Algunos medios de comunicación, mexicanos e internacionales, han dado alas a la noticia de que el director de cine Guillermo del Toro podría haber plagiado la historia de su reciente cinta, The Shape of Water, de un cortometraje estudiantil holandés llamado The Space Between Us. La nota sale, curiosamente (o no), cuando el éxito crítico y de público de la película la ha convertido en candidata a llevarse una buena ración de premios Oscar, ese aplauso que Hollywood se concede a sí mismo cada año. Aunque los autores del cortometraje se han mostrado cautelosos (la acusación procede de uno de sus diseñadores, pero los directores han hablado sólo de “coincidencias”) y aunque Del Toro ha salido a desmentir cualquier implicación de que The Shape of Water no se le haya ocurrido a él (y lo ha respaldado mostrando el arte conceptual de la película, que tiene años circulando por los estudios), el apetito de las redes por el escándalo le ha dado combustible a la hoguera. No soy precisamente el mayor aficionado al cine de Del Toro que hay. Sin embargo, el caso presenta aristas que me parece que conviene revisar antes de dar crédito a un rumor. La primera, claro, es no hacerse pato y reconocer que las semejanzas existen. El corto dichoso (que, ahora, claro, circula en las redes con una atención muy por encima de sus merecimientos técnicos, que no son demasiados), presenta la historia de la trabajadora de limpieza de un laboratorio más o menos siniestro en el que se experimenta con un antropoide acuático. Sí, adivinaron: lo mismo que se narra en la cinta de Del Toro. Algunos cuadros del acercamiento entre la mujer y el ser, que en ambos casos está metido en su respectivo tanque de agua, pueden resultar similares, sin duda, si los ponemos lado a lado en una pantalla. Esto es claro e irrebatible. Pero no es todo el caso. Ni siquiera es la parte central. Lo siguiente es establecer los puntos que sí resultan fundamentales. Por ejemplo, que la historia de The Shape of Water, que es mucho más amplia, por supuesto, que la que el breve corto de doce minutos plantea, contiene muchos de los elementos característicos del cine de Del Toro. Su interés por la fantasía, sí, pero sobre todo su costumbre de elegir protagonistas que no son el tipo forzudo o “el muchacho guapo”, sino, por el contrario, sujetos a los que se consideraría, de entrada, frágiles: ancianos, niños, damas en apuros. O, de plano, monstruos como Blade y Hellboy (la excepción sería Pacific Rim, que en muchos sentidos es su cinta más convencional). En The Shape of Water, los puestos protagónicos los ocupan una afanadora muda y un tritón. Lo cual es lo más Del Toro que podamos imaginar. Y bueno, la idea del acercamiento amistoso o sentimental entre sujetos de condiciones diferentes y hasta opuestas no es un invento de los estudiantes holandeses que grabaron The Space Between Us: para probarlo, están las mil y una leyendas de las relaciones entre humanos y genios, duendes, hadas o bestias míticas. Y, en tiempos más recientes, también historias muy conocidas, como El último de los mohicanos, Tarzán, Pocahontas, ET… Vamos, de eso mismo se trata, mutatis mutandis, un blockbuster como Avatar. Que Del Toro incursione en el tema llevándolo al tipo de fantasía de criaturas de látex (o, ahora, supongo, animadas digitalmente) que tanto le gusta, no tiene nada de singular. Tampoco que se interese por las criaturas del agua, por cierto: en sus adaptaciones del cómic Hellboy (original de Mike Mignola) ya aparecía Abe, un icthyo sapien, es decir, un hombre pez. Y bueno, siendo Del Toro uno de los principales vindicadores de los cómics en el cine mundial, hemos de suponer que también recordará a Aquamán (de la Liga de la Justicia) y a Namor (de su competencia, Los Vengadores), tipos subacuáticos a los que es bastante común ver enredados con chicas. El otro punto a destacar es que una película de alto presupuesto, como es, evidentemente, The Shape of Water, no se escribe, diseña, produce y filma en un par de años. Incluso los directores más poderosos de la industria tienen que pasar antes por las ruedas del aparato de los estudios, y eso significa muchos años de revisión de guiones (¿siete, diez tratamientos? Es lo usual), de trabajo en el diseño visual y en los conceptos de foto y audio. Y el cásting de actores. Y la financiación del proyecto y las mil juntas de revisión. Y el rodaje en sí. Y la larguísima posproducción, desde luego, aumentada por el tiempo que lleva animar, editar, sincronizar el sonido, incorporar la música, revisar un primer corte… No hace falta que Alejandro González Iñárritu haya salido a testimoniar que hace al menos seis años que conoce la historia de su amigo: cualquiera que sepa cómo se filma una cinta, sabe que la versión de Del Toro de que los parecidos con el cortito son una simple casualidad es bastante creíble. ¿Imaginamos a un director de primer nivel mirando videos al azar en Youtube a ver qué se piña? La cercanía azarosa con el corto estudiantil no puede ser esgrimida, de ningún modo, como una descalificación. The Shape of Water, su espectáculo visual, su humor, su sentimentalismo, todo da forma a una obra absolutamente característica de Del Toro. Que eso nos guste o no ya es otro tema.
Imagen de portada: Fotograma de Creature from the Black Lagoon, de Jack Arnold, 1954.