Estamos acostumbrados a usar grandes términos —casi absolutos— como paz, guerra, noviolencia, resistencia civil o violencia sin una conceptualización, ejemplificación clara o teoría que ayude a entender mejor lo que se quiere expresar. La experiencia nos ha hecho ver la necesidad de colocar siempre un apellido al lado de estos grandes conceptos, para así poder especificar mejor el enfoque desde donde los usamos. En particular, noviolencia y resistencia civil son términos usados de forma muy genérica y simplificada, sin tomar en cuenta escalas, subjetividades o interculturalidades de ningún tipo, lo que provoca que muchas veces en vez de referirnos a las luchas sociales estemos hablando del campo de la solidaridad, muy ligado aunque no idéntico. Además, existen diferentes formas de ejercer la resistencia civil, y la noviolencia no es la única: o sea, estrictamente no son sinónimos, por más que se trate de dos culturas que se tocan.
La experiencia histórica y personal nos ha demostrado, en parte, que la cultura y práctica de la noviolencia es la que más nos permite avanzar hacia el proceso de larga duración conocido como “humanización de nuestra especie”. Creemos, como Konrad Lorenz y otros muchos teóricos, que biológicamente nuestra especie responde a lo humano, pero cultural y socialmente está más cerca del “eslabón perdido” que de la plenitud humanizante postulada por la construcción de paz desde la noviolencia y desde muchas de las grandes tradiciones religiosas, espirituales, sociales y humanistas que nos han atravesado en los últimos veinte mil años. La idea de humanización de la especie en la noviolencia está profundamente ligada a la igualdad, a que lo que existe para unos exista para todos, empezando por los bienes básicos de sobrevivencia: alimento, vestido, techo, salud y educación. Que al menos la quinta parte de la población mundial no sepa si podrá comer al día siguiente porque gana menos de dos dólares diarios o que la industria armamentista se convierta en la segunda más poderosa del mundo y adquiera la capacidad de destruir al planeta muchas veces, obliga a preguntarse qué tan humanizados estamos como especie.
Asimismo, nos parece que la palabra noviolencia se puede entender mejor en su riqueza y complejidad si la escribimos toda junta, sin guión ni separación. Al usarla nos estamos refiriendo a una cultura que Gandhi llamaba “la fuerza más grande que la humanidad tiene a su disposición, tan antigua como las montañas”, una práctica cultural que implica mucho más que oponerse a la violencia o lograr su ausencia. Desde la vivencia y experiencia latinoamericana directa considero que la noviolencia no se opone a la violencia armada defensiva, aunque tampoco la promueve. Sin embargo, la puede entender como una frontera en el conocimiento y práctica de nuestra especie, que aún no sabe cómo defenderse de otra manera ante una situación límite de ataque armado, masacre o exterminio.
Existen muchas corrientes y tradiciones distintas —o más bien complementarias— dentro de la noviolencia. Por un lado, está el polo más purista, religioso y absoluto: Gandhi, Luther King, Thich Nhat Hanh, los monjes budistas de Myanmar y César Chávez; pero este no es el único modo de entender y luchar desde la noviolencia. Por otro lado, los pueblos indígenas y campesinos del mundo, Mandela y la lucha sudafricana antiapartheid o contra la dictadura de Ferdinand Marcos en Filipinas, entre otros movimientos, a veces nos han mostrado diversas formas de lucha desde sus culturas, instrumentos de trabajo, acciones y lógicas.
Particularmente, desde el año 2019 ha habido en Ecuador, Chile, Estados Unidos y Colombia una serie de levantamientos sociales noviolentos muy originales, complejos, significativos y variados en técnicas, con importantes avances en sus objetivos centrales. Estos logros parecerían confirmar los estudios de las investigadoras María Stephan y Érica Chenoweth, quienes analizaron, a partir de una serie de variables, 323 campañas (“tácticas observables y sostenidas hacia un objetivo político”) violentas (la mayoría) y noviolentas entre 1900 y 2006. Ambas llegaron a la conclusión de que el
53 por ciento de las grandes campañas no violentas han tenido éxito, frente al 26 por ciento de las campañas de resistencia violenta. Dicho éxito tiene dos razones. En primer lugar, el compromiso de una campaña con métodos no violentos refuerza su legitimidad nacional e internacional y promueve una participación más amplia en la resistencia, lo que se traduce en una mayor presión sobre el objetivo […]. En segundo lugar, a pesar de que los gobiernos pueden justificar fácilmente las respuestas violentas contra insurgentes armados, es más probable que la violencia estatal contra los movimientos no violentos genere reacciones negativas contra el régimen.
A su vez, históricamente las diferentes luchas sociales del mundo con estas características han buscado un término desde la tradición y la cultura local para que las masas pudieran entender, aceptar y adherirse a la noviolencia. Así, en México se adopta el nombre de “resistencia civil pacífica”; en Filipinas el “poder del pueblo”; Luther King la llamó la “fuerza del amor”; Havel bautizó a la disidencia checoslovaca al comunismo como “el poder de los sin poder”; Gandhi usaba el término de “ahimsa”, antiguo concepto hindú-budista-jainista que significa “no causar daño a ningún ser vivo”. Pero también adoptó un nuevo término para definir la forma de lucha de los indios en Sudáfrica a inicios del siglo XX: su hijo Maganlal creó la palabra “satyagraha” —“satya” quiere decir verdad y “agraha” significa firmeza—, que se ha traducido como la “fuerza de la verdad”.
¿Algunos principios básicos?
Si quisiéramos explorar algunas características esenciales de la noviolencia diría que esta se basa en la indispensable “humanización del otro y la otra”, desde el principio de no usar violencia en su contra y conocer lo mejor posible el proceso constituyente de su identidad social, para romper así pre-juicios y estigmatizaciones que conducen a situaciones de destrucción mutua. Como complemento de este axioma, está el de la “búsqueda de la verdad” con “v” minúscula, porque, como decía Gandhi, con mayúscula solo Dios puede alcanzarla. Y para acercarse a esa verdad se necesitan todas las partes, nadie la tiene por sí solo ni es dueño absoluto de ella.
Otro punto central tiene que ver con cuidar la relación entre el fin y los medios, donde los medios ya son un fin. Gandhi decía que de una semilla (medios) podrida no puede nacer un buen árbol (fin); todo el orden social que nos atraviesa supedita los medios al fin. No respetar esta relación constituye una de las mayores fragilidades de la resistencia civil noviolenta, porque es la garantía para perder “fuerza moral”, cuya acumulación es precisamente un arma central para este tipo de lucha, ya que la primera gran impugnación pública o privada se da siempre en el terreno moral. Por tanto, no hay que centrar la reflexión y la acción solo en el punto terminal o en lo que Piaget llama el “pensamiento periférico” y Johan Galtung la “violencia directa” —la punta del iceberg—, sino que hay que cuidar el proceso constituyente de la acción.
También es fundamental detener o evitar reproducir la espiral de la violencia y la guerra. Para ello es clave acostumbrarse a conocer, tipificar y medir las escalas —como termómetros— que se confrontan en determinado conflicto o en relaciones personales entre la espiral de la paz y la noviolencia, y la espiral de la violencia y la guerra. Existe una relación muy importante de proporcionalidad entre ambas y el alcance de sus acciones: en México hemos criticado a veces el bajo rango de las acciones noviolentas de grupos con mucho poder social pertenecientes a la “reserva moral” nacional (iglesias, universidades, intelectuales, artistas…), frente a las de la muy mal llamada “guerra contra el narco”, porque no hay ninguna relación de intensidad y proporción con las acciones violentas y bélicas que denuncian.
Finalmente, una tarea básica para reproducirnos en la noviolencia consiste en la construcción teórica y práctica de cuerpos e identidades sociales capaces de desobedecer toda orden deshumanizante, algo muy difícil de lograr con la normalización generalizada de la cultura y práctica de la obediencia ciega y acrítica a la autoridad.
Resistencia civil noviolenta: ejercer el propio poder
Un tema importante de la resistencia civil de cualquier tipo es la parte táctica de las acciones directas para construir una relación de poder y fuerza que permita romper la asimetría de poder con los otros actores confrontados, a través de la imprescindible igualación de poder de la co-operación, y así poder llegar a soluciones justas y equitativas en el conflicto. La acción directa no responde a un deseo de provocación, odios o búsqueda de emociones fuertes, es simplemente una enseñanza que ha dejado la acumulación histórica de la lucha social para acordar o negociar con los grupos de más poder. Para Michael Randle, en una visión muy cercana al Programa constructivo de Gandhi:
La resistencia civil es un método de lucha política colectiva basada en la idea de que los gobiernos dependen en último término de la colaboración, o por lo menos de la obediencia de la mayoría de la población, y de la lealtad de los militares, la policía y los servicios de seguridad civil […]. Funciona a base de movilizar a la población civil para que retire ese consenso, de procurar socavar las fuentes de poder del oponente, y de hacerse con el apoyo de terceras partes.
Para ello, resulta central la capacidad de plantear objetivos posibles, alcanzables y que la población pueda simbolizarlos con claridad en su vida cotidiana (como la sal gandhiana y la tierra zapatista):
Los objetivos maximalistas incluyen el cambio de régimen o la liberación nacional, […] los objetivos minimalistas son muy variados. Incluyen la no explotación de recursos naturales, el fin de la corrupción, la reducción de la violencia de género, la no discriminación…
A su vez, hay otra clave estratégica en la construcción de un buen “principio de realidad”, no desde lo discursivo, egocéntrico o ideológico, sino desde una base empírica con registros capaces de ser medidos y comparados como observables sociales.
Por otro lado, se vuelve imprescindible distinguir entre las acciones de la espiral de la violencia (que inicia con el pre-juicio y puede acabar con la masacre y el genocidio) para organizarlas en tipologías y apreciar sus magnitudes, y de la espiral de la noviolencia, cuyas armas primeras son los cuerpos, la fuerza moral y la reflexión, unidas a la “firmeza permanente” a través de “meter el cuerpo”, siguiendo las categorías reunidas por Domingos Barbé.
En una escala inicial de medidas de noviolencia se busca resolver un conflicto desde el diálogo, la negociación, lo privado o lo público con poca difusión: mesas de acuerdos y mediaciones, foros académicos, entrevistas y artículos mediáticos, volanteos… Si este nivel de acciones no logra resolver positiva y justamente el conflicto para las partes, se decide entonces involucrar a la mayor población posible para ganar aliados, simpatizantes y presionar más al adversario, incursionando en la “lucha de calles” y promoviendo diferentes formas de movilizaciones de masas en espacios abiertos: marchas, caravanas, conciertos, peregrinaciones, mítines o plantones.
En caso de que tampoco así se logre una solución al enfrentamiento creciente, en la lucha noviolenta se construyen acciones de no-cooperación con el poder, la autoridad y sus aliados nacionales o internacionales, donde cada persona, grupo o empresa deja de cooperar por medio de recursos materiales, corporales y económicos con las fuentes de acumulación que empoderan al adversario. Históricamente, estas son acciones claves para corroer la estructura del poder que no implican desobedecer la ley pero buscan restar de forma pública y abierta los apoyos a la autoridad y al poder: boicots, huelgas, paros, ayunos…
Finalmente, el grado mayor de la espiral de noviolencia —equivalente al genocidio o la masacre de la espiral de la violencia, para entender la relación y la proporción— es la desobediencia civil, que implica violar de forma abierta, consciente y masiva (si es posible) una ley o un ordenamiento considerado injusto a partir del principio, como decía Gandhi, de que la conciencia viene antes que la ley y la legitimidad antes que la legalidad. La desobediencia civil puede ser una acción individual o de masas. No es para nada generadora de caos o destrucción social, como la autoridad la presenta generalmente, sino que, desde la cultura de la noviolencia, es indispensable para construir condiciones reales de humanización y paz social. La desobediencia civil, además, ha constituido uno de los principales motores de avance en el largo proceso de humanización de la especie humana.
El gandhismo y otros muchos movimientos noviolentos como el zapatismo han tenido claro que para ejercer la desobediencia civil se necesita entrenamiento y preparación. No se trata de una acción espontánea, pues siempre se corre el riesgo de que grupos violentos penetren en la organización y promuevan formas de ataque armado a terceros. En esos casos, la fuerza moral de la desobediencia civil se desploma, pues, cuando empieza a prevalecer la violencia en las calles, la población se aterroriza y no sale. Según Gandhi, “la desobediencia civil sin un programa constructivo era una simple bravuconada”.
Actualmente, los principales constructores de paz noviolenta en México son las familiares de desaparecidos y asesinados en la guerra que nos atraviesa, y también los pueblos indígenas, campesinos, barrios en defensa de territorios, recursos naturales y cultura frente a despojos, extractivismos y todo tipo de megaproyectos y militarización de la vida social.
Las familiares de víctimas actúan mucho más en el eje de la no-cooperación y en el terreno de lo jurídico y la memoria: crearon las brigadas locales y nacionales de búsqueda en vida y en fosas clandestinas, lanzándose —solas y con grupos solidarios— al campo en una forma tremendamente riesgosa, valiente e inteligente, en lo que es el único camino para romper la impunidad y la complicidad gubernamental con el delito. Mientras, los pueblos indígenas campesinos suelen trabajar en el eje de la desobediencia civil mediante la toma de tierras, minas, oficinas, presidencias municipales, todas acciones concretas de resistencia noviolenta encaminadas a exigir sus derechos.
Imagen de portada: ©Samara Colina, Siempre fuego I, de la serie Coreografías. De la acción colectiva a la imagen, 2020. Cortesía de la artista