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La ciudad-Estado ideal para Platón es gobernada por reyes filósofos. En Calípolis no hay pobreza. No hay guerra. Pero serán necesarios mercenarios extranjeros para protegerse de otras naciones, menos sofisticadas, de conquistadores dispuestos a la lucha armada.
Los proyectos de una organización económica y social que beneficie a todos e impida que nos destruyamos están descritos desde la República. La Biblia describe el Jardín del Edén. Dios nos creó a su imagen y semejanza, y nosotros fracasamos al cuidar esa utopía: debemos recuperarla. Las visiones de los profetas muestran el camino. Soñamos con un bienestar celestial, pero Cristo mismo prometió un reino venidero para el pueblo de Israel, un gobierno justo que, después de mil años, habrá vencido los males y establecerá en la tierra una nueva ciudad renovada donde viviremos para siempre (Apocalipsis 21: 1–4). La verdadera utopía en la tierra, que todavía anhelamos.
Mucho después, la isla ficticia de Tomás Moro, cuyas cualidades de perfección han influido incontables propuestas de formas de vida mejores, acuñará el término utopía.
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Antes de Cristo, los esenios crearon una comunidad intencional que sólo aceptaba a quienes renunciaran a todos sus bienes materiales. La pobreza era la mayor reverencia a Dios. Para alcanzar la santidad suprema, realizar milagros y resucitar a los muertos, los esenios se purificaron el cuerpo con bautizos diarios de agua fría, se prohibieron tener sexo, evitaron a toda costa la ira y, entre otras restricciones cotidianas como la dieta, emularon a Elías para ser precursores del mesías. En el siglo XI los cátaros enfurecieron a los papas. Promulgaron la dualidad del universo: el mundo creado por Dios, el de los cielos y las almas, en conflicto con el mundo creado por Satanás, el de las guerras y la Iglesia católica. Creyeron en la reencarnación de las almas para, a través del autoconocimiento, alcanzar la divinidad. Ascéticos, castos y vegetarianos, la secta negó el bautismo y el matrimonio. Aunque se escondieron por trescientos años en los bosques de Francia, una persecución sistemática contra la herejía terminó con ellos.
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Durante el Flower Power, Mirra Alfassa, discípula de Sri Aurobindo, funda en 1968 Auroville, la Ciudad del Amanecer. La UNESCO apoya a la comunidad utópica por su objetivo de crear “una vida comunitaria internacional, donde hombres y mujeres aprendan a vivir en paz, armonía, más allá de todas las creencias, opiniones políticas y nacionalidades”. Auroville se mantiene, hasta la fecha, a través de donaciones y de su propia industria ecológica y artesanal. Los más o menos dos mil residentes trabajan y meditan para servir a la conciencia divina. Durante cincuenta años, miles de extranjeros vuelan cada año hasta el sureste indio para saber cómo es posible llevar una utopía a la práctica y escapar a los moldes tradicionales.
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Unos años después, miles de seguidores de Bhagwan Shree Rajneesh, más tarde conocido como Osho, se mudan a un antiguo rancho en Wasco, Oregon, para construir con gusto y con sus propias manos una pequeña ciudad de la nada. Rajneeshpuram tiene casas, parques, restaurantes, centros comerciales, bancos, hoteles e incluso aeropuerto. El documental Wild Wild Country muestra en sus primeros capítulos a grupos de adultos vestidos en tonos rojos decididos a hacer realidad una comunidad utópica donde habitarán libres de las presiones sociales y legales. Cómodos en sus cuerpos y entre los demás, viven con la aprobación garantizada de quienes los rodean y su amor gratuito: un perfecto país en miniatura. Los espectadores nos retorcemos de asombro: es envidiable. Los rajneeshees no podrían salvar al mundo, pero podrían salvarse del mundo.
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En Rajneeshpuram resolvieron la nostalgia por el paraíso perdido con enseñanzas precursoras de la autoayuda, la superación personal y el mindfulness. La educación espiritual del gurú defiende el sexo libre, la risa y el lujo. Intelectual, graduado en filosofía y disidente de la fe y las iglesias, Osho predicaba que la verdadera religión comienza con la experiencia personal. Sus particulares técnicas de terapia y meditación aún se practican en todo el planeta, encaminando a miles de personas en su búsqueda para saber quiénes son. Las famosas meditaciones dinámicas de Osho procuran estados no verbales de conciencia para aprender a ser testigo del mundo y de uno mismo. Después de aquietar la mente con respiraciones guiadas, los participantes explotan: bailan sin ritmo, like nobody is watching, lloran sin vergüenza, gritan tan fuerte como pueden y ríen a carcajadas. Con frecuencia terminan arrancándose la ropa. La catarsis es parte de una doctrina para liberarse de la basura emocional acumulada por los traumas de las relaciones sociales.
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En otro documental, Ashram, filmado por un discípulo de Pune, la comunidad de Osho anterior a Oregon, se ve a algunos seguidores azotarse entre ellos y contra las paredes en cuartos acolchonados. Durante un trance francamente difícil de contemplar, los participantes se sacuden, se golpean o hacen el amor con igual desenfreno. Alcanzan aparentes orgasmos e iluminaciones. En otro momento, una multitud sentada en la posición del loto se menea sin inhibiciones con los brazos en alto. El líder, sobre el escenario, toca las frentes de una pareja que parece transportarse a otro lugar, mientras una cítara y una flauta transversa aceleran su melodía hasta crear más bien ruido. Los entrevistados intentan sin éxito describir la plenitud y el amor universal que sienten estando ahí, cerca de Osho: “Con él se puede ir más allá de uno mismo”.
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La disciplina espiritual es una forma de control social. Los trabajos, generalmente no remunerados, para construir la ciudad y la maquinaria industrial de Osho, mantenían a las personas demasiado cansadas para cuestionar al sistema. Trabajar, asistir a terapias radicales, tener sexo y meditar sin parar hacía de los rajneeshees personas manipulables. Debían donar grandes cantidades de dinero o vender sus propiedades para la utopía. Incluso se les animaba a esterilizarse. Los niños estorban en el camino hacia la riqueza espiritual y la superioridad moral. Creyente de la reencarnación, el gurú sugería la eutanasia para los bebés discapacitados: su alma renacerá en un cuerpo funcional.
Creemos ser libres de elegir nuestros propios límites si renunciamos voluntariamente a ciertas libertades, pero ¿cómo sabemos que somos nosotros quienes realmente estamos eligiendo?
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La utopía está impedida por la naturaleza humana: ¿cómo crear una sociedad perfecta con seres imperfectos? Cuando su paraíso en la tierra se vio amenazado por la expulsión, Ma Anand Sheela, directora de Rajneeshpuram, planeó asesinatos, armó con semiautomáticas a cientos de rajneeshees, orquestó fraudes migratorios y contaminó con salmonela los restaurantes del pueblo enemigo, envenenó a 751 personas para impedirles votar en su contra. El cruce de la utopía a la distopía es siniestro. Los rajneeshees también recogieron a miles de homeless de Estados Unidos para llevarlos en autobuses a la comuna y registrarlos para votar. Los mantuvieron drogados con antipsicóticos, sin su permiso. Tan pronto como perdieron la elección, los durmieron y abandonaron en parques, sin avisarles.
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La iluminación no necesariamente conduce a una organización perfecta. Del deseo de colectividad, de estructuras de mancomunidad o ideal commonwealths, brotan sociedades experimentales donde los miembros se liberan de ciertos fundamentalismos para ajustarse a otros: sin dinero no habrá deudas económicas, sin variedad de creencias no habrá intolerancia, sin diferentes razas no habrá racismo, con un único poder político no habrá partidos en oposición. Si las utopías son por definición imposibles, futuristas como Kevin Kelly hablan de protopías:1 logros realistas. La abolición de la esclavitud y el sufragio universal, por ejemplo. Las protopías, sin embargo, no resuelven la contradictoria relación entre el presente y los ideales: lo que realmente satisface nuestra condición no es lo posible, sino lo inalcanzable.
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La promesa de una sociedad cuyas lógicas sanadoras eviten el sufrimiento, una cotidianidad sin miedo, sin desconfianza, sin envidias ni duelos de poder, segura y sin ego, es siempre atractiva para los decepcionados de la sociedad neoliberal. Pero la utopía de Rajneeshpuram, como la de Auroville, involucionó a un modelo básico de negocios. Hoy cualquiera puede viajar al ahora Osho International Meditation Resort and Guesthouse en India. O a Auroville. Pero para ser voluntario hay que pagar, donar el valor de tus pertenencias a cambio de comida, trabajo y techo. Mientras más dinero se done, más fácil es entrar y en mejores condiciones, renunciando a los derechos civiles y aceptando que en Ciudad del Amanecer todo es de todos, menos de los parias que cumplen labores de mantenimiento. El futuro de las utopías es el dilema ético de sacrificar a unos cuantos en nombre de un paraíso terrenal.
Imagen de portada: Otto Pilny, Oraciones de la mañana, 1936
Véase el artículo de Michael Shermer en este mismo Dossier. ↩