonelada de polvo por semana a California y Arizona. Desde luego, la Condesa y la Duquesa se habían revelado como chicas especiales a la hora de la aparición de algún agente que quisiera pasarse de listo. La belleza da poder y pronto se sintieron en su elemento. El tío del Piojo eligió a la Condesa, que era la más joven y su cara era como la de Meg Ryan. Dos noches fueron suficientes para volver loco al viejo, que le puso casa, carro y servidumbre, muy por encima de su hermana, que a estas alturas ya tenía dos hijos, tan feos como el padre. La Duquesa prefirió tener muchos amantes y pronto consiguió casa, Mustang y varios negocios, que administraba con mano dura para evitar el robo hormiga. Narcos, políticos, artistas y hombres de negocios conocieron su cuerpo. Pronto la Condesa dio a luz a una linda niña que se convirtió en los ojos de su padre que, por cierto, después de la muerte accidental de su principal competidor, se convirtió en el capo de la franja fronteriza de Ciudad Juárez a Tijuana y de la costa del Pacífico, por donde llegaba la mayor parte de la coca del país del realismo mágico. El bautizo fue una fiesta de la que todavía se habla y de la que surgieron siete corridos. Dos cantantes del momento y un famoso grupo norteño estuvieron presentes y la borrachera duró una semana.
No fue la única fiesta. Hubo muchas en que también aparecían políticos a ofrecer sus respetos. El capo los recibía sonriente y por supuesto les prometía todo su apoyo para la próxima campaña o para eliminar a algún rival incómodo. La familia estaba unida y crecía. La Condesa se puso implantes en los pechos y en las nalgas, detalle que fascinó al gran capo. La Duquesa se conservó hermosa siempre. Sabía que parte de su éxito residía en la perfección de su cuerpo y seguía los consejos de la novia de Tarzán. La Princesa era una buena madre. Hizo todo lo posible por mantener a sus hijos lejos de la idea de que podrían ser como su padre, pero fracasó. Muy pronto los chicos supieron a qué familia pertenecían, disfrutaron el poder e inauguraron el status de narco juniors. Antes de cumplir la mayoría de edad habían tenido infinidad de experiencias sexuales, chocado siete autos de lujo, destruido cuatro jardines públicos e iniciado a su hermosa prima en los secretos del sexo. En la familia sabían la ruta que los chicos recorrían y nadie se alarmaba. El capo lo supo y si bien no le disgustó la conducta de los jóvenes, lo dejó frío enterarse de que su hija se acostaba con los dos hasta tres veces al día. ¡Me lleva la chingada! Se puso fúrico. ¡Hijos de su puta madre! La Condesa le explicó que apenas se había dado cuenta. Esto yo lo arreglo ahora mismo, exclamó el viejo. Fue a su despacho, pidió la presencia de uno de sus hombres de confianza y le ordenó que tratara con el Piojo el envío de los chicos al extranjero. Era lo más que podía hacer. El mensajero citó al Piojo en un restaurant de mariscos donde obligaron a los clientes a no moverse de su lugar y mucho menos abandonar el local. Pueden comer y beber lo que se les antoje, y no se preocupen por la cuenta, anunció el Piojo. Aquí mi compa invita. Qué pedo, cabrón, inquirió el Piojo en la quinta cerveza. Poca cosa, mi Piojo. El gran jefe sabe de la conducta de tus hijos y te pide que los mandes al extranjero. Órale. No me gustaría entrar en explicaciones. Pues a mí sí, están bien morros, y luego la madre, no creo que acepte. Piojo, déjate de pendejadas, es una orden. Cabrón, son mis hijos, ¿qué harías tú si te pidieran lo mismo? Obedecía, mi Piojo, una orden del jefe no se discute, simplemente se acata. El Piojo acabó su cerveza. Me lleva la verga, cabrón; ¿te digo algo? La hija del jefe es bien puta, todos los días llega a la casa con los plebes, ah, ¿y a quién le dan pan que llore? Piojo, haré de cuenta que no escuché lo que acabas de decir, manda a tus morros a un lugar fuera de México y que no vengan hasta que entren en razón. Hubo una pausa. Los comensales se movían nerviosos en sus sillas, ni siquiera iban al baño. Tampoco comían o bebían, la mayoría sufría el secuestro en silencio. Es todo, dijo el mensajero y se puso de pie. Tienes tres días; ah, y la cuenta de los señores y la nuestra, la pagas tú. Salió. El Piojo quedó con el sabor amargo que implica seguir una orden que no te parece. Pagó su cuenta y se marchó.
¡No puede ser! Exclamó la Princesa cuando la puso al tanto. Se quedó pensativa, sabía que sus hijos eran un desastre lo mismo que su sobrina; pero enviarlos al extranjero solo para salvar el perfil de quien sea no le parecía justo. A la mañana siguiente le llamó a su hermana y platicaron. ¿Cómo la ves? Mal, pero creo que deberían seguir la orden, mi viejo está muy enchilado y cuando está así le vale madre todo, le sale lo serrano al cabrón. Condesa, trata de convencerlo de que no mande a mis hijos lejos, tal vez podríamos meterlos en cintura. Princesa, está en chino, al viejo se le puso que tus morros se borren y no aceptará otra cosa. Qué cabrón, porque tú bien sabes que tu niña no es ajena a lo que ha pasado. A ella no la metas en esto, claro que sé que no es una inocente palomita, pero no la metas, por favor, y menos frente al viejo que entonces sí es capaz de quemar tu casa con ustedes dentro. Bueno, no quiero confrontarlo, ha sido muy buen jefe y el Piojo lo respeta mucho, pero en esto creo que se está pasando, hermana. Princesa, manda a los plebes fuera, que se vayan a Tucson o San Diego, tal vez en unos meses se le baje y puedan regresar, mientras que estudien esos cabrones. Es muy fácil decirlo, ¿por qué no mandas fuera a tu niña? Hermana, ya te dije que no hables de ella. Ahora resulta que es una pinche santa, deberías escuchar lo que grita cuando está con los plebes. Princesa, no sigas, no dije que fuera una santa, ella tiene lo suyo; quiero que entiendas que es su padre, el capo mayor, el que está ordenando que tus hijos salgan del país. Pues qué cabrón. Cabrón es poco, Princesa, nuestra familia es la más poderosa del país; medio mundo le pide favores a mi viejo, y claro, él quiere que tus hijos se vayan y así debe ser. Pues dile a tu marido que se vaya a la verga, que mis hijos se quedan y que a la que tiene que controlar es a la puta de su hija. Colgó. Ándese paseando. La Condesa no se inmutó. Entendía a la Princesa pero no podía estar en contra de su marido. Tenía que pensar. Conservar la hermandad era muy importante. Años atrás, cuando eran de la perrada, la Princesa se la jugó por ellas; además, abrió esta puerta de riqueza que habían aprovechado al máximo. Debo ser paciente, por lo pronto no le comentaré al viejo y le pediré permiso para ir unos días con mi hija al otro lado. Sirve que cerramos una boutique y compramos lo que nos dé la gana; ni modo de invitar a la Duquesa, la muy cabrona anda de pirus en las Bahamas con un beisbolista negro. El capo recibió el informe del mensajero y supo que el Piojo lo buscaría para pedirle que perdonara a sus hijos y no estaba dispuesto. Esos cabrones se largaban o se chingaban. Ningún hijo de la chingada que se metiera con su niña tenía derecho a vivir. Chíngate al mayor, ordenó al mensajero, que sin hacer preguntas salió rumbo a la prepa donde los muchachos cursaban el segundo año. Vio a la niña, con su uniforme del colegio de monjas al que asistía, esperando a sus primos recargada en su Camaro rojo del año. Comía chamoy con mucho chile y estaba tranquila. Sus dos guaruras vigilaban a cien metros. El mensajero lo tomó con calma. Ingresó al estacionamiento de la escuela y mandó a su acople a que trajera al muchacho. El mayor, al otro le puedes decir que lo esperan afuera. Cinco minutos después regresó con un joven fuerte y simpático. Qué onda. Tu tío quiere verte. Ya me dijo mi amá, dígale que nos vamos mañana. Ese no es asunto mío, me mandó por ti y yo cumplo, súbete. Algo nervioso por enfrentar al capo, el joven subió a la troca y se sentó en medio. Rápidamente el mensajero le metió un tiro en la cabeza y el acople le colocó una capucha para evitar manchas en el asiento. Dos horas después lo encontraron en la carretera que va a la sierra. El Piojo se quedó frío, sabía que tenía un túnel negro por delante y ya vería la forma de traspasarlo. La Princesa de inmediato llamó a sus hermanas, la Condesa quiso ofrecerle disculpas pero la detuvo, les pidió que se reunieran después del sepelio y llevó a su otro hijo al aeropuerto para que viajara directo a la frontera. El beisbolista de la Duquesa se ofreció para esconderlo. Mientras, el Piojo planeaba cómo dar cran al viejo. Sin embargo, nada de eso ocurrió. Al enterarse, la niña entró muy contenta al despacho de su padre, lo abrazó y besó en la mejilla, le dijo cuánto lo quería y le metió un balazo en el corazón antes de que el viejo expresara alegría por su reacción. Ese mismo día, el mensajero apareció acribillado en el lugar donde dejó a su víctima. El hermano menor nunca llegó con el beisbolista y la niña simplemente se esfumó. Como habían acordado, las hermanas se reunieron y acordaron no tomar represalias, ya que en el fondo eran una familia cualquiera y debían estar más unidas que nunca. Hicieron oídos sordos a los rumores de que el hermano menor y la niña se habían casado, procreaban un hijo y una hija preciosos y vivían en una ciudad cuyo nombre no pienso revelar.
Imagen de portada: © Mayra Martell, Certamen de belleza. Carnaval en El Dorado, Sinaloa, de la serie Beautiful. Cortesía de la artista