El lado izquierdo del sol de Cristian Lagunas

Ninguna mirada es banal

Espías / crítica / Junio de 2024

Luis Felipe Pérez Sánchez

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El lado izquierdo del sol puede proponerse como la historia de un personaje. Una voz que aparenta estar del otro lado del espejo, y que con morosidad y cierta distancia cínica da cuenta de distintos episodios del pasado del protagonista. El protagonista es Hiraoka Kimitake, “que tuvo otro nombre: Mishima Yukio. Que fue modelo, actor y escritor. Fisicoculturista”, como se lee al inicio de la novela ganadora del Premio Mauricio Achar Random House de 2022. El acto cubista con el que Cristian Lagunas debuta como novelista apunta a momentos de iniciación. Se trata de una novela de descubrimiento. O, mejor dicho, de la conciencia de esos descubrimientos en clave literaria. Las experiencias inaugurales pueden ser sexuales o literarias; también ocupa un lugar especial el viaje como sucedáneo del descubrimiento, la aventura y lo ignoto. Los episodios escogidos son estelares porque explican el camino que habría seguido Hiraoka hasta autonombrarse Yukio Mishima. Revelan un conflicto y una transformación a partir del anhelo precoz e inaplazable de crecer, de salir a conquistar el mundo, como se lee en el breve capítulo que cierra la novela:


​ En el puerto, es el señor Kawabata quien me despide. ​ Nos tomamos un último trago y practicamos inglés. ​ Are you Mr. Mishima?Yes, I am. Are you Mr. Kawabata?Yes, sir, that‘s me. ​ Lo más elemental. Nos reímos. ​ Are you going to conquer the world? ​ Él lo pregunta.


​ Las experiencias iniciáticas son la columna vertebral de la novela, como en Cosas que hacen BUM de Kiko Amat o como en Un beso de Dick de Fernando Molano Vargas. La prosa de Lagunas es cuidadosa y la narración da cuenta de esa mirada incisiva, fastidiada por el tedio, y también fantasiosa. “Tengo observaciones muy concretas sobre la vida: es intransitable si uno no la estimula y si no se persiguen en ella las tareas más difíciles”, anota el propio Hiraoka.

​ Sabemos de Hiraoka al estar en Mérida, Ciudad de México, Nueva York, Tijuana o Tokio. Los apartados que refieren a Tokio aluden a su pasado. Lo sitúan a lo largo de la década de los cuarenta, en el colegio. Reúnen los momentos en los que se pensaba que el país oriental ganaría la guerra. En estos episodios destaca la relación del personaje con el padre, los compañeros de escuela y con Hirohito, el emperador japonés. Muestran los primeros escarceos con el deseo y la trampa, el escondite: “La primera vez que ocurre, Shiro le venda los ojos. No tengas miedo, le dice, lo haré con cuidado. Yukio asiente. Desnudo sobre la estera del tatami, espera el momento”. Comprenden también los vislumbres del Hiraoka que quiere ser escritor: “Esta será mi primera novela. Será sobre mí y al mismo tiempo no lo será. Para escribirla me pongo una máscara.”

​ Los sucesos que acontecen en el continente americano ubican al personaje en 1957. Ya es Yukio y es un escritor afamado. Recorre la Ciudad de México y la península de Yucatán junto con una periodista que pretende hacerle una larga entrevista que fracasa. De la grabadora de Sofi se extraen algunos de los diálogos que se deslizan en la novela para dar cuenta del carácter de Mishima en 1957, cuando conoce las ruinas mayas, Puerto Progreso o cuando se traslada a la frontera con Estados Unidos en automóvil al lado de un joven mexicano que ha conocido gracias a la entrevistadora. A la novela de formación le agregamos un viaje en auto por carreteras solitarias.

​ El narrador nos lleva a dos momentos formativos del protagonista: por un lado, a su infancia. Postula un conflicto con el padre. Hiraoka no cumple las expectativas, ni le interesa acercarse a ese propósito. La vocación por la escritura es la apotema de las escaramuzas que permiten ver un motivo literario atávico entre padres e hijos; entre hijos que eligen lo que los padres desaprueban, incluido el tema de la identidad sexual o de la vocación.

Kawakami Sumio, *Ginza*, 1929 Kawakami Sumio, Ginza, 1929

​ También nos ofrece otra perspectiva del pasado del personaje: la iniciación de Hiraoka en el plano literario. Lagunas, que cumple treinta años este 2024, se rinde a la tentación de novelar piruetas, conflictos y debates entre jóvenes escritores, competencias absurdas e hilarantes que bien podrían suceder en una fiesta de becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas o en algún congreso de poetas en Aguascalientes. Sitúa al protagonista en discusiones sobre el futuro de la literatura japonesa de los años cincuenta, por una parte; por otra, lo dibuja como un discípulo de Kawabata. Esta versión de Hiraoka es observadora, menos dócil que expectante. Durante el día aprende a acompañar al mentor, como si se tratara de Daniel San en Karate Kid y, por las noches, vive la intensidad de los encuentros —que supone secretos— convertido en el Adonis de Luis Zapata. De ahí vienen las ideas propias, de equiparar las enseñanzas con los propios intereses, de arrojarse al vacío con País de nieve, un libro de su maestro, en un maletín. Las discusiones entre escritores jóvenes y su filial acercamiento con Kawabata son, otra vez, el trasunto de crecer. La literatura y el sexo son una moral de repuesto ante la sensación de orfandad de Hiraoka. La novela redunda en esas dos experiencias.

​ Lagunas también se vale del artificio de una contemplación mediada por la imagen. Muestra a Hiraoka como turista y viajero, desarraigado. La eficacia de este registro radica en el oficio del escritor para acercarnos a la sensación de contemplar, como lo hace el propio personaje. El autor sabe utilizar la descripción para formar cuadros o tableaux (en el sentido baudeleriano). Estamos frente a un óleo que nos hace pensar en Edward Hopper o en Mad Men. Acude a la mímesis expresiva. No pasa nada, pero se muestra el escenario: un hombre ante un espejo se mira mientras pasa una cuchilla afilada por su cuello (como un Montecristo que se asea para la batalla o la revancha, un recurso utilizado por Guillermo del Toro, por Robert Rodríguez, por Alejandro Dumas); un hombre pintarrajeando sus labios, frente a un espejo, con labial Chanel rojo (uno piensa en Christian Bale en American Psycho); un hombre mirando —con fascinación y lubricidad— a otro que se hiere los dedos de una mano mientras poda las plantas en un jardín. Son planos largos que exigieron al autor un ejercicio quirúrgico de la mímesis. Para proponer la actitud contemplativa, la novela se sirve de la tensión y la acumulación. Ninguna mirada es banal, se subraya en las páginas del libro. Recordé las escenas de La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán. En la novela sobre generales revolucionarios, se describe, con erotismo latente, a los hombres que juegan pelota vasca en el deportivo al que acude Aguirre, un personaje desgraciado, buscando salvar la vida, sin éxito. El detenimiento casi histriónico se templa con otro recurso. La narración alude a referencias operísticas. El asunto funciona en cuanto que Rigoletto transcurre con la vehemencia que le dan a las acciones los efectos de cámara lenta. El paralelismo abona al propósito de Lagunas de mantenerse en el territorio de lo contemplativo y los pensamientos asesinos.

​ La estructura de la novela acude, en clave de cartas, a capítulos donde es evidente el propósito de crecer, de viajar y de experimentar con el cuerpo y con otros cuerpos; junto a otros cuerpos. Transmite la idea de sinceridad que hay en la misiva íntima. Hace pensar en Retrato del artista en 1956 que firma Jaime Gil de Biedma. Incluye cartas en las que relata correrías por Filipinas con muchachos anónimos de los que se encariña y luego se despide. En el caso de El lado izquierdo del sol, el personaje deja de ser contemplativo para ensayar y reflexionar, para comunicar su experiencia subjetiva y juiciosa. La escritura con destinatario le permite a Yukio ajustar las cuentas pendientes desde el momento en que están fechados los envíos, aunque hable de experiencias pretéritas. Es sobre todo a partir de cartas escritas a amantes del pasado, como Shiro, o postales con mensajes dirigidas al señor Yasunari Kawabata en donde cabe la tesis de que el protagonista asume su transformación desde el yo íntimo, el de las misivas. Queda de manifiesto su espíritu herido por la belleza, el sexo y la escritura; lastimado por el orgullo, la ingenuidad y la impertinencia de otros días.

​ No es fortuito que se clasifique al libro de Lagunas en la clave de novela de formación, un cauce que suele revisar la parte íntima de la educación sentimental de sus protagonistas y que se ocupa de revisar con acidez los primeros pasos. Lagunas explora con sinceridad literaria esos pasajes y muestra a un personaje complejo y contradictorio. El coming of age, lo sabemos, suele buscar el autoescarnio o la autocompasión para hallar los motivos por los que uno es lo que es.

Random House, Ciudad de México, 2023.

Imagen de portada: Kawakami Sumio, Ginza, 1929