Entrevista con Carmen Aristegui

El triste honor de enjuiciar a Pegasus

Espías / dossier / Junio de 2024

Elías Camhaji

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Empezaba el año 2015 cuando Carmen Aristegui recibió en su teléfono una serie de mensajes extraños que la hicieron sospechar que quizá estaba siendo espiada. Trabajar como periodista en México supone lidiar a menudo con esa posibilidad. Aristegui había recibido mensajes “raros” a lo largo de su carrera, así que no le dio importancia a lo que estaba sucediendo.

​ Comenzaría a poner más atención en el tema cuando su hijo Emilio, entonces adolescente, le confiara que él también había notado algo inusual: “Mamá, no entiendo por qué me están mandando estos mensajes”. No se trataba de spam ni de la típica estafa que se identifica con facilidad. Los recados aludían a asuntos personales, como si algún conocido los hubiera escrito. Incluso mencionaban los nombres de los compañeros de clase de Emilio. Otras veces los remitentes iban más lejos y le escribían que su padre había muerto.

​ Todo sucedió hace casi una década, pero la mirada de la periodista se enciende al repasar los detalles. Aunque un amigo suyo le advirtió que lo más seguro era que fueran víctimas de espionaje, en ese momento prácticamente nadie sabía de la existencia de Pegasus. Este software revolucionó el ámbito del espionaje porque ataca los teléfonos y dispositivos digitales de las personas con mucha facilidad. En un mundo cada vez más volcado y absorbido por los celulares, bastaba con que los espías lanzaran un “anzuelo irresistible” —mensajes hechos a la medida e imposibles de ignorar— que sus víctimas mordían al entrar al enlace. Un solo clic les concedía acceso a la huella digital de los espiados, incluso a los aspectos más íntimos de sus vidas.

​ No fue sino hasta mucho tiempo después que la investigación periodística Pegasus Project reveló que cincuenta mil personas alrededor del mundo han sido blanco de ataques cibernéticos con dicho software. Tan solo en México hay más de quince mil víctimas, entre ellas ciudadanos comunes y menores de edad, como Emilio.

​ Aristegui fue la primera víctima en México que consiguió sentar a Pegasus en el banquillo de los acusados. La periodista concede esta entrevista exclusiva sobre la experiencia de haber sido espiada, el impacto que esto ocasionó en su vida privada y profesional, y la perseverancia del periodismo frente al delito del espionaje.

Par de ojos, Grecia, siglo V a. C. Metropolitan Museum of Art Par de ojos, Grecia, siglo V a. C. Metropolitan Museum of Art


¿Qué fue lo primero que pensó cuando descubrió que había sido espiada?

Una combinación de enojo, irritación y preocupación, sobre todo porque ahora ya sabemos lo que significa que tu teléfono haya sido espiado con Pegasus. Sabes que tuvieron acceso a todo lo que trae tu celular, a tu vida entera: trabajo, vida personal, intimidad, imágenes, videos y contactos. Para efectos personales es tremendo. Para efectos profesionales más, tal vez. Me preocupó y me sigue preocupando qué hicieron con esa información y qué pasó con las fuentes que me la confiaron. Cuando se ataca a un periodista, el efecto multiplicador del espionaje es brutal: se extiende a tu familia y a tus contactos. Se pueden llevar todo, lo tuyo y lo de ellos.


¿Cuál es el saldo que le ha dejado este caso?

Tuve el triste honor de ser la primera y la única víctima con un caso judicializado contra Pegasus. El juicio oral duró varias semanas, pero no se logró demostrar que el detenido, Juan Carlos García, me hubiera espiado a mí específicamente. Sí se logró probar con contundencia que fui espiada. El juez lo reconoció y el proceso mismo lo acreditó: la periodista fue espiada y fue espiada por ser periodista. De eso no hay duda alguna, tanto así que la defensa también lo reconoció. La Fiscalía hizo un trabajo muy importante para probar los hechos. Presentó una línea del tiempo con las investigaciones periodísticas que mi equipo y yo desarrollábamos entonces. El cruce entre las fechas de publicación y los impactos en mi teléfono era una prueba muy sólida. No había otra razón para espiarme salvo mi condición de periodista. Pero la Fiscalía no logró demostrar que el acusado, el responsable técnico de la empresa proveedora de Pegasus en México, haya sido quien llevó a cabo los ataques en mi contra. Vamos a ver qué pasa. Entiendo que la Fiscalía está en proceso de apelación. Veremos si esto se ensancha, porque presentar a una periodista como única víctima y detener a una sola persona como único responsable es poco frente al tamaño del caso Pegasus en México. Todos los indicios apuntan a que el espionaje fue masivo.


¿A petición de quién fue espiada?

En aquellos años formaba parte de un equipo de trabajo que hizo importantes investigaciones relacionadas con el gobierno de Enrique Peña Nieto, no solo sobre el tema de la Casa Blanca, también hubo otras. Hay varios candidatos en el gobierno mexicano que podrían estar interesados en saber qué estábamos haciendo. Apunto en general al gobierno porque varias instancias compraron Pegasus con dinero público. No podría decir que tal o cual persona o institución cometieron esos ataques en contra mía, de mi hijo y de nuestros colegas. No tengo la certeza de ello, pero todo apunta a que se trató de personas o instituciones relacionadas con los trabajos periodísticos que dimos a conocer.


¿Qué interés puede tener un gobierno en investigar a una periodista y a su familia?

El espionaje no es una novedad. Antes había orejas de Gobernación que iban a los mítines o hacían pinchazos en los teléfonos para escuchar llamadas en tiempo real. La tecnología ha evolucionado, pero en esencia se trata de lo mismo: saber qué está haciendo una persona, con quién se relaciona, qué elementos ha obtenido sobre un tema importante para algún gobierno, algún empresario o cualquier persona interesada en espiar a otra. Uno tendría que preguntarse por qué espiar a mi hijo adolescente. Yo creo que el objetivo fue ver qué le encontraban, exponerlo y usarlo para dañarme como periodista. Me parece la parte más siniestra de esta trama. Tomarse “la libertad” de atacar el teléfono de un adolescente cuyas únicas actividades eran estudiar y relacionarse con sus amigos. Eso implica llevarlo a un nivel siniestro y libérrimo. Yo bromeaba con Emilio y le decía que había pasado la prueba del ácido, porque no le encontraron nada que pudiera ser utilizado en contra de su mamá, como estar involucrado con alguna droga o en malas conductas. Los expertos de Citizen Lab [la organización que corroboró la infección de los teléfonos con Pegasus] confirmaron que Emilio y yo fuimos atacados decenas de veces. Fuimos las personas a las que más veces atacaron, según las informaciones que pudimos conocer.


¿Qué cambió en el espionaje a partir de Pegasus?

Se sofisticó la manera de espiar. Pegasus es una herramienta muy poderosa e intrusiva porque es difícil detectarla y cada vez es más fácil usarla. Antes se necesitaba que la víctima diera clic en los mensajes. Ahora hay licencias más caras que ya no requieren ninguna participación de la víctima, simplemente se apropian de su celular. NSO Group [la compañía que desarrolló el software] insiste en que solo vende Pegasus bajo la condición de que sea utilizado para combatir el crimen, pero es monumental la evidencia de que se ha usado para espiar periodistas, abogados, políticos, princesas y otros gobiernos; y en México, a media humanidad.

Carmen Aristegui. Fotografía de © Javier NarváezCarmen Aristegui. Fotografía de © Javier Narváez


Ha habido miles de víctimas en México, pero muy pocas han denunciado. ¿Por qué usted sí lo hizo?

Tuvimos la oportunidad de participar en la primera gran investigación periodística sobre este tema en México, Gobierno espía, sobre el gobierno de Peña Nieto, y algunas de las víctimas decidimos ir a denunciar a la entonces Procuraduría General de la República (PGR). Éramos nueve si no me equivoco. Muchos decían “pero qué ingenuidad, van a presentar la denuncia en uno de los lugares de donde pudo haber surgido el espionaje”. Es verdad, pudo ser la PGR, el Ejército, el CISEN… Yo creo que estábamos obligados a hacerlo, independientemente de que había escasas posibilidades de que en aquel sexenio se investigara el caso. Se abrió una carpeta de investigación, pasaron los años y algunos insistimos en darle seguimiento y en colaborar con las autoridades. En algún punto de la historia, se judicializó el caso y la Fiscalía decidió que se tomara el mío para continuar con el proceso. Confío en que en algún momento esto se extienda a los otros denunciantes. Al final, se decidió denunciar pese a los sentimientos encontrados de hacerlo ante una autoridad de la que uno sospecha, pero no hay muchas alternativas. Creo que había que hacerlo y lo hicimos.


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La historia dio un nuevo giro en junio de 2017, cuando Aristegui recibió un correo electrónico de parte del Cazador de cazadores, un exempleado de KBH, la empresa que le vendió el software de espionaje al gobierno de Peña Nieto. Como si se tratara de una novela de espías, el Cazador de cazadores se reunió en secreto con el equipo de la periodista y dijo que estaba dispuesto a contar, bajo anonimato, lo que había visto.

​ A lo largo de cuatro años, el misterioso hombre filtró más de veinte mil documentos que daban cuenta de una compleja red de empresas fantasma que obtuvo contratos millonarios. La información filtrada también detallaba las operaciones de espionaje realizadas desde la propia compañía. Entre las personas atacadas con Pegasus se encuentran incluso otros miembros del gobierno, como el excomisionado nacional de Seguridad Manuel Mondragón y Kalb. La información fue corroborada por las propias víctimas y publicada como una investigación periodística.

​ Al final, el Cazador de cazadores fue un testigo protegido en el juicio contra Pegasus. “En todo el proceso fuimos periodistas antes que víctimas. Publicamos la información que teníamos y después colaboramos con la Fiscalía para que la incorporara a la carpeta de investigación”, cuenta Aristegui. Ella menciona que haber jugado ese doble papel, denunciante y reportera de su propio caso de espionaje, fue una de las partes más complicadas del proceso.


¿Valió la pena dar la batalla en los tribunales?

Siempre vale la pena, por más difícil y frustrante que pueda ser colaborar, en la medida que puedas, con la justicia. Yo sé que esto es como arrojar una piedra a la luna, pero hay que hacerlo. Hay que sobreponerse a la desconfianza y al desgaste que implica. Es un compromiso que tengo como ciudadana, así lo entiendo. Denunciar es muy difícil en un país como México, donde tenemos niveles descomunales de impunidad, pero me parece que si no lo hacemos, como sociedad no vamos a lograr salir de esto.


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En opinión de Aristegui, no se puede hablar del último sexenio priista sin mencionar las inversiones “millonarias” en softwares utilizados para violar la privacidad de críticos y opositores. “En el sexenio de Peña Nieto viví la venganza de un gobierno”, afirma. Sin embargo, advierte que el uso de Pegasus comenzó en la presidencia de Felipe Calderón y que continúa en la de López Obrador, a pesar de que el actual presidente lo ha negado.

​ Aristegui asegura que fue blanco de presiones para no publicar los hallazgos sobre la Casa Blanca de Peña Nieto, una investigación sobre una propiedad de siete millones de dólares comprada a uno de los principales contratistas de su gobierno. El reportaje vio la luz en noviembre de 2014, dos meses antes de que Aristegui fuera espiada con Pegasus. Su equipo recibió múltiples reconocimientos por aquella investigación, pero ella asegura que este trabajo fue un factor determinante que le impidió emplearse en otro medio tras ser despedida de MVS. “Fue una persecución judicial tremenda y un veto de la industria, que no nos abrió la puerta en ningún lado. Por eso recurrimos a un espacio independiente en internet que se convirtió en nuestro refugio.”

​ En su opinión, el “castigo” por publicar sobre la Casa Blanca de Peña Nieto fue “bastante agresivo” pero “silencioso”, y ocurrió a través de “intermediarios” y litigios en los tribunales. “El estilo de Peña Nieto es totalmente distinto al de López Obrador […]. Ahora se utiliza la palabra presidencial para dañar, desacreditar y buscar cómo minar los dos grandes factores que definen la tarea de los periodistas: la confianza y la credibilidad.” Aristegui afirma que no se trata de “una ocurrencia”, sino de una “estrategia calculada” que ha sido replicada por “varios gobiernos bastante deplorables”, como el de Donald Trump y otros regímenes que califican a los periodistas como “enemigos del pueblo”. “AMLO y otros líderes políticos en el mundo han encontrado que un mecanismo muy eficaz para mantenerse en el poder es dañar la credibilidad de todo lo que pueda representar un contrapeso.” Eso define, hoy por hoy, el sexenio que termina: “una apuesta por la democracia que no se cumplió”, lamenta.

Par de orejas de barro, ofrenda votiva romana. Wellcome CollectionPar de orejas de barro, ofrenda votiva romana. Wellcome Collection


Después de ser espiada y cada vez que ha sido hostigada, usted ha decidido seguir haciendo periodismo. ¿Por qué?

Porque creo muchísimo en el periodismo. Es una herramienta poderosa y fascinante. Cuando tu trabajo logra llamar la atención de la sociedad, eso hace que el periodismo valga la pena, aunque la justicia no llegue y las instituciones volteen a ver hacia otro lado. Muchas veces publicas algo y sabes que no va a pasar nada, pero a veces sí pasa y eso paga todo lo demás. El hecho de contribuir a que la sociedad se entere de alguna información es importante. De vez en vez, eso se traduce en una investigación judicial o en una situación que tiene un impacto adicional al de informar, que ya es mucho. Nos pasó con el caso Góngora, que fue tremendo. Ocurrieron muchísimas cosas a partir de esa publicación y la del caso de Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, exlíder del PRI en la Ciudad de México, que pudimos demostrar con un trabajo de investigación muy sólido. En este momento, Gutiérrez de la Torre está bajo proceso y se encuentra en la cárcel, vamos a ver cómo termina. Pudimos presentar, desde luego, la Casa Blanca, que fue un gran escándalo periodístico. Uno diría “qué barbaridad, no pasó nada”, pero al mismo tiempo pasó todo. Hacer periodismo siempre vale la pena y hay que seguir haciéndolo.


Está claro el impacto de Pegasus en México, pero ¿cómo ha cambiado su vida después de haber sido espiada?

Quisiera decir que no demasiado, aunque no estoy cien por ciento segura de ello. He intentado seguir adelante con mis convicciones. No disminuyó mi impulso por seguir haciendo periodismo, aunque sucedió todo lo necesario para que yo dijera “hasta aquí”. Si algo cambió tras mi experiencia con Pegasus, fue que cobró fuerza la idea de que ser periodista vale la pena. Si tengo una contribución mínima para la sociedad, me gustaría que fuera en esta ruta. Al final de cuentas, es el motor de mi vida, con todos sus estímulos y sinsabores. En estos tiempos en los que, de pronto, parecería que el periodismo es irrelevante y que la manera más extendida de comunicarnos es a través de las redes sociales, los periodistas no estamos de sobra. Cuando alguien dice “yo soy periodista” está asumiendo una responsabilidad, está poniendo su nombre por delante para informar a la sociedad. Hay que reivindicar esto, sobre todo en un mundo sujeto a un millón de estímulos de comunicación y de cosas que parecen periodismo pero no lo son. La única manera de hacer este trabajo es de frente a las audiencias, de cara al público. En ese universo tan vertiginoso los periodistas tenemos cabida.

Esta entrevista fue editada por claridad y límites de espacio.

Imagen de portada: Par de orejas de barro, ofrenda votiva romana. Wellcome Collection