Las mujeres de mi comunidad, en Hueyapan, Puebla, nos miramos con el rostro avergonzado, envueltas en un contexto que nos ubica en el sitio más bajo aunque sostengamos la vida de los demás mientras que el sistema nos ignora por lo que somos: mujeres, indígenas, artesanas y mahseualmeh.1 Escribo este texto con profundo dolor, la boca seca y una preocupación descomunal por ver y vivir una realidad llena de desigualdades. Nosotras somos las más vulnerables y sufrimos un sinfín de violencias directas, culturales y estructurales. Somos conscientes de que enfrentamos múltiples barreras que se entrecruzan y nos colocan en mayores condiciones de desigualdad que al resto de la población. En el lugar donde estamos, las mujeres solemos llevar la carga de los cuidados del hogar y de la vida que, por lo general, no son remunerados. Nuestro hacer ni siquiera es reconocido culturalmente como trabajo, sino que se da por sentado y se entiende como una responsabilidad que debemos asumir.
Aquellas que han querido salir de este papel social terminan empleadas en las ciudades, bajo condiciones laborales malas y a cambio de remuneraciones bajísimas. Además, enfrentan una realidad que las somete a otras personas que comulgan con pensamientos occidentales, patriarcales y capitalistas. Todo esto redunda en que la mujer sea objeto de explotación y quede a un lado como sujeto. Quiero expresar con contundencia que las mujeres indígenas encarnamos y acuerpamos una vida llena de dolor al recibir insultos, golpes, rechazos, menosprecio, manipulaciones y amenazas de ser expulsadas de nuestros propios hogares o despedidas de los lugares donde trabajamos. Además, cuando ofrecemos nuestra producción artesanal, nos la regatean a precios inimaginablemente bajos.
Los pueblos indígenas hemos sido obligados a avergonzarnos y a normalizar la folclorización de nuestra cultura. Por ello, replantear, resignificar y devolverle la dignidad a nuestra existencia se ha convertido en una lucha constante. Así lo encaramos las mujeres artesanas de Chiwik Tajsal. Yo soy socia activa, coordinadora de vínculo comunitario e impacto social y representante legal de la cooperativa, que inició como un colectivo de artesanas integrado por hombres y mujeres del municipio de Hueyapan, la cuna del chal bordado. En un principio, nuestro objetivo era favorecer el trabajo responsable, colaborativo y comprometido para promover la identidad y la cultura indígenas sin cosificarlas. Buscábamos generar un desarrollo autosustentable pertinente para nuestro contexto y queríamos transformar nuestras realidades mediante la venta de los textiles artesanales que cada quien elabora con sus familiares.
No pasó mucho tiempo antes de que nos diéramos cuenta, a partir de esta colaboración, de que las mujeres éramos más activas y participábamos con mayor constancia en los encuentros. Al fin y al cabo, nosotras somos las que enfrentamos incontables necesidades inmediatas en nuestros hogares con nuestros hijes. Hacíamos malabares para involucrarnos en Chiwik Tajsal sin desatender nuestras ocupaciones con la familia. Pronto, nuestra colectiva se volvió de mujeres y para mujeres. A partir de ese momento, comenzamos a nombrar, entender y descubrir las raíces de la desigualdad de género.
Con el paso del tiempo, nos fuimos bordando y entretejiendo con más mujeres. En 2021 nos constituimos como una sociedad cooperativa, integrada por veintitrés artesanas, profesionistas y estudiantes de entre dieciséis y 57 años de edad. Esto no quiere decir que solo seamos veintitrés mujeres: representamos a muchas otras que prefieren el anonimato por razones personales, la más común es una serie de diferentes violencias cometidas contra las socias. Hemos elaborado estrategias y redes de acompañamiento para detectarlas; luego actuamos según la situación. Juntas seguimos luchando para dar a conocer lo que pensamos, emprender nuestra producción artesanal y fortalecer nuestras capacidades basadas en diversos saberes.
Hablando como mahseual y partiendo de mi aprendizaje, del conocimiento ancestral y de la visión ontológica de mi comunidad, denuncio las violencias ejercidas sobre nuestro territorio, nuestro cuerpo, nuestro espacio y nuestra memoria. Si nos apegamos a nuestras propias formas de saber y conocer, la vida no es solo aquella que es reconocida por los pensamientos eurocéntricos y primermundistas o por las lógicas occidentales, que universalizan una sola forma de ver y vivir. Para el pensamiento mahseual, la vida no es la explotación y la sobreexplotación del ser humano ni de la madre tierra.
A partir del trabajo organizativo y la reflexión, en Chiwik Tajsal nos hemos encauzado mediante resistencias pacíficas con acciones muy concretas para resignificar nuestra existencia y así alzar la voz desde un posicionamiento ético y político, problematizando lo que nos ocurre como individuos y también como comunidades. Hemos rememorado la infancia de la abuela artesana y analizamos las prácticas de cultivo, del uso y del cuidado de la tierra en Hueyapan. Hemos visto que las mujeres sin tierra pierden su autonomía, porque estas son heredadas por los hombres. Y constatamos que no podemos romantizar la cultura de la comunidad, ya que, cuando analizamos nuestra educación, nos descubrimos envueltas en la opresión radical de paternalismos y patriarcados.
Por todo ello es que en Chiwik Tajsal nos ha costado tanto enunciarnos como mujeres en lo individual; sin embargo, desde el tejido colectivo y la interacción con las demás hemos bordado una visión de vida para la mujer mahseual que transforme nuestros pensamientos, partiendo desde la esencia de nuestra cultura y conectando con la visión de vida humana en y con la madre tierra. Estas acciones nos han fortalecido y han hecho posible que nos encontremos con nosotras mismas.
Al hilar esta realidad con nuestro hacer artesanal, comparto que, desde la infancia, cuando aprendemos el proceso productivo, nuestras abuelas nos adentran en un mundo de imaginación que cuestiona la realidad que habitamos como humanos y no humanos y así podemos soñar un mundo del que todes somos parte. Al convivir juntes aprendemos de la vida, de las plantas, de los animales, de los espacios en los que convivimos y de todo aquello que nos hace ser. Nuestras abuelas nos describen y nos comparten un paisaje deseado que solo es posible mediante la interacción colectiva y comunitaria.
Sin duda alguna, estas tramas del tejido nos presentan muchas rutas para reflexionar sobre nuestra existencia y nos dan motivos para escribir, mediante puntadas coloridas, un legado de conocimientos, saberes, sueños, aprendizajes y anhelos. Creamos caminos y piezas que simbolizan esperanza y que no niegan lo que somos: parte de ese todo que nos construye, que va desde la memoria de nuestras abuelas, la lucha por escuchar y defender la madre tierra y el entorno, hasta el legado de responsabilidades adquiridas mediante estrategias creadas por nuestras antepasadas para que convivamos juntas. Los procesos productivos artesanales nos han servido para pensar nuestra vida indígena, mejor entendida por nosotras —desde una lógica de resistencia— como “vida mahseual”. El proceso de producción y el mensaje de las luchadoras sociales que fueron nuestras antecesoras nos invitan a ser como los árboles perennes, que son el sostén de quienes los necesitan, pero también como enredaderas o guías de plantas frutales para apoyarnos (cada que sea necesario), sosteniéndonos unas a otras; resistiendo a las heladas en tiempos de sequía, resistiendo a quienes nos quieren ver siempre oprimidas, retoñando de nuevo para florecer y producir juntas. Buscamos alternativas para ser felices en condiciones que realmente sean vivibles, con la consigna de que esa felicidad esté siempre entrelazada con la de los otres. Queremos convertirnos, por decisión propia, en la punta de lanza que saque adelante a nuestras familias, sin perder de vista que si normalizamos las violencias estaremos contribuyendo a las agresiones de las cuales intentamos salir y desprendernos.
Todas encarnamos una serie de experiencias, frustraciones y corajes en nuestro intento por liberarnos de lo que nos duele. En nuestra condición, la estructura de violencia que forman las desigualdades y la realidad que nos acompaña siempre nos ponen en desventaja. Desde fuera y desde dentro, las mujeres sostenemos la vida con cuidados que, aunque para el sistema no representen más que trabajo sin remuneración ni reconocimiento, son indispensables para todas nuestras comunidades.
El cuidado implica velar por nuestro territorio ante cualquier agresión en un sentido amplio: nuestro territorio inmediato (nuestro propio ser), nuestra comunidad y nuestra madre tierra. En ocasiones, nos cuidamos entre nosotras, pero no hacemos lo mismo con el planeta. Debemos hacerlo por el simple hecho de que es primordial para la vida. El cuidado en Chiwik Tajsal también significa cuidar a la comunidad de los males de la sociedad. Hay personas que persiguen objetivos malignos para les mahseualmeh o indígenas y, como nuestra presencia involucra nuestro cuerpo y nuestra alma desde una multiplicidad de ideas y realidades, es necesario protegernos de las malas intenciones para no salir maltratadas o, incluso, maltratarnos entre nosotras. No olvidemos que el encantamiento paternalista del Estado y la nación se arropa con capitalismos y colonialismos. La lucha por la vida es un correteo desalentador, porque el capitalismo no solo violenta nuestra humanidad, sino todo el territorio y arrasa con nuestra madre tierra, de la cual somos parte.
Desde la digna rabia y las contrahegemonías, en Chiwik Tajsal y dentro del municipio de Hueyapan varias organizaciones actuamos ante estas amenazas mediante los cuidados comunitarios para hacer posible el bienestar de la vida, a nosotras como personas, a la familia, las infancias, la salud, la casa, las plantas, los ríos, los animales, la lengua materna, nuestros sembradíos, los platillos tradicionales y los bordados inspirados en narrativas colectivas. Cuidarse en comunidad es también protegernos entre nosotras y exigir nuestros derechos de vida, porque si estamos bien, entonces podemos velar por todo aquello que se encuentra en nuestro entorno. Cuidarse en comunidad también es reflexionar sobre el origen y las condiciones de producción de lo que consumimos y así procurar no contribuir a la devastación de nuestra propia existencia.
Imagen de portada: Licet Hernandez, Lorenza Flores Martínez y Victorina Flores Martínez aprovechan cada momento del día para tejer
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La cosmovisión mahseual tiene a la milpa como centro de la vida económica y social, involucra saberes ancestrales como la medicina tradicional y la herbolaria y celebra distintas fiestas patronales. La organización comunitaria es la base para resolver necesidades y problemas, siendo las asambleas fundamentales para ello. ↩