Una breve ojeada a la historia devela que el estatus de las mujeres en la postmenopausia ha variado enormemente según las culturas, los continentes y los siglos, y que su nudo gordiano es la representación de la sangre menstrual, eterno foco de inquietud, fascinación, asco y cuestionamiento. “Hoy en día la menstruación sigue siendo el tabú número uno, clasificado en el Top Ten de las cosas cuya existencia se evoca en voz baja, con aires de conspiración”, escribe la periodista Élise Thiébaut en “Esto es mi sangre”.1
El flujo menstrual se mantuvo como un misterio en todas las sociedades, lo cual desencadenó consecuencias inesperadas en ámbitos en apariencia muy alejados de las preocupaciones sexuales.
Esto se lee en el Antiguo Testamento:
La mujer, cuando tenga su menstruación, quedará manchada durante siete días. El que la toque quedará impuro hasta la tarde. El sitio donde se acueste o donde se siente, mientras está manchada, quedará impuro. El que toque su casa, lavará sus vestiduras, se bañará y quedará impuro hasta la tarde. El que toque el asiento que usó, lavará sus vestidos, se bañará y quedará impuro hasta la tarde.
La extensa lista de recomendaciones y cosas prohibidas continúa en este tono.
Tamaño problema, la regla. Pero en ciertas culturas la perspectiva cambia en cuanto el flujo se interrumpe definitivamente. Para la tribu de amerindios mojave, por ejemplo, la menopausia es una etapa hacia la plenitud sexual. La mujer 2
permanece dentro del flujo de la vida, sus manos llenas de trabajo, su casa llena de nietos, su cabeza llena de la sabiduría que da la experiencia, sus brazos a menudo llenos con un marido joven o un amante, su ojo relumbrante, su lengua veloz para la réplica y nada avergonzada de coquetear con un joven que tiene la edad de sus nietos…3
En algunas sociedades tradicionales la menopausia es incluso sinónimo de poderes acrecentados, como entre los baruyas de Nueva Guinea. Por el contrario, los samos de Burkina Faso consideran que las mujeres sexualmente activas durante la postmenopausia son capaces de atraer el mal de ojo sobre el grupo. En la campiña irlandesa de los años 1960, algunos todavía pensaban que la menopausia podía conducir a las mujeres a la locura.4 “En cuanto a Asia y el Japón tradicional, hasta hace poco la menopausia era un no-evento”, observa la socióloga Cécile Charlap. No se evocaba como una ruptura, sino como parte del konenki, un concepto más amplio, donde los cabellos canos, la pérdida de la vista, la fatiga al despertar y hasta el dolor de espalda eran marcas de envejecimiento mucho más contundentes que la menopausia en sí. Además, el konenki afectaba tanto a los hombres como a las mujeres. Hasta los años noventa prevaleció esta visión, pero las últimas investigaciones sobre el tema demuestran que hace unos treinta años que la industria farmacéutica empezó a apoderarse del mercado asiático, y desde entonces se trata la menopausia como si fuese una patología. […]
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No obstante, de manera muy discreta, otra versión de las cosas comienza a escucharse. En los medios la menopausia se aborda cada vez más frecuentemente desde el ángulo de cómo la viven las mujeres. En las redes sociales se abren páginas dedicadas al tema, como la cuenta de Instagram Menopause Stories, de la consultora Sophie Kune, o el episodio dedicado al tema en el podcast de Sophie Dancourt (del medio feminista Voy a la piscina con Simone)5, y también Ménopausées (“Menopáusicas”), el documental de la periodista Blandine Grosjean.6
En una columna publicada en el sitio del Huffington Post, una serie de personalidades, entre ellas las actrices Agnès Jaoui y Blandine Métayer, llaman a romper el tabú de la menopausia y a verla como una liberación en estos términos:
Es imperativo romper con el tabú de la menopausia, puesto que es el reflejo de una sociedad sexista: las mujeres son toleradas bajo ciertas condiciones, cuando cumplen o tienen la capacidad física de cumplir con su papel de procreación. […] Al cambiar la mirada sobre la menopausia deseamos reapropiarnos de nuestro destino de mujeres. Al romper ese tabú afirmamos la igualdad entre hombres y mujeres.7
Porque, en efecto, muchas mujeres viven la menopausia como una liberación. “Nunca tuve ningún síntoma molesto, librarme al fin de una regla dolorosa resultó una felicidad muy alejada del discurso médico culpabilizante”, así lo cuenta Blandine Métayer.
Un punto importante es la felicidad de no tener la regla —añade la alpinista Sophie Lavaud—. Yo no tuve hijos, y sin embargo me vi obligada a pasarme la vida entera con dolores de panza todos los meses, por nada. Sin hablar de las restricciones o de gestar en plena expedición. ¡Es un verdadero alivio! […]
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¿Cómo es, realmente, la sexualidad de las mujeres heterosexuales en la postmenopausia? ¿A qué problemas, frustraciones o bloqueos, verdaderos o imaginados, se enfrentan? Preguntemos a Brigitte Lahaie qué tipo de mujeres mayores de 50 años se le acercan para pedir consejo. Antigua figura del cine para adultos reconvertida en locutora radiofónica en los años noventa, Brigitte anima todos los días en Sud Radio un programa en torno al amor y el sexo. […]
En 2020, a los 64 años y veinticinco después de su retiro, aceptó un papel en el filme porno-erótico Una última vez, de Olympe de G. Este cuenta la historia de Salomé, quien ha decidido poner término a su vida, pero antes planea hacer el amor una última vez y convertir el acto en fuegos artificiales. Brigitte aceptó el papel para ayudar a las mujeres de su edad a vivir mejor su sexualidad. Aun así lo pensó mucho: hace ya tiempo desde que se convirtió en una locutora respetada, por lo que esta aventura no transcurría sin riesgo para ella. Sin embargo, no le faltó valentía al emprenderla.
Llevemos la reflexión aún más lejos: si a los 50 años es posible disfrutar una confianza sexual que no se tenía a los 30, ¿eso podría significar que los años nos liberan? ¿Que mientras más décadas pasen más nos damos permiso de cosas que antes nos prohibíamos? No exactamente, matiza Brigitte Lahaie:
No hay milagros a los 50 años. Muchas cartas ya se jugaron: una no se convierte en una mujer liberada de un día para otro si fuiste ultra acomplejada y bloqueada. Pero si las semillas de la libertad ya estaban ahí, si ya se estaba en el camino de la plenitud, entonces se llega un poco más lejos. Y se pueden explorar nuevos territorios.
Nada de revelaciones súbitas ni de transformaciones milagrosas, pero sí una liberación, unas veces discreta, otras más nítida, cuyos fermentos ya estaban presentes. Se puede, en consecuencia, iniciar una relación diferente con los hombres. Numerosas mujeres hablan de esta evolución, cada una con palabras propias.
Sylvie Brunel encuentra cierta ventaja en la invisibilización después de los 50 años: “Una está fuera del mercado, sale de la mirada masculina que juzga permanentemente el cuerpo”. Desde entonces, Sylvie mantiene relaciones de gran franqueza con los hombres. En particular con los más jóvenes, porque se sienten en confianza con ella. “Son relaciones humanas normales, fraternales y de buena voluntad, despojadas del juego de la seducción”.
Sam dice las cosas de una manera un poco diferente:
La libertad está en el conocimiento. A los 61 ya conoces tu cuerpo y no tienes nada que demostrar sexualmente. Sabes lo que te viene bien y vas directamente a buscarlo, sin desvíos. A los 30 perdía mi tiempo en acostones patéticos, probaba acrobacias con hombres y mujeres porque buscaba… ¿Qué exactamente? Ni yo misma lo sabía, pero al final comprendí que no es al multiplicar las parejas que se aprende dónde está el placer. Dónde se encuentra la plenitud. Más vale la calidad que la cantidad: a los 60, ya lo sabes. O bien encuentras lo que necesitas en tu pareja, ya sea hombre o mujer, o bien…
Sam suspende su oración por unos instantes. Luego se deja ir en una de sus enormes y comunicativas carcajadas
o bien, te satisfaces de otro modo. Ya tuviste unas cuantas décadas para saber lo que te corresponde en función del tiempo, de los encuentros, del momento, del humor. Y como las posibilidades de un encuentro disminuyen con el paso del tiempo, la mejor opción muchas veces termina siendo la masturbación.
Saber un poco mejor lo que una quiere: la militante feminista Thérèse Clerc decía las cosas más directamente todavía. Se casó a los 20, fue madre de cuatro hijos, se divorció a los 40, en 1969 se rebeló contra la dominación masculina y empezó a explorar su homosexualidad. Mayo del 68 la había “acostumbrado a una gran libertad colectiva”, explicó Thérèse en el diario Libération, en 2008.8
Pude usar esa libertad con el cuerpo y la sabiduría de mis 40 años. Los amores eran fastuosos. En 1969 el lesbianismo era un acto político. El placer sin coito, eso fue la revolución.
Al final de su vida, hablaba de su homosexualidad sin rodeos en entrevistas y documentales.9 Contó que había tenido mujeres hasta una edad muy avanzada y que la verdadera sexualidad florece, según ella, “en la época tan bella de la vejez”. Es decir: una sexualidad
donde no existe el poder, ni la dictadura de la erección. Las mujeres ya no están en la procreación ni los hombres en su sacrosanta virilidad. Se hacen milagros con las manos y la boca. Le digo a los hombres: “ya saben lo que les queda por hacer”.
No correr detrás de la sexualidad y la seducción de antaño, liberarse de las camisas de fuerza mientras se va encontrando un camino interior… Envejecer es un trabajal. Casi tan arduo como crecer. Muchas mujeres aseveran que lo más sorprendente de envejecer es descubrirse capaz de pensar(se) fuera de los marcos, lejos de los esquemas clásicos donde una se encierra muy fácilmente durante las primeras décadas de la vida. Encontrar una tercera vía, la propia.
Esa mañana, al salir del metro, la escritora Darcey Steinke cree avistar a un hombre viejo y distinguido. Esta rubia longilínea de cabello corto ajusta la mirada, se talla los ojos, duda un instante. Hasta que comprende: el desconocido elegante no es más que su propio reflejo en la vitrina de una miscelánea. ¡Se confundió a sí misma con un hombre!
Su equivocación la desestabiliza por un instante, luego sonríe. Desde hace algún tiempo no se siente como una mujer en el sentido tradicional. Podría ser por su silueta andrógina —pero hace años que es delgada, eso no es una novedad—, o por las alteraciones vinculadas a la disminución de estrógenos. Pero hay algo más. “Entré en un extraño proceso de ‘desgenerización’ (ungendering), y es probablemente una de las mutaciones más excitantes ligadas a la menopausia”, explica. Este proceso no se padece. No se impone desde el exterior: viene de lo más profundo de sí misma. Redistribuye las cartas que ella imaginaba haberse jugado desde hacía mucho tiempo.
He aquí una pregunta: si la identidad de las mujeres se define socialmente por la fertilidad y la (plausible) maternidad, ¿qué ocurre cuando ambas cosas quedan en el pasado? Un abanico de posibilidades se entreabre. Las reglas de antaño se disuelven. Se pierde nitidez. Y a veces la línea entre lo masculino y lo femenino se mueve. Se desplaza muy levemente, se desdibuja, y hasta explota. El sismo es, primero, interior. A veces es temporal, a veces duradero. Algunas mujeres le tienen miedo y lo combaten. Otras ven la oportunidad de explorar algo distinto. De extender el terreno de su personalidad y de su “yo”.
Es lo que hizo Darcey. Tras la experiencia del reflejo dejó de luchar contra esa parte andrógina que emergía dentro de ella. Miles de preguntas surgieron de súbito, como un fuego artificial en otoño: ¿Qué es una mujer? ¿Acaso se define únicamente por su sexo y su biología? En tal caso, ¿en qué se convierte cuando los estrógenos se largan? “De pronto me interesó mucho menos la definición muy binaria de masculino o femenino, que la de sexy o no”, explica Darcey. Describe su experiencia como una transición. No hacia lo masculino, sino hacia algo un poco más matizado que lo puramente femenino.
Para comprender esta mutación, leyó las obras de personas que cambian de sexo, en particular The Testosterone Files,10 de Max Wolf Valerio, donde el autor describe los efectos de su tratamiento de testosterona y de la baja en los niveles de estrógenos. Sin identificarse con él, Darcey encontró, dice, consejos y testimonios más sutiles y valiosos que el revoltijo de clichés que abundan en algunos libros sobre la menopausia. Porque la vejez redibuja la línea que separa lo masculino de lo femenino: los cuerpos después de la menopausia y de la andropausia se parecen. Lo hemos observado en nuestros padres, nuestros abuelos, y hasta en nuestros tíos y tías: convergen. Algo en el físico y en la repartición tradicional de los géneros cambia, tanto en las mujeres como en los hombres.
¿Y si, en el fondo, la vejez fuese queer?
Queer, “raro” en inglés: bizarro, no dentro de la norma. En 1953 William S. Burroughs titula así la novela donde evoca su homosexualidad. Por mucho tiempo utilizado como un insulto homofóbico, este vocablo designa hoy, de manera positiva, a las minorías sexuales y de género fuera de la heteronormatividad —y más ampliamente, dependiendo de las escuelas, todo lo que es loco y extravagante—.
En Francia, el término está menos politizado que en Estados Unidos. No muy lejos de ser una corriente estética evoca, en resumidas cuentas, todo lo que transgrede y borra la frontera entre los géneros. ¿No es precisamente lo que vive Darcey?
No es la única y no es algo totalmente nuevo. Sin emplear la palabra queer, muchos ya han puesto el dedo —a menudo de manera negativa, es verdad— sobre esta desgenerización vinculada a la vejez. Para empezar, Simone de Beauvoir escribe en El segundo sexo:
Se ha dicho que las mujeres de cierta edad (después de la menopausia) constituían un tercer sexo y, en efecto, no son machos, pero ya tampoco son hembras: a menudo esta autonomía fisiológica se traduce en una salud, un equilibrio, un vigor que no poseían anteriormente.
A inicio de los años noventa, en La rebelión de la tercera edad, Betty Friedan escribe:
La ausencia, la desaparición o el retiro forzado de aquellos roles sexuales rígidos, distintos, adoptados durante la juventud y los años de la maternidad o la paternidad, pueden permitir la emergencia de una complementariedad en la tercera edad.
Muchas de las mujeres que Friedan entrevistó declararon que exploraban otras formas de relacionarse íntima e interpersonalmente, más allá de la sexualidad con penetración, ese “McDonald’s del sexo”, como lo describe la cronista especializada en sexualidades Maïa Mazaurette. Experimentan modalidades y relaciones con el cuerpo a menudo más suaves, más tiernas, de voluptuosidad, con sus maridos u otros hombres, o con mujeres, en amistades amorosas más allá de las fronteras tradicionales del sexo y el matrimonio.
“Me ha pasado que he tenido un orgasmo simplemente mientras ceno con alguien”, declara Macha Méril, de 80 años, en Télérama.11
Hay que dejar de reducir el sexo a la penetración o a la talla del pene. Es otra cosa. Está en todas partes, en la voluptuosidad que procura el sol, en el deporte, en la seducción, en la cocina… Se trata más que nada de estar conectado con el otro, y no forzosamente durante el acto sexual.
Jane Fonda también considera que la capacidad para abandonar los modelos sexuales durante el último tercio de la vida, tanto para hombres como para mujeres, representa una de las cimas de la madurez. Abre la vía a la autonomía y a una forma de comunión más intensa:
Parece natural que los cambios hormonales vinculados al envejecimiento, que para el hombre se combinan con la jubilación, conducen a una nivelación de las diferencias sexuales. Y es normal que el reequilibrio de lo que antes eran modelos sexuales estrechos o socialmente proscritos lleven a más integridad y autenticidad, tanto para la mujer como para el hombre. La mayoría de las mujeres que he entrevistado o cuyas obras he leído han experimentado este “recalibraje de los géneros” donde recuperan virtualmente, con la edad, la influencia y la confianza en sí mismas que ya eran suyas antes de la adolescencia. Si esta androgenización representa la cima de la madurez y de la comunión para ambos sexos, ¿por qué no luchar por ella?
Marie Charrel, Qui a peur des vieilles?, Éditions Les Pérégrines, París, 2021, pp. 147-149, 153-154, 177-180, 198-204. Se reproduce con el permiso de la autora.
Imagen de portada: Karl Wiener, sin título, ca. 1939
Ceci est mon sang. Petite histoire des règles, de celles qui les ont et de ceux qui les font (Esto es mi sangre. Breve historia de las reglas, de quienes las tienen y quienes las hacen), La Découverte, París, 2017. ↩
Levítico 15: 19-22. ↩
George Devereux, “The psychology of feminine genital bleeding. An analysis of Mohave Indian Puberty and menstrual rites”, The International Journal of Psycho-Analysis, 1950, núm. 31, pp. 237-257. ↩
Daniel Delanoë, “La ménopause comme phénomène culturel” (“La menopausia como fenómeno cultural”), Champ Psychosomatique, 2001, núm. 24, pp. 57-67. ↩
“Ménopause, le grand méchant tabou” (“Menopausia, el gran tabú feroz”), episodio del 6 de julio de 2020 del podcast “Vieille? C’est à quelle heure?” (“¿Vieja? ¿A qué hora empieza?”). ↩
Transmitido en mayo de 2020 en el canal France 2. ↩
“La ménopause ne doit pas être vécue comme un tabou mais une libération” (“La menopausia no debe vivirse como un tabú sino como liberación”), columna publicada el 6 de febrero de 2020 en la web del Huffington Post. ↩
“Thérèse Clerc, Flamme forte” (“Thérèse Clerc, Llama fuerte”), Libération, 11 de junio 2008. ↩
En particular en Les invisibles (Las invisibles) (2012) y Les vies de Thérèse (Las vidas de Thérèse) (2016) de Sébastien Lifshitz. ↩
Max Wolf Valerio, The Testosterone Files. My Hormonal and Social Transformation from Female to Male, Seal Press, California, 2006. ↩
Entrevista con Yasmine Youssi, “Je peux maintenant jouir de l’instrument que je suis devenue” (“Ahora puedo disfrutar del instrumento en que me convertí”), Télérama, 7 de octubre de 2020. ↩