Imposible poner en pocas palabras las casi 800 páginas de Los pacientes del doctor García (Premio Nacional de Narrativa 2018), la nueva novela de Almudena Grandes, donde los incontables clímax, giros inesperados, traiciones políticas y tensión narrativa no decaen ni siquiera en el menos extraordinario de sus 45 capítulos. Esto es ya mucho decir cuando hablamos de una novela que es, en realidad, tres novelas por su longitud y cronología, la cual abarca casi cincuenta años, desde poco antes del inicio de la Guera Civil hasta la caída de Franco, para desembocar (como un mal presagio) en la dictadura de la llamada Junta Miltar Argentina en 1976. Pero Los pacientes no es una saga de familia; es, por encima de todo —incluso por encima de una apasionante novela de espías—, el entrañable relato de una amistad: la de dos hombres que cruzaron por la historia del siglo sin nombre y sin identidad, olvidados y tragados por la versión falseada de los vencedores, porque ambos, el doctor Guillermo García Medina y Manuel Arroyo Benítez, son los vencidos, los derrotados del siglo XX. Entro así en una de las múltiples hazañas de Los pacientes: la creación de dos antihéroes heróicos, dos productos de su circunstancia histórica, dos hombres que tuvieron que elegir una y otra vez como casi nadie tiene que elegir en una vida… No sólo eso, sino que Almudena logra atraparnos con la camuflada voz (ora en primera, ora en tercera persona) de un hombre de su época que pareciera estar a nuestro lado contándonoslo todo. Esta virtud es menester apuntarla y ensalzarla a pesar de ser —acaso hoy más que nunca— políticamente incorrecto mencionarla; no obstante, en mi opinión, es tan difícil para un autor inventarse una heroína, como para una autora inventarse un héroe verosímil, y en el caso concreto de Los pacientes, son muchos los hombres verosímiles, los personajes masculinos de carne y hueso, pues aparte de Guillermo y Manuel, republicanos en lucha contra la(s) dictadura(s) de su tiempo, encontramos su contrapartida en otra amistad, la de Adrián Gallardo Ortega y Jan Schmitt de Wandaleer, un español y un argentino nazis. Ojo: no fascistas, sino nazis puros, lo que es lo mismo pero no es igual. Así, pues, Los pacientes del doctor García cuenta la pedregosa historia de dos amistades, dos caras de una moneda, la de los asesinos y la de los defensores de la democracia, ambas facciones cogidas en constantes dilemas y coyunturas morales, lo que hace de Los pacientes una inolvidable novela sobre la condición humana. Uno de pasajes más fascinantes del libro es el de la relación amorosa entre Amparo Priego y el doctor García, el cual se prolonga por casi 200 páginas, desde antes de iniciar la guerra y durante los años posteriores. La historia de esta pasión mal avenida en los umbríos rincones de la casa de Hermosilla 47 en Madrid es un pico entre muchos otros que tiene esta epopeya, pues conjuga las más convincentes relaciones sexuales de una pareja enamorada junto con la mentira y el engaño político y la más destructiva de las traiciones (recuerda los mejores momentos de Kundera o de Moravia). ¿Cómo y por qué podemos estar enamorados de quien, a sabiendas, nos va a traicionar? ¿Por qué amamos a nuestro verdugo si ya lo conocemos? Y peor: ¿por qué tenemos un hijo con él? Las respuestas (o las preguntas) las desmenuza Almudena con pericia de psiquiatra, lo cual es, desde mi punto de vista, el mayor elogio que puede hacérsele a un novelista que, no obstante, jamás se queda en lo psicológico o el psicologismo sino que, una y otra vez, los trasciende artísticamente. Resulta tan poderoso este pasaje inicial de Los pacientes, que su autora bien podría haber hecho una sola novela con ello y bastaría, pero Almudena lo extiende, prolonga esta traición y su subsiguiente historia de supervivencias por otras 600 páginas, al grado de que cuando por fin el doctor Guillermo García Medina encuentre, muchos años después, a quien será su fiel esposa (una comunista de nombre Rita), ésta francamente empalidezca frente a la sexualidad arrolladora y la profundidad psicológica de Amparo Priego, la traidora franquista. Esto es sabiduría de novelista: conseguir contagiarnos de un personaje que, aunque aborrecido, nos fascina y encandila sin entender a ciencia cierta por qué. Para cuando Adrián Gallardo, exboxeador alistado en la Legión Azul para servir voluntariamente bajo las órdenes de Hitler durante el cerco de Leningrado, huya despavorido como otros tantos nazis a los bosques de Estonia para terminar fusilando a 1,200 judíos en Klooga, estamos ya a la mitad de la novela y no entendemos cómo hemos llegado hasta aquí, de qué mecanismos ha echado mano su autora para arrastrarnos hacia un vórtice narrativo que ya no tiene que ver con Franco, sino con los nazis, con su derrota y su posterior huida y asilo en España:
Durante tres días, el 20, el 21 y el 22 de septiembre de 1944, los hombres de Kleiber, como empezaron a llamarles en el III Panzerkorps de las SS, desayunaron vodka, comieron con vodka y se echaron a dormir borrachos de vodka. Entretanto, auxiliaron a los guardianes del campo de Klooga en la tarea de asesinar a una cantidad aproximada de 550 prisioneros al día, entre los que les correspondieron 400 diarios, 1,200 en total. Jan Schmitt de Wandaleer dejó de sentir la necesidad de afirmar que no eran humanos en cada descarga. Adrián Gallardo Ortega seguía estando seguro de que nunca habían sido otra cosa, pero daba igual (p. 301).
Cuando por fin estamos a la mitad de esta epopeya política, bélica y amorosa, podemos decir que pentramos en la parte verdaderamente esencial del libro, aquel pivote que, según su autora en su epílogo, desencadenó su liminar deseo de escribir Los pacientes del doctor García: la red de evasión de criminales de guerra y jerarcas nazis dirigida por la española de ascendencia alemana Clara Stauffer. Y esto es historia fidedigna. No es que lo anterior no lo fuera, pero ésta es fidedigna por monstruosa, cruel y repugnante. ¿Cuántos cientos de asesinos de judíos vivieron escondidos en España durante el régimen franquista, muchos de ellos ayudados por la Iglesia católica? ¿Cuántos medraron y se enriquecieron en España con el botín saqueado a los judíos sin que nadie osara tocarlos y en descarado contubernio con Estados Unidos, que muy pronto eligió darle un pase a Franco pues a estas alturas las coordenadas de la guerra habían cambiado y España y los aliados tenían un solo enemigo común llamado Stalin? De eso, pues, da cuenta Almudena Grandes con valor y maestría. Pero su pluma y beligerancia no terminan allí: la novela todavía narra la acogida que Juan Domingo Perón (y por supuesto Evita) dieron a estos asesinos, todo en plena alianza con la hermana del creador de la Falange, Pilar Primo de Rivera, y por supuesto, Franco y sus secuaces, designados con nombre y apellido a lo largo de la novela. Podría extenderme describiendo, uno a uno, los infinitos recovecos de Los pacientes, pero sería en balde, pues el inmenso libro de Almudena da para un larguísimo ensayo con múltiples acercamientos. Sólo diré que es la mejor novela española desde El jinete polaco, esa otra cumbre de su compatriota Antonio Muñoz Molina. Si El corazón helado (2009) era, hasta ese momento, la mejor obra de Almudena con sus poco más de 1,000 páginas, Los pacientes del doctor García es aún mejor, y lo es porque, a diferencia de El corazón, a ésta no le sobra nada. ¿Cómo conseguir ser justo, justito, en 800 páginas? No lo sé francamente. Termino auspiciando lo obvio: Almudena merece (y tendrá) el Premio Cervantes, y muchos lo sabemos y venimos esperando. Bastaría con estas dos valientes epopeyas para otorgárselo, lo mismo que bastarían las dos mejores novelas de Bryce Echenique para que le hubiesen dado el premio hace ya bastantes años.
Tusquets Editores, Barcelona, 2017
Imagen de portada: Fragmento de diorama sobre el sitio de Leningrado, en el museo Breakthrough Panorama, San Petersburgo.