Algo tan emocionante como el surgimiento de una nueva literatura en México —de hecho, un haz de nuevas literaturas— sigue pasando inadvertido para la cultura dominante; si se percibe es como curiosidad digna de cuota “étnica”. Críticos, autores, historiadores y lectores miran de reojo, prefieren ceñirse a los poetas aztecas de la mano de Miguel León-Portilla y, cada vez menos, Ángel María Garibay K., o van al Chilam Balam o el Popol Vuh. En el fondo no les interesa lo que experimentan las lenguas indígenas, ni lo que en ellas se crea. No obstante, las instituciones comienzan a darles importancia. Eso sugiere la creciente cantidad de premios literarios, becas y financiamientos para autores de los pueblos originarios.
El actual momento proteico comienza en 1980 y cobra impulso la década siguiente. Hoy se escribe literatura, con frecuentes logros poéticos y expresivos, en al menos diez lenguas, más antiguas que el castellano y bastante vivas en el siglo XXI. Por lo menos en otro tanto se han creado textos memorables durante los pasados veinte o treinta años. Se escribe en la mayoría de las lenguas mexicanas (al menos 56 según el criterio tradicional; hoy serían hasta 70 por las variantes mayores y las lenguas mayas que el exilio trajo) con fines literarios, educativos, de recopilación de la tradición oral; también burocráticos, demagógicos, de proselitismo religioso.
Las lenguas mexicanas existieron un milenio o más sin manifestación escrita conocida. Casi todas fueron ágrafas, parte de una vasta civilización campesina que, si bien fue lapidada, incendiada y casi destruida, pervive en nuestras tierras. Tres fueron escritas desde el siglo XVI por su importancia política, demográfica, religiosa y cultural: náhuatl, maya y zapoteco fueron trasvasados a la escritura latina. Para Sor Juana Inés de la Cruz resultaba natural escribir canciones en náhuatl, hablado entonces por casi toda la población en la capital de Nueva España. Sin embargo, a diferencia del guaraní en Paraguay y del quechua en Perú, las lenguas de México no fueron aprendidas por los criollos ni conservadas por los amestizados. Permanecieron en uso exclusivo de los pueblos.
No debe ignorarse la cohabitación de predicadores, etnólogos y lingüistas con estas lenguas invisibles. Durante el siglo XX tuvieron mucho que ver con la emancipación de los pueblos originarios. No sólo se dedicaron a reducirlos, domesticarlos, convertirlos. Los estudiaron con interés, respeto y, a veces, compromiso. Un papel controvertido lo han jugado los maestros bilingües, formados y administrados por el gobierno desde Lázaro Cárdenas. Debían ayudar a la integración nacional. Según muchos, su efecto es contrario a la conservación de las lenguas. Hacia 1940 nace el Instituto Nacional Indigenista y se implanta el Instituto Lingüístico de Verano con el proyecto de divulgar las escrituras cristianas traducidas del inglés. Para defender su clientela, los misioneros católicos buscan escribir los Evangelios en la lengua de sus parroquias.
La chamana mazateca María Sabina, analfabeta, fue una poeta mística de alcance universal. Hecha famosa por Gordon Wasson y Fernando Benítez en los años sesenta, sus cantos se divulgaron gracias a su traductor y biógrafo Álvaro Estada en 1981. Por las grabaciones magnetofónicas se sabe que María Sabina, al cantarles a sus “niños”, crea idioma, construye frases inusuales y metáforas inspiradas, carga de nuevo sentido las palabras de siempre. ¿Qué, si no, hacen los poetas?
En los años ochenta, “laboratorios” de idioma establecidos por lingüistas canadienses y mexicanos en las regiones centrales del país estimulan la recolección de historias y conocimientos orales en la Sierra Norte de Puebla en nahuat (variante del náhuatl) y ponen su escritura en las manos de los propios indígenas. Gracias a las computadoras, la población tiene acceso al conocimiento escrito, aún imperfecto, de su propio idioma. En Ixmiquilpan, Hidalgo, la experiencia se extiende al ñahñú gracias a Jesús Salinas Pedraza, autor ñahñú que publica en 1992 un ensayo clave: “La computadora y sus aplicaciones en la escritura de las lenguas indígenas”. Por motivos diversos —educación, activismo político, religión o mera inspiración—, en Chiapas, Oaxaca, Tabasco y Yucatán decenas de personas toman la pluma y escriben poemas, obras de teatro, ensayos. Los pueblos se vieron de pronto en posesión de un instrumento que se les había negado. Algunas lenguas originarias emplean con mayor naturalidad el alfabeto convencional, y establecen nuevas convenciones fonéticas para sonidos, vocales y consonantes.
En 1994, los pueblos mayas de Chiapas se levantan en armas con su Ejército Zapatista de Liberación Nacional, y ponen las demandas indígenas en el centro del debate nacional. Ya existe una expresión indígena significativa en el centro y el sur de la República; con la difusión de los mensajes zapatistas se disemina en castellano la sintaxis tseltal, tsotsil, tojolabal y en menor medida ch’ol. Se ensaya la traducción fiel de un pensamiento muy otro, vivo y mexicano. Aunque no todos los pueblos del país se identifiquen con el procedimiento de los rebeldes, todos se reconocen en sus demandas. El “modo zapatista” de expresión fue asimilado por escritores y dirigentes indígenas, lo mismo que sectores de la izquierda militante. No siempre de manera afortunada, pero adquirió innegable presencia. Pronto fue un estímulo más para escritores en otras lenguas. Uno de ellos, Juan Gregorio Regino, maestro y poeta mazateco, simplemente amplió su registro con el influjo zapatista. Él mismo propuso un corte de caja en ese momento:
Por su contenido y mensaje la literatura tiene su propio valor como tal, pero si se escribe en lengua indígena adquiere otra dimensión. Lingüísticamente rompe con viejos mitos y prejuicios al tener acceso a la imprenta y a las computadoras que, en otros tiempos, eran exclusivamente para las lenguas dominantes. Uno de los méritos más importantes que tienen los escritos indígenas es lograr que sus lenguas compartan, con la lengua oficial, los medios impresos: están abriendo terreno para que las lenguas indígenas tengan acceso a los medios de comunicación. […] El proceso de formación de los escritores indígenas contemporáneos no se da en las universidades ni tampoco es parte de un proyecto institucional indigenista, sino que es producto de los movimientos de resistencia, autodesarrollo y toma de conciencia. Muchos de estos escritores viven en el anonimato, no estudiaron formalmente para ser literatos, muchos de ellos son profesores de educación primaria o preescolar, capacitadores o promotores del desarrollo comunitario, su trabajo obedece a las propias necesidades de la cultura que se vive. […] El renacimiento de la literatura indígena no es un fenómeno aislado del resto de los movimientos populares, está vinculado, estrechamente, con los sectores que demandan democracia, autonomía, autodeterminación y un espacio digno y representativo dentro del contexto nacional” (Letras indígenas, número 6, suplemento de la Dirección General de Culturas Populares en Ojarasca, julio-agosto de 1994).
La masa crítica de producción literaria en nuestras lenguas da motivos para saludarlas con admiración. Carlos Montemayor apuntó que “muchos magníficos poetas indígenas de México y del continente” inician “un nuevo Canto general que Neruda hubiera celebrado, porque proviene de las más antiguas y nuevas palabras de nuestras tierras continentales” (La literatura actual de las lenguas indígenas de México, Universidad Iberoamericana, 2001.)
Noam Chomsky reflexiona sobre la erupción de la escritura en las lenguas de México, particularmente Oaxaca: “Para empezar, la tradición letrada ocupa una pequeña parte de la historia humana. La mayoría de las culturas crecieron, sobrevivieron, florecieron con un porcentaje muy menor, o ninguno, de población letrada”. Cita la agricultura indígena, “altamente sofisticada”, un conocimiento que no está en los libros pero es más productivo que el “científico”. “Y todo este conocimiento se ha desarrollado y sobrevive sin escritura. La escritura tiene sus tremendas ventajas, no hay razón para que no se aproveche para incorporar lo logrado, tal como las historias bíblicas fueron finalmente escritas, recopiladas de una tradición de siglos. Lo mismo la literatura clásica de Grecia y, de hecho, bastantes más”. (Resistance and Hope, 2010.)
Algo similar había escrito Mario Molina Cruz, poeta binizáa: “Parece que la globalización ha doblegado nuestras lenguas originarias. Lo que se ignora es que las lenguas de México tienen raíces en los cerros, en los ríos, en las tradiciones, tiene raíces incluso en el viento. Nuestras lenguas están sembradas en la tierra, resurgen como las estaciones del año, aunque se acerquen prolongadas sequías, la primavera vive en el corazón de la madre tierra”. (Ga’ bi’yalhan yanhit benhii ke will/Donde la luz del sol no se pierda, Escritores en Lenguas Indígenas, 2001.)
La suma de elementos sinérgicos y explosivos ha generado un escenario complejo y esperanzador para la escritura en lenguas originales. Una nómina, así fuera provisional, de autores relevantes de estos años sería incompleta, aun si registrara el boom de poetas tsotsiles, algunos de veras brillantes. La narrativa tseltal tiene al menos tres cuentistas entre los mejores del México contemporáneo. La poesía y la reflexión nahuas crecen en Anáhuac y las sierras de Veracruz, Guerrero y Puebla. Las lenguas de Oaxaca se abren paso en la selva de las palabras. En su península, los poetas mayas siguen justificando el entusiasmo inicial de Carlos Montemayor, que en 1999 escribió: “Es necesario recordar que México es también el alma de esos idiomas […] esos pueblos, esos idiomas profundos y nítidos, son los que mejor podrían decirnos ahora qué es México, qué no hemos descubierto aún de nosotros mismos”.
No existe, ni hace falta, un canon de la literatura en lenguas indígenas. Ayudaría tal vez un mapa. La identidad cultural de México se desgarra entre violencia, migración forzosa, desinformación, despojo territorial, acumulación insultante de riquezas por unos cuantos, corrupción generalizada de políticos, policías y grandes empresas. Qué tal que un antídoto contra la desvergüenza y el autoritarismo fuera el cantar paciente, antiguo y moderno, diferente y nuestro, de las lenguas mexicanas. Anteceden al castellano en estas tierras, y cinco siglos después de que fueron “suprimidas” siguen irreductibles, y en su cantar nos hablan.
Imagen de portada: Códice Xólotl, lámina IX.